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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Dic031994

Carta a Zedillo: Bienvenido a la pesadilla 

Tengo que concluir por falta de tiempo, pero agregaré una última observación. Es dado al hombre, algunas veces, atacar los derechos de los otros, apoderarse de sus bienes, amenazar la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer que las más altas virtudes parezcan crímenes y a sus propios vicios darles el lustre de la verdadera virtud.

Pero existe una cosa que no puede alcanzar ni la falsedad ni la perfidia y que es la tremenda sentencia de la historia. Ella nos juzgará.

Benito Juárez a Maximiliano de Habsburgo,

en respuesta a una carta confidencial donde Maximiliano le

propone una negociación secreta y participar en su gobierno.

 

Señor Ernesto Zedillo Ponce de León:

Bienvenido a la pesadilla. Por este medio me dirijo a usted en lo referente a su discurso de toma de posesión.

Debe usted saber que el sistema político que usted representa (al que usted le debe el haber accedido al poder, que no a la legitimidad), ha prostituido hasta tal punto el lenguaje que, hoy, «política» es sinónimo de mentira, de crimen, de traición. Yo sólo le digo lo que millones de mexicanos quisieran decirle: no le creemos.

Y agrego lo que tal vez no todos suscriban: ya basta de esperar a que ahora sí cambiarán las cosas. Sus palabras del día de hoy son las mismas que hemos oído al inicio de los distintos sexenios anteriores.

La desconfianza de la Nación hacia los procesos electorales incluye al que, tramposamente, lo llevó a usted a este fingido cambio de poderes. Por eso me dirijo a usted, pero sobre todo, a su tutor, al señor Salinas de Gortari, quien, como se puede apreciar en el gabinete que lo acompaña a usted en esta nueva mentira, se niega a retirarse de la vida política nacional.

¿Cómo quiere usted que la Nación le crea que hará justicia en los magnicidios que mancharon la historia moderna de México, y demostraron el verdadero y criminal rostro de su partido de Estado? ¿Cómo creerle si premia usted a uno de los acusados de encubrimiento, con la titularidad del manejo de la riqueza del subsuelo de la Nación?

Veo que mantiene usted esa oficina gubernamental de limosnas, llamada Sedesol. ¿Qué trato digno puede usted ofrecernos para un diálogo franco y una negociación respetuosa cuando pone usted de su cajero compra-conciencias a uno de los eslabones de la cadena que le hereda el salinismo y que, desde mayo de 1993, en lugar de destinar los apoyos económicos a las partes más necesitadas, se dedicó a comprar dignidades indígenas como si se encontrara en un mercado de artesanías?

¿Ése es su plan de contrainsurgencia? ¿Llenar de obras sociales para quitarnos base popular? Es una buena estrategia, viene en todos los manuales norteamericanos de antiguerrilla (y en toda su historia de fracasos), pero ¿no sabe usted que ese dinero no va para obras sociales sino que va a parar al bolsillo de los líderes corruptos y los presidentes municipales priistas en el campo chiapaneco? ¿Es consejo de los asesores militares argentinos? ¿Se van ustedes a dejar engañar otra vez? ¿Como cuando les dijeron que habían invertido millones y millones de viejos y nuevos pesos en la zona que, después del 1o. de enero, es «zona en conflicto»? ¿Cuánto dinero más y cuánta sangre más para que ustedes se den cuenta de que la corrupción, que hasta ahora les permitió sobrevivir como sistema político, será mañana su sepultura?

Permítame seguir con su gabinete, él es la muestra de que su discurso de toma de posesión es sólo un montón de palabras y más bien semeja el mostrador de una tienda que un equipo de gobierno. En el despacho económico tiene usted a un grupo que le hereda su tutor y que se distinguió por su entreguismo en todo lo referente a la soberanía nacional y a la dignidad mexicana. En Relaciones Exteriores a alguien que tiene el visto bueno de los extranjeros pero no de los nacionales. ¿Son las relaciones exteriores ahora simplemente relaciones comerciales? En Agricultura y Recursos Hidráulicos tiene usted la garantía de que la pobreza y el descontento irán en aumento en el campo mexicano.

En general, en todo su gabinete se ve la sombra extranjera y afrancesada que padecimos ya los mexicanos en el sexenio pasado. Será inútil tanta mentira y maquillaje mal aplicado, este país les va a reventar en las manos por más que sigan creyendo que tienen todavía recursos para controlar y mantener a los mexicanos en la tipología de «aguanta-todo».

Escuché con atención su discurso por la radio. Hace bien usted en reconocer que no es nuestra violencia lo que la Nación teme. Pero su señalamiento es incompleto, diluye usted en algo amorfo el clima de inseguridad que vive el país. El principal promotor de la desestabilización, la inseguridad y la violencia es el sistema de partido de Estado. El sistema político que usted no podrá destruir porque, simple y sencillamente a él le debe usted el poder que ahora ostenta. El gabinete que usted presenta ahora al país es una pequeña muestra de las facturas pendientes con las que nace su régimen. Todo su discurso se derrumbará cuando enfrente usted las cuentas por cobrar que le presenten los distintos cómplices en el crimen de Estado que lo llevó a usted a portar, ilegítimamente, la banda presidencial en su pecho. El crimen manifiesto se inició con el asesinato de aquél de quien usted heredó la candidatura, siguió con la burla de las campañas electorales, pasó su autoprueba el 21 de agosto y culmina ahora en este fatídico, para la Nación, lo. de diciembre de 1994. Dos días primeros marcaron ya la historia de este país y lo hicieron en sentidos inversos: por un lado, el día lo. de enero marcó el aumento de volumen de los gritos de dignidad y rebeldía de mexicanos de todos los orígenes sociales pero con la misma desgracia. Con voz  indígena hablan, desde ese día, hombres, mujeres, niños y ancianos de la ciudad y el campo, de distintos colores, de razas diferentes, de lenguas distintas, pero de sufrimiento común.

Por el otro lado, el día lo. de diciembre completó el entierro que se inició aun antes del 21 de agosto, la sepultura de la esperanza de un cambio pacífico a la democracia, la libertad y la justicia.

Las comunidades indígenas no sólo padecen, como señala usted, «graves privaciones, injusticias y falta de oportunidades». Tienen, además, una grave enfermedad que empieza, poco a poco, a afectar a toda la población: la rebeldía. Ya podrá usted constatarlo mientras dure su gobierno.

Dice usted que «contra la pobreza nos uniremos todos, el gobierno, la sociedad, las comunidades afectadas» y, sin embargo, repite usted el gabinete de ése que sumió a la mayoría del país en la miseria: Carlos Salinas de Gortari. La unión de México a la que usted llama no la queremos. Es un llamado a la unidad que va hacia la permanencia del mismo sistema de oprobio, ahora con el maquillaje de un cambio sexenal. No es esa unidad la que necesita México. La que nuestra historia reclama es la unidad en contra del sistema de partido de Estado, el sistema que tiene a la Nación sumida en la pobreza de cuerpo y espíritu.

Señala usted que «durante este año el ánimo de todos los mexicanos se ha visto ensombrecido por los acontecimientos en Chiapas, por la violencia y, más todavía, por las condiciones de profunda injusticia, por las condiciones de miseria y de abandono que abonaron esa violencia». Ni las condiciones de profunda injusticia ni la violencia, son exclusividad del estado de Chiapas. La Nación entera padece el alto costo social que el neoliberalismo impone. Si no hay transformaciones profundas, la violencia ensombrecerá todo el territorio nacional y no precisamente porque nosotros lo promovamos.

Se contradice usted cuando señala que «no habrá violencia por parte del gobierno» porque las guardias blancas de los grandes ganaderos y comerciantes actúan aquí impunemente, es decir, con la complicidad gubernamental. Mal comienza usted si tiene que ofrecer al país verdades a medias.

Ha dicho usted que le «indigna saber que las mujeres sufren agresiones en la vía pública, que los niños y los adolescentes son víctimas de abusos a las afueras de sus escuelas; que el trabajador pierde su salario en hurtos callejeros y el pequeño empresario pierde la nómina en robos violentos. Indigna conocer casos de impunidad que son resultado del abuso de autoridad, la venalidad y la corrupción». Sí, y también indigna que en México existan 24 poderosos a costa de un humillante 4 por ciento de aumento en el ya raquítico salario; indigna el robo de nuestra identidad nacional mediante el trámite «legal» de un Tratado de Libre Comercio que significa sólo la libertad de hurto para el poderoso y la libertad de miseria para el desposeído; indigna que quien ostenta ahora la banda presidencial no la tenga por voluntad del pueblo sino por la voluntad del dinero y del miedo.

«Los brutales asesinatos de figuras destacadas de la vida política del país han lastimado hondamente a la ciudadanía, han sembrado inquietud y duda sobre algunas instituciones y, debemos admitirlo, han dividido a los mexicanos». Sí, pero no sólo esos crímenes, también los que perpetran, día y noche, todos los miembros del aparato gubernamental, iniciando por los cometidos por el anterior titular del Ejecutivo y terminando por el último de los funcionarios menores a nivel municipal.

Usted pide la unidad y señala que «ha llegado el momento de sumar nuestras voluntades, sin sacrificar nuestras diferencias», pero usted sólo busca el aval y la legitimidad que no le dieron los votos populares. Su oferta de «diálogo permanente» ya manifestó sus formas en la represión que inauguró diciembre. Tal vez ha pensado usted en una especie de «Comisión para el Diálogo» formada por granaderos y policías para tratar con la prensa y con la oposición.

No es necesario declarar que como presidente de la República, no intervendrá «bajo ninguna forma, en los procesos y en las decisiones que corresponden únicamente al partido» al que pertenece. Eso ya lo hace el señor Carlos Salinas de Gortari. Su gabinete y la impunidad de que goza la cúpula priista, son la prueba.

Claro que estamos de acuerdo con usted cuando dice que «en este momento histórico, que nadie rehúya su responsabilidad, que nadie escatime su esfuerzo, que nadie ceda a la tentación de dejar caer los brazos».

Los zapatistas no rehuiremos nuestra responsabilidad, ni escatimaremos nuestro esfuerzo, ni cederemos a la tentación de dejar caer los brazos. Seguiremos luchando, con las armas en la mano, en contra del sistema de partido de Estado, el mismo que permite que detrás de usted se distinga, nítidamente, la figura del salinismo.

Ahora, y desde el 17 de noviembre de 1994, me corresponde el bastón de mando supremo de las fuerzas rebeldes y en consecuencia, asumo la responsabilidad de responderle a usted a nombre de todo nuestro ejército.

En éste, su primer discurso como gobernante, usted señaló su deseo de buscar la negociación para resolver el conflicto y nos ofrece este camino.

Señor Zedillo, es mi deber decirle que no podemos creerle. Usted forma parte de un sistema que ha llegado ya a la aberración más grande, a recurrir al asesinato para dirimir sus diferencias como si de un grupo de criminales se tratara. Usted no se dirige a nosotros como representante de la Nación, usted habla con una enorme mancha en su palabra: la mancha de la sangre de miles de asesinados, incluso de aquéllos que pertenecieron a su círculo político, mancha que cubre al Partido Revolucionario Institucional. ¿Por qué habríamos de creer en la sinceridad de su invitación a una solución negociada?

Desde el inicio de la calificación presidencial, el aumento de tropas y el reforzamiento de un dispositivo de aniquilamiento es evidente. Desde el día 14 de noviembre es ostensible el vuelo continuo de aviones, de los llamados «Hércules», transportando hombres y pertrechos militares a las unidades comando en sus bases contrainsurgentes en la frontera con Guatemala. Los «asesores» militares extranjeros (y le aclaro a usted que no son argentinos porque los animales no tienen patria) tienen ya preparados a sus pupilos. Ahora han terminado, supongo que ya están listos. Conocemos el número y ubicación de sus tropas, su estrategia general y algunos planes tácticos. Desgraciadamente nada podemos hacer en términos militares y políticos. El cerco nos impide cualquier acción de envergadura, y nuestras repetidas denuncias del aumento de los preparativos bélicos encontraron a la Nación sumida en el fastidio y la frustración.

Sepa usted que he girado órdenes para que la totalidad de los miembros del CCRI se pongan a resguardo con el fin de garantizar que la dirección política de nuestra justa causa no se pierda. Sepa también que, asimismo, he dado instrucciones a todos los jefes militares para que, como en enero, permanezcan al frente de las distintas unidades. Yo haré lo mismo. He tomado ya las providencias necesarias para que mis sucesores en el mando militar puedan asumirlo sin excesivos contratiempos en caso de que yo caiga.

Lo que es nuestra mayor fortaleza es también nuestra mayor debilidad. El apoyo de la población civil, eso que nos permitió crecer y hacernos fuertes, nos obliga ahora a abandonar todo intento de un repliegue que no los incluya. Por eso para nosotros ya no hay paso atrás posible. Deberemos combatir al lado de los pueblos, que antes nos protegieron, siendo escudo y guardián de su vida. Sabedor estoy de que eso nos quita toda posibilidad de sobrevivencia. Enfrentados como ejército regular a otro ejército regular que nos supera en hombres y armamento, aunque no en moral, nulas son las posibilidades de éxito. La rendición ha sido ya prohibida expresamente; los jefes zapatistas que llegaran a optar por ese recurso serán desconocidos inmediatamente. Sin embargo, cualquiera que sea el desenlace de esta guerra, tarde o temprano el sacrificio que ahora les parecerá inútil y estéril a muchos, se verá recompensado en los relámpagos que alumbren otras tierras. La luz llegará, es seguro, hasta el profundo sur y hará centellar el Mar del Plata, los Andes, la tierra de Artigas, Paraguay, y toda esta pirámide inversa y absurda que es América Latina. La fuerza no está de nuestro lado; la fuerza nunca ha estado del lado de los desposeídos. Pero la razón histórica, la vergüenza y ese ardor que sentimos en el pecho y que llaman dignidad, nos hacen a nosotros, los hoy innombrables, ser los hombres y mujeres verdaderos, los de siempre.

Con la torpe imagen de un intercambio de un reloj por una chamarra, nos llegó su ofrecimiento para incorporarnos a «ser parte de la solución» y a un diálogo directo y secreto. Referente a la de «ser parte activa en la ejecución de las acciones», debo aclararle que si usted se refiere al precio de la dignidad zapatista, sepa que no hay dinero en la Nación entera capaz de aproximarse siquiera. No se engañe usted pensando que nuestro grito de «Para todos todo, nada para nosotros» es moda pasajera o engaño que cubre nuestra ambición de poder. Los zapatistas no tienen precio simplemente porque la dignidad no tiene precio.

Por lo que se refiere al diálogo directo y secreto, en mi carácter de jefe supremo del EZLN rechazo solemnemente su invitación a una negociación secreta, a espaldas de la nación.

Dice usted que después de años de guerra, de miles de muertos y grandes destrucciones, terminaremos negociando. Que es mejor hacerlo ahora. Que hay que evitar la guerra. Pero ¿cuál guerra es la que quiere usted evitar? ¿La que nosotros iniciamos contra su sistema haciendo uso del legítimo derecho a la rebelión y a la defensa propia? ¿O la que ustedes nos hacen desde que son poder y gobierno en estas tierras mexicanas? La guerra que nosotros queremos evitar es la que libra en contra nuestra el sistema político que está detrás y encima de usted. La guerra en contra de todo intento democratizador, en contra de todo anhelo de justicia, en contra de toda aspiración de libertad. Esa es la guerra que padecemos los mexicanos y es la que debe terminar. Terminada ella, la otra guerra, la nuestra, la de todos, acabará por extinguirse. Inútil y estéril, terminará por irse como una pesadilla que se alivia con las primeras luces del día. Esa es la paz que queremos. Cualquier esfuerzo en otra dirección es un engaño.

Querer evitar la guerra de los desposeídos manteniendo o incrementando la guerra que camina el paso de los poderosos sólo será posponer la ejecución de una sentencia de la historia; el triunfo de la democracia, la libertad y la justicia en los suelos y cielos mexicanos.

Si es usted hombre de honor y dignidad, lo invito a renunciar a lo mal habido, es decir, a la titularidad del Poder Ejecutivo Federal. Debe renunciar a la vergüenza de encabezar esa gran mentira que traicionó la esperanza del pueblo mexicano de un cambio pacífico a la democracia. Pero antes, llame usted a juicio político a Carlos Salinas de Gortari y evite usted al mundo otro engaño, ahora a punto de perpetrar en la OMC, como ése del Tratado de Libre Comercio. Y antes, como jefe supremo del ejército federal, libere usted a oficiales, clases y tropas para que opten por el camino que su conciencia y su sentimiento patriótico les dicte. No los humille usted obligándose a aceptar injerencias extranjeras que les aconsejan cómo matar mexicanos.

En lo que a mí se refiere, he hecho lo mismo con mis tropas: los he liberado de todo compromiso de seguir adelante y se les ha permitido optar por la claudicación y el conformismo. Ninguno ha aceptado. Nada los ata a nuestras filas, ni un salario ni amenazas, pero la vergüenza y la dignidad crean cadenas que son difíciles de romper. Todos ellos eligen hoy el mismo camino que eligieron ayer: el del patriotismo y la justicia.

Por mi parte, reconozco que me he equivocado con ustedes. En febrero pensé que su interés patriótico sería mayor que su soberbia, que con inteligencia verían que ustedes mismos se habían constituido ya en el principal obstáculo para el desarrollo del país, que se harían a un lado y abrirían la puerta del tránsito pacífico a la democracia. Pero no fue así. Decidieron dar el portazo del 21 de agosto y repetir la soberbia del carro completo. Ocurre que, en la historia, las puertas del cambio pacífico y del cambio violento, de la paz y de la guerra, se encuentran ligadas inversamente: cerrando una se abre la otra. Cerrando la puerta del cambio pacífico a la democracia abrieron la pesada puerta de la guerra.

La torpeza con la que se han conducido en Chiapas me devolvió de golpe a la realidad: el sistema de partido de Estado no es inteligente. Más aún, veo ahora que la imbecilidad es inherente a su estado de descomposición. Teniendo la oportunidad de desactivar el entorno político del conflicto, no sólo lo mantuvieron, sino que lo agudizaron e incorporaron en los extremos de la polarización, de esta forma, a sectores que antes se mantenían al margen. La situación de deterioro es ya irreversible; los términos medios desaparecen y los extremos se enfrentan ya, exigiendo la desaparición del otro. Nosotros hemos crecido en decenas de miles. Como antes he señalado, el supremo gobierno siempre ha tomado la medida pertinente para sacarnos de un problema y hacernos crecer. Ante el riesgo de extinguirnos por aislamiento político, por vacío, el gobierno, con su torpe política local y regional, oxigena un fuego que habrá de consumirlo tarde o temprano.

Ustedes deben desaparecer, no sólo por representar una aberración histórica, una negación humana y una crueldad cínica; deben desaparecer también porque representan un insulto a la inteligencia. Ustedes nos hicieron posibles, nos hicieron crecer. Somos su otro, su contrario siamés. Para desaparecernos, deben desaparecer ustedes.

Es muy difícil intentar escucharlos a ustedes. Uno supone que habla con seres racionales y resulta que no, que acostumbrados a comprar, corromper, imponer, romper y asesinar todo lo que se les pone enfrente, asumen, frente a la dignidad, la pose del comerciante taimado que busca el mejor precio de lo que quiere obtener. Esta ha sido la actitud de su sistema en esta inestable tregua de 11 meses. La «inteligente» actitud de quien, frente a una slot machine y después de haber depositado una moneda, espera que salga el producto que ha seleccionado y comprado: la paz.

Sepa usted que hemos hecho todo lo posible por mantener el conflicto dentro de los cauces políticos, evitando a toda costa el reinicio de las hostilidades. Nos hemos dirigido a distintas personalidades políticas nacionales invitándolas a una iniciativa que encabece, por vías políticas y civiles, el descontento que ahora se desbordará hacia la vía violenta. Si estas personalidades se negaran a arriesgar su capital político en lo que es de justicia exigir: la anulación de las elecciones, un gobierno de transición y un nuevo proceso electoral, ya no habrá remedio y el horror será ya inevitable. México no tendría, hoy, políticos que estén dispuestos a pagar el precio de su imagen pública a cambio de ser consecuentes con la lucha por la democracia. Sin embargo, que hoy no existieran no significa que mañana no aparecerán hombres y mujeres para los que la política no sea sinónimo de cinismo y de claudicación disfrazada de «gradualismo».

Señor Ernesto Zedillo:

Hasta ahora usted no era más que un ciudadano más para nosotros. Ahora es usted el heredero oficial de un sistema que sacrifica sin miramiento alguno el futuro del país y la soberanía nacional. A partir de hoy, en el improbable caso de que intentara hacer contacto con nosotros, le aclaro que haremos pública toda comunicación que provenga de su gobierno, mientras éste dure.

Seguro estoy que en su ascenso al poder habrá encontrado usted hombres y mujeres dispuestos a venderse y a la claudicación «razonable», que no es sino una rendición argumentada. Los hombres y mujeres que desde el 1 de enero de 1994 enfrentan al sistema de partido de Estado son de una raza que tal vez usted no haya encontrado antes.

Somos hombres y mujeres para los que «patria», «democracia», «libertad» y «justicia» deben ser, además de grandes y nobles palabras, una realidad conjunta para la nación mexicana. Para nosotros, vivir sin haber alcanzado esta meta es una vergüenza, y morir en la lucha por conseguirla es un honor.

Quiero que sepa que, desde hoy, llevo conmigo, además de los siete elementos del Bastón de Mando zapatista, los dos volúmenes originales de una edición de 1917 del Diario de Debates del Congreso Constituyente, de noviembre de 1916 a febrero de 1917. Mientras no se cree una nueva Constitución, para nosotros la original del 17 es la valedera. Y con ella por norma nacional pelearemos.

En términos históricos usted y yo valemos bien poco; distintos azares nos han puesto frente a frente. En usted se personifican todos los intentos reaccionarios, antidemocráticos y contrarios al interés de los desposeídos. En nosotros se personifica sólo la esperanza. La esperanza de tener, al fin, la oportunidad de decidir por nosotros mismos nuestro destino. La esperanza en que la democracia, la libertad y la justicia dejen de ser sustantivos en discursos y libros de texto. La esperanza de que se hagan realidad para todos, pero sobre todo, para los que nada tienen. Usted tiene rostro, nombre, presente, pasado y futuro. Nosotros en el nombre llevamos la maldición de tener que llevar armas en nuestras manos y el honor de rescatar una historia de dignidad; en nuestro apellido va la vocación nacional y liberadora. Nosotros somos apenas candidatos a la fosa común y al olvido inmediato.

Pero en este «nosotros» hay ya miles de mexicanos en todo el territorio nacional, hombres y mujeres, niños y ancianos que han recuperado, junto a la palabra dignidad, la convicción de que el ser humano debe luchar por ser libre cuando es esclavo, y que, siendo libre, debe luchar por que los demás seres humanos lo sean también.

Sabemos que nuestra negativa a un diálogo en las condiciones que usted nos propone hará que la alternativa de una solución militar pase a un primer plano en sus posibles decisiones. No le tememos a la muerte ni al juicio de la historia.

Si en verdad la nación entera está dispuesta a claudicar en sus anhelos de libertad y democracia, entonces el clamor pidiendo nuestro aniquilamiento será gigantesco y no tendrá usted de qué preocuparse. Los altos mandos federales dicen que en horas, que en días si hay mal tiempo, acabarán con nosotros. Así que sólo por unos cuantos días sufrirán la Bolsa de Valores, el mercado cambiario y la balanza de pagos.

Si en cambio, como creemos nosotros, el pueblo mexicano anhela escuchar un grito digno y rebelde, entonces millones de voces se unirán a la nuestra demandando el cumplimiento de las tres condiciones de una paz digna: democracia, libertad y justicia.

Usted ya no es usted. Es ahora la personificación de un sistema injusto, antidemocrático y criminal. Nosotros, los «ilegales», los «transgresores de la ley», los «profesionales de la violencia», los «sin nombre», somos, ahora y desde siempre, la esperanza de todos.

No es nada personal, señor Zedillo. Simplemente ocurre que nosotros nos hemos propuesto cambiar el mundo, y el sistema político que usted representa es el principal estorbo para lograrlo.

Es todo, señor Zedillo. Le he hablado con sinceridad, como no creo, y tal vez me equivoque, que usted habló. Le reitero a usted nuestras demandas para hacer la paz: democracia, libertad y justicia para TODOS los mexicanos.

Mientras estas demandas no se cumplan, habrá guerra en las tierras mexicanas.

Vale. Salud y un paracaídas para ese barranco que hay en su mañana.

Desde las montañas del sureste mexicano

Subcomandante insurgente Marcos

 

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