A Proceso, La Jornada, El Financiero, Tiempo:
Señores:
Va comunicado para la CND y otro anunciando vacante de asesoría jurídica. Acá, como es ley, los muertos de ayer, hoy y siempre, bailaron y rieron, que es una forma muy noble de llorar.
Vale. Salud y que el baile con la muerte sea como debe ser: sonriendo.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos.
P.D. que cuenta un cuento en Noche de Muertos. «Ya no matamos la guajolota», me dice la Eva mientras reviso el video que estamos haciendo para celebrar el primer aniversario del Ezetaelene: «Los transgresores de la ley contra los dinosaurios de Atlacomulco». Tiene un gran reparto: en el papel del Heriberto, el propio Heriberto; en el papel de El Beto, el susodicho; en el papel estelar de «Toñita», la autodenominada. Hay además una cantidad discreta de transgresores (varios miles). La Eva pide que repita la parte de las piñatas cuando llega, chillando, el Heriberto. Entre pucheros y mocos alcanzo a interpretar que al Heriberto le decomisaron, en el retén, seis condones. Le digo al Moi que investigue antes de que la Ana María nos ponga una demanda en el Tribunal de La Haya. El Moi regresa cuando estamos viendo, por cuarentaicincoava vez, la escena de una piñata que se desgaja como árbol besado por un rayo. El resultado de la investigación es que al Heriberto lo habían engañado diciéndole que los preservativos eran vejigas; el oficial del retén tenía plan para esa noche pero no impermeables para la lluvia y el Heriberto se atravesó.
En fin, le dije al Moi que ya no continuara la investigación porque, seguro, nos iba a llevar hasta Tamaulipas y de ahí al gabinete.
Mientras tanto el Heriberto, que no tiene trazas de recordar el incidente, se dedica a «cariciar» hormigas arrieras con un envase de conocido refresco de cola. A mí me parece que las está apachurrando, pero qué le vamos a hacer. Uno aprende de errores anteriores y entonces lo llamo para distraerlo con un dibujo que hice de un poderoso portaviones con muchos cañones, rayos infrarrojos, smart bombs y todos los avances tecnológicos. El Heriberto dibuja un patito y declara, sin pena alguna, que su patito no necesita baterías y, es seguro, navegará sin problemas en los charcos de la Realidad. «En la Realidad su barcote de usté’ no va a servir», dice el Heriberto viendo una caja de chocolates que clarito dice «Colación de Navidad», y agrega «En la realidad no hay pilas». Yo miro desconsolado mi dibujo y trato de agregarle varias celdas solares de las que el gobierno proporciona a los habitantes de las tierras que dan el 55 por ciento de la energía hidroeléctrica del país. El Heriberto ha considerado que diciembre está muuuy lejos y que la Navidad nunca ha llegado a la realidad Chiapaneca, y ya está rompiendo el envoltorio y haciendo cómplice a la Eva. Cuando le enseño el portaviones solar, el Heriberto trae hasta el cabello embarrado de chocolate y dice, con desprecio, «Mi patito navega de noche y no necesita el sol» y me regresa el dibujo pegosteado por el chocolate. Yo empiezo a dibujarle al portaviones unos acumuladores grandes, grandes, cuando la Eva propone una tregua entre tanta guerra enchocolatada y pide un cuento. Yo trato de limpiarme el chocolate que tengo en las manos y lapicero, enciendo la pipa y el Heriberto y la Eva escuchan en cuclillas la historia que, por mi boca, cuenta el viejo Antonio y que por nombre lleva…
La historia de las nubes y la lluvia
Un aire caliente y repentino nos aventó al suelo. Un rayo cayó en un árbol cercano. El negro garabato empezó a arder y, con esa luz, empecé a buscar al viejo Antonio para ver si estaba bien. El viejo Antonio estaba, como yo, batido de lodo y se apresuraba a extender el nylon para intentar protegernos de una lluvia que, a mi entender de novato, no pararía nunca. Me acerqué a ayudarle y, después, nos sentamos a esperar a que dejara de llover. El viejo Antonio deja, por un momento, el techo de plástico y se pierde entre los árboles. Regresa luego con pedazos de rama del árbol desgajado por el rayo, algunos con fuego todavía. Rápidamente forma un hoguera y hace lo que, en la montaña, se hace en esos casos, cuando uno tiene mojado hasta el corazón, es decir, poner a secar lo más importante: el tabaco.
Yo he aprendido ya a llevar pipa y tabaco en una bolsita de plástico, pero espero a que el tabaco del viejo Antonio se seque, a que forje con doblador, a que encienda el ritual de la palabra, a que, en el calor que nos acaricia manos y mejillas, crezca, como el humo en los labios del viejo Antonio, una húmeda y conflictiva historia.
Los dioses primeros, los que nacieron el mundo, se dieron en morirse para que la tierra tuviera luz y caminaran la verdad y el amor en los pasos de los hombres y mujeres murciélago. Pero, antes de eso, los dioses primeros, que eran siete, se dieron en soñarse a sí mismos para no morirse cuando se murieran. Los sueños de los siete dioses primeros, los que nacieron el mundo, quedaron flotando como trapos rotos. Blancos flotaban ‘onde quiera estos sueños y se ensuciaron de tierra y grises y un poco cafés se pusieron esas «nubes», que así les pusieron los hombres y mujeres verdaderos al recuerdo que los dioses primeros, los que nacieron el mundo, dejaron para no morirse cuando se murieran.
Cuando los siete dioses primeros se murieron para vivir, vino un gran dolor a dolerse en los pasos del mundo todo. Doliendo dolía el dolor de no tener ya a los primeros padres, los dioses que nacieron el mundo.
Tanto se dolía el agua que a un lado se hacía y se dolía pa’ dentro y chiquita se hacía. De dolor la tierra se secaba y doliendo se secaba el vientre y las ganas de los hombres y mujeres verdaderos. Dolían las plantas de los pies en el paso, el día dolía, dolía la noche, gritaba el dolor en las noches de grillos y cocuyos, gritaba el dolor en las cigarras y en los escarabajos del día. Todo era dolor, las piedras eran dolor y dolía la esperanza. El dolor se llegó hasta las montañas, lugar donde se descansaban las nubes, los sueños de los dioses primeros, los que nacieron el mundo, los que tuvieron que morir para vivir. Despertó el dolor a las nubes. Despacio se despertó el dolor que dolía a las nubes, porque de tanta tierra y gris como cartón estaban y no rápido se movían. Despacio se despertaban, como cuando el amor o el dolor hacen doler los huesos después de mucho amor o dolor en las noches de las montañas. Hablaron entonces los sueños de los dioses primeros. Las nubes empezaron a ver el gran dolor que secaba el mundo y se dieron en hablar de cómo van a resolver la problema del dolido dolor que dolía a los hombres y mujeres verdaderos. Pero rápido llegó en su palabra de seis nubes el enojo y feo se hablaban y se criticaban y fuerte se hablaban y tronaba el cielo cuando se regañaban las nubes, los sueños de los dioses primeros.
Y ya luego no nomás se peleaban de palabra, a los golpes se dieron y duro se pegaban las nubes en su coraje de no ganar su pensamiento que peleaba de ser el más grande, y fuego sacaban los golpes y en lo más arriba de la montaña relámpagos se veían. Y los hombres y mujeres verdaderos con miedo miraban los relámpagos y escuchaban los truenos de la dura pelea que en la montaña había.
Mientras peleaban tres contra tres, una de las nubes, uno de los sueños de los dioses primeros, se recordó de dónde venían y cómo habían hecho los dioses que nacieron el mundo. El dolor se le hizo agua y una lágrima se lloró la nube séptima, porque siete fueron los dioses primeros y siete sus sueños. Y ese dolor que lágrima era habló fuerte entre la gran disputa de las nubes peleoneras y dijo «Mientras ustedes pelean yo me voy a aliviar con mi dolor el dolor de la tierra». «Sos muy pequeña», le dijeron las nubes otras, «no alcanza tan poco alivio para tanto dolor como duele en la tierra. Nada podrás tú sola». Pero la lágrima dolor que dolía en el sueño séptimo repitió «Me voy a aliviar con mi dolor el dolor de la tierra» y se aventó montaña abajo, para que su húmedo dolor besara con alivio el dolor de la tierra. Otro dolor lágrima se hizo en la nube séptima, y otro más, y muchos dolores muchas lágrimas se hicieron y se iban cayendo detrás de la primera lágrima, del dolor primero. «Voy también», decían las lágrimas dolores que se dejaban ir así nomás para besar y aliviar la tierra. Y viendo que la nube séptima flaca se ponía de tanto dolor que dolían las lágrimas que echaba, las otras seis dejaron pendiente su peleadero y se pusieron también a doler y a lloverse sobre el seco dolor de la tierra. Empezó así a llover y grande fue el dolor que, hecho lágrimas, alivió el dolor que doliendo se dolía en la tierra. Y alivio encontró la tierra en esa lluvia y se curó de tanto dolor, dicen, por la lágrima primera.
Los hombres y mujeres verdaderos vieron esto y tomaron cuenta en su corazón que las peleas que no duelen aliviando, no sirven entre hermanos y, desde entonces, tres veces es el dolor y tres veces tres el alivio. Tres meses el calor duele en las tierras de los hombres y mujeres verdaderos, y tres veces tres meses, nueve meses, llueve el alivio en las montañas, en la casa de siempre de los hombres y mujeres verdaderos… en el reposo de los sueños de los dioses primeros, los que nacieron el mundo.
Así enseñaron los dioses primeros, los que nacieron el mundo, los que ya muertos vivieron y en su dolor y en su sueño aliviaron el dolido dolor de la tierra. Así es de por sí. Para recordarles a los hombres y mujeres verdaderos que la pelea que no se llueve para aliviar la tierra es inútil, truena y relampaguea en lo más arriba de la montaña. Fuerte pelean las nubes y se cansan, pero no lloverá hasta que entiendan, como cuando se nació el mundo, que la pelea es por morirse aliviando, en un beso, la Tierra. Sin nombre, sin rostro, peleando el privilegio de ser alivio siempre del doliente y dolido dolor de la tierra.
Cuando acabo el cuento me percato de que mi dibujo ya no está. El Heriberto señala, riendo, la larga hilera de hormigas arrieras que, confundiendo el dibujo con envoltura de chocolate, lo llevan hacia no sé dónde pero, lo intuyo, no al mar. Yo me quedo muuuy triste al ver mi flamante portaviones hundirse en el hormiguero. El Heriberto se apiada de mí y me regala su dibujo del patito. «Tome usté’ un patito, pa’ cuando viva en la Realidad», me dice el Heriberto con la voz llena de chocolate.
P.D. suplicante: No hundan ese barco por favor.
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