Carta a Adolfo Gilly
Para: El Güilly
De: El SupMarcos
22 de octubre de 1994
Recibí las fotocopias del artículo de Carlo Ginzburg, «Señales. Raíces de un paradigma indiciario» (ojo: sin fecha, aunque se intuye que es alrededor de 1978), con una dedicatoria tuya, ilegible, de algo referente al pensamiento del viejo Antonio (y del Heriberto), sin fecha tampoco. Disculpa mi reiterada demanda de fechas (y hasta de horas, si es posible), resulta que, en saliendo de las montañas, me encontré con varias sorpresas: una de ellas el encontrar que «teóricos», revolucionarios de hace diez años, ahora son tristes apologistas del neoliberalismo. Bien, después de mi regaño (no te rías, sé bien que, como la espuma, crece mi fama de regañón y grosero), paso a lo que se me ocurre leyendo el mentado artículo del tal Ginzburg.
Recuerdo haber leído el libro de T. S. Kuhn la estructura de las revoluciones científicas, creo que en una edición del Fondo de Cultura Económica (¿Breviarios?). En ese entonces estaba la discusión esa de si diferencias o semejanzas entre las ciencias naturales o las sociales, lo del «corte» epistemológico, los «paradigmas» y su «ruptura», y los etcéteras que, como siempre, no tenían nada que ver con la realidad. Ahora leo que este tal Carlo Ginzburg rastrea, por síntomas, en el psicoanálisis, la literatura policiaca y la estética de finales del siglo XIX, las coincidencias de un nuevo paradigma: el indiciario. A mí todo eso me da sueño. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si las orejas, los dedos, o las uñas (que tanto aterraban a los teóricos de la estética de finales del XIX, Morelli dixit) no corresponden a nadie, es decir, pueden ser de cualquiera?
Quiero decir que este análisis o «rastreo» («huellar al animal» decía el viejo Antonio) requiere de un marco de referencia. Algo con que comparar o contrastar el indicio recabado. ¿Y si no hay nada en ese marco de referencia contra el cual contrastar el síntoma? Quiero decir, el viejo Antonio podía saber la hora y ruta del tepescuintle, del venado «cola blanca», incluso del puma, pero había un referente de tepescuintle, de venado, de león. ¿Y si no? ¿Qué hubiera deducido el viejo Antonio si hubiera encontrado la huella de un auto de esos que usan arzobispos y narcotraficantes?
En resumen, el tal paradigma es una tautología. Su supuesto es tomado como verdadero (el marco de referencia con el que se contrastan los «indicios») y, ergo, es verdadera la conclusión (el método de «recolección» de «indicios»).
El autor busca salir «del pantano de la contraposición entre racionalismo e irracionalismo». ¿Para que gane quién? Quiero decir, la supuesta pugna entre «racionalismo» e «irracionalismo» es sólo una variante de una posición idealista: el sujeto, el individuo como base del conocimiento. Esa disputa es sólo para resolver si el sujeto es racional o irracional en el conocimiento. En realidad, el problema en las ciencias se da en la lucha entre materialismo e idealismo (¡Ah el ahora vituperado Lenin! ¡Ah el olvidado Materialismo y empirocriticismo! ¡Ah Mach y Avenarius redivivos! ¡Ah el necio Vladimir Ilich!)
Mira nomás cómo el referente histórico de este «paradigma» científico se arrincona en la última parte del texto para «completar» el análisis del descubrimiento de las huellas digitales y su uso para el control policiaco. Si mal no recuerdo, a finales del siglo XIX, las ciencias sociales dominantes se encontraban bastante desconcertadas por esa nueva teoría que reclamaba su lugar científico: la ciencia de la historia. Había nacido sobre una crítica al idealismo (y una práctica política) y al sistema de dominación que sustentaban y daban «fundamento» a las ciencias burguesas. Era necesaria una contraofensiva. Despojar a las clases sociales del protagonismo que la irreverente teoría de ese, igualmente irreverente, judío alemán les otorgaba, y devolverlo al garante del sistema: el individuo y la idea que lo movía (racional o irracionalmente). ¿No es éste el objetivo de Morelli al buscar un método para poder adjudicar, al individuo creador, una obra de arte? La búsqueda de detalles tiene como fin el recomponer al individuo que los creó. Ciencia pura ¿no?
Las similitudes con los métodos delictivos (busquemos al criminal, individualicémoslo, saquémoslo del contexto social que lo hace posible, pero sobre todo ocultemos, en su brillante crimen, el «otro» crimen: el de la explotación) llevan al mismo resultado: la búsqueda, y el encuentro, del individuo «especial», el que hace una obra de arte o un acto criminal. (By the way, ¿por qué no aplican ustedes este método para descubrir al individuo «especial» que operó esa «obra de arte» criminal que fue el proceso electoral del 21 de agosto?)
Bien, el Ginzburg es difícil de seguir. Imagino que ahora la moda intelectual es esta todología, mezclar todo tipo de «ciencias» sociales para hacer que la realidad sea explicable en un marco teórico incompleto que, para completarse, recurre a otros marcos teóricos, incluso contradictorios. Ese continuo brinco de conocimientos de «sentido común» a conocimientos científicos a productos estéticos es una forma en que la ideología dominante domina en las ciencias. Puesto que el «sentido común» salta al conocimiento científico, cabe preguntarse: ¿cuál es el marco de referencia del «sentido común»? ¿No es el de la ideología dominante? El autor llega a ser sublime: se refiere al derecho y a la medicina como a dos «ciencias». Con tan contundentes argumentos «olvida» el problema central: ¿cómo se «leen» los indicios?, ¿desde qué posición de clase? Si se salta de las anécdotas de cazadores a la ciencia de la historia, ¿cuáles son las «lecturas históricas» de los indicios recabados? ¿No hay que cuestionar el método de recolección de indicios? ¿No hay una posición de clase al elegir unos indicios sí y otros no? ¿No hay relación con una posición política al «leer» esos indicios? ¿No es, finalmente, ese criterio de selección de indicios y de lectura de ellos, un criterio de clase?
Por ejemplo, el autor refiere que «las relaciones entre el médico y el paciente […] no han cambiado demasiado desde los tiempos de Hipócrates». ¿Relaciones entre médico y paciente? ¡No! Se trata de algo más complicado: las relaciones institución médica-cuerpo, y todos esos conceptos «científicos» como el de «normalidad». ¿Ejemplos? El SIDA, ¿no era una curiosidad mientras se limitaba a afectar a los homosexuales? ¿No inició la «verdadera» preocupación «científica» sobre el SIDA cuando empezó a afectar a los heterosexuales? ¿No aumentó el interés cuando empezó a «golpear» a ilustres personajes?
Pero no se puede uno sentar a discutir con el tal Ginzburg, sigue saltando de la ciencia a la estética, a la historia, a la medicina, a la literatura, al psicoanálisis. Es divertido, no te creas. En los primeros años de la guerrilla teníamos las tres leyes de la dialéctica: la primera es «todo tiene que ver con todo»; la segunda es «una cosa es una cosa y otra cosa es no me chingues»; la tercera es «no hay problema lo suficientemente grande como para no darle la vuelta»; y la cuarta (sí, ya sé que dije que eran tres, pero como son dialécticas no hay que pedirles mucha formalidad) es «chinguen su madre el mundo y la materia». (No sabes cómo me divierte lo «conflictuao» que te pondrá el decidir si publicas esta parte de la carta.) Total, el tal Ginzburg es perfectamente individualizable… por su oscurantismo.
Ya que estamos en paradigmas «científicos», mira el actual. ¿En qué paradigma se inscribe la teoría que sustenta y justifica (desde tiempo ha, el papel de las teorías sociales dominantes ha sido «justificar» [es decir, «hacer justo»] al sistema dominante) el brutal proceso de despojo de riqueza, conciencia e historia que se reinicia con el fin del siglo? Porque eso es el neoliberalismo, la «novissima» teoría del nuevo reparto del mundo… y de sus rincones. No te vayas hasta Italia y al neo-ascenso de la derecha. Mira aquí nomás. Toma las perlas que nos regalan, sin impuesto alguno, Salinas, Aspe o Serra Puche. Aquí el paradigma está en que, si la realidad no corresponde a lo que manda y ordena la teoría, entonces hay que inventar una nueva «realidad», la de los medios de comunicación (por ejemplo, el mito ese de la «industrialización» del país con el TLC y el real aumento de la microindustria, la correspondencia real con la división internacional del trabajo: países productores de materias primas (y de mano de obra barata) y países industrializados. ¿Siglo XIX? Nombre, ¡las vísperas del XXI!) Hay, por lo menos dos Méxicos (yo digo que son cuatro pero no vamos a pelear por dos más o menos, que sean tres, ni tú ni yo): el uno es el de los informes presidenciales, los discursos oficiales, los grandes noticieros, los anuncios comerciales y los promocionales turísticos; el otro es el que transcurre deveras, el que posibilita la lamentable «confusión» de vehículos en el mayo de Jalisco, el enero chiapaneco, el marzo de Colosio, el septiembre de Ruiz Massieu, el octubre de… ¿quién sigue?, el del 4 por ciento, el del 50-26-16 por ciento. ¿Ya lo sabías? ¿Sí? Bueno, pero ¿por qué cuando más festivo es el discurso oficial, más violenta es la realidad? No, no voy a responder. Ése es trabajo de los teóricos, no de los guerreros. ¿Falta el tercer México? Bueno, es el que lucha… creo.
Otra cosa. Aquí hay un grave problema para Morelli-Doyle-Freud-Ginzburg-Güilly: Tratemos de aplicar el paradigma «indiciario» al «neozapatismo». Siendo consecuente con tal «ciencia», debemos buscar al individuo «autor» de planes, dirección, concepción, etceteración. Supongamos el pasamontañas narizón («y bastante mamón», dicen los machitos) que se autodenomina «Marcos». Tomemos indicios de él: la obvia nariz, el discutible color de ojos, las patas de gallo, la torpe forma de caminar y de escribir (créeme que es la misma), las mentiras o verdades que dice o dicen de su pasado y, iof course!, sus uñas (de las orejas es más difícil sacar conclusiones).
P.D. fuera de lugar y que no va aquí, pero que viene al caso puesto que uñas y etcétera:
Instrucciones para seguir adelante
Frente a un espejo cualquiera, dése cuenta de que uno no es lo mejor de sí mismo. Pero siempre se puede salvar algo: una uña por ejemplo…
Supongamos que se llega a componer una imagen más o menos completa del hombre que está detrás del pasamontañas narizón («y mamón», reiteran los machitos). Llega el momento de compararlo con un marco de referencia. Déjame suponer, por indicios, lo que ocurre en cada caso: en Gobernación revisan expedientes de simpatizantes de la Teología de la Liberación, anuarios de la Ibero- Itam-Unam, y, es claro, de las reservas del equipo de fútbol «Monterrey»; en el PRI revisan agendas de priístas resentidos, relegados o resucitados; en la CIA-FBI las listas de cubanos-nicaragüenses-libios-fedayines-etarras-etcéteras; en la izquierda revisan sus recuerdos; en el medio intelectual sus rencores; en los hogares mexicanos revisan el espejo. ¿Resultado? «Marcos» puede ser cualquiera o no ser nadie, puede ser todos y ninguno, no existe, es un invento inacabado, un modelo para armar al gusto de cada quien. Un hombre sin rostro no es necesariamente un hombre con el rostro cubierto. Es, sobre todo, un hombre con un rostro cualquiera, que no dice nada, que no nos lleva a nada. Un rostro inútil, un mero esqueleto para darle forma al pasamontañas narizón («y mamón», ratifican los machitos).
Del pasamontañas. Igual. No sé cuántos argumentos diferentes y contradictorios he dado sobre el uso del pasamontañas. Ahora recuerdo: el frío, la seguridad, el anti-caudillismo (paradójicamente), el homenaje al dios negro del viejo Antonio, la diferencia estética, la fealdad vergonzante. Probablemente ninguno de esos argumentos sea verdad. El caso es que, ahora, el pasamontañas es un símbolo de rebeldía. Apenas ayer era un símbolo de criminalidad o terrorismo. ¿Por qué? Ciertamente no porque nosotros nos lo hayamos propuesto.
(Son las 14:00 horas [según su reloj de ustedes], me acaban de comunicar de una nueva incursión de una patrulla de federales, ahora por el lado de las ruinas de Toniná, en Ocosingo. Ya no haremos la denuncia. Ya nos cansamos y, además, vamos a terminar como el pastor gritando «¡el lobo! ¡el lobo!» y van a acabar por no creernos…)
Ahora vayamos a un paradigma en desuso. Será necesario ir al cesto de la basura, desarrugar ese papel viejo y ajado que se llamó «La Ciencia de la Historia», el materialismo histórico. ¿Por qué lo botaron? ¿Por la cruda moral después del derrumbe del campo socialista? ¿Un repliegue «táctico» ante el avasallador empuje de los «marine boys» y el neoliberalismo? ¿El «fin de la historia»? ¿Pasó de moda junto a las ganas de luchar? ¿Por qué una revolución, hoy, es arrinconada rápidamente al lugar de las utopías? ¿Qué les pasó Güilly? ¿Se cansaron? ¿Se aburrieron? ¿Se vendieron? ¿Se rindieron? ¿No valió la pena? ¿No vale la pena? ¿O es que esa teoría los llevaba al callejón sin salida (para los teóricos) de tener que ser consecuentes en la práctica? ¿Qué les pasó Güilly? Veo que ahora el cinismo es la bandera de la izquierda. «El realismo», me corregirá un columnista, «realpolitik», añadirá otro. Tal vez resulta que las teorías más elaboradas no pasaban de ser un rebuscamiento de los viejos manuales. Ultimadamente, yo por qué te digo todo esto. Yo nomás te iba a escribir el mentado artículo que en mala tarde te prometí para los irregulares Vientos del Sur y entonces tú te atraviesas con este artículo del tal Ginzburg (que en el apellido lleva la penitencia). A lo mejor tú no lo mandaste y es otro «Güilly» el que lo mandó. El caso es que el mentado artículo va a tardar, así que espéralo sentado. A cambio, y mientras tanto, te mando esta encantadora carta que puedes usar de relleno en la ausente sección «Los lectores eructan», lamentable carencia en los irreverentes Vientos del Sur.
Vale Güilly. Salud y búscate un nombre más fácil de escribir, porque en nuestros retenes he escuchado seis versiones diferentes de tal nombre.
Desde las montañas del Sureste mexicano
Subcomandante Insurgente Marcos
P.D. siempre sí. Bueno, empezaré a explicar. No nos lo propusimos. En realidad lo único que nos hemos propuesto es cambiar el mundo, lo demás lo hemos ido improvisando. Nuestra cuadrada concepción del mundo y de la revolución quedó bastante abollada en la confrontación con la realidad indígena chiapaneca. De los golpes salió algo nuevo (que no quiere decir «bueno»), lo que hoy se conoce como «el neozapatismo».
P.D. siempre no. Mejor espérate otro tanto. Ahí viene el avión de, nuevo. Sonríe. Son las 20:46, «hora suroriental» como dice Tacho.
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