A Proceso, La Jornada, El Financiero y Tiempo
Señores:
Va comunicado post-electoral. Ese cuento del 50% y el «carro completo» sólo se lo tragan los gringos (por eso les va como les va en política internacional). ¡Orale! ¡No se achicopalen! Su táctica de ellos es repetir una gran mentira hasta que se convierta en verdad. Se van a equivocar otra vez, se les va derrumbar todo como en enero. Sólo se necesita una sopladita…
Vale. Salud y un buen par de pulmones.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos
P.D. que dice «No». No le hagan caso a los editorialistas. No le hagan caso a los moneros. No le hagan caso a la televisión. No le hagan caso a la radio. No se pasmen. No se vendan. No se rindan. No se dejen. No tengan miedo. No se callen. No se sienten a descansar.
P.D. para candidatos con cerca del 50% de los votos. En la grabadorita se escucha aquello de: «Qué cosas tiene la vida, Mariana. Qué cosas tiene la vida. Mientras más alto volamos, Mariana, nos duele más la caída».
P.D. insurgente para Caza-Mapaches. Lo del virus de Carpizo es para distraer la atención y «re-ajustar» las computadoras, así no habrá nada anormal después del cómputo.
P.D. que responde a la pregunta ¿Y ahora?». Leed el capítulo XIV (¿o es el XXIV?) de la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sí, ése de la aventura con el caballero de los espejos. De nada.
P.D. que le cuenta un cuento a una Toñita que se presume de un conejito de peluche que le mandaron los convencionistas y «este no pica», me dice…
Y entonces yo me hago el desentendido y empiezo a contar, así nomás, una historia de 1985, año de temblores y emergencias civiles (de las que emergen y de las otras):
«El viejo Antonio cazó un león de montaña (que viene siendo muy parecido al puma americano) con su vieja chimba (escopeta de chispa). Yo me había burlado de su arma días antes: «De estas armas usaban cuando Hernán Cortés conquistó México», le dije. Él se defendió: «Sí, pero mira ahora en manos de quien está» . Ahora estaba sacando los últimos tirones de carne de la piel, para curtirla. Me muestra orgulloso la piel. No tiene ningún agujero. «En el mero ojo», me presume. «Es la única forma de que la piel no tenga señales de maltrato», agrega. «¿Y qué va a hacer con la piel?», pregunto. El viejo Antonio no me contesta, sigue raspando la piel del león con su machete, en silencio. Me siento a su lado y, después de llenar la pipa, trato de prepararle un cigarrillo con «doblador» . Se lo tiendo sin palabras, él lo examina y lo deshace. «Te falta», me dice mientras lo vuelve a forjar. Nos sentamos a participar juntos en esa ceremonia del fumar.
Entre chupada y chupada, el viejo Antonio va hilando la historia:
«El león es fuerte porque los otros animales son débiles. El león come la carne de otros porque los otros se dejan comer. El león no mata con las garras o con los colmillos. El león mata mirando. Primero se acerca despacio… en silencio, porque tiene nubes en las patas y le matan el ruido. Después salta y le da un revolcón a su víctima, un manotazo que tira, más que por la fuerza, por la sorpresa.
Después la queda viendo. La mira a su presa. Así… (y el viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava los ojos negros). El pobre animalito que va a morir se queda viendo nomás, mira al león que lo mira. El animalito ya no se ve el mismo, mira lo que el león mira, mira la imagen del animalito en la mirada del león, mira que, en su mirarlo del león, es pequeño y débil. El animalito ni se pensaba si es pequeño y débil, era pues un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil. Pero ahora mira en el mirarlo del león, mira el miedo. Y, mirando que lo miran, el animalito se convence, él solo, de que es pequeño y débil. Y, en el miedo que mira que lo mira el león, tiene miedo. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumen los huesos así como cuando nos agarra el agua en la montaña, en la noche, en el frío. Y entonces el animalito se rinde así nomás, se deja, y el león se lo zampa sin pena. Así mata el león. Mata mirando. Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo tapa al león no le hace caso y se sigue como si nada, y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y este animalito no se deja del león porque no mira que lo miran… es ciego. «Topos», les dicen a esos animalitos».
Parece que el viejo Antonio acabó de hablar. Yo aventuro un «sí, pero…». El viejo Antonio no me deja continuar, sigue contando la historia mientras se forja otro cigarrillo. Lo hace lentamente, volteando a verme cada tanto para ver si estoy poniendo atención.
«El topo se quedó ciego porque, en lugar de ver hacia fuera, se puso a mirarse el corazón, se trincó en mirar para dentro. Y nadie sabe por qué llegó en su cabeza del topo eso de mirarse para dentro. Y ahí está de necio el topo en mirarse el corazón y entonces no se preocupa de fuertes o débiles, de grandes o pequeños, porque el corazón es el corazón y no se mide como se miden las cosas y los animales. Y eso de mirarse para dentro sólo lo podían hacer los dioses y entonces los dioses lo castigaron al topo y ya no lo dejaron mirar pa’fuera y además lo condenaron a vivir y caminar bajo tierra. Y por eso el topo vive abajo de la tierra, porque lo castigaron los dioses. Y el topo ni pena tuvo porque siguió mirándose por dentro. Y por eso el topo no le tiene miedo al león. Y tampoco lo tiene miedo al león el hombre que sabe mirarse el corazón.
Porque el hombre que sabe mirarse el corazón no ve la fuerza del león, ve la fuerza de su corazón y entonces lo mira al león y el león lo mira que lo mira el hombre y el león mira, en el mirarlo del hombre que es sólo un león y el león se mira que lo miran y tiene miedo y se corre» .
«¿Y usted se miró el corazón para matar a este león?», interrumpo. Él contesta. «¿Yo? N’ombre, yo miré la puntería de la chimba y el ojo del león y ahí nomás disparé… del corazón ni me acordé…» Yo me rasco la cabeza como, según aprendí, hacen aquí cada que no entienden algo.
El viejo Antonio se incorpora lentamente, toma la piel y la examina con detenimiento. Después la enrolla y me la entrega. «Toma», me dice. «Te la regalo para que nunca olvides que al león y al miedo se les mata sabiendo a dónde mirar…» El viejo Antonioda media vuelta y se mete a su champa. En el lenguaje del viejo Antonio eso quiere decir. «Ya acabé. Adiós» . Yo metí en una bolsa de nylon la piel del león y me fui…
Toñita hace lo mismo y se va con el mentado conejito de peluche «que no pica». El Beto me dice, para consolarme, que él tiene un tlacuache muerto, que de por sí su mamá ya le dijo que lo saque y que él, el Beto, me lo cambia por 5 vejigas. Yo rechazo amablemente, pero uno de los cocineros escucha la oferta y le ofrece al Beto 3 vejigas. El Beto duda. El cocinero argumenta que una de las vejigas es verde y la otra blanca y la otra roja. El Beto insiste en su oferta inicial de 5 vejigas. El cocinero ofrece las 2 vejigas y dos condones. El Beto duda. Yo me fui cuando el regateo no llegaba a nada todavía.
Esa fue la historia del viejo Antonio y el león. Yo cargué la piel de león desde entonces, en ella teníamos envuelta la bandera que entregamos a la Convención Nacional Democrática. ¿Quieren también la piel?
Vale de nuevo, Salud y un cristal de esos que sirven para asomarse hacia adentro…
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos.
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