A empresarios mexicanos honestos,
Señoras y señores:
Nos quieren volver a vender, a todos los mexicanos, una mentira. Con el respaldo de una gigantesca campaña publicitaria, esta mentira empieza a vestirse con ropajes de verdad ante los ojos de importantes mexicanos. La mentira de que la permanencia del sistema de partido de Estado y el presidencialismo significan estabilidad y progreso, la mentira de que el cambio democrático en nuestro país traerá inestabilidad económica, desconfianza en los inversionistas, cierre de fuentes de empleo, encarecimiento y mayor pobreza social. Tal vez estos «empresarios» de la mentira piensan que somos estúpidos y ciegos, que no vemos que, como símbolo de la estabilidad económica que pregonan, hay una bolsa de valores que sube y baja al ritmo caprichoso de las declaraciones y «renuncias» de los miembros del grupo en el poder, que el neoliberalismo no sólo ha afectado a los más desposeídos, sino que ha hecho a un lado a sectores importantes de los empresarios mexicanos; que, concibiendo este país como una gigantesca caja registradora, se abalanzan a tomar lo más a costa de lo que sea; que aquellos que menos han favorecido la inversión productiva y la creación de empleos son los únicos beneficiados por esa avaricia asesina que, en términos de teoría económica, se nombra como «neoliberalismo». No, se equivocan, resulta que es la continuidad y no el cambio la que garantiza inestabilidad, injusticia y miseria.
La mentira pretende ahora «radicalizarse» y habla de «alternancia del poder»; es decir: «estamos dispuestos a cambiar de nombre pero no de política». Las mentiras, es sabido, se pagan tarde o temprano, y mientras más tarda su cobro, mayor es el monto a pagar. Pero el problema es que la deuda que hereda esta mentira a la nación la tendrán que pagar los mexicanos todos y no el puñado de poderosos que, sobre el engaño, construyen su bonanza y con la cual preparan sus maletas para emigrar a su país de siempre: el país del dinero a costa de quien sea y de lo que sea.
Esta mentira oculta algo, oculta una verdad, la verdad de que la continuidad del sistema de partido de Estado y del presidencialismo sumirán a este país, el único que tenemos, en una guerra civil, una guerra no sólo militar, una guerra sin frentes definidos, sin ejércitos, una guerra sin fin.
Por razones que no viene al caso señalar ahora, conozco los mecanismos para «elegir» a los «voceros» y «representantes» del sector empresarial mexicano. Sé bien que, cuando hablan los jefes de las cámaras empresariales no hablan todos los empresarios; sé que habla un pensamiento que ni siquiera es el homogéneo dentro del sector; sé que las disidencias o desacuerdos se ocultan por el manto de la supuesta unidad del sector empresarial; sé también de los «castigos» de aislamiento, descrédito, insidia y burla, con los que la cúpula empresarial ajusta cuentas a los que no se alinean con las palabras y las obras de los que «dirigen».
Había antes, no sé ahora, una especie de «ética del empresario», una especie de código moral que impedía poner, por encima de la patria histórica, la patria del dinero. Ignoro si esa ética haya sido olvidada o se encuentra en un rincón de las bibliotecas de los empresarios inconformes con esta inexorable mentira que nos quieren vender como verdad absoluta. Tal vez convenga buscarla; tal vez sirva todavía; tal vez ayude a descubrir que no, que el cinismo no es sinónimo de empresario, que la patria no se mide en dólares, que se puede ser justo con los demás y con uno mismo, que se puede ser honesto, que se puede ser político sin que esto sea una mancha, que se puede ser patriota sin que el espejo nos devuelva una imagen grotesca.
Bueno, señores y señoras empresarios honestos (porque los hay todavía), yo quería invitarlos a que, si están de acuerdo con que México, mi país y su país, nuestro país, necesita un cambio profundo, asistan a la Convención Nacional Democrática. Si ustedes rechazan esta invitación, lo entenderemos. Si ustedes aceptan pero sus compromisos no les permiten asistir personalmente, pues también lo entenderemos. Pero si ustedes asisten encontrarán que sólo hay cuatro palabras que unen a gente de tan diferente procedencia e intereses: democracia, libertad, justicia. México.
Vale.
Salud y dignidad, que es la única ganancia que, créanmelo, vale la pena.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos
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