A:Diálogos «El México que queremos».
Atención: Primitivo Rodríguez Oseguera.
Academia Mexicana de Derechos Humanos.
Centro de Estudios Educativos.
Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista.
CIVICUS, Alianza Mundial para la Participación Ciudadana.
Fundación para la Promoción y Defensa de la Legalidad.
Instituto Mexicano de Estudios Políticos.
Señor Primitivo Rodríguez Oseguera.
Leí, apenas hoy, su atenta invitación, aparecida en El Correo Ilustrado de La Jornada, para participar en los diálogos «El México que queremos». Agradecemos la oportunidad que nos dan, en ese espacio plural, de presentar un dibujo, a grandes rasgos, del México que queremos los zapatistas.
Heriberto (3 años, tojolabal hijo de tojolabales) sonríe sin dientes cuando consuela a su hermana Eva (5 años, tojolabal hija de tojolabales) que se despertó llorando porque soñó que el gato hacía «mau» y no «miau». Heriberto le explica a Eva que fue el chuchito («perrito» para los chiapanecos) el que lo corrió al gato y por eso dijo «mau».
Su hermana duda, pero la sonrisa sin dientes de Heriberto le empieza a contar una historia bastante complicada sobre el chuchito que vino el otro día y traía, el chuchito, un dulce en la bolsa y Heriberto, para que no haya duda, saca un dulce de la bolsa del pantalón y se lo ofrece a Eva que, ante prueba tan racional, se sorbe las lágrima, se deja convencer y prueba el dulce. Heriberto sigue hablando y la historia del chuchito ya va detrás de una hormiga que, dice, quiere llevarse el envoltorio del dulce y Heriberto y su hermana ya se olvidaron del chuchito y del gato que hace «mau» y no «miau» y, alternándose el dulce, observan a la hormiga que ya escogió una esquina de celofán. El gato del cuento de Heriberto es un gato pequeño, por decir «gatito» Heriberto dice «gatillo». Un país donde «gatillo» quiera decir «gatito», ése es EL MÉXICO QUE QUEREMOS.
Un ganadero declara que no puede haber igualdad, que siempre habrá ricos y pobres, sus congéneres aplauden a rabiar. «Esta tierra va muriendo», dice Fidel, el zapatista, mientras desmenuza entre las manos un terrón de una milpa maltrecha. En un restaurante de lujo, políticos de alto vuelo descubren que coinciden en que lo que se necesita en este país es mano dura y un buen golpe para aplacar a tanto revoltoso, sonríen satisfechos mientras ordenan que el costo de la comida lo carguen a la cuenta de una secretaría de Estado. Una patrulla policíaca secuestra a una mujer que regresa, sola y de noche, a su casa. «La modernidad debe llegar a todas partes», sonríe con cara de entendido el funcionario, «el acarreo y el robo de urnas son la prehistoria», se arregla la corbata, «es más moderno usar el padrón electoral, así el «trabajo sucio» sigue siéndolo, pero mucho más «higiénico». Pronasol es un programa gubernamental moderno, no se trata de remediar la pobreza, sino de optimizarla, de maquillarla para que sea aceptable a los ojos de un mercado que, con el nombre mexicanísimo de NAFTA, amenaza los cielos entre el Bravo y el Suchiate. La optimización de la pobreza muestra su efectividad en el campo mexicano: los indígenas mueren, como hace siglos, de enfermedades curables que el blanco trajo, junto a cruces y espadas, para «civilizar» a estos salvajes que piensan, ingenuamente, que es razón y derecho de las gentes gobernar y gobernarse. En las montañas del sureste mexicano es más barato morirse que curarse, una a una se van cerrando todas las puertas.
Oyendo el llanto de los suyos, los muertos de siempre regresan para hablar palabras de guerra, escuchan los ancianos y van traduciendo a los jóvenes la misión que trae el viento de abajo. Un país donde todo esto sea sólo una pesadilla y no una realidad, ése es EL MÉXICO QUE QUEREMOS.
Al amanecer de un año, un ejército formado por indígenas declara la guerra al gobierno, luchan por «utopías», es decir, por democracia, libertad y justicia en EL MÉXICO QUE QUEREMOS. En un muro de una presidencia municipal chiapaneca, palacio de caciques, queda pintado un «¡YA BASTA!» de rojo apagado, de sangre seca. Los empleados tratarán inútilmente de borrarlo. «Sólo tirando el muro», dicen y se dicen los empleados. Alguien, en cualquier lugar del país, empieza a entender… EL MÉXICO QUE QUEREMOS.
Heriberto sólo lleva, por ropa, un paliacate rojo. A los tres años el paliacate tapa el ombligo y el dedito del sexo. Cuando Heriberto se cae en el lodo, rápidamente voltea a ver si alguien lo observa o se ríe, si no hay nadie a su vista, se incorpora de nuevo y va al arrollo a bañarse, a su mamá le dirá que se bañó porque fue a pescar. Si alguien lo burla cuando se tropieza, Heriberto va por un machete de su tamaño y, empuñándolo, arremete contra todo lo que esté a su alrededor. Llora Heriberto no porque le duela la caída. Porque duele más la burla, por eso llora Heriberto.
En EL MÉXICO QUE QUEREMOS, Heriberto tendrá zapatos buenos para el lodo, un pantalón para los raspones, una camisa para que no se escapen las esperanzas que suelen anidar en el pecho, un paliacate rojo será sólo un paliacate rojo, y no un símbolo de rebeldía. Tendrá el estómago satisfecho y limpio y habrá en su pensamiento mucha hambre de aprender. Llorar y reír serán sólo eso, y Heriberto no tendrá que hacerse adulto tan de temprano.
Una mañana, después de una noche larga, llena de pesadillas y tierno dolor, amanecerá EL MÉXICO QUE QUEREMOS. Habrán de despertar los mexicanos sin palabras qué callar, sin máscaras para vestir sus penas. Habrá en los pies esa inquieta urgencia de bailar y en las manos la comezón de estrechar, amigas, otras manos. Ese día, ser mexicanos dejará de ser una vergüenza. Ese día EL MÉXICO QUE QUEREMOS será una realidad y no apenas un tema para coloquios de sueños y utopías.
Vale, señores, aprovecho para hacerles una invitación a que asistan a la Convención Nacional Democrática.
Salud y más sueños de esos que pueden parir realidades.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos.
c.c.p. La Jornada, Tiempo, Proceso, El Financiero.
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