A Proceso, La Jornada, El Financiero, Tiempo:
Señores:
Van comunicados sobre «financiamientos extranjeros» y nuevo comisionado para la paz. Además, completamente gratis, un prólogo coleccionable para ediciones marginales y piratas de los comunicados. De nada, no hay por qué darlas… todavía.
Me enternecen hasta las lágrimas las denuncias de los autodenominados diputados del (¿alguien lo duda?) PRI, Ramón Mota y Cuauhtémoc Sánchez. Que alguien me haga el favor de informarle a esos señores que si hubiéramos tenido financiamiento extranjero nosotros estaríamos designando al comisionado de paz; los señores Ramón Mota y Cuauhtémoc Sánchez estarían presos y siendo juzgados por ilegítimos y por fraude y malversación de fondos; el diálogo de San Cristóbal se hubiera dado en el Ajusco y estaríamos discutiendo, ahora, la posibilidad de darle al «Revolucionario Institucional» el reconocimiento de «fuerza política en formación». Finalmente, hubiera sido más original culparnos por «crear el clima propicio» para la «Batalla del Angel» y para facilitar los penaltis (¿así se escribe?).
Vale, salud y un antiácido para la cruda por el exceso de búlgaros.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos
P.D. que guarda los banderines hasta dentro de cuatro años. Yo hubiera metido a Hugo. La culpa no la tiene Miguel, al que hay que reclamarle es a Emilio («el que paga manda»). Lo de Maradona fue un crimen. A ver cuándo le toca su primero de enero a la FIFA.
P.D. que hace una moción a la mesa; la mesa pregunta si es moción de orden o de procedimiento. La P.D. aclara que en realidad es una moción a la moción; la mesa abre un debate para ver si procede. 17 horas después la P.D. toma por asalto el micrófono, sacude su melena alborotada, envuelve a la asamblea con la luz de su mirada y dice así, con entonado acento: «el consenso es la garantía que tiene la minoría de poder imponer su voluntad a la mayoría».
P.D. que, iluminada por la luz de la hoguera, explica que hay que hacer una revolución y cuenta un cuento para niños disfrazados de adultos y para adultos disfrazados de niños. El cuento se llama:
De elefantes, hormigas y revoluciones.
Decía Julio Cortázar que decía Marcel Duchamp que los elefantes son contagiosos, y decía Julio que él agregaría que las revoluciones también son contagiosas.
Y las hormigas, Julio. Basta ir a mi cuartel donde, con paciencia y dedicación, se han instalado en las paredes, el suelo y hasta en el techo. Eso sí, faltará el alimento, pero hormigas tenemos para rato o, más bien, ellas nos tienen a nosotros, y la convivencia pacífica es nuestra garantía de supervivencia. Los elefantes, está claro, confirman una vez más que la naturaleza imita al arte y esa pesada asimetría lo reconcilia a uno consigo mismo.
Pienso que la historia habrá de hacerles justicia algún día a los elefantes, sobre todo si son de color violeta y la trompa verde. Este ser noble y modesto mucho tiene de símil con la hormiga, por más que sus relaciones sean, como las llamarían los «brillantes» politicólogos, de guerra fría (que en nuestra América está ya en punto de ebullición). ¿Ves cómo tengo razón? Apenas está uno hablando de elefantes y hormigas y ya tocan a la puerta los servicios de inteligencia made in Fort Gullick, cosa que al elefante lo deja imperturbable y de la hormiga ni hablamos, bastante trabajo tiene con el azúcar que derramé al servirme el café.
Bueno, pero trataba de decir que las hormigas y los elefantes tienen sospechosas similitudes. Por ejemplo, los elefantes les gustan a los niños, pero es de notar que los dueños de circos y zoológicos no comparten ese entusiasmo cada vez más acallado por grupos «musicales» y etcéteras vestidos con modas galácticas (o eso creen), porque si no, no me puedo explicar cómo obligan a los paquidermos a viajar en esos camiones tan incómodos y oscuros. En fin, los elefantes son seres incomprendidos y también las hormigas. Por ejemplo, el otro día un sanitario me ha soltado un largo discurso sobre lo antihigiénicas que son las hormigas y las bondades que nos traería acabar con ellas.
No lo creo. Además de la simpatía que me provocan, acabarían venciendo en esa pequeña guerra que nos iría agotando mientras ellas crecen. Todos los cursos de contrainsurgencia y todas las maniobras militares no bastarían para siquiera intimidarlas. Son más y conocen mejor el terreno. Yo estoy por una alianza o, por lo menos, un pacto de no agresión, de convivencia pacífica. Esto último creo que ha dado resultado. El cuartel tiene sus horarios. En la intendencia, por ejemplo, hay horas para que hombres y mujeres deambulen neciamente en ese lugar y horas para que las hormigas busquen alimento o se paseen en las piedras porque afuera está el calor o la lluvia. En fin, en estos pocos días hemos sido felices. Admito que tratándose de elefantes el problema crecería desmesuradamente, pero creo que terminaremos arreglándonos. Sí, sí, ya sé que los sanitarios, iracundos, se disponen a escribir sendas cartas hablando de la cantidad de microbios que las hormigas acarrean, y ni hablar de los elefantes, pero creo que me doy a entender. Las revoluciones también son antihigiénicas… para el neoliberalismo. Sobre todo porque son contagiosas (como los elefantes y las hormigas). Y así como hay que aprender a amar a las hormigas y los elefantes, hay que aprender a amar y hacer las revoluciones.
Volviendo a la relación entre las hormigas y los elefantes, a mí no me convence esa aparente indiferencia que asumen una al paso del otro. Sospecho una secreta alianza en ese ignorarse mutuamente. Tal vez se ayudan sin saberlo nosotros; tal vez tras las grandes orejas se esconden las hormigas por millones, recuperan fuerzas, conspiran y preparan el contraataque cuando alguna campaña higiénica las ha obligado a un repliegue táctico; tal vez las hormigas construyen bajo tierra inmensas galerías para resguardar a los elefantes cuando los niños terminen por olvidarlos y queden en las perversas manos de los dueños de los circos. ¿A dónde irían si no bajo tierra a esconderse? ¿Dónde podrían rehacer sus fuerzas sin que fuertes cazadores armados con napalm los encontraran? Quién dice que no, a lo mejor…
Por ejemplo, cuando veo un elefante, en las afueras de un circo o en un zoológico, se me contagia casi inmediatamente y sé que me miran con secreta complicidad, dándome a entender que se preparan para rebelarse. Seguro es que las jaulas no ni tampoco las cadenas que los atan. Las romperán un día e irán felices a retozar, por fin, en los jardines y a comer todo el algodón de azúcar que quieran (todo elefante que se respete enloquece de gusto con el algodón de azúcar y con retozar en los jardines y mejor si tienen una fuente).
Por esto, y por otras cosas, hay que hacer una revolución…
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