A: Enrique Krauze.
… á fuerza de escribir la historia románticamente, no tendremos nada seguro, ni se podrá distinguir lo que es cierto de lo fingido, sino ocurriendo á los libros en que sólo la verdad ha dirigido la pluma del escritor.
Lucas Alamán, Prólogo a Disertaciones sobre la historia de la República Megicana, 1844 («megicana» dice el original y el «á» de «á fuerza» y «á los libros» lleva acento).
La Sagrada Escritura de la historia mexicana sigue abierta: ¿la escribimos o nos escribe?
Enrique Krauze, Post scriptum del 10 de enero de 1994 a Siglo de Caudillos, Tusquets Editores, México, febrero de 1993.
Las dos cosas, digo yo. La escribimos y nos escribe. Si sólo nos escribe se condena y nos condena a repetir la historia, tal vez más grotescamente pero a repetirla. Si sólo la escribimos no podremos distinguir «lo que es cierto de lo fingido» y nos otorgaremos, por decreto, lo que la realidad nos negará con esa terquedad que suele tener la realidad: el poder de pintar una historia sólo del falso color de la bondad y el heroísmo. Nunca nos encontraremos con lo otro, a no ser como ayer, en el campo de batalla, como hoy, en el campo de los medios, o como mañana en el campo de una historiografía que divide entre buenos (los del bando que la escribe) y malos (los otros que no son del bando que la escribe).
Y hoy la historia y la historiografía, su versión, lo que afirma y lo que niega, pertenecen a ese ser omnipotente y omnipresente: el Estado mexicano. «En México no hay opinión independiente porque el Estado ha integrado todos los disentimientos. Si hay un dogma común al intelectual, al diputado, al jurista ideológico en este país, es el dogma de la preeminencia ontológica del Estado sobre la sociedad civil: la estatolatría.» (El timón y la tormenta. Enrique Krauze.), pero los dogmas no son sólo religiosos, también políticos. Y no sólo no son perennes, sino que su derrumbarse dista mucho de ser discreto. Su desplomarse y el intento de evitar su desplomarse hace que haya bastante ruido y sí, pueden ser pocas las nueces.
Recibí el libro desde marzo. Me he quedado dudando si el agradecimiento que le mandé, bajo el discreto disfraz de una carta de presentación de comunicados, lo había entendido usted como lo que era: no un simple acuse de recibo, sino un agradecimiento no sólo por el libro sino, sobre todo, por lo que dicen las líneas manuscritas de fecha 23 de febrero de 1994. En fin, frente a la duda lo mejor es ratificar: agradezco el libro y, sobre todo, las líneas manuscritas de fecha 23 de febrero de 1994.
Pero la presente no era para agradecer el Siglo de Caudillos, quiero decir, no sólo para eso. Es para tratar de resolver en letras una invitación, para usted, para que nos acompañe en la Convención Nacional Democrática. Yo le he dado vueltas y vueltas, desde que salió la Segunda Declaración de la Selva Lacandona, a la forma en que debo invitarlo, no para cumplir el trámite de «lo invitamos», sino para invitarlo de tal manera que no tenga usted más remedio que asistir. Se me han ocurrido argumentos grandiosos e irrebatibles, digo yo, que termino desechando o por evidentes o por pueriles o por no tener respaldo científico, es decir histórico. He escrito y re-escrito esta carta no 100 pero sí unas 5 veces y ahora un calendario implacable me ordena que ya la termine, que si sigo así voy a acabar la carta para cuando la Convención se haya terminado. No sé cómo dar argumentos irrebatibles, sólo puedo decirle que siento al nivel del pecho (con toda la cientificidad que conlleva el sentimiento al nivel del pecho), que hay un buen número de personas que sabemos lo que no queremos y, aunque tal vez sea más unánime el sentimiento de no tener una maldita idea de lo que sí queremos, nos vamos a sentar y vamos a hablar. Es posible que en ese caos que suele suceder cuando varios sentimientos pectorales se encuentran, algo coherente salga y podamos, siquiera, coordinar esos sentimientos. Algo está por acabarse, usted ha dicho que «… el México moderno ha descansado sólo formalmente en la legitimidad democrática, ha pospuesto una y otra vez el paso hacia una vida pública realmente abierta, plural y crítica. No podrá seguir haciéndolo por mucho tiempo más» (Ecos porfirianos, núm. 103, p. 160). Nosotros queremos acotar el «mucho tiempo más» en una transición democrática pacífica, de tal forma que la radicalidad pacífica no deje espacio a la radicalidad violenta. Un suicidio, pues.
Esta carta debe tener fin, no puede seguir más tiempo atrapada en esta máquina. Espero que la falta de rigor científico y el caos que pintan estas letras no sean el equivalente a una invitación para que no venga.
Vale. Salud y varios tomos más para escribir esta historia que sí, escribimos y nos escribe.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos
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