A: Carlos Monsiváis.
Le he dado muchas vueltas a la forma en que debo escribir esta carta. Por un lado pienso que debo hacerlo de «tú» y escribirte como se le escribe a un viejo conocido, escribirte como a un cómplice de antaño, cuando, por las letras, iba yo tropezando y desmenuzando un mundo que en provincia se parecía tan horriblemente a las ¿crónicas? del Monsiváis de La Cultura en México (del Siempre! de José Pagés Llergo), de la sonrisa que acompañaba la lectura y brinco de Por mi madre bohemios a Días de guardar.Pero, por otro lado, pienso que debo hacerlo de «usted» y escribirle como se le escribe a un maestro de mucho tiempo, escribirle con el temor y la distancia (que se disfrazan de respeto) que median entre un tímido y anónimo alumno y un maestro conocido y elocuente, escribirle con la pesadilla, siempre presente, de alguna vez verme perecer en las garras de esa ironía que era, es, amarga reflexión sobre las evidencias que padecemos y que son eso, evidencias, incuestionables, tautológicas, omnipotentes… hasta que el delgado filo de la navaja de la R empezaba a pinchar, a desgarrar, no mucho, no poco, sólo lo necesario para que la R se despidiera con una graciosa caravana y uno dándose cuenta de que todo no era lo evidente que se pretendía, pero ya sin el enfadoso cuestionamiento de una R empecinada en pinchar y desgarrar, que las tautologías jugaban a la ronda con la R y la R las dejaba frente al espejo donde las tautologías se veían y se reían de su imagen pensando, no obstante la R, que no eran ellas sino lo otro lo que tenía esa figura grotesca y asquerosa que suele ser la figura de lo incuestionable. ¿Y si un día la R se rebelaba de su dictador tipográfico y se saltaba del Siempre!? ¿Ysi se daba en andar con uno, con el yo que, titubeando, enlazaba letras y palabras por entre el mundo de la niñez de provincia que decretaba, en el olímpico 68, que los estudiantes «se habían rebelado contra el ejército», que el Jueves de Corpus quería decir eso, Jueves de Corpus, que el debut en sociedad, es decir, en el mercado de dignidades, era, para las mujeres, por la puerta de un triste vals de quinceañera, que Caltzontzin y el boticario no eran sino el «anti-México» y para leer Los Supermachos y Los Agachados había que ser ambas cosas y esconderse, en un rincón del patio, para ver que a doña Eme se le caían las tautologías, es decir las naguas?
La R, cruel como todas las R, negábase a abandonar las gigantescas hojas del suplemento cultural del Siempre! y uno se quedaba, solo y desamparado, ante ese mundo de obviedades que nos oprimía (¿nos oprime?).
Una «feria del libro» en provincia, en ese entonces, era tan popular como un mitin del PRI sin tortas ni refrescos. Entre ofertas de enciclopedias a plazos y El vendedor más grande del mundo, podía uno encontrar joyas que olvídate en pulcras y escépticas librerías, joyas como Días de guardar, La noche de Tlatelolco y Amor perdido, y había R sin haberla, y había una sorpresa: 68, el «otro» 68, no el del Tibio Muñoz, no el del sargento Pedraza, otro 68, otro México.
La R sonreía con aire de «te lo dije» y seguía brincando de declaración en declaración. Uno tuvo que seguir, salir, levantarle la falda a doña Eme y ver a ese otro México que se escondía tras las evidencias y obviedades, ese otro México que la R había insinuado.
Yo sé que me estoy desviando, o haciéndome el occiso (que es una forma loable de desviarse), que ya llevo dos cuartillas sin decidirme a escribirte o a escribirle, que todo es, hasta ahora, un pretexto para platicarte, para platicarle cómo conocí yo a Carlos Monsiváis y cómo la R fue compañera y espejo cuando el mundo era más obvio y evidente. Después de Amor perdido lo perdí y me perdí, no fue sino hasta que el desvelo planeaba las tomas de las cabeceras municipales, que dieron el «Happy New Year» a nuestro contundente ingreso al Primer Mundo, que descubrí, en algún número de La Jornada, a la R de nuevo en las andadas. Nos vimos con esa distante confianza que da la esperanza de que ni uno ni otro hayan «sentado cabeza», yo saludé su irónico filo mientras afilábamos el ídem no tan irónico de machetes y lanzas. Después… pues ya se sabe una parte, la otra espera un tiempo entre aviones y cartas para hacerse un lugar de letras.
Nos asomamos hacia abajo, todavía con el olor a pólvora, sangre y lodo en los pulmones, y vimos que había, hay, un montón de con y sin partido gritando… gritando que bajáramos, que querían hablar con nosotros, que sí pero no así o que sí así pero no tan así, que el cese al fuego, que somos un chingo. La sociedad civil, los que no son ni políticos ni militares, los despreciados, los todos, los dispersos, los malos y los buenos, los regulares… No toda la sociedad civil, una parte, un chingo de esa parte, los mejores, se vienen encima nuestro diciendo «o bajas o te bajo» y nosotros «sí, de por sí queríamos hablar pero…». El cinturón de paz, algunos de partidos aclarándome, presurosos, que ellos son del partido tal y cual, que mírame-cómo-te-apoyo-no-lo-olvides-te-lo-cobro-luego. Algunos sin partido, sin nada, no me aclaran nada, nos dicen, se dicen, «no están solos, no estamos solos», no nos quieren cobrar nada… Yo quería hablar con usted, contigo, y hacerte, hacerle una pregunta: ¿Qué pasó allá abajo estos diez años? ¿De dónde sale esta gente, sin partido, sin nada aparente en común, que tiene todo que perder y nada que ganar, que despliega actividades que desanimarían a los cuadros más cuadrados de las organizaciones ídem? ¿De dónde vienen?, es decir, ¿qué es lo que las hace posibles? Yo reitero mi hacerme el occiso y me digo que mi trabajo es hacer guerras y escribir cartas, y no andar explicando qué es lo que posibilita la beligerancia de la ahora multimencionada sociedad civil (o «anarco-civilismo», nombre con el que la encajonan, y condenan, algunos con y de partido). Volteo a ver a la R y a veces pienso que comparte mi desconcierto y mi entusiasmo, otras veces pienso que en esos 10 años también algo pasó con la R y que yo ignoro, y tal vez algo dijo la R cuando el entusiasmo por el neoliberalismo era tal que sí, adivinaste, era evidente.
Bien, yo creo que para ser un rodeo es suficiente, que es mejor dejar irresoluto el problema del «tú» y el «usted» y hacer la invitación doble: Quisiera invitarte a la Convención Nacional Democrática, no como periodista, no como delegado sino como invitado. Quisiera invitarlo, a nombre de todos mis compañeros y del mío propio, a que asista a la Convención Nacional Democrática, a que nos acompañe en este asombro de mirarnos unos a otros y descubrirnos detestando lo mismo, a vernos sin tener una maldita idea de lo que sí queremos, pero con esa alegría de empezar a saber que sí, que es posible, que vale la pena, que siempre valdrá la pena. Vente, véngase, habrá de todo menos comida suficiente, pero agua y lodo, dice el Bruce, no se los van a acabar.
Vale maestro, si no puede venir mande, al menos, una resolución a este dilema: ¿»tú» o «usted»? No olvides a la R, habrá material para Por mi madre bohemios que, digo yo, cubres, lo menos, las entregas de lo que resta del año.
Salud a ese irónico filo que nos empuja ante el espejo.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos
P.D. Hace unos días, el rubio molino de viento contra el que «lábaro» rompe lanzas «objetivas», tuvo a bien obsequiarme el Nuevo catecismo para indios remisos. Veo que la primera edición es de 1982, cuando yo empacaba recuerdos y desechaba evidencias (para no cargarlas). Ahora vino Pablo, del CCRI, para decirme que la casita de la comandancia se iba a caer y que en el Comité habían decidido hacer otra. Yo miro los horcones y se me figuran firmes e inamovibles, le pregunto a Pablo por qué dice el Comité que la casita se va a caer. «No sé», dice hojeando el Nuevo catecismo…, «Yo no estuve en la reunión». Toma una cajetilla de cigarros Gratos (que en el nombre llevan la contradicción) y concluye: «Así salió en la mayoría… que la casita se va a caer y que hay que hacer otra… es orden… yo sólo vine a avisar». Se va, su escolta se pone de pie y camina detrás de él. Yo lo miro irse, veo los horcones y me siguen pareciendo firmes, pongo a un lado el Nuevo catecismo…, relleno la pipa, la enciendo y, revisando la ortografía de la presente, pienso que sí, que la naturaleza imita al arte. (No sé por qué, pero se me figura que la R me sonríe, burlona, desde un travesaño). En la grabadorita un huapango…
No hay comentarios todavía.
RSS para comentarios de este artículo.