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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Jun281994

Presentacióm o prólogo a los comunicados 

Subcomandante Insurgente Marcos,

Presentación o prólogo a los comunicados (28 de junio de 1994).

Para: todas las editoriales grandes, medianas, pequeñas, marginales, piratas, bucaneros y etcéteras impresos que publican los comunicados y cartas del EZLN y que han escrito pidiendo una presentación o prólogo para sus respectivas y que piden la exclusiva y etcétera.

Recibí la solicitud para una especie de prólogo o presentación del libro que prepara la editorial __________ (ojo: rellenar el espacio vacío con el nombre de la editorial grande, mediana, pequeña, marginal; pirata, bucanera, etcétera, que solicita ésta, como es evidente, exclusivísima presentación) con los comunicados, cartas y otros materiales delEZLN.

Según puedo ver, no basta la fama de disperso que ostento para disuadirlos de mandarme preguntas y problemas sobre ediciones, prólogos y otras cosas igualmente absurdas. Así pues, les voy a contestar en un tono ad hoc a tales y tan trascendentes problemas. Y nada mejor para ello que contarles esta pequeña historia que nos aconteció hace no pocas lunas:

Corría el año de 1986. Salí con una columna de combatientes a realizar una exploración a una jornada de nuestro campamento-base. Todos mis muchachos eran novatos; la mayoría no cumplía el mes de haber llegado y se debatían todavía entre la diarrea y la nostalgia que suelen acompañar a los nuevos en sus primeros días de adaptación. Los más «viejos» del grupo apenas cumplían 2 y 3 meses, respectivamente. Así pues, ahí iba yo, a ratos arrastrándolos y a ratos empujándolos en su proceso de formación política y militar. Nuestra misión consistía en abrir una nueva ruta para nuestros movimientos y entrenarlos en las tareas de exploración, marchas y campamentos. El trabajo se dificultaba porque no había agua y debíamos racionar el consumo de la que llevábamos de la base. Así que se agregó al entrenamiento la práctica de supervivencia, puesto que la escasa ración de agua nos impedía cocinar. En total, la exploración duraría 4 días con aproximadamente 1 litro de agua diario por persona y comiendo sólo pinole con azúcar. A una hora de haber salido de la base nos encontramos conque nuestra  ruta atravesaba por unas lomas emperradas. Las horas pasaban y nosotros ascendíamos y descendíamos cerros por caminos que espantarían a las cabras más avezadas.

Por fin, después de 7 horas de un continuo sube y baja, llegamos a lo alto de un cerro donde decidí montar campamento, pues la tarde empezaba ya a ceder su paso a las sombras del crepúsculo. Se distribuyó la ración de agua y la mayoría, pese a mis advertencias de que guardaran un poco del líquido para el pinole, «quemó sus naves» y se empujó la totalidad de su ración de agua, pues tenían mucha sed y el efecto psicológico de saber que estaba racionada aumentaba sus ansias. A la hora de comer el pinole se vieron las consecuencias de su imprudencia: masticaban y masticaban su bocado de pinole con azúcar sin poderlo pasar y sin agua ya para ayudarlo a traspasar la barrera de la garganta. En fin, fueron dos horas de un silencio tal que se escuchaban claramente el crujir de las quijadas y los sonidos de la garganta cuando lograban tragar un poco de polvo azucarado. Al día siguiente, y ya escarmentados, todos guardaron una parte de su ración líquida para el pinole matutino. Salíamos a la exploración a las 09:00 y regresábamos a las 16:00, así eran 7 horas de caminar y machetear, subiendo y bajando lomas, sin más agua que la que sudábamos copiosamente.

Así pasaron 3 días; en el cuarto, la debilidad era ya patente en toda la columna, y en las comidas (?) aparecieron muestras del sado-masoquismo que parece caracterizar a los insurgentes: entre bocado de pinole y traguito de agua se empezaba a platicar de taquitos, tamales, pasteles, filetes, refrescos y demás cosas que nos hacían reír porque la falta de agua nos impedía llorar. El colmo fue cuando, el día que íbamos a retornar a la base, encontramos un arroyo y en la noche la montaña se burló de nosotros obsequiándonos con un fuerte chaparrón que nos empapó antes que alcanzáramos a ponernos a cubierto. Nosotros no perdimos nuestro buen humor y maldecimos a discreción a la lluvia, la selva, los techos y a sus respectivas y húmedas parentelas. Pero, bueno, todo eso formaba parte del entrenamiento y no nos sorprendió. Se cumplió el trabajo, la gente respondió bien en general, aunque alguno amenazó seriamente con desmayarse cuando subíamos con carga una loma especialmente perra.

Todo esto no es más que la «escenografía» de la historia que quería contarles: uno de esos días de la exploración, regresamos como siempre, agotados, al campamento. Mientras se distribuían las raciones de agua y pinole, encendí el aparato de radio de onda corta para buscar las noticias vespertinas, pero al prender la radio salió un canto estridente de loritos y guacamayas. Recordé entonces un escrito de Cortázar (¿Ultimo round?, ¿El libro de Manuel?, ¿Historias de cronopios y de famas?) que hablaba de lo que pasaría si las-cosas-noestuvieran-en-su-sitio. Pero yo no me dejé arredrar por tan poca cosa, acostumbrado a ver en estas montañas cosas tan aparentemente absurdas como una venadita con un clavel rojo en la boca (probablemente enamorada, porque si no ¿por qué un clavel rojo?), una danta con zapatos de baile violetas, y una piara de jabalíes jugando a la ronda y llevando el ritmo de «romperemos un pilar para ver a doña Blanca. . . » con los dientes y las pezuñas. Como les digo, no me dejé sorprender y moví el dial buscando otra estación pero nada, todo era canto de loros y guacamayas. Cambié a la onda media con idénticos resultados. Sin desanimarme, me dispuse a desarmar el aparato para encontrar la razón científica de tan desentonado canto.

Cuando abrí la tapa posterior apareció la causa lógica y dialéctica de la irregular transmisión: una parvada de loros y guacamayas salió volando y gritando, satisfechos de recuperar su libertad. Llegué a contar hasta 17 loritos, 8 guacamayas hembras y 3 machos, todos saliendo atropelladamente. En una autocrítica tardía por no haber limpiado el aparato, me apresté a darle el mantenimiento que requería. Mientras sacaba plumas y cacas (y hasta el esqueleto de un lorito al que los demás habían tenido el cuidado de darle cristiana sepultura pues su tumba, ubicada en un rincón del pequeño aparato, lucía una cruz cuidadosamente labrada y una losa con una inscripción en ¿latín?Requiescat in Pace), me encontré con un pequeño nido con un huevecillo grisáceo moteado de verde y azul, a un lado había un sobre pequeño, mismo que me dispuse a abrir con mal disimulada ansia. Era una carta dirigida «A quien corresponda». En letra muy pequeña, una lorita contaba su triste y desconsolada historia.

Habíase enamorado profundamente de un joven y apuesto guacamayo (eso decía la carta) y era correspondida (eso decía la carta), pero los loritos, celosos de la pureza de su raza, no aprobaban tan escandaloso romance y le prohibieron terminantemente a la lorita que viera al apuesto y joven guacamayo (eso decía la carta), lo que los obligó a verse clandestinamente detrás de uno de los transistores del radio.

Como «el guacamayo es fuego, la lorita estopa, llega el diablo y sopla» (eso decía la carta) pronto pasaron a mayores y ese huevecillo que ahora tenía en mis manos era el fruto prohibido de la irregular relación. La lorita pedía (eso decía la carta) a quien lo encontrara que le diera abrigo y sustento al pequeño ser hasta que pudiera valerse por sí mismo (eso decía la carta), y terminaba dando una serie de recomendaciones maternales, además de una desgarradora lamentación por su cruel destino, etcétera (eso decía la carta).

Abrumado por tamaña responsabilidad de convertirme en padre adoptivo y maldiciendo mi ocurrencia de limpiar el radio, traté de buscar apoyo moral y material en alguno de mis combatientes, pero ya todos estaban dormidos, probablemente soñando en manantiales de café con leche y ríos de coca-cola y limonada. Siguiendo la multicitada sentencia de «No hay problema lo suficientemente grande como para no darle la vuelta», abandoné el huevo a un lado de mi hamaca y me dispuse a gozar de un merecido descanso. Fue inútil, los remordimientos no me dejaban dormir y pronto (en el fondo, muy en el fondo, tengo un alma buena y noble) recogí el huevecillo y lo acomodé sobre mi vientre. A media noche, desgraciada hora, se empezó a mover. Primero pensé que era mi estómago que protestaba por falta de alimento, pero no, era el huevecillo que se movía y empezaba a romperse. Con un inexplicable instinto maternal me dispuse a presenciar el sagrado momento en que me convertiría en madre… que diga, en padre. Cuál no sería mi sorpresa al ver que del cascarón no salía una guacamaya ni un lorito, vaya, ni siquiera un pollito o una palomita. No, lo que salió del huevo fue… ¡una pequeña danta! En serio, era una dantita con plumas verdes y azules. En un arranque de lucidez (que por cierto cada vez me son más escasos) comprendí el verdadero trasfondo de la truculenta historia, el quid-de-la-cuestión-como-dijo-no-sé-quién. «¡Eureka!» grité como-también-gritó-no-me-acuerdo-tampoco-quién.

Lo que pasó fue que la lorita «dobleteó», es decir, se «ligó» con una danta macho, pecaron y le quería cargar el «muertito» al guacamayo, pero todo se vino abajo puesto que radio y etcétera. «Todas son iguales», suspiré. Descifrado el misterio, sólo quedaba ver qué carajos hacer con la danta bastarda… Y en eso estoy todavía. Por lo pronto la llevo oculta en mi mochila y le convido un poco de mi comida. No niego que simpatizamos, y mi instinto maternal, perdón, paternal ha ido dando paso a una insana pasión hacia la danta que me obsequia con ardientes miradas que poco tienen de agradecimiento y sí mucho de pasión mal contenida. Mi problema es grave, pues si caigo en la tentación cometeré, además de pecado contra-natura un incesto porque soy su padre adoptivo. He pensado en abandonarla, pero no puedo, es superior a mis fuerzas. En fin que no se qué diablos hacer…

Como pueden ver, tengo demasiados problemas como para poder atender los suyos. Espero que ahora comprendan mi reiterado silencio en torno a las cuestiones que insisten en plantearme. Por cierto, el CCRI-CG del EZLN aprobó su solicitud de publicación de materiales y que redactara algo como un prólogo o presentación. De nada.

Vale, por demás y como-dijo-busquen-ustedes-quien, «los libros son amigos que nunca traicionan». Salud y mándenme algún manual veterinario de animales salvajes del trópico (busquen en la «D» de «Danta» y «Desesperación»).

Desde las montañas del sureste mexicano

Subcomandante insurgente Marcos.

P.D. olvidadiza. Sí, ya me olvidaba que el objeto de la presente es la

Presentación o prólogo a los comunicados del libro

«De la Primera a la Segunda Declaración de la Selva Lacandona»

o no sé cómo vayan a titular al mentado libro de la Editorial __________

(ojo reiterativo: rellenar el espacio con el nombre de la editorial etc., etc.)

 

así que, me imagino, algo habrá que decirle a los lectores. Aprovechando que hay un respiro entre aviones, dantas y comunicados, escribo esta carta disfrazada de posdata.

 

A: los lectores de este libro que a saber cómo se llama.

Del: Supmarcos.

El presente libro contiene los comunicados emitidos por el EZLN, desde la primera Declaración de la Selva Lacandona hasta la Segunda Declaración de la Selva Lacandona, es decir, desde el 31 de diciembre de 1993 al 10 de junio de 1994. Reúne, además, una serie de cartas que presentan o reiteran algunas de las principales posiciones políticas e ideológicas del EZLN.

Respecto a los comunicados emitidos por el CCRI-CG del EZLN, vale la pena hablar un poco sobre el mecanismo para producir estos pronunciamientos. Todos los comunicados firmados por el CCRI-CG del EZLN son aprobados por miembros del Comité, a veces por la totalidad de ellos, a veces por representantes de ellos. La redacción de los textos es uno de mis trabajos, pero el comunicado en sí se origina por dos caminos:

Uno es que miembros del Comité o el colectivo del Comité, ven la necesidad de pronunciarse sobre algo, de «decir su palabra».

Entonces se proponen y discuten los puntos principales de lo que se va a decir y, con esas indicaciones generales, me ordenan que haga una redacción. Después les presento el comunicado redactado, ellos lo revisan, le quitan o le agregan cosas y lo aprueban o rechazan.

El otro camino es que, llegada información de distintas partes o frente a algún hecho que lo amerite, y viendo la conveniencia de manifestarnos al respecto, propongo al Comité que emitamos un comunicado, redacto y presento la propuesta. Se discute y se aprueba o se rechaza.

¿He dicho «se rechaza»? Sí, aunque las circunstancias contribuyan a la apariencia de que el subcomandante Marcos es el «cabecilla» o «líder» de la rebelión, y que el CCRI es sólo «escenografía», la autoridad del Comité es indiscutible en las comunidades y es imposible sostener una  posición sin el respaldo de este organismo indígena de dirección. Varias propuestas de comunicados que hice fueron rechazadas, algunas de ellas «por ser muy duras», otras «por ser muy blandas», y algunas más «porque confunden más que aclaran». También varios comunicados fueron emitidos a pesar mío. Los ejemplos no vienen al caso, pero lo correcto de los juicios de mis compañeros del Comité se demostró en el transcurso de estos 6 meses de guerra.

Existen también los textos que suelo redactar para presentar los comunicados que se envían. En estos textos estoy más «suelto», pero la vigilancia del Comité se mantiene. Más de una de las «cartas de presentación» merecieron la reprobación de miembros del CCRI.

La forma en que los comunicados llegaban era bastante accidentada y tomaba mucho tiempo. Esta característica «inoportuna» de nuestros pronunciamientos es algo que hemos tratado de remediar sin éxito alguno. La rapidez con la cual algunos de los comunicados llegaron a la prensa se debió a circunstancias afortunadas que, desgraciadamente nunca fueron parte de nuestros planes.

Sin embargo, creo que la falta de «rapidez» en las respuestas zapatistas son comprensibles para la mayoría de los lectores que enfrentan hoy este libro. Lo que sí no puede ser comprensible es el complicado y anónimo heroísmo de los enlaces que transportaban, desde nuestras líneas hasta las ciudades, esas hojas blancas con letras negras que hablaban nuestro pensamiento. Hay anécdotas varias sobre estos zapatistas anónimos que arriesgaban todo para cruzar las líneas enemigas una y otra vez, reventando monturas y con los pies destrozados por las lluvias y el frío en enero y febrero, y por el calor y las espinas en los meses posteriores. Las rutas de la miseria y el olvido, es decir, los caminos reales y las picadas, llevaban, desde las montañas hasta el asfalto, las palabras de dignidad y rebeldía de los zapatistas. No hay hasta ahora ni cámaras ni grabadoras frente a estos «enlaces», no hay cartas ni entrevistas, no hay calificativos de sex appeal para su anonimato, no hay reconocimiento alguno para su esfuerzo de hacer que nuestra palabra, su palabra, llegara a otros oídos. Valga este lugar para hacer un reconocimiento a su labor callada… y efectiva.

De las razones que llevaron a algunos medios a darnos un lugar en sus páginas y en sus emisiones radiales para decir nuestra palabra, ya hablé en una carta que viene en este libro. No insistiré en ello, pero sigue pendiente la palabra de esa otra parte, la prensa honesta, sobre los caminos que permitieron al pensamiento zapatista aparecer en las páginas de algunos periódicos y revistas y en algunas emisiones radiales. Creo que, cualquiera que sea el desenlace de este anhelo colectivo de dignidad, habrá en ellos, siempre, la satisfacción del deber cumplido.

Hay otra parte de este afanoso trasiego de palabras. Algo que no aparece en posdata alguna ni en ningún comunicado. Es la angustia, la incertidumbre que, cabalgando en interrogantes, nos asaltaba cada vez que los enlaces se despedían llevando consigo uno o varios comunicados. Preguntas y más preguntas que quedaban poblando nuestras noches, que nos acompañaban en el rondín para revisar las postas, que se sentaban junto a nosotros en algún tronco trunco para mirar el plato de comida y llevaban la mano a apartar el alimento y movían los pies a caminar de uno a otro lado. «¿Eran esas palabras las mejores para decir lo que queríamos decir?» «¿eran oportunas?» «¿Eran entendibles?» nunca un comunicado nos dejó satisfechos cuando lo enviamos.

En general, nos esforzamos por diferenciar los comunicados del CCRI-CG del EZLN de las cartas de presentación. Mientras los primeros eran escritos con mayúsculas y firmados por el Comité, las segundas están en mayúsculas y minúsculas y las firmas del «Subcomandante insurgente Marcos«. Creemos que ambas palabras y la dualidad de mensajes cumplieron su cometido. Su futuro es incierto bajo la forma actual, pero siempre caminará la palabra de los que hablan con verdad, por una u otra vereda.

Hay algo más que decir, La «línea editorial»-zapatista sigue la consigna de «Ahora o tal vez nunca». Producto de las condiciones de guerra y aislamiento en que estamos, no «medimos» lo que decimos y tratamos de «aventar» todo de una vez porque puede ser la última.

A esto se debe que, desde los primeros comunicados, la posición del EZLN se haya definido y después se reiteren, continuamente las mismas ideas. Esta palabra ansiosa que se atropella continuamente viene de una situación que sólo pueden comprender en su justo valor quienes se encuentran o se han visto en las mismas circunstancias. Por un lado, no podemos darnos el lujo de mentir. Viviendo en el delgado filo de la guerra uno se vuelve espontáneo, y hemos descubierto que la mentira requiere un mínimo de planeación.

Por otro lado no podemos, tampoco, «dosificar» nuestra palabra y buscar el «momento oportuno» para decirla, ni esperar taimadamente a que las condiciones sean propicias. Los ejemplos más fehacientes de esta «línea editorial zapatista» son las cartas de presentación fechadas el 18 de enero de 1994 («¿Quién tiene que pedir perdón?) y el 20 de enero de 1994. La del 20 de enero de 1994 (que es la que presenta el resultado del juicio seguido a Absalón Castellanos Domínguez), vista a la distancia y después de lo que ha ocurrido, puede parecer exagerada, a mí mismo me lo parece ahora. Pero en esos instantes, cuando frente a la máquina de escribir la ansiedad movía los dedos, me pareció que no había otra forma de decirlo. No es que se trate de pesimismo u optimismo, ni siquiera eso, es algo más… más… más inmediato, una valoración espontánea y despojada de dramatismos de lo que ocurría y de lo que podía ocurrir.

Lamento si desilusiono a alguien con este «horrible» secreto, pero nunca planeamos con antelación lo que íbamos a decir ni la forma en que lo íbamos a decir. Teníamos y tenemos claridad en lo que somos y no somos, en lo que podemos y no podemos hacer, y en lo que debemos y no debemos hacer. En este marco general, o con este fundamento, fueron saliendo las cartas y comunicados como nuestros pasos en la montaña: uno se preocupa del paso que está dando y no planea los pasos subsiguientes, uno se conforma que está caminando, después… después… puede no haber después.

Está también en cartas y comunicados esa reiterada presencia de la muerte. Sé que esto enfada a más de uno, pero de este lado de la guerra esas cosas salen así, de la misma forma en que uno dice «libro», «arma», «amor», uno dice «muerte» y lo escribe. Recuerdo que alguna vez me propuse no insistir más en el tema, pero les recuerdo lo que expliqué arriba de la «línea editorial zapatista». Después, cuando releía en el periódico la carta, resultó una de las más tétricas que haya escrito. En fin, como no escribimos para agradar sino para explicar, uno puede prescindir de esas preocupaciones de escribir lo que uno cree que el respetable quisiera que uno escribiera.

Vale. Salud y buen provecho, la lectura es alimento que, afortunadamente, nunca llena.

Ignoro si todo lo que he señalado sirva para ayudar o para dificultar la relectura de los materiales que recopila este libro. Traté en lo posible, de hacer un «comunicado» sobre los comunicados y una «carta» sobre las cartas. Veo, con regocijo, que otra vez se impuso la «línea editorial zapatista»: escribí lo que ahora se me ocurre decir sobre estos textos. Por eso, en el improbable caso de que se necesite una presentación después y si el azar me señala para hacerlo de nuevo, para este prólogo señalo fecha, hora y lugar: para que sepan los lectores que esto lo escribí la madrugada del 28 de junio de 1994, que mi reloj izquierdo marcaba las 02.30 hrs, que llovía bastante y que ya tiene rato que Tacho me dijo que se iba a dormir. El lugar, para variar, es,

Desde las montañas del sureste mexicano

Subcomandante insurgente Marcos

P.D. sobre las P.D.’s. Por supuesto que alguna disgresión sobre las posdatas debe ir en una posdata. Resulta que uno siente que algo se queda entre los dedos , que algunas palabras andan todavía por ahí buscando acomodo entre frases, que uno no acabó de vaciar bien los bolsillos del alma, pero es inútil, no habrá posdata que abarque tantas pesadillas… y tantos sueños…

 

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