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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Jun181994

El cerco ha sido roto por la sociedad civil 

A: CCRI-CG del EZLN.

De: Subcomandante Insurgente Marcos.

Compañeros:

EL CERCO HA SIDO ROTO. Entre los días 13 y 14 de junio de 1994, elementos diversos, representantes de la llamada sociedad civil mexicana pasaron, como en enero, por encima de los dos ejércitos. No parece que tengan intenciones de detenerse. Recomiendo no ofrecer resistencia, son un chingo, representan más que nosotros y vienen armados de libros y gritos de esperanza.

Salud y calienten los frijoles, deben traer un filo que hasta crudos.

Vale. Nosotros llegaremos, como en la historia, detrás de ellos.

Firma

P.D. Dice El Monarca que lo esperen para el baile.

Difícil la situación ¿no? Pero seguidme en la sonriente revisión del diario:

«14 de junio de 1994, 00.30. En horas en que la tarde empieza a estirarse, perezosa, para acostarse en eso que llaman noche, pasamos a checar para evitar «colados». El silencio se apoderó de los pasajeros cuando subí al autobús. Cuando me apeé empezaron a gritar y a cantar, me imagino que de gusto porque ya me había retirado. Uno a uno, a pesar de vados y choferes, los camiones de la madre de todas las caravanas fueron ingresando a territorio zapatista. El último vehículo cruzó la línea de las 00:00. Nosotros nos fuimos atrás, desde lo alto de la loma el largo serpentear de focos daba escalofríos. Estábamos aterrorizados, así que empezamos a contar chistes y a fumar.»

Después, algunos retazos de memoria, recuerdos y cartas reconstruyen lo ocurrido.

Llegamos al pueblo, parte del potrero era ya un estacionamiento. Las personas subían y bajaban de los autobuses y camiones en una desorganización digna de admiración. Cuando los encontramos, todo tenía un agradable sentimiento de desmadre organizado. Pablo, del CCRI-CG, reforzó nuestra defensa ante esta desconcertación intromisión, es decir, organizó un baile. Monarca dio el informe más preciso que las circunstancias le permitían: «Son un chingo». Ramón escuchó que alguien dijo que tenían hambre y no tenían comida, partió en la madrugada con una unidad a pedir prestada una vaca. Ella (la vaca) no tuvo inconveniente alguno («No dijo nada» alega Ramón cuando cuenta cómo trajo la res). Las mujeres del poblado, que se habían angustiado al escuchar el ruido de los «torton» pensando que eran tanques, se aterrorizaron cuando vieron que eran civiles.

En las guardias la situación no era más clara: Vicente y El Caballero estaban discutiendo si lo que gritaban desde el autobús era «No están solos» o era «Ya están solos». Nadie entendía nada y los del Comité me miraban buscando una respuesta. Yo me escondí tras el humo de la pipa y expliqué, disculpándome, con el inapelable «Son un chingo».

Localizamos a los coordinadores y nos reunimos. Después de un rápido referéndum, se llegó a la conclusión de que dejáramos para el día siguiente la descarga de la ayuda humanitaria y que se fueran a dormir. Evidenciando la popularidad del consenso alcanzado, más de la mitad se negó a irse a dormir y se dedicó a deambular por el poblado. Paseando su desconcierto por entre canciones, ladridos de perros y grillos (de los de acá y de los de allá), los sorprendió la aurora frente a una manta que dice: «Bienvenidos a la Selva Lacandona, guarida de transgresores, cuna del EZLN y rincón digno de la patria».

Al otro día, o sea al rato, el sol saludó a hombres y mujeres, sin distinción de grados militares o civiles. Los de la Caravana de Caravanas se organizaron, dicen. Con la antigua técnica de «mano cadena» descargaron, entre cantos y risas, una cantidad de ropa, alimentos y medicinas que, en la balanza zapatista, marcó «UN CHINGO».

Después, en breve ceremonia, se intercambiaron saludos, canciones, papeles y esperanzas. Ya en la tarde hablaron representantes de TODOS los que venían y, a juzgar por el número de oradores, también de TODOS los que no venían. Acordaron hablar dos minutos cada uno y, como eran setentaitantos mensajes, yo me recosté en la hierba. Los del Comité me miraron con reprobación. «Va a tardar», les dije. Después de la primera veintena de oradores, el Comité en pleno se acomodó como pudo. En el entretanto, escribí cartas diversas a 236 abuelitas (lo que suena lógico porque es evidente que varios de los que llegaron no tienen abuela), 178 constancias de que sí llegaron las cosas y 356 mentadas, de las que no son de menta, para que las repartieran entre los incrédulos.

Ya más tarde se fueron a comer. Una vaca solidaria y bien cocida esperaba en las pailas humeantes. Yo revisé un costal y encontré una bolsa de canicas y, mientras los demás bailaban, me fui a jugar un «chiras pelas» con Héctor que, además de saber de caballos, resulta que tiene una puntería que deja apenadas a las «smart bombs». En suma, me despojó de todas mis «agüitas» y me hizo firmar un vale por otro tanto (tendré que recurrir a un crédito a la palabra o a un convenio «respetuoso de la soberanía nacional» con el FMI). Derrotado en las canicas, me fui a la posta. El guardia miraba divertido y lejano el estacionamiento que ayer era todavía un potrero. Le pedí fuego para la pipa (Héctor también se había quedado con mis cerillos) y, mientras se buscaba en los bolsillos, me preguntó: «Oye sup ¿Y como cuántos son?». Yo me sumé a lo que ya era consenso y estaba corriendo por todas las cañadas, con un suspiro de resignación, dije: «Son un chingo».

En la madrugada del 15 de junio, cuando hacía el rondín, me reuní con los vegetarianos, por unanimidad se decidió que era inútil ya esperar las hamburguesas. El exceso de carne engorda, dicen, y te deja sin el «ham». Las vacas se sumaron incondicionalmente a la declaratoria. En horas distintas se fueron todos. Nosotros nos quedamos recogiendo los restos del naufragio.

Me avisaron que el último vehículo había ya traspasado la zona franca en su largo retorno. La Caravana de Caravanas, todo y todos los que se conjuntaron para hacerla posible, había cumplido.

Al día siguiente, ya tarde en la noche, me avisaron de una nueva incursión y fui a ver: gentes procedentes de verdaderos centros de formación de futuros transgresores de la ley, UNAM, UAM, ITAM, CCH, otros, y un finlandés que provocó mis celos profesionales pues sus chistes son todavía más malos que los míos (lo que ya es casi aspirar al Nobel), se habían apersonado en la zona franca, y después de descargar, miraban con incredulidad el nocturno techo. Una luz verde trazó un rápido y grueso rayón sobre el horizonte y yo pensé que era un buen color para la esperanza. Después de intercambiar anécdotas, desánimos, lúgubres sentencias y sí, una que otra esperanza, llegó ese momento absurdo en que todos saben que hay que irse, unos para un lado del cerco y los otros para el otro lado, y cada uno espera que el otro diga: «Bueno… pues… hasta luego». Los choferes, como es rigor en estos casos, resolvieron el dilema y el ruido de motores y el olor a diesel acabaron con los titubeos.

La aurora se fue apagando, lo que no deja de ser una forma muy triste de irse. El día ya reinaba entre verdes azulados. Yo me dí cuenta de que mis botas estaban rotas,Monarca, sonriendo, resumió la jornada: «Son un chingo». Yo asentí con un suspiro mientras veía con preocupación mis pies. «Vamos bien», pensé, «la bota rota es la derecha».

Arrancó el camión y, dando tumbos, se echó a andar nuestra esperanza…

Vale, salud a los que os quedasteis; vuestro aliento, desde lejos, también rompió el cerco.

Desde las montañas del sureste mexicano

Subcomandante insurgente Marcos

P.D. ceceachera. Maestros y estudiantes del CCH vinieron a decirnos lo que nosotros ya sabíamos: que ellos tampoco se iban a rendir. A falta de alcohol brindamos con café.

P.D. de advertencia para los que no vinieron. Ahí van de regreso, cumplieron y cumplieron bien. Tened cuidado con ellos, han adquirido una enfermedad muy contagiosa que abunda en estas tierras, la dignidad. Pero no es eso lo peor, ocurre también que ellos piensan, ingenuos, que ya de aquí se fueron…

 

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