A Proceso, La Jornada, El Financiero, Tiempo:
Señores:
Van comunicados sobre «representantes» y datos de las consultas. Acá las nubes se recuestan con pereza en las faldas de las montañas. El sol es de un gris claro y somnoliento. El día es ya un húmedo murmullo que se arrastra entre el lodo y las espinas.
Vale, salud y un despertador (no se vayan a quedar dormidos).
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos
P.D. para Nuncio, Abraham. El rocket fue derribado. La unidad antiaérea que comanda El Beto (ocho resorteras y ocho muy buenas punterías) lo detectó cuando ya se enfilaba rumbo a tierra, 20 metros antes de que su punta tocara el suelo. Ocho piedras, piedritas, pedruzcos lo tocaron de muerte en su flanco derecho. Como quien se recuesta, el rocket se fue de lado. Los nuestros, como es ley, organizaron un baile. Cuando traían la marimba, El Beto se acercó al cadáver del rocket y dijo: «Es papel, no se puede comer… todavía». Nadie lo escuchó, la marimba ya se arrancaba con Carta marcada y las parejas, con el pretexto de la lluvia, se arrejuntaban más. Hubo que esperar a que llegara el periódico que absurdamente, como todo acá, llegó en una copia de fax. La fotocopia del rocket quedó archivada en la «R» (de «Rocket» y de «Reproches»). Saludos a Monterrey, tierra de valientes.
P.D. cinematográfica.
Toma aérea. Llueve. El gris de arriba y la humedad le devuelven el verde a estas tierras. Las quemas terminaron, algo nuevo empieza a insinuarse por entre piedras y montañas.
Travelling shot. Tierra, bejuco y zacate («casas», les dicen acá). Mujeres en el arroyo lavan con mucho cuidado, «si tallas mucho se rompe la ropa y ya no hay hilera para el remiendo». Un niño juega a que una cajetilla vacía de cigarros flip top es un camión, lo carga de piedritas, «son bultos de maíz» le explica al zapatista del retén que trata, en medio de la lluvia, de cubrir al niño con un nylon; es inútil, el camión se aleja del retén y la posta debe volver a la posición. Toñita se lava la cara con el agua de lluvia que juntó en una lata de refresco light. En una vieja construcción de madera, la única con techo de lámina («escuela», le dicen acá), rostros morenos, ojos negros, botas llenas de lodo, camisas viejas, paliacates rojos, bigotes, discuten la guerra y la paz. La guardia del cuartel general zapatista tirita bajo el raído techo de plástico. Los gondoleros llegan mojados, mitad sudor, mitad lluvia, lodo completo. En el fogón se agolpan manos frías e historias de sombrerones, cajitas parlantes y mujeres que caminan de noche. El Betoestira la boquilla del globo, lo ha llenado de agua y juega a que hace llover; a los pies de El Beto llueve sobre mojado. Moisés y Tacho ven con preocupación el río crecido, intentan cruzarlo en una balsa de troncos; nadie habla, miran el agua marrón como si miraran la vida…
Long shot. En el recodo del camino real aparece María. 30 años y ocho hijos vivos («cuatro se murieron»), con un tercio de leña en la espalda; el peso, el mecapal y el lodo la obligan a mirar al suelo, lleva un hacha en la diestra. Le sigue Josefa, 15 años, otro tercio de leña bamboleante; Josefa no se preocupa del suelo lodoso, su atención está en que el mecapal no le arruine el peinado y la despoje de los «prensa-pelo» que, en número de ocho lleva en el copete. Un tercio más atrás, otro montón de leña con pies descalzos, levantando apenas unas cuartas del suelo. Abajo debe estar Pedro, ocho años, con un machete en una mano y la otra en el mecapal para ayudar a la cabeza con el peso…
Medium shot. Hortensia, insurgente zapatista y costurera, enseña orgullosa su máximo logro: de cinco pantalones rotos y desgarrados ha conseguido hacer uno. Cuando lo muestra a la tropa, todos recuerdan que tienen algo que hacer en otro lado. Hortensia queda con el pantalón en las manos: es de cuatro colores distintos y tiene, accidentalmente dice ella, una florecita en la entrepierna.
Close up. Semicubiertas por mangas color marrón, las manos manejan lezna e hilo grueso, recocen una bota que tiene ya más cicatrices que el lomo de la ballena de Acab. El rojo paliacate alivia las ampollas…
Contrapicado. El ceño fruncido, bailan los ojos de uno a otro lado, los labios se mueven y, en silencio, dibujan:
«Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre».
Picado. Alguien lee, el fusil descansa en los muslos, las letras dicen, lloran.
Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué ponerse,
hambriento y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En sus manos los fusiles
leones quieren volverse
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.
Aunque te falten las armas
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes».
La mano derecha da vuelta a la hoja del libro de Miguel Hernández. El lente desenfoca, duda, enfoca de nuevo, hiere las letras del
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y para siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago la muerte».
Audio en off. «¿Quién vive?» «¡La Patria!». El eco baila entre la lluvia y la niebla, el chasquido de los pies en el lodo recomienza.
Fade out. Había un verde de marrón y rojo salpicado, como que se escondió detrás del gris y del guiño final del obturador.
Audio en off. Un lejano avión, en vano, en el aire se desgasta…
Vale. El Sup detrás de la lente pensando, torpemente, que el play en la cámara quiere decir «jugar»…
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