MARCOS, SOBRE LOS ZAPATISTAS JOVENES
Ignacio Núñez Pliego [Mi, 16/iv]. Un pueblo no es el mismo después de la guerra. El indígena, el obrero y el campesino comprenden que no tienen por qué mirar al piso cuando les habla el patrón intentando humillarlos, ni por qué sentir vergüenza por saberse indios. Al contrario, tienen orgullo de serlo.
Un pueblo queda marcado, dice el subcomandante Marcos. «Por ejemplo, a una mujer indígena de estos poblados será muy difícil decirle que vuelva a lo mismo, a desgastarse en trabajos agobiantes qué matan en unos cuantos años o que vuelva a la servidumbre, la obediencia, la obsesión. Si a los indígenas no se les ocurre algo mejor, no volverán a estar en calma».
1. Nunca más
Las milicianas del EZLN, aquellas que portan uniforme y que muchas veces llevan las mejores armas, no quieren casarse ni soportar a hombres que se emborrachen y las hagan trabajar el doble que ellos. «No queremos que nos llenen de hijos», dicen. No quieren que la vida se les vaya en un continuo ir y venir de los partos de hijos mal alimentados a las defunciones prematuras por falta de atención médica, por pobreza.
No se comparan las jóvenes insurgentes con las demás mujeres de la selva lacandona, niñas de 14 y 16 años ya casadas, que empiezan por ser madres para envejecer en un periodo de quince años y quedar secas, cargadas de sexenas de niños. Mujeres a las que, aunque lavan ropa y dan de mamar a sus hijos entre la siembra y la cocina, les es negado el mínimo derecho de bailar en las fiestas, por la tradición, por ser madres. Vivir más de 50 años es raro. Pocas ancianas, pocas abuelas se miran por aquí.
2. La fórmula secreta
Hay jóvenes casi niños en la línea de combate. El subcomandante Marcos opina: «Es difícil reprocharle a un joven de éstos que traiga un arma. Los jóvenes aprenden a pelear y a defenderse porque se les ha negado un lugar en el futuro, donde sus padres tampoco cupieron. El Comité dice: ‘¿por qué ellos no, si están peor que nosotros?’
«Los jóvenes insurgentes milicianos están llenos de esperanza. A pesar de que esconden su rostro tras un pasamontañas, no pueden ocultar la dulzura por sus ojos, la inocencia, la juventud o el amor por una mujer. Es difícil mirar en ellos a «profesionales de la violencia», como les dicen.
«Hoy empuñan un arma y aseguran y creen que es para cambiar el mañana, para que puedan crecer libres, para que ya no los exploten en las fincas, como a sus padres, que les pagan una miseria y no pueden salir al paso con la alimentación de sus hijos, para que tengan escuela, un techo digno y un espacio en estas tierras.
«Unos cuantos, los que no tomaron las armas, no creían que se pudiera hacer algo el primero de enero, que se pudiera triunfar y lograr cambios. Ahora algunos piden ser como los insurgentes, que no tuvieron miedo de morir durante los enfrentamientos. Todos estos cambios en el ánimo de la gente se deben a los diez años de preparación. ElEZLN no surge de una acción militar sino de una acción social. Fue una larga acumulación en silencio, de politización de los pueblos chiapanecos. Éste es el secreto de que el ejército zapatista contara con más medios, con más recursos, con más entrenamiento.
«El largo periodo de acumulación de fuerzas produce en términos militares, pero lo más valioso, lo más definitivo, es la base social que consigue. Esa complicidad de decenas de miles hace que frente a las narices mismas del gobierno y de la sociedad emerja este movimiento y les estalle en las manos el día primero de enero».
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