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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Feb111994

Al periódico El Sur: cómo y por qué fueron apareciendo los destinatarios de cartas y comunicados

A: Periódico El Sur, Periodismo Siglo XXI.

Emilio Carranza 820 esquina Naranjos, Colonia Reforma, Oaxaca de Juárez, Oaxaca, México. Tel. (91-951) 3-47-77, 3-4547, 3-45-41, 5-04-69 y 3-45-29. Fax: (91951) 5-26-88.

Atención:

Jesús García.

Claudia Martínez Sánchez. Pablo Gómez Santiago.

Señores:

Recibí su carta de fecha 9 de febrero de 1994. ¡Puf! Si hacen reportajes con la mitad de la agresividad de la carta que me mandan, cuando este país sea en verdad libre y justo van a ganar un Premio Nacional de Periodismo. Yo acepto el llamado de atención que me hacen (en realidad es un regaño pero hoy amanecí diplomático). Quisiera que, en medio de la indignación que les llena, tuvieran un espacio para escucharme.

Nosotros estamos en guerra. Nos alzamos en armas en contra del supremo gobierno. Nos buscan para matarnos, no sólo para entrevistarnos. Confesamos que no conocemos El Sur, Periodismo Siglo XXI, pero confiesen ustedes que es algo difícil de reprocharnos, cercados como estamos, sin alimentos y con la constante amenaza de aeronaves artilladas. Bien, ya nos confesamos mutuamente. A la selva han entrado muchos periodistas honestos, unos que no son tan honestos y otros que ni siquiera son periodistas pero que se presentan como tales. Nosotros tenemos que desconfiar de todo lo que no conozcamos directamente porque, repito, el gobierno nos quiere tomar una fotografía… muertos. Ya sé que para los «profesionales de la violencia» la muerte es casi una consecuencia natural, pero de saber esto a facilitarle las cosas al enemigo hay un buen trecho. No pretendo conmoverlos, sólo quiero que entiendan la situación en la que estuvimos y estamos. Tenemos muy poco margen de maniobra y, paradójicamente, estamos más necesitados que nunca de contactar a medios de información que digan la verdad. La entrada y salida de reporteros a nuestras líneas significan un golpe duro a nuestro sistema de seguridad, amén de que existe un riesgo de que en la entrada o en la salida, los trabajadores de los medios de comunicación sufran un atentado y sea achacado a nuestras fuerzas. No me considero suficientemente entrevistado, de hecho la entrevista que publica La Jornada es la única que he dado en mi vida, y creo que hay muchos vacíos que dejaron los reporteros de ese medio y que hubieran podido llenar con preguntas que no se hicieron. Así que no me estoy portando como una vedette que «escoge» a quién sí y a quién no dirige su «honorable» palabra, simplemente estoy tomando en cuenta que, en el lugar en que me presente, pongo en riesgo extra a los que ahí están y a los que llegan. En fin, nos estamos portando como lo que somos, gente perseguida por el gobierno, no por los periodistas.

Bueno, como quiera que sea si hubieran empezado por el respaldo que de ustedes hace el periódico coleto Tiempo se hubieran ahorrado la justa indignación que llena las 3 hojas de fax que me llegaron. Para mí basta la palabra de Tiempo para aceptar la honestidad de alguien, así que estoy mandando una carta al Comisionado Nacional de Intermediación, Obispo Samuel Ruiz García para darles un salvoconducto que les permita entrar a nuestras líneas y tomar las fotografías que deseen y hagan las entrevistas que se puedan (recuerden, por favor, que estamos en guerra). Prometo solemnemente que, en cuanto sea posible, tendré el honor de recibirlos personalmente y de contestar lo que me pregunten, si es contestable.

Mientras ese improbable día llega, les mando un escrito. Sale pues, ahí les va, sin anestesia previa, el escrito titulado…

Razones y sinrazones de porqué unos medios sí

Cuando las bombas caían sobre las montañas del sur de San Cristóbal de las Casas, cuando nuestros combatientes resistían en Ocosingo los ataques de los federales, cuando nuestras tropas se reagrupaban después del ataque al cuartel de Rancho Nuevo, cuando nos fortificábamos en Altamirano y Las Margaritas, cuando el aire olía a pólvora y sangre, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN me llamó y me dijo, palabras más, palabras menos: «Tenemos que decir nuestra palabra y que otros la escuchen. Si no lo hacemos ahora, otros tomarán nuestra voz y la mentira saldrá de nuestra boca sin nosotros quererlo. Busca por dónde puede llegar nuestra verdad a otros que quieren escucharla». Así fue como el CCRI-CG me encargó de buscar medios de comunicación que pudieran informar lo que pasaba realmente y lo que pensábamos. A la montaña no llegan los diarios, ya lo he dicho en otra ocasión. Llega, sí, la señal de algunas estaciones de radio (la mayoría gubernamentales). Así las cosas tuvimos que decidir a quién dirigirnos según antecedentes que teníamos. Había que considerar varias cosas: la publicación de nuestros comunicados le traía, primero, una pregunta lógica a los medios que los recibieran: ¿eran auténticos dichos comunicados? Es decir, ¿eran realmente de los alzados en armas, o apócrifos? Después de que, suponiendo, se contestaran que sí (nadie podía darles la certeza de que eran auténticos), sigue la pregunta clave: ¿los publicamos? El asumir la autenticidad de los comunicados era ya un riesgo para los comités editoriales de esos medios, pero la responsabilidad de publicarlos implicaba muchas cosas más, tantas que tal vez sólo ellos puedan contar la historia de la decisión de esa apertura a un movimiento que nadie, salvo nosotros mismos, conocía bien, un movimiento cuya procedencia era un enigma en el mejor de los casos y una provocación en el peor de ellos. El EZLN se había alzado contra el supremo gobierno, había tomado 7 cabeceras municipales, combatía contra el ejército federal y estaba formado, cuando menos, por algunos indígenas, esto era un hecho. Pero ¿quién estaba detrás del EZLN? ¿Qué querían realmente? ¿Por qué por ese medio (el armado)? ¿Quién lo financiaba? En resumen, ¿qué pasaba realmente? Deben haber existido mil y una pregunta más. Esos medios contarán algún día esa historia (importante por cierto). Nosotros pensábamos todo esto y nos preguntamos: ¿Quién asumirá todos estos riesgos? La respuesta que nos dimos fue, más o menos, ésta: lo harán aquellos medios cuyo afán de saber la verdad de lo que pasa sea mayor al temor a los riesgos de encontrarla (la verdad). Bueno, la respuesta era correcta (creo) pero no solucionaba nada. Faltaba lo más importante: decidir el destinatario de esas primeras epístolas y comunicados. Narraré, brevemente, cómo y por qué fueron apareciendo los destinatarios que aparecen hasta ahora, es claro que hay que ampliarlos, al inicio de cartas y comunicados:

Tiempo. La decisión de dirigirse a este medio fue unánime en el CCRI-CG del EZLN y, se puede decir, por aclamación. Recuerden ustedes que nuestros compañeros no llegan a la lucha armada así nada más, por afán de aventuras. Han recorrido ya un largo trecho de luchas políticas, legales, pacíficas, económicas. Conocen varias cárceles y centros de tortura locales y estatales. También saben quién los escuchó ayer y quién les cerró puertas y oídos. Ya expliqué en una carta a un periodista de ese medio lo que Tiempo significa para los indígenas chiapanecos, así que no insistiré. Sin embargo, decidirse a poner el nombre de Tiempo entré los destinatarios no era sencillo. Nosotros teníamos la seguridad de la honestidad e imparcialidad de estas personas, pero estaba el problema de que hay una guerra, y en una guerra es fácil confundir las líneas que separan una fuerza de la otra. No me refiero sólo a las líneas de fuego, también a las líneas políticas e ideológicas que separan y enfrentan a uno y otro bando. ¿Qué quiero decir? Simplemente que el hecho de publicar un comunicado nuestro podría ganarle a Tiempo la acusación, gratuita por cierto, de ser «portavoz» de los «transgresores de la ley». Para un periódico grande eso puede significar problemas, para un periódico pequeño eso puede significar su desaparición definitiva. Como quiera los compañeros dicen: «Mándalo a Tiempo, si no lo publican cuando menos ellos merecen saber la verdad de lo que pasa». Esa fue la parte de la historia de por qué Tiempo. Falta, por supuesto, la parte que cuente cómo esas nobles personas de Tiempo deciden correr todos los riesgos, a tal grado de poner en juego su existencia como medio informativo, y publicar lo que les enviamos. Cualquiera que haya sido esa historia, nosotros no podemos menos que saludar la valentía de ese medio informativo que, entre todos, era el que más tenía que perder, si no es que todo. Por eso el CCRI-CG del EZLN siempre me ha insistido en que de todo lo que enviamos se haga llegar una copia a Tiempo.

Después de decidir un medio informativo local al cual dirigirse venía el problema de la decisión sobre el medio informativo nacional. La televisión estaba descartada por razones obvias. La radio representaba para nosotros el problema de cómo hacerles llegar el material sin riesgos extras. Entonces estaba el problema de la prensa nacional. Recuerden que nosotros no sabíamos qué se estaba diciendo en la prensa de lo que pasaba, nosotros estábamos peleando en las montañas y en las ciudades. Así que, como dije antes, teníamos que decidir en base a los antecedentes que teníamos.

La Jornada. Entonces valoramos lo que había hecho La Jornada anteriormente. Su política editorial era, como se dice ahora, plural. Es decir ahí tenían espacio diversas corrientes ideológicas y políticas, en ese periódico se apreciaba, se aprecia todavía, un amplio abanico de interpretaciones de la realidad nacional e internacional. Es decir, ese periódico presenta, con calidad, un mosaico ideológico de lo más representativo de la llamada sociedad civil mexicana. Creo que esto se demuestra en el paulatino paso de la condena lapidaria contra el EZLN (remember el editorial del 2 de enero de 1994) al análisis crítico de lo que ocurría. Mutatis mutando, creo así ocurrió con la llamada sociedad civil: de condenarnos pasó al esfuerzo por entendernos. Hay en La Jornada lo que antes se llamaba izquierda, centro y derecha, así como las múltiples subdivisiones que la historia crea y deshace. Hay polémica sana y de nivel. En fin, creo que es un buen periódico. Es difícil tacharlo de izquierdista o de derechista o centrista (aunque el Frente Anticomunista Mexicano lo catalogue entre los primeros). Creo que este mosaico de corrientes editoriales es parte importante del éxito de ese diario (y «éxito editorial de un periódico» en mis tiempos de periodista significaba poder sacar el siguiente número). Sin embargo, no fue la existencia de este mosaico ideológico lo que nos decide a incluir a La Jornada entre los destinatarios. Lo decisivo fue la valentía y honestidad de sus reporteros. Nosotros hemos visto brillantes páginas de periodismo («de campo», le decían antes) en notas y reportajes en este diario. Por alguna extraña razón, estos reporteros (y muchos otros, estoy de acuerdo, pero ahora hablo de La Jornada) no se conforman con los boletines oficiales. Son enfadosos (para los reporteados) hasta el cansancio en su afán de saber qué ocurre. Además, cuando algo importante (a su entender) pasa, no se conforman con mandar un reportero, sino que forman una verdadera unidad de asalto que empieza a develar caras diversas del hecho que están cubriendo. Tienen lo que en mis tiempos se llamaba «periodismo total», como si fuera una película con varias cámaras con distintos enfoques y ángulos de un mismo hecho. Lo que en el cine hipnotiza, en la prensa mueve a reflexión y análisis. Peleando todavía con fuego y plomo, pensábamos nosotros que, tal vez, quisieran conocer la cara detrás del pasamontañas. No digo que otros no lo quisieran (incluido el gobierno federal), pero ahora hablo de este medio informativo. Así las cosas, lo que nos hace a nosotros optar por agregar el nombre de La Jornada a los destinatarios es, sobre todo, su equipo de reporteros. Hay otras razones menos determinantes como las secciones eventuales (¿o regulares?) de «La Doble Jornada», «La Jornada Laboral», «Perfil» y, last but not least, «Histerietas».

El Financiero. Alguien me ha preguntado por qué escogemos como interlocutor a un periódico especializado en cuestiones económicas. Decir que El Financiero es un periódico de finanzas es faltar a la verdad en el mejor de los casos, y en el peor significa que no lo han leído. Tiene El Financiero, a nuestro entender, un equipo de columnistas serios y responsables en su quehacer periodístico. Sus análisis son objetivos y, sobre todo, muy críticos. La pluralidad ideológica de las columnas que lo conforman es también una riqueza que es difícil encontrar en otros diarios nacionales. Quiero decir, es una pluralidad equilibrada. Su política editorial no se conforma con salpicar alguna pluma crítica entre las que se alinean con el poder, abre espacios reales de análisis incisivos de uno y otro bando (yo dudo que haya dos bandos solamente, pero la figura literaria ayuda, creo). Su equipo de reporteros tiene el instinto de «diseccionar» la realidad, que es lo que finalmente distingue a un reportero de un observador. El Financiero parece decirnos y mostrarnos que un hecho social se refleja (¿»se refleja»?, creo que debo decir: «condiciona y se condiciona») en diversos aspectos económicos, políticos, culturales. Como leer un libro de historia, pues, pero de historia presente y cotidiana que, por cierto, es la historia más difícil de leer. Cuando yo era joven y bello, los intelectuales tendían a agruparse en torno a una publicación, atrincherarse, y desde ahí lanzar verdades al ignorante mundo de los mortales. En aquellos tiempos les decían «las élites de la inteligencia» y había tantas como revistas y corrientes ideológicas estuvieran de moda. Publicaciones para que las leyeran los mismos que las publicaban. «Una masturbación editorial», dice Lucha. Si tú, inocente terrícola, querías llegar a rozar esas torres de marfil tenías que seguir un proceso más bien escabroso. Si algún medio editorial parece alejarse de este «periodismo de élite» que decanta, selecciona y elimina, es El Financiero. Este diario nacional no reaccionó con la condena inmediata a un movimiento que nadie entendía, no se precipitó en las elucubraciones intelectuales que afectaron, y afectan, a otros medios. Esperó, que en el arte de la guerra es la virtud más difícil de aprender, investigó, reporteó y, sobre una base más firme, empezó a tejer ese análisis interdisciplinario que ahora pueden apreciar sus lectores. Nosotros no supimos esto hasta que, tiempo después, llegó un ejemplar a nuestras manos. Nos felicitamos por haber escogido bien aunque, justo es reconocerlo, no teníamos nada que perder. Si para La Jornada fue el equipo de reporteros el que nos decidió, en El Financiero fue el equipo de editorialistas (no obstante el señor Pazos).

Proceso. De este semanario vale reiterar las disculpas por su tardía aparición entre los destinatarios. La razón de esto ya la expliqué en otro lado. Quisiera recordar una anécdota, de las muchas que andan sueltas en nuestras mentes y pláticas, del día primero de enero de 1994: al anochecer, la mayoría de la gente civil que había estado entre curiosa y escandalizada por lo que veía, con nosotros en el palacio municipal de San Cristóbal de las Casas, se había retirado a sus casas y hoteles asustada por los insistentes rumores de que el ejército federal intentaría asaltar nuestras posiciones en la oscuridad. Llegaban, sin embargo, uno que otro borracho para el que la fiesta de fin de año se había alargado 24 horas. Manteniendo con dificultad el equilibrio se dirigían a nosotros preguntándonos de qué procesión religiosa se trataba porque veían muchos «indios» en el parque central. Después de informarles de qué se trataba nos invitaban un inútil trago de una botella ya vacía y se iban, tambaleándose y discutiendo si la procesión era por la Virgen de Guadalupe o por la fiesta de Santa Lucía. Pero también se nos acercó gente en su juicio, o eso aparentaban. Y entonces ocurrió lo que ocurrió: surgieron estrategas bélicos y asesores militares espontáneos que nos hacían señalamientos rotundos de cómo correr y evitar muchas bajas cuando nos atacaran los federales, porque respecto a que seríamos aplastados había unanimidad en todos ellos.

Alguno, ya más entrada la noche y cuando nuestras tropas se alistaban para trasladarse a sus nuevas posiciones previas al asalto a Rancho Nuevo, se acercó a mí y con un tono más paternal que doctoral me dijo: «Marcos, cometiste un error estratégico iniciando la guerra en sábado». Yo me acomodé el pasamontañas que, junto con mis párpados, empezaba ya a caerme sobre los ojos, y aventuré, temeroso, «¿Por qué?»

«Mira, dice mi improvisado asesor de estrategia militar, el error está en que los sábados cierra su edición Proceso y entonces los análisis y reportajes verdaderos sobre su lucha no van a salir sino hasta la próxima semana». Yo sigo acomodándome el pasamontañas más por darme tiempo que porque estuviera fuera de lugar. Mi asesor militar coleto agrega implacable: «Debiste haber atacado el viernes». Yo trato, tímidamente, de argumentar en mi defensa que la cena de año nuevo, los cohetes, los festejos, los etcéteras que ahora no recuerdo pero que seguro dije porque el personaje que tenía enfrente no me dejó continuar y me interrumpió con un «Y ahora quién sabe si ustedes van a durar hasta la próxima semana». No había lástima en su tono, había una lúgubre sentencia de muerte. Se fue dándome una palmada comprensiva de mi torpeza estratégica al atacar en sábado. No he leído el Proceso de esa semana posterior al 1o. de enero, pero si en algo tenía razón el estratega de esa noche era en que en Proceso salen análisis y reportajes verdaderos. Poco puedo yo agregar a las virtudes que todos señalan en la labor periodística de este semanario reconocido mundialmente. Baste llamar la atención sobre la profundidad siempre presente en los artículos de Proceso, de los diversos enfoques de una problemática, sea nacional o internacional.

Otros. Coincido con ustedes en que hay algunos medios más, de igual o mayor valía que los arriba mencionados. Veremos de ampliar el número de destinatarios o, de plano, dirigirnos a la prensa en general. Creo que, finalmente, será lo más prudente, pues en verdad son muchos y buenos los medios informativos que hacen eso: informar.

El Sur (Oaxaca). Repito que no lo conocíamos, contrarrepito que no tenemos las ventajas del ejército federal para dar entrevistas o conferencias de prensa, archirrepito que estamos cercados y en guerra. Pero les propongo un trato: mientras se hace posible la entrevista personal podíamos avanzar algo por correspondencia. Ya sé que una entrevista epistolar no es el ideal de un reportero, pero algo podríamos avanzar. Además me comprometo a «cazarles» una entrevista con otros oficiales del EZLN y ésta sí sin más requisitos que venirse a Chiapas y recoger, en la oficina del Comisionado Nacional de Intermediación, la acreditación que como corresponsales de guerra les da el EZLN.

Como ya sabrán, el diálogo no ha empezado. Tal vez los estamos esperando a ustedes.

Bueno, señores periodistas de El Sur de Oaxaca, creo ya debo haberlos aburrido bastante. Como quiera que sea, la gran ventaja de esta larga carta es que ningún medio se va a atrever a publicarla. Vale.

Salud y un abrazo cierto y sin rencores… ¿estamos?

 

Desde las montañas del Sureste Mexicano

Subcomandante Insurgente Marcos

 

P.D. ¿Podrían mandarnos un ejemplar de su periódico? Prometemos solemnemente pagarlo en el improbable caso de que algún día tengamos dinero. (¿Aceptarían cartas en lugar de efectivo?)

Otra P.D. Ese avión no termina de caerse y el agua de la olla ya se evaporó en la espera. ¿Qué tal y cuando se vengan se traen un poco de ese queso oaxaqueño que, dicen, es tan sabroso? Nosotros ponemos las tortillas y el hambre. De nada.

 

c.c.p Tiempo, San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

c c.p. La Jornada, México, D.F.

c.c.p. El Financiero, México, D.F.

c.c.p. Proceso, México, D.F.

 

(11 de febrero de 1994)

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