Durante el mitin en Tlanepantla, Morelos Lea aquí la transcripción
En la reunión en Tetela del Monte, Morelos. Lea aquí la transcripción
En Tlalnepantla
En Tetela del Monte
Palabras del Delegado Zero en Mitin, Tlanepantla, Morelos
9 de abril del 2006
Buenas tardes pueblo de Tlanepantla.
Nos ponemos de pie para saludar a un pueblo que es digno y rebelde, nosotros los zapatistas los saludamos.
Quiero contarles dos pequeñas historias, porque ustedes mejor que nadie saben las mentiras que se dicen en los medios de comunicación y en los gobiernos para hacer que nos olvidemos de nuestras luchas.
Nosotros somos indígenas chiapanecos: tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales. Vivimos en las montañas del sureste mexicano, somos de raíz maya. La historia que les voy a contar, tal vez, algunos la vayan a reconocer en su propia historia.
Donde nosotros vivimos, no había nada, más que la explotación, el desprecio y la burla. La mayoría de nosotros no habla español, hablamos nuestras lenguas indígenas mayas, así nos entendemos y así tratamos de sobrevivir.
Hace cinco años, pasamos por el estado de Morelos pidiendo el reconocimiento a los derechos y la cultura indígena, y en una de las casas en las que pasamos nos enseñaron un pequeño museo de cómo es la tierra y cómo se trabaja. Nos decían que, como avance, la tierra se trabajaba en tractores y antes, cuando estaban retrasados, usaban la yunta de bueyes.
Nosotros ni siquiera llegábamos a eso, compañeros y compañeras, nosotros sembramos la tierra —la sembrábamos antes del alzamiento— con una coa, con un palo haciendo un hoyo en la tierra e ir poniendo ahí la semilla del maíz o del frijol.
Nosotros como indígenas éramos despreciados por nuestra cultura, por nuestra lengua, por nuestro color, incluso por el tamaño, por la estatura.
Allá donde estábamos nosotros ni siquiera llegaban los candidatos. Las urnas, los votos, se llenaban en la cabecera municipal y a las comunidades indígenas sólo les decían que ya había un cambio de gobierno, pero el cambio en nuestra vida no existía.
Las buenas tierras: en planada, con riego, con agua, eran de los grandes terratenientes, los finqueros les decimos nosotros. Los pueblos indios estábamos aventados en la montaña, teníamos que sembrar en cerros llenos de piedras, y ahí ir colocando la semilla entre una y otra piedra. Una hectárea nos rendía media tonelada de maíz, con eso teníamos que vivir.
Nuestro producto es el café. Tenemos que caminar tres o cuatro días hasta la carretera cargando el café en la espalda: 25, 30, hasta 35 kilos de peso en la espalda. Jornadas de ocho horas para llegar a la carretera, y tener que pagar un camión que nos lleve a la cabecera municipal. Llegando ahí, nos topaba el coyote, el intermediario, que se aprovechaba de que no hablábamos español y nos daba unas cuantas monedas por nuestro café. Ahí lo único que podíamos hacer era negarnos —y tener que regresar otra vez a nuestra comunidad con la misma carga que habíamos sacado para poder vender—, o aceptar el precio que nos estaban ofreciendo, y eso hacíamos.
Como indígenas, si alguien se enfermaba, allá no había hospitales ni clínicas. Había que salir a la cabecera municipal y ahí recibir el desprecio de los doctores y de las enfermeras, que nos dejaban morir en la puerta de esas clínicas.
No había escuelas: nuestros niños, nuestras niñas, nuestros adultos, crecían trabajando en la montaña, cargando leña, sembrando el maíz, el frijol o recolectando el café.
Todo esto estaba así y nuestros compañeros y compañeras se organizaban para mandar comisiones a la Reforma Agraria para solicitar tierra, a la cabecera municipal, a la capital del estado, a la capital de la República, y en todas partes nos decían que diéramos otra vuelta. Esta historia la conocen bien ustedes: comisiones y comisiones, papeles firmados, y nunca una respuesta.
Llegó entonces en la idea de estos compañeros y compañeras formar un grupo de guerreros, hombres y mujeres, y mandarnos a la montaña a prepararnos para el día en que se fuera a necesitar. Durante este tiempo, aparecieron otra vez los malos gobiernos y estuvimos viendo cómo nuestros niños menores de cinco años se morían de diarrea, de calentura. Ni siquiera podíamos darles unas pastillas para calmar su dolor, y ahí en nuestros brazos se iban muriendo.
Llegó entonces al gobierno este cabrón que se llama Carlos Salinas de Gortari, y acabó con la herencia del General Emiliano Zapata a la hora que quitó el Artículo 27 y dijo que ahora la tierra se podía vender y comprar, y que ya no iba a haber reparto agrario, que ya no iba a haber tierra para los campesinos.
Estamos así entonces, con este dolor y con esta tristeza que les estoy contando: tan duro, tan fuerte, que casi lo podíamos tocar como si fuera una pared en la que estuviéramos encerrados.
Yo no soy Comandante, soy Subcomandante, encima mío están hombres y mujeres como la mayoría de los que están aquí: hombres sencillos y humildes, de edad, y mujeres sencillas y humildes, también de edad, como la mayoría de los que están aquí. Ellos son los jefes, ellos son los que mandan. La mayoría de ellos no sabe hablar español, la mayoría de ellos no sabe leer y escribir en castilla. Nos entendemos y pensamos según nuestra lengua indígena.
Nos mandaron llamar a los guerreros y nos dijeron que no podía seguir la situación así. Que teníamos que elegir si íbamos a morir, si íbamos a seguir desapareciendo como si fuéramos animales, sin que nadie nos tomara en cuenta, sin que nadie nos volteara a ver. Si íbamos a elegir seguir viendo cómo nuestros niños iban muriendo, nuestros ancianos, nuestros adultos, y cómo nos iban acabando como si fuera una guerra. Nuestros jefes dijeron que no podía ser así, que si íbamos a morir, teníamos que morir peleando.
Organizamos entonces lo que ustedes conocen como Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Y así nos llamamos: Zapatista, porque nuestra lucha era como la lucha de nuestro General Emiliano Zapata. Y nos llamamos de Liberación Nacional porque no queríamos nada más resolver nuestro problema, sino que queríamos —y queremos— que se resuelva el problema de toda la gente pobre y explotada en este país.
Nos estuvimos preparando mucha gente y mucho tiempo. Como allá no llega nadie, el gobierno nunca se dio cuenta y los ricos tampoco. Llegó el día en que había que empezar y escogimos cuando los ricos estaban celebrando el año nuevo, cuando los gobiernos estaban brindando y echando fiesta, porque habían dicho que en México ya todo estaba resuelto y que ya éramos un país moderno, con puras libertades y que todo mundo vivía bien.
La madrugada del primero de enero de 1994, más de cinco mil combatientes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional avanzamos en la noche y atacamos siete cabeceras municipales en Chiapas. Rendimos a las policías municipales y a las policías del estado, que se rindieron sin pelear y entregaron sus armas, y hasta sus uniformes. Empezamos entonces los combates contra el ejército federal. Según nuestra idea, porque nuestros compañeros y compañeras combatientes son también como ustedes: hombres y mujeres del campo, teníamos la preocupación de que cuando los vieran fueran a identificar a sus familias, y les fueran a hacer daño. Entonces, para que no nos conocieran a la hora que atacáramos, nos tapamos la cara. Algunos usaron un paliacate, y nos cubrimos así como los bandidos de las películas, y otros nos tapamos con un pasamontaña.
Cuando empezó la guerra, llegaron periodistas de muchas partes y nos tomaron fotos a todos con el rostro cubierto. Y entonces resultó que este país y el mundo se dio cuenta que lo que decía el gobierno era mentira: que no es cierto que todos estábamos bien, que no es cierto que había modernidad. Sino que había muchos pueblos que estaban en la miseria y que estaban siendo aniquilados como si fuera una guerra. Y entonces, llegó en nuestro pensamiento esto de que qué gacho —qué paradoja, se dice también—, qué extraño que este gobierno, y este mundo y este país, sólo voltea a ver a los indígenas y a la gente pobre cuando se tapa la cara.
Llegó en nuestra idea, también, que íbamos a usar de ahí en adelante el pasamontañas negro, para simbolar —simbolizar, perdón— el color que somos de la tierra, el orgullo que tenemos de ser morenos y de ser indígenas. Desde entonces, llevamos el rostro cubierto. Desde entonces, hemos dicho que no lo dejaremos descubierto hasta que en nuestro país haya Democracia, Libertad y Justicia para todos los mexicanos.
Democracia quiere decir que no nos impongan gobiernos; quiere decir que cada pueblo se mande a sí solo, que cada pueblo elija la forma en que se tiene que gobernar.
Libertad quiere decir que no nos mande nadie, que no nos desprecien por nuestra cultura, por nuestra lengua, que no nos humillen por ser indígenas. Que no vamos a pensar que vamos a ser pobres porque somos indígenas, sino vamos a pensar que somos pobres porque hay quien nos explota, porque hay quien se roba nuestro producto, porque hay quien se enriquece a costa de nuestro trabajo.
Y Justicia quiere decir que el que tiene su delito lo pague. Porque lo sabemos que las cárceles en México están llenas de luchadores sociales y de gente pobre. Lo sabemos que cuando el rico roba no le hacen nada, se hacen patos los jueces y nunca tocan la cárcel. Y, en cambio, una pobre gente que lucha por sus derechos rápido lo meten a la cárcel. O una gente que tiene que agarrar algo porque no tiene qué llevarse a la boca, también lo meten a la cárcel. Justicia es que tengamos una vivienda digna; que nuestro trabajo sea bien pagado y que sea respetado; que tengamos la tierra y tengamos precio para nuestros productos, y que tengamos apoyo para producir en el campo; que tengamos educación, buenas escuelas para todos; que tengamos buena salud, hospitales, buenos doctores, medicinas, enfermeras; que tengamos buena alimentación, no llevarnos a la boca lo único que tenemos a veces, que ni siquiera alcanza para la tortilla y la sal.
Democracia, Libertad y Justicia fueron y son las banderas con las que nos alzamos en armas el primero de enero de 94. Empezaron los combates contra el ejército federal y, entonces, se levantó un gran movimiento a nivel nacional —y a nivel internacional— pidiendo que habláramos, que escucháramos, que dijéramos quiénes éramos y qué es lo que queríamos. Que tratáramos de llegar a un arreglo con el gobierno, para que no fuera necesario los combates ni la guerra.
Y eso hicimos compañeros y compañeras. Empezamos a hablar con el gobierno, a tratar de llegar a acuerdos. Y nos hicieron ellos —los que están allá arriba— lo mismo que le han hecho a ustedes y a muchos campesinos e indígenas, obreros, estudiantes, maestros, en todo el país: nos engañaron. Firmaron acuerdos y dijeron que los iban a cumplir, y no los cumplieron. Todos, no sólo el partido PRI, también el partido PAN y el partido PRD, no tuvieron la valentía de cumplir con lo que habían acordado con nosotros y con los pueblos indios de este país.
Pero cuando estamos dialogando con el gobierno, también empezamos a encontrarlos a ustedes, a conocer sus luchas. A saber que nuestro dolor no era nada más nuestro, sino que era de mucha gente pobre y humilde en todo el país. Y llegó en nuestro pensamiento que teníamos que unirnos con ustedes.
Recibimos apoyo de muchas partes del mundo y de muchas partes de México. Ahora, ahí en nuestras tierras no manda el gobierno, mandan los pueblos. Ahora, ahí hay escuelas, hay hospitales, los construimos nosotros mismos con apoyo de la sociedad civil. Levantamos las escuelas, mismo las comunidades. Los maestros no son del gobierno, son nuestros propios habitantes de las comunidades. Lo que enseñamos ahí no es lo que dice el gobierno. Enseñamos a leer y a escribir, y enseñamos la historia, pero enseñamos la historia de abajo, la historia de la gente que lucha. No la historia de los grandes ricos, que es la que enseñan en las escuelas del gobierno. Todo eso hicimos.
Y tomamos la tierra, correteamos a los finqueros y a los terratenientes, los expulsamos. Y ahora esas tierras están produciendo maíz y frijol y son propiedad colectiva, no son propiedad de nadie. La tierra se repartió entre los campesinos e indígenas que no tenían nada y la están trabajando en colectivo.
Eso es lo que estamos haciendo hasta ahora. Ninguno de nuestros dirigentes se enriqueció, ninguno vive mejor que antes, ninguno tiene dinero ni ninguna posesión, como no sea el uniforme que carga, el arma que tiene, y nada más. Ni casa tenemos, pero nuestras comunidades tienen ahora una mejor vivienda, tienen tierra para trabajar, tienen escuelas, tienen hospitales y clínicas. Nuestra historia de rebelión hizo que estuvieran mejor, que están mejor, las comunidades zapatistas. Pero lo sabemos que no lo logramos solos, lo logramos gracias al apoyo de muchas organizaciones y muchas personas aquí en México y en todo el mundo.
Pero también vimos que ya no podemos confiar en los malos gobiernos. Vimos que está pasando grandes problemas. Nosotros como indígenas y como campesinos —y hablo especialmente para los compañeros y compañeras que viven de la tierra— sabemos que ahora hay un dolor que antes no teníamos.
No podemos seguir viviendo esperando a ver cómo va a estar el precio del nopal. Ni siquiera nosotros lo decidimos: lo sembramos, lo cosechamos, todo el día trabajando ahí, y luego llegar a la central de abastos o llegar con el intermediario, y descubrir que el precio que nos pagan ni siquiera sirve para pagar el día que estuvimos trabajando.
Y entonces, lo que quieren hacer aquí en Tlaneplantla, aquí en Morelos, y aquí en todo nuestro país que es México, es obligarnos, compañeros y compañeras, a dejar la tierra. Y no es porque quieren sembrar otra cosa. Lo que quieren es conquistarla como hace quinientos años los españoles vinieron a conquistarla, como después llegaron los norteamericanos, los franceses. Y son los mismos: los grandes capitalistas de Europa y de Norteamérica los que ahora quieren la tierra en la que estamos trabajando. A ellos no les importa que la gente que vive del nopal se muera de hambre. No les importa que el precio caiga tanto, que ni siquiera valga la pena sembrarlo. No les importa lo que pueda cocinarse con el nopal o los alimentos que se puedan producir. No les importamos.
Y no importa de qué partido sean: sin son del PRI, del PAN o del PRD, no les importan. Cualquiera que venga a decirles otra cosa, los está engañando. Lo que quieren ellos es la tierra de ustedes. Y ustedes como campesinos, como campesinas, como indígenas, sobran, estorban. Los quieren sacar de aquí a la buena o a la mala. Y para eso tienen sus trampas: tienen esas trampas que hacen en el mercado para que bajen los productos. ¿Qué vamos a hacer si el nopal no tiene precio, si el maíz no tiene precio? Pues entonces tenemos que buscar otra forma de trabajo. Y así, hemos visto en muchas partes que muchos jóvenes, hombres y mujeres, tienen que salir de su pueblo a buscar trabajo a las ciudades o irse a emigrar a los Estados Unidos.
En nuestro recorrido hemos encontrado pueblos enteros en los que sólo hay mujeres, ancianos y niños: no encuentran ustedes jóvenes. Si preguntan por ellos, les van a decir que están buscando trabajo en las ciudades. Que tal vez están limpiando coches en las ciudades o vendiendo chicles para ganar algo de dinero y algo, muy poco, mandarle a sus familias. O sabrán que esos jóvenes, hombres y mujeres, tuvieron que cruzar al otro lado, a los Estados Unidos, y ahí están tratando de trabajar y de mandar dinero.
¿Para qué quieren ellos la tierra que tenemos? No es para sembrar nopal. Quieren poner hoteles, grandes casas, centros comerciales, centros turísticos, a los que nunca vamos a entrar. Si antes, en la época de Porfirio Díaz, y antes, en la época de los hacendados, éramos peones de las tierras que eran nuestras como pueblos indios antes que ellos llegaran, esta historia se va a volver a repetir, pero ahora sin nosotros.
Las tierras van a ser tomadas por ellos y ni siquiera vamos a poder trabajar como peones. Si ustedes piensan que aquí —cuando los ricos tomen las tierras de Tlanepantla— les van a dar empleo en las grandes casas de lujo, o en los hoteles, o en los centros comerciales, o en los centros de diversión, están equivocados. No los quieren ver, les dan asco. Les dan asco por nuestro color, les damos asco por nuestra lengua, por nuestra forma de ser. Nos desprecian peor que si fuéramos animales, porque todavía para los animales —para sus perros— hay atenciones y cariños, y para nosotros sólo desprecio.
¿Qué vamos a hacer compañeros y compañeras? ¿Vamos a seguir esperando a que esto va a pasar? Porque ya lo vimos en otros estados de la República que ya pasó. Ya vimos que fueron despojados de la tierra con trampas. Les dijeron que se registraran en el Procede a los que eran ejidatarios, y los convirtieron en pequeños propietarios. Les dijeron que se registraran en el Procecom a los comuneros, y los convirtieron también en pequeños propietarios. Les empezaron a meter fertilizantes con créditos, semillas transgénicas. Les ofrecieron Procampo, Procede, Procecom —todas las ayudas del gobierno—, a cambio que se registraran, y los fueron endeudando poco a poco.
El campesino seguía trabajando la tierra, contento porque ahora sí tenía el apoyo del gobierno. De sol a sol: mojado si llueve, mojado si hay sol, pero ahora por el sudor. Y se encuentra, a la hora que va a vender su producto, que no sale, que no sale la paga, que no sale todo el día que estuvo trabajando, y su deuda va creciendo, y creciendo, y creciendo. Y si antes nuestra Constitución decía que la tierra ejidal y la tierra comunal no se podía comprar ni vender, ni embargar, las reformas que hicieron los gobiernos neoliberales lo cambiaron: ahora sí se puede vender, ahora sí se puede comprar y, abusados, ahora también se puede embargar.
Entonces, llega el momento en que el campesino no puede pagar sus deudas. Y el banco, el rico, le dice: “no hay problema, me quedo con tu tierra”. Algunos ya entregaron sus papeles, y un día se van a amanecer con que la tierra que fue de sus abuelos, de sus padres, que sería de sus hijos, en esa tierra, los van a acusar de despojo. Los van a acusar de haber invadido esa tierra que, aún antes de que llegaran los españoles, era de ustedes. Y todo con esta trampa legal. Y si ustedes van a querer resistirse, van a mandar a la policía municipal, a la estatal, o al ejército, porque los van a acusar de haber robado la propia tierra.
Si ustedes piensan que los estoy engañando, ahí lo van a ver si lo dejan que pase. Si no pregunten con los compañeros y compañeras de otros estados, con pueblos indios. Pregunten con campesinos de otros estados de la República y les van a contar esta historia: la tierra que fue por años, por siglos, de ellos, ya no les pertenece. Y ahora tienen que trabajar muy lejos de su comunidad, si es que encuentran trabajo.
Lo que está pasando es que tenemos que escoger, tenemos que elegir. Y eso es lo que hemos venido a decirles. Tenemos que elegir si pensamos que con un cambio de gobierno van a cambiar las cosas. Vean en su corazón y díganme si hay un solo político, uno sólo, que haya llegado al gobierno pobre y haya salido pobre. Y van a ver que no hay ninguno. Todos entran pobres —si es que entran pobres— y salen ricos. Resulta que es un negocio la política, resulta que es un negocio ser gobernante. Y por eso se están peleando allá arriba por ver quién se queda con el dinero de ser gobernante.
Digan ustedes, en su corazón piénselo, si hay algún gobernante que haya hecho leyes o que haya favorecido el pueblo. ¿Que gobernante se está preocupando ahorita, en Morelos o en la República, porque el precio del nopal vaya a caer? Ninguno, porque ellos ni siquiera comen nopales, comen pura comida buena —dicen ellos—, enlatada, o traída de otros países. Entonces no les importa si la gente de aquí, de la región, va a ver que su precio cae tanto que ni siquiera vale la pena. Ni siquiera vale la pena llenar un camión de nopal e irlo a tirar, ni siquiera eso, ni siquiera se va a conseguir para la gasolina. A ellos no les importamos. Tenemos que elegir entonces si un gobierno, cualquiera que sea, va a cambiar las cosas o, como ustedes decidieron en 2003, las tenemos que cambiar nosotros mismos.
Nosotros en las tierras zapatistas tenemos autogobiernos. Nuestros gobiernos son gente humilde y sencilla como ustedes, son campesinos que durante un tiempo tienen que hacer la labor de buen gobierno, decimos nosotros. No reciben ninguna paga, se les da tortilla y frijol durante el tiempo que están gobernando y, cuando acaban, tienen que volver a trabajar la tierra.
Díganme ustedes un campesino, un indígena que haya llegado al gobierno y que haya regresado, cuando terminó, a trabajar la tierra: ninguno. Se hacen comerciantes o se van a otro país, se compran buenas casas, buenos carros, empieza a mejorar su vida sólo porque son gobierno. Nosotros lo sabemos y ustedes también: las cosas sólo caminan para bienestar del pueblo cuando —como decimos nosotros— el pueblo manda y el gobierno obedece.
Esta noche de dolor que les estoy platicando, compañeros y compañeras de Tlanepantla, va a ser para todos. Ojalá me estén escuchando algunos priístas, o panistas, o perredistas, porque este dolor va a ser también para ellos. Los están engañando, como nos han engañado a todos desde hace quinientos trece años. Les están dando un dulce para que se vendan, para que traicionen a su propia comunidad, y ustedes también van a ser expulsados de estas tierras. Ustedes, como priístas, como panistas o como perredistas ¿van a creer que esos ricos van a querer vivir al lado de ustedes? No, no les importa qué partido hayan votado, ustedes son campesinos o son indígenas, son morenos, no hablamos bien el español, no servimos para nada más que para servirles: también los van a expulsar.
Y un día va a llegar que van a poder venir a estas tierras, pero como si fueran extranjeros. Y entonces, no importa de qué partido político sean, van a tener que confrontar a sus hijos y contarles; traerlos aquí y decirles: “algún día esta tierra fue nuestra y la perdimos por tontos y por cobardes, y por habernos vendido por unas migajas”. Porque ¿cuánto pueden durar los juguetes, las gorras, las playeras que les están dando para que voten por un partido político?
Ahorita están muy interesados en Tlanepantla, en Morelos, y en toda la gente de México, nada más por la credencial de elector. Y ahorita sí nos están queriendo mucho y nos hablan muy bonito, pero cuando pase el dos de julio —en la madrugada del tres de julio— vamos a ser borrados otra vez del mapa. No importa quién esté arriba, sea PRI, PAN o PRD, y no importa por quién hayan votado —o si votaron o no—, para ellos éste, este suelo, este territorio, el de Tlanepantla, el de Morelos, el de México, es una tierra de conquista y la van a conquistar, sea como sea.
Aquellos que están aceptando unas migajas, para ponerse en contra de su pueblo, también van a ser despreciados, humillados, y son los primeros a los que van a expulsar. Les pedimos pues que lo piensen, porque lo sabemos bien que de arriba no hay ningún beneficio. Nosotros estamos pensando esto no sólo como zapatistas del EZLN, sino como todas las organizaciones que hay en todo el país, que ya son nuestros compañeros en esto que llamamos la Otra Campaña.
Y se llama la Otra Campaña porque nosotros no estamos pidiendo cargo, no venimos a pedir aquí que voten por el EZLN o que voten por Marcos. Nosotros estamos luchando porque nadie nos mande, porque nadie nos diga lo que tenemos que hacer como pueblo y como comunidad. Que, a la hora que se va hacer algo, sea la comunidad la que decida y no alguien que viene de fuera. Nadie, sino la propia comunidad —en este caso— de Tlanepantla de Morelos.
La lección que ustedes dieron durante su lucha no es una derrota, es una señal que ha sido recibida por muchos pueblos, que entienden también que cada pueblo tiene que tomar en sus propias manos su destino, que sólo así van a cambiar las cosas. Lo que ha cambiado, desde entonces hasta ahora, compañeros y compañeras, es que ya no tenemos para dónde hacernos: o luchamos juntos o vamos a desaparecer como comunidad. Aquí, en este lugar donde estamos, si no luchamos va a ser un centro comercial, no un lugar de reunión del pueblo. Ni siquiera la presidencia municipal y quien la usurpa va a existir. Todo esto va a ser una colonia nada más en las orillas de Cuernavaca. Se van a llevar el agua, se van a llevar la tierra, se van a llevar a la gente a otras partes, y aquí nada más va a haber una colonia de lujo, con muchos, con muchas ventajas: albercas, parques de golf, todo eso pues que ya hemos visto que han hecho en otros lados.
Entonces, tenemos que escoger. Nosotros hemos pensado que en lugar de cambiar de gobierno, lo que tenemos que hacer es alzarnos y tumbar a todos los malos gobiernos: derrocar al gobierno federal, derrocar al gobierno estatal y derrocar a los gobiernos municipales que han sido impuestos.
Lo que nosotros pensamos —y es lo que estamos hablando— es que tenemos que hacer un gran movimiento nacional, civil y pacifico, como el que hizo Tlaneplanta de Morelos pero en todo el país, al mismo tiempo. No que así, como estamos luchando cada quien por su lado, nos aplastan, nos reprimen y nos matan a nuestros compañeros y compañeras, como ya han contado aquí.
Lo que estamos haciendo es haciendo un gran acuerdo nacional. Pasando en todos los pueblos y dando este mensaje, e invitándolos a que se unan a la lucha. Y luego, entre todos, ponernos de acuerdo. Si nos ponemos de acuerdo entre todos y al mismo tiempo hacemos grandes movilizaciones, podremos derrocar al gobierno. Pero ya no para poner a otro que nos mande, sino para hacer otra vez, de nuevo, este país. Sacar a los grandes ricos que son los que nos están engañando: a los grandes poseedores de la tierra, a los grandes dueños de los centros comerciales, a los grandes dueños de las fábricas, a los banqueros. Todos esos para afuera.
Vean compañeros y compañeras, vayan a una ciudad, vean cómo los ricos son cada vez más ricos. Porque cuando vamos a hablar con el gobierno para pedir apoyo nos dice que no hay dinero. Y entonces, ¿por qué esos cada día tienen mejores casas? ¿Cuánto paga una familia pobre de luz, de gas, de agua, de drenaje? Vayan y asómense a los grandes centros comerciales, pidan la cuenta que lo que pagan y van a darse cuenta de que ellos, los que tienen más, pagan menos que nosotros. Vayan a hacer la cuenta y luego regresen a su casa. Vean lo que hay en su mesa, vean si es cierto que ahora comen mejor. Vean si sus hijos visten mejor la ropa. Vean si ustedes tienen medicinas cuando se enferman y van a ver que no. Vayan a la tierra donde trabajan y vayan al mercado donde venden su producto, y digan si es que ahora está pagado con un precio justo y van a ver que no. Digan si han trabajado menos, si es cierto lo que dicen los ricos de que somos pobres porque somos holgazanes. ¿Quién puede decir aquí que ya no trabaja la tierra? La trabaja. Y ¿quién de aquí puede decir que es más rico porque trabaja más? Ninguno.
El día tiene 24 horas, ni aunque trabajáramos las 24 horas sale el precio de lo que queremos por nuestro trabajo. Entonces, ¿por qué ellos son más ricos cada vez y no trabajan, y nosotros cada vez somos más pobres y trabajamos más? Compañeros y compañeras, porque ellos —los que están arriba— se están enriqueciendo a nuestra costa, y los políticos están para servicio de ellos. Antes, en estas tierras había grandes haciendas. Estaban los peones acasillados, estaban los indígenas, los campesinos con todas sus familias, trabajando una tierra que era del hacendado. Y el que los controlaba era el capataz. Eso es lo que son los partidos políticos allá arriba: son los capataces. Nada más que antes se contrataban directamente, y ahora hay que hacer unas elecciones antes para ver cuál va a ser el capataz.
Cualquiera —por favor les pido atención—, cualquiera que llegue allá arriba se va a enriquecer a nuestras costas. Cualquiera que llegue allá arriba, va a vender nuestras tierras, nos va a acusar de despojo, nos va a expulsar de nuestra historia y de nuestra comunidad.
Tlanepantla va a desaparecer, Morelos va a desaparecer, y México va a desaparecer. Nosotros, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y todas las organizaciones campesinas, sociales, obreras, políticas, culturales, de derechos humanos, incluso familias enteras, y personas individuales hemos dicho: ¡basta! Que ya no, ya no vamos a dejar que pase esto, ni en el campo ni en la ciudad. Y ya tomamos la decisión de alzarnos, de levantarnos. Y lo que estamos haciendo es pasando a avisar en cada lugar que se unan junto con nosotros. Porque con nosotros, en la Otra Campaña, está la única posibilidad de que podamos sobrevivir como campesinos, como pueblos indios, como habitantes mexicanos y mexicanas de esta tierra.
Compañeros y compañeras, nosotros no venimos a pedirles nada a cambio: ni dinero, ni voto. Ni siquiera venimos aquí a decirles qué es lo que tienen que hacer. Nosotros venimos a ofrecerles respeto a su historia, a su lucha, a su dignidad y a sus formas que tienen para organizarse, sea en colectivos de trabajo, sea en autogobierno, lo que sea. Pero les venimos a pedir una sola cosa: que ya no estén solos, que no luchen aparte, que unan su lucha —con este respeto que estamos diciendo, con está autonomía e independencia—, unan su lucha con la nuestra, con la de los zapatistas.
No les estamos pidiendo que agarren un arma, no les estamos pidiendo que nos alcemos en armas. Les estamos pidiendo que unamos nuestra lucha civil y pacífica, pero todos de común acuerdo, y todos al mismo tiempo. No va a haber ejército que pueda con nosotros si nos unimos. Ni policía, ni gobernante, ni país que pueda someternos si nos unimos como pueblo que somos, como gente humilde y sencilla.
No se trata aquí, compañeros y compañeras, de llevar al poder a un trajudo, a alguien que ni siquiera es de aquí. Se trata de que la comunidad mande, que la comunidad decida quién va a gobernar. Y si no sirve, lo quite. Que la comunidad decida si se hace una escuela, una cancha, un parque, un hospital. Que la comunidad decida qué es lo que hay que hacer con la justicia: quién es el que tiene delito y quién lo tiene que pagar. Ahorita, lo sabemos bien que la justicia sólo la consigue el que tiene dinero, el que puede comprar al juez o el que puede pagarle a la policía, y nosotros como gente pobre no tenemos nada de eso.
Tenemos que escoger compañeros, llegó el día. Porque esto que vamos a hacer nosotros, de por sí lo vamos a hacer, no importa que nos quedemos solos, no nos importa si somos pocos. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional empezó con seis personas, ahorita somos cientos de miles. Y la Otra Campaña empezó nada más con el EZLN, y luego, ya cuando salió la Sexta Declaración, entraron gentes, organizaciones y grupos de todo el país. Es la única organización de izquierda, la Otra Campaña, que tiene presencia en todo el territorio de México. Los demás, los que están allá arriba, los partidos políticos: el PRI, el PAN, el PRD, el Verde Ecologista, el Panal —y ya no me acuerdo cuáles otros hay—, no son de nosotros. Ellos no están preocupados por nosotros, están preocupados por a ver cuánta paga van a sacar, mientras los ricos están destruyendo nuestro país.
Ahí lo vean compañeros y compañeras. Eso es lo que les pedimos: que lo piensen, no venimos a obligar a nadie. Pero estas tierras de Morelos se van a volver a alzar, como cuando el General Emiliano Zapata. Y va a volver a resonar el grito de ¡Tierra y Libertad! Y va a volver a resonar el zapatismo que lleva adentro el pueblo morelense, el pueblo de abajo, no el de los grandes políticos, no el de los grandes gobernantes, sino el de la gente humilde y sencilla.
Morelos no va a estar solo en esta lucha, vamos a estar nosotros los zapatistas de Chiapas junto con ustedes. Y van a estar los obreros que están aquí junto con nosotros, los empleados, los maestros, los estudiantes. Van a estar también los hombres, las mujeres, los niños y los ancianos que tienen dignidad en este país.
Allá arriba, compañeros y compañeras, no se va a resolver nada: lo vamos a resolver nosotros. Les pedimos que lo piensen, y si es que llega en su corazón que están decididos, que van a participar con nosotros en esta lucha, pidan informes con los compañeros que hay de la Otra Campaña aquí en Tlanepantla, o aquí en Morelos. Y sepan, entonces, que ya no van a estar solos. Que como compañeros y compañeras de lucha nos vamos a alzar juntos. Y entonces sí vamos a levantar otro país, uno donde haya Democracia, Libertad y Justicia, pero para la gente de abajo.
Y entonces este dolor que estamos sufriendo ahora: éste de los malos gobernantes, éste de nuestros muertos por luchar, éste de nuestra miseria en el trabajo en el campo, va a ser nada más algo que pasó hace tiempo. Y va a empezar a florecer la tierra con el fruto que le arranquemos y vamos a vivir con dignidad, que eso es lo que queremos.
Compañeros y compañeras de Tlanepantla: gracias por habernos recibido, gracias por haber abierto su casa a toda la gente que viene de todo el país. Porque del EZLN ahora sólo vengo yo, pero de la Otra Campaña viene gente de todo México, que está aquí con nosotros, que ha escuchado su palabra de ustedes y que, a la hora que vuelva a tener problemas Tlanepantla, no volverá a estar solo. Ya no sólo en Morelos, que lo apoyan mucho, sino ahora en todo México.
Sepan, se los digo a nombre de mis compañeros y compañeras del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que lo que hicieron ustedes ha sido una gran lección para nosotros. Volveremos a Tlanepantla, ahora con más compañeros zapatistas, ahora sí los jefes que están encima mío. Los van a ver y van a ver que es gente como cualquiera, como nosotros, como los de aquí de Tlanepantla. Y vamos a estar con ustedes no para decir qué hacer, sino para conocer más de su historia. Para ser los alumnos en lo que ustedes son los maestros: de cómo luchar por la dignidad y el respeto, como indígenas, como campesinos, como morelenses.
Gracias compañeros, gracias compañeras.
Palabras del delegado Zero en Tetela del Monte, Morelos,
9 de abril del 2006
Compañeros, compañeras, pues gracias que nos recibieron. Para nosotros era importante llegar hasta acá, porque con nosotros vienen estos compañeros y compañeras que tienen en frente, que gracias a ellos, el oído de la Otra Campaña, y también su mirada, puede llegar a otras partes de México, y a otros partes del mundo.
Difícilmente se puede agregar algo a la indignación y a la rabia que tienen sus palabras y que nosotros hacemos nuestras también. Nosotros queríamos venirles a decir una cosa: no es cierto que son 40 ejidatarios, sino es todo un movimiento nacional, el de la Otra Campaña, el que está también en defensa de esta tierra, junto con ustedes.
Y queremos remarcar pues lo que hacen los gobiernos panistas, porque esto es un asesinato: uno inmediato sobre la naturaleza y otro sobre personas, niños, más a futuro. Si nosotros no hacemos lo que tenemos que hacer en la Otra Campaña, aquí va a haber una zona residencial y no se va a poder pasar —como no nos dejaron pasar en el otro lado—. Y si hacemos lo que tenemos que hacer, éste va a ser un lugar donde van a venir los hijos de los obreros, de los campesinos, de los empleados, de toda la gente pues que trabaja, que ahora no nos dejan entrar en calles que se supone que son de libre tránsito.
Eso es lo que estamos haciendo pues en la Otra campaña, compañeros y compañeras. No venimos decirles qué hacer, venimos a conocer su lucha y a darla a conocer para otras partes. Y a decirles que cuentan con nuestro apoyo, no sólo del EZLN, sino de las organizaciones y grupos que están en la Otra Campaña.
Nosotros sabemos que se van a mantener. Nosotros sabemos también que vamos a estar al lado de ustedes, no sólo informando esto a grupos ecologistas y de defensa de recursos naturales en todo el mundo, sino también como obreros, como campesinos, como pueblos indios, vamos a estar de su lado. No están ya solos, hay que decirles a esos que se burlan, al gobierno, que no son 40 ejidatarios, es un movimiento nacional, de la Otra Campaña que está en México.
Gracias compañeros, gracias compañeras.
—¡A qué gacho que no dejan fumar!—
Se me olvidaba, compañeros y compañeras: la posición del EZLN en la Otra campaña es que así como el gobierno quiere destruir aquí, nosotros tenemos que destruir al gobierno para poder vivir.
Gracias compas.
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haaa..nooo…eso de que no dejen fumar al Sup-Fumante Marcos me parece una imposicion…si o no? mi estimado y bien ponderado SuP?…diles no! ya basta!!!…de 500 segundos de imposiciones!!!…jejejej…
Comentario de Alf — noviembre 26, 2006 @ 5:52 pm
hola solo quiero decir q marcos tiene toda la razon en cuanto alo q establece debemos luchar hasta q los ricos se vayan no hay q parar ni aqui ni en ningun lado desde estados unidos personalmente yo los apoyo y un dia lo hare aya en mexico cuidense mucho
Comentario de miguel — junio 7, 2007 @ 3:59 pm