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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Feb132006

En San Miguel Tzinacapan, Puebla. 13 de febrero

Festival de Bienvenida

Lea aquí la transcripción

En la reunión con adherentes

Lea aquí la transcripción

Audios proporcionados por la Revista Rebeldía y la Red Cuali Nemilistli de Derechos Humanos

Tzinacapan, Puebla
Acto público

13 de febrero

Buenas tardes compañeros y compañeras.Mi nombre es Marcos, Subcomandante Insurgente Marcos. Soy del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, una organización formada por indígenas chiapanecos: tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales, mames y zoques. Nosotros vivimos y luchamos en las montañas del sureste mexicano. En la última orilla, en el último rincón de este país.
Nos alzamos en armas el primero de enero de 1994, para que el México y el mundo nos mirara como lo que somos: como pueblos indios. Y para que escuchara nuestra palabra. Después de unos días, una gran movilización nacional e internacional nos pidió que buscáramos el camino de la palabra y entonces dejamos las armas y empezamos a escuchar y a hablar.
Después de mucho tiempo de estar de hablando con el mal gobierno, nos dimos cuenta que fuimos engañados y que no fueron reconocidos nuestros derechos y cultura como pueblos indios que somos. Y entonces, decidimos buscar otro camino. Y en eso estamos.Antes de salir para acá, los compañeros y compañeras jefes nuestros, los comandantes y comandantas que son cien por ciento indígenas, cien por ciento mexicanos, me llamaron a donde estaban reunidos y me dijeron que me iban a contar una historia, y que querían ellos que fuera y la contara en un lugar que iba a encontrar en mi paso. Decían los compañeros y compañeras, entre ellos estaba una mujer indígena que era nuestra jefa y que murió hace un mes, que es la Comandanta Ramona, que es tzotzil. Nos reunió a todos y nos empezó a contar esta historia que ahora les cuento:

Dicen nuestros más antepasados, nuestros mayores, que al principio, cuando los primeros dioses hicieron el mundo, no lo hicieron cabal. No lo hicieron como debía ser. Y que tenía que pasar mucho tiempo para que pudiera quedar como de por sí debe quedar el mundo: parejo. Y entonces, reunieron los primeros dioses a 77 de los que había creado, hombres y mujeres, y los llamaron y les contaron lo que iba a pasar. Dijeron estos dioses que como no habían puesto bien atención a la hora de hacer el mundo, se les habían salido que habían creado hombres y mujeres malos. Que esos hombres y mujeres malos se iban a apoderar del trabajo de los demás. Y se iban a enriquecer a su costa, e iban a perseguir y a humillar a los que somos del color que somos de la tierra.
Entonces, los hombres y mujeres que estaban escuchando preguntaron a los dioses que qué iba a pasar. Y dijeron los dioses: “viene una noche muy larga y muy dolorosa. Van a llorar los nuestros. Van a sufrir. Y va a llegar la desmemoria en su corazón y en su cabeza”.

Entonces, esos hombres y mujeres primeros se pusieron muy tristes. Lloraron y preguntaron a los dioses: ¿y qué pasará entonces con la palabra que nos hace caminar? ¿qué pasará con la música y el canto que nos hace bailar? ¿qué pasará con nuestros bailes? ¿qué pasará con nuestro color que somos? Y entonces estos dioses dijeron: “nada sé, hasta aquí llega mi trabajo. El de ustedes es seguir y caminar la noche, hasta encontrar otra vez el día”.

Y entonces, esos primeros dioses repartieron a esos guardianes y les encargaron que esperaran y que buscaran el camino de la noche, hasta que pudieran encontrar el día. Y pusieron entre ellos a los tzotziles, que quiere decir “hombres y mujeres murciélago” y les enseñaron a caminar la noche, como de por sí caminan la noche los murciélagos. Les enseñaron que la palabra tiene que ir y venir. Tiene que estar preguntando y escuchando hasta que va encontrando las puertas y ventanas que les permitan a los pueblos indios ir saliendo de la noche.

Me contaron esta historia los compañeros y compañeras jefes y me dijeron ve, camina, y busca al compañero, busca a la compañera, que es como nosotros. Lleva el rostro tapado con nuestro color, con el color de la tierra, y busca al hermano y a la hermana que vive en la casa de la noche. Busca lo que puede beber el murciélago, el agua que necesita para caminar. Llega ahí y escucha la palabra que ellos tienen, y escucha la palabra que ellas tienen. Escucha y dales nuestra palabra también.
Con ellos, junto con ellos, vamos a empezar a encontrar en su canto, en su música, en su baile, en su cultura, en su dolor y su rebeldía, vamos a encontrar la puerta y la ventana para volver a asomarnos al día. Y cuando ese día llegue, cuando encuentres a estos hombres y mujeres, ahí donde está la casa de la noche, ahí donde bebe agua y sacia su sed el murciélago, cuenta esta historia y dile a esos compañeros y compañeras que tenemos que abrir esa puerta. Que tenemos que hacer esa ventana en la noche para empezar a asomarnos en el día, para que por fin, como pueblos indios que somos, podamos obtener el reconocimiento a nuestros derechos y a nuestra cultura. Y vuelva a ser otra vez la palabra, la música, el canto y el baile, una alegría como era allá cuando comenzaron los tiempos.

Y diles que durante todo ese tiempo, a lo largo de esa noche que tenemos que caminar, la palabra, la música, el canto, el baile, es la forma en que no nos olvidemos de nosotros mismos. Y ya cuando podamos abrir la puerta del día, y abrir la ventana, que deja atrás la noche, volverá a nacer el reconocimiento de lo que somos, junto con otros que habrán ya poblado la tierra de nuevo.

Así fue lo que me dijeron compañeros y compañeras, y ahora que llegué aquí, en la casa de la noche y donde bebe agua el murciélago, les cuento esta historia que me encargaron que les contara.

Nosotros no venimos solos. Aunque sólo vengo yo esta vez del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, vienen con nosotros, compañeros y compañeras de otras partes de México, de otras organizaciones. Juntos hemos hecho esto que se llama la Otra Campaña. Que quiere decir que no estamos buscando el poder, que no estamos buscando un cargo público, sino que lo que estamos buscando es escuchar la palabra de dolor y rebeldía que hay en nuestros pueblos indios, que hay en nuestras ciudades, que hay en los trabajadores del campo y de la ciudad, que hay en las mujeres, en los ancianos, en los niños, en los adultos. Y estamos buscando que esa palabra se haga grande y que sea escuchada por otros que son como nosotros y nosotras. Y entonces pueda nacer una gran unidad para rebelarnos juntos y cambiar este país, que de por sí tenemos de injusticia, maldad y persecución.

Nosotros estamos haciendo esto —recorriendo cada parte del país, cada estado— para escuchar su palabra. Más tarde nos vamos a reunir con ustedes y nuestro principal trabajo es tomar su palabra, escucharla, escuchar su dolor, pero también su lucha, su rebeldía. Sea por la tierra, sea por el trabajo, sea por la cultura, sea por la vivienda, sea por los servicios. Y que esa palabra que saquen ustedes la escuchen otros como nosotros, en todas las partes de México.

Lo que queremos hacer es juntar toda esa palabra y hacer un Programa Nacional de Lucha donde todos luchemos, los que somos abajo, los que somos humildes y sencillos, para que ya no ese hombre y mujer malvado, que fueron creados al inicio de los tiempos, ya no se enriquezca a costa de nuestra sangre. Ya no nos burle, ya no nos desprecie y ya no nos persiga.
Y entonces, cuando por fin se acomode otra vez la tierra, cabal, como dijeron nuestros antepasados, entonces tendremos que hacer un nuevo acuerdo entre todos. Y esto es lo que nosotros llamamos una nueva Constitución.

Entonces, compañeros y compañeras, en esto que se llama la Otra Campaña, eso es lo que estamos haciendo, y eso es lo que nos proponemos.
Queremos darles las gracias a los compañeros y compañeras que nos regalaron su palabra en este recibimiento. A los compañeros y compañeras de la banda. A los compañeros y compañeras de los bailables. Y a todos ustedes que nos dejen estar aquí para agarrar su palabra y llevarla lejos, muy lejos, que es lo que necesitamos.

Gracias compañeros, gracias compañeras.

Tzinacapan, Puebla
Reunión con adherentes

13 de febrero

Buenas noches compañeros, compañeras.

Tengo dos versiones: la corta y la larga. Voy a empezar por la larga y si veo que se empiezan a ir, paso a la corta. Lo que tratamos de explicar, junto con los compañeros y compañeras que vienen de otras organizaciones y de otras partes de México, es lo que es esto de la Otra Campaña. Que ven —como escucharon aquí en la reunión— estamos nosotros los zapatistas, pero también están otras organizaciones aquí de esta región, y así también otras organizaciones de otras partes de México.
Voy a hacer brevemente algunas referencias a las preguntas que hicieron respecto a lo que somos nosotros. Porque la Sexta Declaración les está proponiendo una forma de pensarnos, como pueblos indios, pero también como mestizos, finalmente, como gente humilde y sencilla, que es a quien va dirigida la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. No va dirigida a la clase política, como fue dirigida la Quinta Declaración, que se dirigía a los políticos para que reconocieran en las leyes nuestros derechos y la cultura indígena.

Ahora, lo que estamos haciendo es, en lugar de dirigir nuestra palabra hacia arriba, la estamos dirigiendo hacia abajo. Hacia a gente como ustedes que están aquí reunidas en esta noche. Entonces, si recuerdan, la Sexta Declaración —si no, pues espero que la puedan leer con calma— empieza con la pregunta ¿quiénes somos? Y la propuesta es que cada quien responda esa pregunta. ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos como mestizos? ¿Quiénes somos como pueblos indios? ¿Quiénes somos como campesinos? —sin tierra, o con problemas agrarios—. ¿Quiénes somos como jóvenes, como grupo juvenil? ¿Quiénes somos como estudiantes, como maestros, como obreros, como choferes, como cooperativistas? ¿Quién es cada uno?
Y a la hora que cada quien está contestando esa pregunta, se pone frente al espejo de su propia historia. No se trata de hacer la historia del país, ni la historia de las comunidades indígenas. Sino la historia de sufrimiento, y el dolor de cada uno. Y sobre todo, también, la historia de su lucha. Tal y como hicieron algunos compañeros y compañeras que vinieron a contar: “éstos son nuestros problemas y así le estamos haciendo”.
Cada quien, en cada lugar de este país, que le entra a esto de la Sexta Declaración, responde esa pregunta y dice: “esto soy, ésta es mi lucha, esto es lo que me ha pasado, éstos son los problemas que he enfrentado, y así los he resuelto o no los he resuelto todavía”.

La segunda pregunta es: ¿en dónde estamos? La primera pregunta los zapatistas la contestaron desde que prepararon el alzamiento del primero de enero del 94, y luego a los doce años que transcurren desde ese 1 de enero, hasta la fecha en que es emitida la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. En esa primera pregunta que hicimos: ¿quiénes somos? contestamos como de por sí hablamos nosotros en las comunidades —como les decía en la mañana, bueno al mediodía, casi la tarde—, nosotros somos una organización de indígenas, mayoritariamente indígenas, abrumadoramente indígenas pues; habrá dos o tres mestizos. Y la dirección organizativa, quien dirige el EZLN, son completamente indígenas todos, de allá de Chiapas, que es de donde somos nosotros. De diversos pueblos indios que tienen raíz maya.

Y el maya tiene un modo de hacer las cosas diferentes al náhua y diferentes al totonaco —por hablar de dos pueblos indios de esta zona—, entonces, ahí el modo es que se reúne la asamblea y empiezan a contar la historia quienes la conocen. Por lo regular, la gente de más edad, los mayores —como decimos nosotros—, o los ancianos y las ancianas, o la gente con juicio, también se dice allá en nuestras tierras. Empieza a contar la historia, y empieza a contar cómo fue el dolor nuestro que nos llevó a ese primero de enero del 94. Y que tiene que ver con el dolor que padecemos como pueblos indios: diferente al dolor que se padece como mestizo. Y empiezan a hacer la cuenta y empiezan a hablar con ese modo.

Por eso la Sexta Declaración está con ese lenguaje. No estamos hablando como jóvenes urbanos. No estamos diciendo: “no pues es que ya nos pusimos hasta el cepillo y no hay pedo, y está chido, entonces, vamos a hacerle así”. Que es un lenguaje que tiene su interlocutor, o sea, que se entiende. Ni tampoco estamos hablando sobre las cadenas de producción, como hablan los obreros, pues. Como habla cada quien en su lugar. Estamos hablando nosotros y estamos invitando a otros a que hablen también ellos.

Entonces, en esa parte, nosotros hacemos una cuenta, un recuento de nuestros errores, y también un recuento de nuestros dolores. Y el dolor que teníamos allá es que nadie nos veía, nadie nos tomaba en cuenta, como pueblos indios, porque si aquí tienen carreteras, allá ni carreteras había. Había que caminar días y días para llegar a una comunidad nuestra.
Y si te enfermabas, pues tenías que hacer la cuenta de qué salía más barato: morirse y pagar el entierro, o ir al hospital: tres, cuatro días de camino, caminando, agarrar un carro, llegar a la clínica —y menciono este caso porque alguien lo mencionó aquí— y encontrarte con que el doctor o la enfermera, ni siquiera te hace caso porque eres indio. Peor si eres mujer, si eres india. Ni siquiera se tomaban la molestia de revisar ni nada, intercambiaban algunas palabras en español y, como los compañeros allá la mayoría no hablaba castilla, no hablaba castellano, pues ni siquiera entraban a la clínica. Entonces, vuelta de regreso para que en el camino se muriera —si es que no se había muerto ya en el camino de ida—. Entonces, en esa cuenta de cuánto sale morirse allá o morirse en la ciudad, pues salía más barato morirse allá.

Y entonces, la muerte se empezó a hacer muy cotidiana, como el frío aquí, o como el sol, o como el día y la noche. Y sobre todo, en los niños menores de cinco años. Muy difícil que un menor de edad llegara a los cinco años. Ya si libraba, era como la barrera que había que librar. Y es tan natural que familias de diez u once hijos tuvieran cuatro o cinco muertos. Tan natural como eso. Y tan natural como que las mujeres murieran también en el parto. O en el transcurso del embarazo. Tan natural como que los niños en cuanto levantaban algunas cuartas del suelo —decimos nosotros, nosotros medimos así—, no pues es que el chamaco ya está así: a la leña, o a la milpa, o a sembrar, a rozar, a tumbar para poder sembrar. Y las niñas: a la cocina o a moler el maíz para el pozol. O también a cargar leña a la montaña.

No se trataba de que no las dejaban ir a la escuela, no había escuelas. Y por supuesto tampoco había maestros, ni clínicas, ni hospitales. Ni nada, no había nada. Ni tierra, porque nosotros vivíamos en las montañas. Las comunidades indígenas estaban aventadas en los cerros y las grandes extensiones de tierra eran de los finqueros, de los hacendados —creo que les dicen acá—. Como en tiempos de Porfirio Díaz, pero en la época de la modernidad de Salinas de Gortari.
Entonces, nos encontrábamos con esta situación de desesperación, de dolor, que no se difiere en nada al dolor que siente un padre de familia o una ama de casa en una ciudad, en un lugar o en un pueblo más o menos urbanizado, a la hora que enfrenta que no puede darle de comer a sus hijos, o no puede darles educación, o no puede curarlos satisfactoriamente. Pero con el agregado, con el plusvalor —como dirían los ortodoxos— de ser indígena. Y si es mujer, con el extra todavía de ser mujer. Porque si eras mujer allá, te jodían por ser mujer, te jodían por ser pobre, y te jodían por ser indígena.

Se empieza a dar este proceso de desesperación, de angustia, al mismo tiempo que llegamos nosotros allá. No pensando en que vamos a hacer una guerra, sino que en determinado momento se iba a necesitar que esos pueblos tuvieran a alguien que supiera pelear. Pero lo veíamos así como que quién sabe cuándo va a pasar. A lo mejor nos hacemos viejos y no va a pasar nada.
Y se da este proceso de aceleración de la pobreza, del empobrecimiento, y sobre todo de la muerte. Nosotros decíamos, cuando empezábamos a explicar en 94 lo que había pasado, que era como una guerra de exterminio. Estaban muriendo los niños como si fuera una epidemia, como si cayeran bombas ahí. Con el agravante que la bomba no sonaba, y nadie escuchaba.
Los que tienen sangre indígena, sea una parte o totalmente, saben lo que significa ser indígena, y lo que significa no ser mirado ni tomado en cuenta, sobre todo las mujeres. Que pueden pasar por las calles y nadie las toma en cuenta y, eventualmente, si las topan, les dan una moneda porque piensan que porque es indígena está pidiendo limosna. Así era.

Entonces, se da este proceso de acorralamiento y nosotros decimos —bueno, nosotros no—, nuestros jefes dicen que necesitamos hacer algo para que nos miren y para que nos escuchen. Y la forma en que nos miren y nos escuchen… Ya habíamos probado la anterior, ya habíamos ido a comisión de Reforma Agraria, a comisión de la Secretaría de Salud, al gobierno del estado, al gobierno de la República y, como quiera, no nos miraban ni nos escuchaban.

Pues llegó la hora, dijimos entonces, y nos alzamos en armas. Y teníamos este problema: si nos alzamos en armas como la guerrilla clásica, que es que peleas en la montaña y esperas a que vengan los soldados, o vamos a las ciudades por ellos. Y nosotros pensamos “pues vamos por ellos”. Porque pensamos que no tenemos ninguna oportunidad. Porque nuestras armas pues eran chimbas —no sé si conozcan la chimba, es una escopeta que se carga por adelante, que nos burlamos entre nosotros porque decían esas son las que usaron los españoles cuando nos conquistaron, como los arcabuses que usaban entonces—, que es tiro a tiro, que tiras un tiro y al siguiente ya pasa como media hora, si es que truena la bala —como dicen los compañeros: no truena, eso quiere decir que no salió la bala—.

Entonces, lo que hacemos es que hacemos el movimiento, tomamos las fincas, y en las fincas —no sé si pasa aquí en Puebla— los finqueros o los terratenientes —tal vez les dicen así acá— tenían sus propias guardias blancas, sus paramilitares. Así que cuando un indígena se rebelaba pues le aventaban… ni siquiera llamaban al ejército o a la policía, ellos tenían sus propios guardias armados. Entonces, cuando nosotros bajamos de las montañas, pues es el corredero de los finqueros. Porque no bajamos 10 ni 20, bajamos miles. Y les caímos dormidos; estaban celebrando el año nuevo, tomando trago. Y nosotros no teníamos ni para el café, menos para tomar trago. Los sorprendimos, se corrieron y ahí encontramos las armas con las que luego fuimos a atacar los cuarteles.
Pero no pensábamos que teníamos alguna oportunidad. Teníamos dos opciones cuando salimos hace 12 años, en este invierno, que era: o que todo el pueblo mexicano se alzaba en armas, junto con nosotros, y una nueva revolución, o que nadie nos iba a hacer caso y nos iban a hacer pedazos. Pero que esto iba a servir para que el gobierno y la gente de nuestro país volteara a ver a los indígenas. Y volteara a ver las condiciones en las que vivíamos y que era mentira eso que estábamos pasando al primer mundo. Acuérdense que es el tratado de libre comercio, el gran Salinas, el gran triunfo de la modernidad en México y que ya todos tenemos carro y tarjetas de crédito —si se acuerdan los que vivieron en aquella época—.

Entonces, lo que hacemos es decir: “vamos a hacer esto, la gente tiene que voltear a vernos cuando menos, aunque no nos apoye, va a voltear a vernos, y se va a ver todas las condiciones en las que viven los pueblos indios, y algo se va a hacer para remediarlo”. Bueno, pues vamos a las ciudades, atacamos, tomamos las ciudades, empezamos a atacar los cuarteles. Empezó a atacarnos el ejército, empezamos a combatir contra él. Y se da un movimiento nacional e internacional pidiendo que hubiera diálogo, que ya no hubiera guerra.

Y nosotros hicimos las cuentas y dijimos: “esto, esto y esto que está pasando no lo pensamos, y ¿ahora qué hacemos?” Nos rascamos la cabeza, porque es nuestro modo cuando no sabemos qué hacer empezamos a rascar así la cabeza —aparte, si hay piojo, pues de una vez pero si no—, pues estamos pensando a ver qué vamos a hacer. Entonces, dicen los compañeros: “no pues vamos a hablar con el gobierno, pero vamos a hablar con esa gente a ver quién es, a ver porqué no se alza junto con nosotros, o porqué no se queda callada y que nos maten, algo estará pasando ahí”.
Bueno, cuando estamos tomando las ciudades, estamos con el problema este de que si nos conocen —así como se conocen aquí en este pueblo de San Miguel, o en la cabecera de Cuetzalan, o en los pueblos que están aquí cerca, se conocen entre familias— nosotros decimos: nuestra pena es que nos conozcan, porque la gente que salió a pelear eran hombres, mujeres, indígenas —como la mayoría de los que está aquí—, no era gente de otros países, ni extraños, ni gente así como Rambo. Éramos todos así chaparritos, delgaditos, como somos pues de por sí los indígenas. Nuestra pena es que alguien nos va a ver y entonces algo le puede pasar a nuestras familias. Entonces, llegó la idea de los compañeros de que nos vamos a tapar la cara. Y nos íbamos a tapar la cara como los bandidos en las películas. Nos íbamos a poner así el paliacate, porque nuestro símbolo es un paliacate rojo —éste ya no es rojo porque ya tiene años, pero era rojo hace 12 años cuando tomamos San Cristóbal, era rojo bonito, pues estaba bonito y estaba completo, ahorita es la gabardina que uso para los actos especiales—, y otros compañeros dijeron: “no, mejor tapemos con pasamontañas porque hace mucho frío allá —así como aquí—. Entonces, nos tapamos la cara, pero era pues de los compañeros indígenas. Nada más que ahí nuestro modo es que si la gente hace algo, pues el líder también tiene que hacerlo, no puede ser que se aparta. Entonces también nos pusimos el pasamontaña.

Se dan los combates, llegan los periodistas, y entonces pasa esto, compañeros y compañeras, de que cuando nos tapamos la cara nos ven. Entonces, ahora sí empiezan a ver que hay indígenas, que están peleando, que se quieren rebelar. Pero cuando no teníamos la cara tapada, no nos veían. Así llegó el primero de enero de 94. Y entonces quedó con nuestro símbolo traer la cara tapada. Porque esto significa que en este país para que te miren y te tomen en cuenta, te tienes que tapar la cara. Porque si la traes destapada ni quién te haga caso.

Allá, hay una ciudad que se llama San Cristóbal de Las Casas, todavía un tiempo antes del alzamiento, los indígenas no podían andar en la banqueta. La banqueta sólo era para los ladinos. Los indígenas tenían que andar en la calle, como los animales. Y hasta después de eso, ya empezaron a subir. Y como nos decía un compañero —que no era compañero pues, no es del EZLN, pero sí es de la Otra Campaña— decía: “nosotros, después del primero de enero del 94, empezamos a caminar erguidos, porque antes bajábamos la cara cada vez que pasaba alguien, por temor a que nos dijera algo. Entonces ya empezamos a caminar erguidos”.

Bueno, entonces, empezamos a hablar con el gobierno, compañeros. Y entonces dice: no pues vamos a hacer los diálogos —que ahora dentro de tres días van a cumplir diez años que se firmaron los Acuerdos de San Andrés—, y en lugar de sentarnos sólo nosotros, invitamos a otras organizaciones indígenas, a otros pueblos indios. A gente que ha estudiado esto de la autonomía y de la autodeterminación de los pueblos indios o pueblos originarios —porque unos no están de acuerdo con decir que son indígenas, porque eso viene de otro lado, dicen nosotros somos los pueblos originarios, los que estaban primero aquí, ya luego llegaron todos los demás—.

Entonces, empezamos a hacer, juntos con todos estos pueblos, la mayoría de los pueblos indios de México, con sus organizaciones, una propuesta para que nuestros derechos fueran reconocidos en la Constitución. Que no pasara lo que explicó el compa abogado. Que se reconociera así que los pueblos indios tienen otro modo —decimos nosotros—, o sea otra forma de relacionarse con la naturaleza, de relacionarse entre personas, de concebir el amor, el odio, la fiesta, el baile, la alegría, la tristeza, es otro modo pues. Necesitamos que eso se reconozca, porque ahorita como está nos tienen a un lado, decíamos nosotros. Estamos en el último rincón y nos están desapareciendo, que es lo que iba a pasar con nuestros pueblos, que iban a desaparecer completamente.
El gobierno dice “sí, como no”, y firma —de eso hace diez años— y no cumple nada. Bueno, decimos nosotros, pues ¿qué hacemos? Pues vamos a hacer una movilización para que el gobierno cumpla. Pero nosotros ya estamos pensando que en esos diálogos, empezamos a encontrarnos con ustedes, y con gente como ustedes, pero de todo el país, y de todo el mundo. Porque sí, después del primero de enero del 94, voltea a ver México a los pueblos indios, pero también voltea a ver el mundo. Y se despierta mucha simpatía y solidaridad con los pueblos indios. Y en concreto, con los pueblos zapatistas. Por eso, para nosotros, el nuestro no es un movimiento indigenista, es un movimiento universal. Por esto que aprendimos de otros pueblos y de otros países que se acercaron con nosotros.

Y entonces, la primera vez que salimos, sale una compañera de nuestras jefas, que es la Comandanta Ramona, que era una compañera así como de este tamaño, indígena tzotzil —que es la que les platiqué en la tarde, cuando estuvimos ahí en el acto, que era la Comandanta Ramona—, y nosotros le dijimos al gobierno vamos a mandar nuestra arma más poderosa. Y ellos pensaron que íbamos a mandar a alguien con un cuete o algo, una bomba. Y a la hora que sale Ramona con un ramo de flores, pues queda en ridículo el gobierno, en ese entonces de Zedillo.

Y va Ramona a la ciudad de México y va a una reunión de pueblos indios. A decir ahí que necesitamos los derechos. Que lo que queremos nosotros es que ya no exista México sin nosotros los indígenas. Ella lo dijo así: ¡nunca más un México sin nosotros! Sin los pueblos indios.
Bueno, y luego hicimos una marcha: la marcha de los mil 111. No crean que fueron los dirigentes. Entonces —porque ahorita ya somos más—, había mil 111 pueblos zapatistas, comunidades. Entonces, cada uno nombró a un compañero. Hicieron una marcha hasta la ciudad de México, en el 97. Y marcharon ahí al zócalo, a gritarle al gobierno que ya cumpliera los Acuerdos de San Andrés. Llevaba poco más de un año que se habían firmado y no cumplía.

Y después de esa marcha, el gobierno respondió. Pero respondió con la masacre de Acteal, en diciembre del 97. Donde mató a 45 hombres, mujeres, niños, incluso niños dentro del vientre de su madre. Un crimen que todavía no tiene castigo. En 98, pues nos empezaron a perseguir —así como han platicado aquí los compañeros de Huauchinango y los otros compañeros de la OCI—, empezaron a perseguir nuestros gobiernos autónomos. Nosotros decíamos: “bueno, aquí el gobierno no vale, lo que vale es las autoridades tradicionales”, según el modo de los pueblos indios. Nosotros les llamamos Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, los Marez —decimos nosotros— empezaron a operar. Y los empezaron a perseguir el gobierno.

Luego, en 99, hacemos esto de la Quinta Declaración de la Selva Lacandona y decimos: “bueno, vamos a preguntarle a toda la gente si está de acuerdo o no que se hace la Ley de Derechos y Cultura Indígena”. Y entonces mandamos, de nuestros compañeros, a 5 mil compañeros a todas las partes de México, donde podíamos, donde había quién nos recibiera. 2 mil 500 mujeres y 2 mil 500 hombres, bases de apoyo —decimos nosotros a gente del pueblo—, no iban los dirigentes. Y ahí se organiza la Consulta y se hace como una votación, donde la gente decía sí está de acuerdo o no está de acuerdo, y salieron más de 3 millones de gentes que dijeron: “sí estamos de acuerdo”. Como quiera, el gobierno no dijo nada.

Se acaba el sexenio de Zedillo, pierde el PRI, entra Fox a la presidencia. Y Fox dice: “yo sí les voy a cumplir” —chiquillos y chiquillas, ya no dice así, pero antes decía así, cuando está entrando si se acuerdan— “ya les voy a resolver rápido”. Y entonces, nosotros decimos: “bueno, a ver si es cierto, vamos a hacer una marcha —otra vez— para decir que no es por los zapatistas, es por los pueblos indios” —si se acuerdan fue la Marcha de la Dignidad Indígena—, y nosotros le pusimos La Marcha del Color de la Tierra. Y unos decían que porque los indígenas son morenos, pero bien se sabe que la tierra no es sólo negra, hay roja, blanca, amarilla, hay muchos colores. Y nosotros estábamos diciendo que era la marcha de todos.

Y sí, se hace la marcha, pasamos aquí por Puebla —no me acuerdo el día—, por la capital. Dimos una vuelta así de caracol en torno a la ciudad de México. Llegamos a la ciudad de México y no nos dejaban hablar en el Congreso de la Unión. Que porque los indios traen los pies apestosos, o huelen mal, o lo que sea, no nos dejaban entrar ahí en donde están los diputados y senadores. Y hay un estira y afloja, de que sí, que no, y por fin entramos. Y por parte nuestra habla una mujer: Esther, la Comandanta Esther. Ella echa el discurso, diciendo qué es lo que queremos. Y nos regresamos, pensando que sí, ahora sí van a cumplir, porque ahora sí fueron millones en todo el país y cientos de miles en todo el mundo que decían: “sí, hay que cumplirles”.

Nos regresamos, y entonces nos encontramos que los partidos políticos —el PRI, el PAN, el PRD— y los tres poderes de la Unión: el Ejecutivo —o sea la presidencia que es Fox y Martha Sahagún ¿no? ya nos dijo que van los dos juntos—, los diputados y senadores del PRI, PAN y PRD, y la Suprema Corte de Justicia, dicen NO. Y hacen esa ley que —como explicó el compa abogado de la Ibero— pues no sirve para un carajo ¿no? Más que para provocar problemas en las comunidades.

Entonces, ahí nosotros vimos no pues de balde estamos hablando con el gobierno, porque te dice que sí va a cumplir y no cumple. Entonces, ¿para qué estamos perdiendo el tiempo de ir a hablar con el gobierno una y otra vez? Nada más estamos tardando y ya sabemos lo que va a pasar. Y ya sabemos lo que va a pasar, no importa qué partido político esté arriba, de los que hay. Porque los que dicen que no a la ley son los tres principales, que ahorita son los tres principales candidatos a la presidencia: el del PRI, el del PAN y el del PRD.

Pues ¿qué hacemos? Otra vez nos rascamos la cabeza ¿y ahora qué vamos a hacer? Y decimos: no, pues entonces, lo que tenemos que hacer es avanzar en lo que nos propusimos en nuestras propias comunidades. Y entonces, se hace esto de los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno, donde ya se empieza a organizar mejor la organización de los pueblos para vivir mejor, porque de eso era de lo que se trata todo esto: de vivir dignamente. Y empezamos a preparar esto que estamos haciendo ahora, que nosotros decimos —y ese es el mensaje que les traigo—: no podemos solos, compañeros. Ni como zapatistas, ni como Cuetzalan, ni como campesinos, ni como mujeres, ni como artistas. Nada, no podemos solos.

Entonces, en la segunda parte de la Sexta Declaración, nosotros contamos esta historia. Lo que nos pasó. Para que nos entiendan por qué ya no vamos a dialogar con el gobierno. No porque así llegó nuestra gana, sino porque ya lo hicimos y no resultó nada. Y entonces, luego a explicar cómo vemos el mundo. ¿Por qué es que estamos, como indígenas, por qué somos despreciados como indígenas? ¿Por qué batallamos como campesinos a la hora de vender nuestro producto? Porque producimos el café y luego el coyote nos lo paga muy barato y él lo vende caro. ¿Por qué las cosas que compramos: el machete, los zapatos, la ropa, las medicinas, cada vez suben más de precio, y el precio del producto —lo que hacemos como campesinos— cada vez baja más?
Entonces, ¿por qué nos está pasando esto? ¿Por qué pasa que el gobierno no apoya como debe ser su deber, su trabajo, con escuelas, maestros, hospitales, clínicas? Porque el gobierno hace la clínica y luego no manda doctor ni medicina, entonces, ¿para qué chingados está esa —perdón— para qué está esa casa ahí pues? Está criando cuche nada más pues —decimos nosotros—, cucarachas, ratones, lo que sea. Y sí sale el Fox diciendo: “miren la clínica que les hice”. Pero nadie pregunta: “¿oye, tiene doctor?” No, pues esa es otra cosa. ¿O medicina, no tiene?

Entonces, decimos: ¿por qué es esto? Y aquí es donde yo les pregunto, donde cada quien tiene que contestar —según su historia y su dolor— se preguntan: ¿por qué estoy así? Entonces, hay uno que dice: “no pues es que dios nuestro señor así lo quizo”, “te tocó mala suerte”. Viera que te apellidas Bibriesca-Sahagún, pero te apellidas González: te chingaste, ni modo. O viera que te apellidas Salinas de Gortari, pues a toda madre, pero te apellidas López: ni modo. O viera que te apellidas Slim y Azcárraga, pero ni modo, te apellidas Pérez, y ahí sí llegaste. Entonces, hay gente que piensa así “así me tocó, ni modo y así me voy a morir, total allá en el cielo me va a ir bien y los otros se van a ir al infierno”.

Y otros dicen: “no pues es que, lo que pasa es que tengo mala suerte, pero un día voy a tener buena suerte y voy a ganar la lotería y entonces sí va a cambiar las cosas, pero mientras voy a estar esperando a ver cuándo llega mi buena suerte”. Otros piensan: “no pues es que salí moreno, viera que salgo blanco, me va bien”. Otro piensa: “no pues es que las estrellas estaban mal acomodadas cuando yo nací, viera que se acomodan bien, pues sale bien”. Y así cada quien se hace una explicación ¿no? porqué está la situación de miseria. Otro dice: “no pues yo es que mi papá me pegó de chico y por eso salí malo”.

Y entonces, nosotros decimos: no, es que nosotros no pensamos que es por eso. Nosotros pensamos que es porque es un sistema, que se llama capitalismo, que hace las cosas así. Es el que nos desprecia como indígenas, el que nos roba, en los productos que hacemos. El que hace caras las cosas. El que hace que a las cárceles vayan la gente pobre que lucha y no los ricos que cometen crímenes. Nosotros decimos: si nosotros pensamos así, ¿qué tal que otros piensan también así? Hay que preguntarle a la gente.

Por ejemplo, a los obreros, a los maestros, a los estudiantes —que tienen otro dolor—, cuando preguntan por qué tienen ese dolor ¿qué contestan? Y si contestan que es el sistema, entonces ya nos estamos poniendo de acuerdo, decimos nosotros.

Entonces, por eso decimos cómo vemos el mundo y cómo vemos nuestro país. Cuando decimos cómo vemos el mundo, nosotros decimos: aquí el problema —la problema dicen los compañeros, porque cuando termina con “a” piensan que es femenino, entonces le ponen el “la”—, el problema es un sistema que se llama capitalismo. Que quiere decir que unos pocos tienen mucho dinero y otros muchos nada más tienen su trabajo. Y el que está allá arriba es rico porque le roba el dinero, le roba la tierra, le roba su trabajo, a todos los que están abajo. O sea que no es justo. Ahí lo explica bien, ahorita estoy resumiendo porque es la versión corta, porque ya se me están durmiendo.
Entonces, pues el problema es el capitalismo, decimos nosotros. Entonces, si queremos cambiar como pueblos indios, como mujeres, como maestros, como estudiantes, como jóvenes, como trabajadores del campo o como trabajadores de la ciudad, como todo lo que somos cada quien, tenemos que cambiar el sistema. Si no, siempre nos estamos quedando cortos. Siempre estamos cambiando un problema por otro y por otro, y por otro, y no llega el día en que ya está cabal.
Y entonces, decimos: bueno, pero en México ¿qué vamos a hacer? Entonces sigue cómo vemos México. Entonces, según nosotros vemos, pues vemos que lo que dicen es que los políticos van a cambiar las cosas. Entonces, ahí nosotros decimos: es que ellos están diciendo que allá arriba se cambian las cosas. Y empezamos a estudiar qué hacen los partidos políticos. Y vemos que pasa uno y otro, y otro —de los que están—, y las cosas siguen igual. Entonces, nosotros decimos: no pues es que allá arriba no. Allá arriba va a seguir lo mismo. Los que están allá arriba siguen con el sistema, nomás que uno habla más que el otro. O uno habla así cantadito, otro habla así más fuerte, y otro… como hablan pues de por sí. Pero no hay nada diferente en su propuesta.

Entonces, nosotros decimos: entonces ¿qué tenemos que hacer? Tenemos que mirar abajo. Porque en todos estos años vimos que no es cierto que nada más los zapatistas nos rebelamos, sino que hay muchas historias de rebelión, de rebeldía y de lucha, que lo que pasa es que no tienen la televisión, ni el periódico detrás. Pero viera que toda esa historia se conoce, se sabe, pues se da cuenta de que en México no es cierto que somos agachados, todo eso, sino que la gente se está rebelando, nada más que está sola, separada una de otra.

Entonces, nosotros decimos: bueno, así está, esto somos, aquí estamos, así vemos el mundo, así vemos nuestro país, ¿qué queremos hacer? Decimos nosotros: pues lo que queremos hacer es juntarnos con todos ésos. No que se entren de zapatistas. No hacer un partido político, para que todos nos metemos a ese partido político. Lo que queremos hacer es un movimiento, donde cada organización siga siendo su organización, con su autonomía e independencia, decimos nosotros. Pero que ya no esté sola. Que cada persona que quiere luchar ya no luche sola, así como nosotros no queremos luchar solos.

Nosotros no queremos dirigir a los obreros, no queremos ser los dirigentes de los totonacos o de los náhuatls. Queremos unirnos con las organizaciones que hace trabajo con los obreros, queremos unirnos con los compañeros de la OCI, no mandar a la OCI. Queremos unirnos con los compañeros que hacen trabajo aquí. Con ustedes nos queremos unir, pero ahora sí que iguales. Por eso decimos: compañeros. Queremos ser compañeros de ustedes. Y estamos bien contentos porque estamos pensando que ahí vamos ¿no? Pero luego viene ¿cómo le vamos a hacer? Porque ni modo que vamos a llevar a todos allá a la Selva para decirles. Porque lo sabemos que va allá pues el que tiene la paga, y el que tiene el tiempo —así como explicaron los compañeros de Huauchinango: “pues venían más pero no hay dinero”—, o hay cárcel si te apareces pues.

Entonces, dijimos: no pues vamos. Vamos porque además tenemos que ver cómo es que viven ellos, cómo luchan. Porque es diferente que te cuenten o que veas en un libro lo que pasa en Cuetzalan —que así están las estadísticas y no sé qué—, a que vayas y la misma gente de Cuetzalan te digan: “mira, aquí así está, esto lo que nos ha pasado, éstos son los problemas que tenemos”. Mira vamos al juzgado, vamos al mercado, vamos a Huauchinango aver cómo está la policía ahí, los granaderos. Vámonos al campo de los compañeros de la OCI, para ver por qué está el problema. Porque ahí es donde cada quien está viviendo su dolor, pero también está viviendo su lucha. Pero ahí es también cada quien que nos empieza a enseñar su modo de ser. Su modo de defensa del patrimonio cultural, su modo de defensa de lucha legal, su modo de defensa de lucha de educación, su lucha de joven, su lucha por la tierra, su lucha como mujer, todo eso.

Y entonces, ahí nosotros decimos que hagan de cuenta que a todos los agarramos como maestros. Y nosotros estamos brinque y brinque de salón en salón. Pero al mismo tiempo que estamos aprendiendo, que nos cuentan su historia, otros la están escuchando. Y entonces se empieza a romperse esto que dijo una compañera: “tenemos que romper las paredes que nos separan unos de otros”. Los compartimentos, decía ella. Porque en ese momento que los empezamos a romper, nos empezamos a dar cuenta de que somos muchos y además de que somos fuertes. Y sobre todo, que somos más fuertes que los que están arriba.

Entonces, eso es lo que estamos haciendo compañeros y compañeras. En lugar de mirar arriba, de que quién candidato y a quién le apostamos, y quién está más guapo, o quién está más feo, o quién tiene más bonita su propaganda, mejor empezamos a mirar abajo. Entonces, vamos a pasar por todo el país. Primero una primera vuelta para ver cómo está el terreno —que es lo que estoy haciendo yo— y luego ya, vamos otra vez, más compañeros y compañeras y ya vamos a cada lugar que nos invite. Que digan: ven, yo te voy a decir cómo lucho. Pero no nada más así para que me vas a escuchar, decimos nosotros. Sino se trata de que esa palabra que está sacando cada quien, no nada más la escuche yo, o no nada más las comunidades zapatistas. Sino que los escuchen a los totonacos, o a los náhuatls, los mayas de Yucatán, de Quintana Roo y de Campeche. Los chontales de Tabasco, los popolucas y náhuatls también que hay en Veracruz. Los mixtecos, zapotecos, mazatecos, huaves, chinantecos, cuicatecos, que hay en Oaxaca, que está aquí nomás. Y no sólo esos, sino también los mestizos que están trabajando de albañiles en los grandes hoteles en Quintana Roo. O los maestros que se están organizando en Yucatán. O los mestizos de todas partes de México que están trabajando la tierra como campesinos en Campeche. O los pescadores de Veracruz, o los trabajadores petroleros de Pemex en Tabasco. O los choferes de taxi, también en Tabasco. Y así en cada lado. Esa voz de ustedes se escuche allá y, a cambio, compañeros y compañeras —dando y dando— que ustedes escuchen esa voz. Y van a ver que cuando escuchen esa voz, que ya está saliendo —porque ahorita ya llevamos siete estados, estamos en el octavo—, van a sentir que a su corazón le da coraje —así como les da coraje cuando cuentan su historia y dan ganas de llorar—, les van a dar ganas de llorar de coraje cuando escuchen esas voces de dolor. Pero también van a sentir que como que empieza a quemarse aquí dentro, también del coraje y de la rebeldía que hay en todas partes, así como hay aquí.

Y entonces, ya lo que sigue es que uno se pregunta: pues ya, ya estamos. Porque estamos en lo mismo y queremos lo mismo. Lo que necesitamos es ponernos de acuerdo. Unirnos, dicen algunos, así claramente. Lo que se necesita es unirnos. Entonces, lo que estamos haciendo es —nosotros decimos— es Otra Campaña, porque no estamos buscando el cargo público, no estamos diciendo “voten por mí, se va a solucionar”. Nosotros decimos: arriba, no se resuelve nada. Como sabemos que es la historia de todos nosotros. No lo resuelve una persona, lo resuelve el colectivo, el grupo, la comunidad, cuando se une, cuando se organiza, entonces es cuando se resuelven las cosas. Solo, individualmente, no se resuelve nada.

Entonces, nosotros decimos: en lugar de mirar arriba, miremos para abajo. Escuchemos al otro y empecemos a unir nuestras luchas. Pero no que uno mande y el otro obedece, sino iguales. Por eso decimos: cada quien mantenga su organización. Que no la desaparezca, al revés, que la haga crecer. Y la puede hacer crecer porque ya puede invitar a más compañeros —como decía el compañero de la OCI— vamos a organizar a más, pero ya les puedo decir: no vamos a estar solos, como campesinos por un predio, vamos a estar junto con todos los campesinos de México por que la tierra sea de quien la trabaja.

Y como pueblos indios, vamos a estar no sólo como totonacas, ni somo como nahuatls de la zona de Cuetzalan o de la Sierra Norte, sino vamos a estar con todos los pueblos indios, exigiendo nuestros derechos, sin armas, sin guerra, con movilización pacífica. Moviéndonos, uniéndonos, apoyándonos entre nosotros. Y entonces, que las compañeras de Huauchinango no piensen: “pues es que mi preso es mi preso”. Que nosotros podamos decirle: “es nuestro preso”. Y tenemos que luchar por que salga. Como tenemos que luchar por que salga el preso en Tabasco y en Oaxaca. Y en todo donde pasemos va a haber presos políticos, porque no están presos por violar niñas, ni por narcotraficantes. Esos que violan niñas y son narcotraficantes son gobernadores, presidentes de la República, senadores, diputados. No, lo que está en la cárcel es la gente que está luchando.
Igual como mujeres. Los problemas que señalaban aquí que hay en las comunidades indígenas, es cierto. Pero no se trata sólo de luchar ahí, para que entendamos nosotros. Sino también para que toda la sociedad empiece a cambiar una forma de ver a la mujer, y una forma de relación —como decía la compañera—, hay que cambiar la relación entre hombres y mujeres también, no sólo entre el hombre y la naturaleza. También las relaciones de pareja, o las relaciones sociales pues, como decimos nosotros.

Bueno, entonces, cuando decimos que es Otra Campaña, es que en lugar de estar arriba, está abajo. Y en lugar de que hacemos una marcha así muy grande, con muchos miles, hacemos reuniones donde la gente cuenta su historia. Y apuntamos, y graban los compañeros y toman fotos y video —bueno, unos son policías, pero otros son compañeros de la Otra Campaña—, éstos son de la Otra Campaña. Y entonces, graban su voz y la mandan a Yucatán, y ahí los de Yucatán ya echamos trato y dijimos que cuando llegue lo de ustedes lo van a escuchar.

Entonces van a oír la voz de ustedes, las que hacen lucha de mujeres. Y van a decir: “no, no estamos de acuerdo, ¿cómo que transversal? que no, que tiene que ser un apartado especial”. Y va a haber una discusión muy rica, que no se da en ningún partido político, compañeros, sobre la cuestión de género. En ningún lado la van a encontrar como aquí. Porque nomás en los siete estados que llevo, hay muchas posiciones bien argumentadas, bien fundamentadas, que son diferentes. Que rico —así de riqueza— que eso se empiece a debatir y a discutir, sobre la cuestión de las mujeres. Si tiene que estar aparte o tiene que estar junto con todo. Y muy no entiendo pues, pero sí entiendo que hay una riqueza muy grande en esa discusión, y que eso va a ser de beneficio para todo el movimiento de los derechos de las mujeres.

Igual sobre la cuestión indígena, sobre la cuestión legal. Lo que se ha planteado aquí: la cuestión cultural, la defensa del patrimonio cultural. Todo eso, hay muchas posiciones, y siempre están por que se cambien las cosas, en otro sistema. Entonces, nosotros decimos: si hacemos un movimiento donde la gente hable, se escuche, se conozca. Pero no nada más eso, sino también que se empiece a levantar el apunte —decimos nosotros— de las demandas, entonces se empieza a hacer un Programa Nacional de Lucha, decimos nosotros. O sea, que la misma gente dice qué es lo que se necesita.

Porque ya sabemos, por ejemplo, que el gobierno llega y dice: “ahí te va”: cemento. Y uno dice: “chin, yo no quería cemento, yo quería cal”. Y ahora tengo un chingo de cemento ahí que se está pudriendo. No pero ya salió que: cemento. Y dice: “quieres una escuela? pues ahí te va una cancha de básquetbol”. Y para qué madre quiero una cancha de básquetbol si ni siquiera tengo balón. Pasa en todas las comunidades del país y en todas las ciudades. El gobierno decide, arriba, se necesita esto. Y si te llegó bien, estás bien, y si no, ni modo. Debería de ser al revés, que la gente dijera: a ver, cuánto toca aquí a Cuetzalan —tanta cantidad, según impuestos y todo eso—, bueno, aquí se va a hacer lo que Cuetzalan necesita, no lo que piensa Marín que es lo que necesita Cuetzalan. Entonces, a lo mejor, en lugar de hacer hoteles, se hacen más escuelas, hospitales o lo que sea. Porque cuando íbamos llegando vimos muchos hoteles, pero no sé si la gente de Cuetzalan necesita hoteles. No sé si siquiera va a esos hoteles. Yo creo que no va más que para trabajar.

Entonces, se trata de que ese Programa Nacional de lucha sale de abajo. Por eso decimos: otra forma de hacer política, que la gente hable y que la escuchemos y que nos pongamos de acuerdo, abajo. Un Programa Nacional de Lucha. Y entonces sí, lo lamento mucho por el compañero abogado —por los dos compañeros abogados—, pero van a tener que volver a hacer la carrera, porque todo eso lo vamos a mandar a la fregada. Sí, porque todo esto que se va a levantar abajo —bueno, que ya se está levantando, porque aquí hay compañeros y compañeras que ya vienen de otras partes del país, porque el movimiento que tenemos ya es nacional, no crean que apenas se está levantando, ya hay compañeros y compañeras en todo México—, pues va a llegar el momento en que va a crecer y a crecer, y ya se va a hacer nacional.

Se va a cambiar el sistema, porque en eso estamos de acuerdo. No en cambiar un gobierno, sino cambiar todo el sistema. Y tiene que volver a organizarse todo. Y entonces, lo lamento, pero esa carrera de Derecho va a tener que volver a cursarse, porque va a ser otra ley. Otra forma —como dijo una compañera—, otra forma en que nos vamos a relacionar como personas, como las personas con la naturaleza, como entre hombres y mujeres, como mujeres con mujeres, hombres con hombres, adultos con niños, ancianos con las otras generaciones, jóvenes, todo eso. Entonces, se va a hacer un nuevo acuerdo, decimos nosotros, una nueva relación. O sea, se necesita una nueva Constitución. Y ahí tiene que quedar cabal los derechos de las mujeres, los derechos de los jóvenes, los derechos de los niños y los derechos de los pueblos indios, porque eso sí no lo vamos a soltar nosotros.

Entonces, todo esto es lo que nos estamos proponiendo, y es a lo que les estamos invitando a que le entren. No les estamos invitando a que entren a un partido político. Ni les estamos prometiendo que les vamos a dar nada, más que problemas. Pero sí, el acuerdo de que los vamos a tratar de resolver juntos esos problemas. Eso es lo que propone pues la Otra Campaña y es a lo que los estamos invitando.

Y lo digo por esos compañeros que están de simpatizantes —quiere decir que les parece buena idea, pero qué tal que no—, entonces siguen con el pie, que si le entro o no le entro. Éntrenle compañeros, porque no hay otro lugar donde van a encontrar esto. No se trata aquí que qué dice Marcos de los jóvenes. Se trata de que los jóvenes abran su espacio en la Otra Campaña, y ellos mismos decidan qué quieren que la Otra Campaña decida por los jóvenes. No se trata de que un hombre diga qué es lo que va a hacer la Otra Campaña para las mujeres. Que las mujeres entren a la Otra Campaña y definan ahí su espacio y cómo se va a hacer la lucha ahí. No se trata que los zapatistas digamos qué va a ser de los pueblos indios, sino que los pueblos indios definan esto. Igual los niños y los ancianos.

Entonces, que cada quien abra su espacio en este gran movimiento, y ahí lo defienda y lo haga avanzar. Los jóvenes van a conocer a otros jóvenes. Van a conocer otra experiencia, otras formas de lucha. Así como les estamos diciendo ya a las mujeres que hay otras propuestas de lo que debe ser la lucha por las mujeres. Así como los pueblos indios pueden decir: “pues es que aquí tenemos una experiencia, queremos conocer la de allá”. Nosotros decimos: no sólo la zapatista, está la experiencia de los mayas en Yucatán, o los mayas en Quintana Roo. O los chontales en Tabasco, o los popolucas en Veracruz; los zapotecos en Oaxaca. Hay que conocer todo eso. Algunas cosas nos servirán, otras no. Pero lo común como pueblo indio, lo vamos a conquistar ahí. Y luego ahí se tiene que conquistar lo de cada pueblo indio. Y ahí lo de cada comunidad. Hasta que todo quede cabal, decimos nosotros. Todo quede acomodado como debe estar.

Y no como está ahorita que un grupo, muy pequeño además… Porque nosotros ya cambiamos eso de que un mundo donde quepan muchos mundos. Ahora decimos: un mundo donde quepan muchos mundos y una cárcel, que es donde van los ricos. Pero ya vimos que la cárcel no va a ser muy grande, porque tampoco son muchos. Cada vez son menos los ricos que tienen mucho, porque cada vez explotan más gente. Entonces, yo creo que caben aquí, cabal. Y los metemos con los criminales, con los asesinos seriales, los violadores y todo —es su misma calaña, se van a entender muy bien entre ellos— pero ya encerrados, que es donde deben estar. Y que nos dejen a todos los demás levantar este país como se debe de hacer: con dignidad.

Esa es la propuesta que les hacemos compañeros y compañeras. ¿Va a costar trabajo? Sí. Pero hasta ahora nos está costando trabajo. De por sí cada quien lo ha contado. Pero la diferencia va a ser que ya esa dificultad no la vamos a enfrentar solos. Ni la represión, ni el hostigamiento, ni la persecución, ni los problemas para tener un lugar en este mundo, que es lo que necesitamos: un lugar digno. Ya no vamos a estar solos. Se trata de que estemos junto con otros luchando por eso.
Esa es mi palabra, compañeros y compañeras, buenas noches.

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4 Comentarios »

  1. explorando la naturalesa de sanmiguel tzinacapan,….como rios.cavernas.ppozas ..de agua

    Comentario de demetrio — enero 27, 2007 @ 1:43 pm

  2. hola
    me siento destrozado, que te puedo decir, que les puedo decir.
    poco o casi nada.
    atendi, operé, porque sony medico, a un soldado que asesinó a un indigena en 1994,
    al soldado le dieron la orden de «rematar» con un balazo en la cabeza a los que encontraran en el sitio donde iban a entrar. Encontraron a alguien con un rozon de bala en la pierna, conciente totalmente, y sin embargom asi arrinconado en una escuela en un salón, lo remataron, lo asesinó a ese soldado al que atendí.
    que mas puedo decirte che comandante, si el que escribes poemas eres tu, que puedo yo decirte comandante.
    ni insultos, ni harapientos, ni Huauchinagos, ni Acteales, ni el mal gobierno, ni nada de nada, solo la insurrección popular de todo el pueblo.
    La estamos amamantando, la estamos acariciando. Estamos estercolizando a nuestra juventud con programas de maldita violencia en la computadora, haber que sale.
    A ver que maldita sea resulta.
    Que puedo yo decirte enmascarado de estambre.
    Que puedo yo decirte Juan Diego comandante.
    Que puedo yo decirles a todos ustedes, que los poetas ….. sois vosotros.
    Si con mil luces de fuegos coloridos………
    Que puedo yo decirles…..
    Si…….

    Comentario de tobias — julio 13, 2007 @ 3:53 pm

  3. lo entiendo vivia en san miguel

    Comentario de arminda t. b — septiembre 29, 2009 @ 1:59 pm

  4. En esta época yo tenía unos 17 años. Ni me imaginaba lo que pasaba a mi alrededor, pero ahora que lo se, cómo me arrepiento de no haber estado en Cuetzalan, pueblo no tan cercano, pero de la región. En fin, ya nada se puede hacer para regresar el tiempo, más que escuchar o leer su palabra a través del tiempo, que es excelente que haya sido documentada ta cuál cómo se dijo. Y seguimos aprendiendo de la historia, de nuestros pueblos, de la lucha.
    Saludos desde la Sierra Norte de Puebla

    Comentario de Vero M — diciembre 10, 2013 @ 2:45 am

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