Altepexi, Puebla
Escuche aquí las palabras del día 11, a la llegada a la comunidad
(audio proporcionado por los compas de la Red Cualli Nemilistli de Derechos Humanos)
Altepexi, Puebla
Escuche aquí las palabras del día 12,después de la reunión
Altepexi, Puebla
Acto Público de bienvenida
11 de febrero de 2006
Compañeros, compañeras:
Buenas noches. Mi nombre es Marcos, Subcomandante Insurgente Marcos. Soy del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, una organización formada mayoritariamente por indígenas, hombres, mujeres, niños y ancianos, en Chiapas, en las montañas del sureste mexicano.
El primero de enero de 1994, nos alzamos en armas contra el mal gobierno para que miraran a los pueblos indios. Para que nos miraran. Cuando nos alzamos en armas, nos cubrimos el rostro para proteger a nuestras familias y a nuestros pueblos. Y desde entonces, resultó esta paradoja —o esta cosa rara— que pasa en este país: que a los indígenas sólo los miran si se tapan la cara. Y sólo los escuchan si es que se levantan para protestar y demandar sus derechos.
A los pocos días de estar combatiendo contra las fuerzas federales, se levantó un gran movimiento en todo el país, de hombres, mujeres, niños y ancianos, así como ustedes, y demandaron que no se usaran las armas para escuchar la palabra. Que se buscaran otros caminos. Son esos caminos que hemos venido andando desde hace 12 años. Y ahora tenemos una nueva propuesta.
Venimos a escuchar una historia. Nosotros sabemos, como ustedes, como anciano, como anciana, como hombre adulto, como mujer adulta, como jóvenes, hombres y mujeres, como niños y niñas, que si volteamos para allá arriba escuchamos mucho ruido. Se hablan entre ellos, se gritan. Para abajo nos avientan promesas, mentiras —que ya sabemos que son mentiras—, y que de tanto nos las repiten piensan que vamos a creer que se convierten en verdades.
Allá arriba aparecen diferentes rostros, diferentes colores, diferentes nombres, y sabemos —cada quien en su corazón— que es lo mismo. Y si seguimos mirando para arriba, seguimos sintiendo que estamos solos, o solas. Cuando volteamos para abajo, vemos nuestra mesa vacía; vemos nuestra casa sin servicios; vemos cómo un raquítico sueldo se va en pagar la luz, el agua, el drenaje que no funciona; el agua que llega sucia, la luz que sale muy cara. Vemos que los niños y niñas demandan cada vez más para la educación y cada vez tienen peor alimento. Salimos a la calle y salimos a la desesperanza, a llegar al trabajo, a cumplir una jornada laboral.
En el campo, arañando la tierra para arrancarle apenas unos cuantos frutos, llevarlos al mercado y descubrir que se gastó más en sembrar y cosechar que lo que se consigue al venderlo. Enfrentar al coyote y que se roba nuestro trabajo en el precio que nos paga, y se enriquece con el precio que vende.
Y vamos otra vez a la fábrica, a la maquila, al comercio, a donde estamos trabajando, y otra vez una jornada laboral, aguantando horas de desprecio. Haciendo cosas, mercancías. Convirtiendo la tela en pantalones, en camisas, en chamarras, en calcetines. El cuero en zapatos. Y vemos que todo el trabajo de esa jornada se va a una bodega y de ahí a un comercio. Y a cambio, unas cuantas monedas, que al llegar a la casa no alcanzan.
Vemos también como pueblos indios, como indígenas que somos la mayoría de los que estamos acá, que además de eso, tenemos que aguantar la palabra de insulto y la mirada de desprecio —si es que nos miran y si es que nos hablan—, y si no, ni siquiera eso. Somos como los animales que deambulan por la ciudad o por el campo y que nadie toma en cuenta, más que para darle una patada para apartarlo del camino.
Y vemos también en la calle que, como jóvenes que somos, también nos significa para los de arriba que es un delito ser joven. Y hay que arañar la pared y gritar ahí en la pared, en un grafiti, “esto somos”, “esto no quiero”, “esto sí quiero”. Y todavía ser perseguidos por eso. Por escuchar un tipo de música. Por usar una forma de ropa. Por peinarse de un modo. Por ser como son de por sí los jóvenes.
Y como mujeres, además, agregar el acoso sexual, la persecución, el que nos consideren como cosas, como adorno, o también como estorbo. O una máquina más que se tiene en el hogar para lavar, para planchar, para cocinar, para parir hijos.
Y sentir además, como niños, que nos están convirtiendo desde un inicio en una mercancía que hay que comprar y vender. Comprar y vender en el sexo. Comprar y vender en el trabajo. Comprar y vender en la dignidad como seres humanos.
Y resulta que las cosas no checan, no cuadran. ¿Por qué arriba hay tanto ruido y abajo hay tanta soledad y tanto silencio? Y uno se viene a preguntar ¿por qué es así? ¿por qué nos obligan, nos gritan, nos levantan la cabeza a fuerza, sólo cada tres años, sólo cada seis años, para contemplar una película, un programa de televisión, una telenovela, un video, que ya hemos visto muchos años y ya sabemos cómo va a terminar?
Y va a terminar al día siguiente de que ellos, los que están allá arriba, se repartan el dinero que hay allá arriba. Olvidando, por supuesto, que nosotros lo producimos. Y al día siguiente, los grandes discursos sobre la democracia, sobre que México ya cambió, sobre que ya hay justicia. Y volvemos a mirar para abajo y, otra vez, nuestra soledad, nuestro dolor, nuestra tristeza. En la mesa, cada vez escasean más las cosas, cada vez más cara tener una casa, cada vez más explotación en el trabajo —sea en el campo o en la ciudad—, la misma mirada de desprecio, la misma palabra de insulto como indígena, el mismo acoso y la misma cosificación como mujer, la misma persecución como joven, y el mismo convertirse en una mercancía para los niños y niñas.
Y al final de todo, como ancianos, como mayores de edad sentir que pasó toda la vida y al final a uno lo están arrojando al cesto de la basura, como si fuera el empaque de un producto que ya no sirve. Ni siquiera para ser reciclado. Y sentir como mayores, como ancianos y ancianas, que nos están diciendo todo el día, toda la noche, a cada momento, que estorbamos. Que mejor nos muramos ya de una vez, que no estemos estorbando el camino de este poder que ahora nos viene a decir que va a cambiar.
Si seguimos mirando para arriba, nos dicen: “elige”. Está el malo, está el peor y está el más peor. Esa es la democracia que te damos a elegir. En tu mesa van a seguir faltando las cosas, en tu casa va a seguir siendo caro todo, en tu trabajo te van a seguir explotando, te vamos a seguir despreciando y humillando por tu raza, por tu color, por tu lengua, por tu forma de vestir, por tu ser mujer, por tu ser joven, por tu ser niño, por tu ser homosexual o lesbiana. Todo eso vemos que se repite una y otra vez y volvemos a mirar hacia abajo, y encontramos otra vez la soledad, la tristeza y ahora la rabia, el coraje.
Y esto es lo que se trata la Otra Campaña: de escuchar esa su soledad, esa rabia que provoca la injusticia que tiene cada uno. Esa forma de que lucha cada quien, no importa por pequeño que sea. No importa su color, no importa su sexo, ni su raza, ni su nivel escolar. Lo que importa es voltear hacia abajo y empezar a descubrir, en nosotros, el colectivo que somos. Un colectivo que recorre toda la nación, desde el sureste mexicano hasta el norte de la República, y que es ese colectivo que forman los trabajadores del campo y de la ciudad, los que hacen que en este país haya riqueza. Esa riqueza que allá arriba se van a repartir a partir del 2 de julio.
Nosotros no venimos a decir que voten por un candidato, o que no voten. Nosotros venimos a decirles que tratemos un poco de apartar la mirada y el oído de allá arriba y volteemos a mirar y volteemos el oído también para escuchar al que está abajo. Al que es humilde y sencillo como la mayoría o todos de los que estamos aquí reunidos. Escuchar su historia, su indignación, la explotación que sufre, el desprecio, la persecución, la cárcel, incluso la muerte de quienes hemos perdido en el camino y siguen tocando a nuestra puerta cada día y cada noche.
Escuchar esa historia y escuchar también el ya basta, el ya estuvo bueno, el ya no, el ya no más, que cada quien empieza a decir en su corazón, cuando regresa a su soledad y a su tristeza. Y entonces, es cuando uno piensa que no hay esperanza, que no hay otra cosa. Y lo que nosotros venimos a proponerles no es que voten por un candidato. No es que elijan un nuevo líder que luego se venda o se corrompa. No es que ensayen otra vez una derrota. Lo que venimos a proponerles es otra cosa. Otra cosa donde su palabra, su dolor, su rabia y, sobre todo, su rebeldía, sea escuchada. Un espacio donde tengan un lugar y que ese lugar sea respetado por todos los que estamos ahí.
Un espacio donde encuentren, donde encontremos, a otros como nosotros. A otras mujeres que no están dispuestas a seguir tolerando este sistema que las mantiene así. A otros niños y niñas que quieren encontrar a otros que tampoco quieren convertirse en una mercancía desde la infancia.
A otros pueblos indios que también están diciendo que no van a soportar más años sin que este país reconozca sus raíces, y sin que en esa bandera que se levanta cada mañana y que nos hace mexicanos y mexicanas, tenga nuestro color, el color que tenemos como indígenas, nuestra sangre morena.
Que los trabajadores de la ciudad y trabajadoras encuentren a otros y a otras que también sufren la misma explotación y también ensayan o practican formas de protesta, formas de organizarse para exigir sus derechos: un mejor salario, una mejor jornada laboral, un trato más justo y digno por parte de los capataces, gerentes y patrones. Prestaciones como salud, educación, apoyo para la vivienda.
Y que los campesinos encuentren a otros campesinos que también han sido despojados de sus tierras. Campesinos que han sido engañados por el Procede. Ejidos enteros que han sido destruidos por los programas gubernamentales. Tierras comunales convertidas en desiertos o en grandes centros comerciales, u hoteles, o centros de diversión para los de arriba.
Aquí compañeros y compañeras, en la Otra Campaña, es el lugar donde van a encontrar ese espacio y donde van a encontrar esos otros dolores, esas otras tristezas, esas otras soledades. Y aquí es, en la Otra Campaña, donde las vamos a convertir, ya no en una soledad, sino en una compañía, en un colectivo. Y vamos a descubrir que somos más, muchos más que los que estamos aquí reunidos. No sólo en Puebla, no sólo de aquí al sureste mexicano, sino en todo el país. Y más aún, porque todos nosotros recordamos en nuestras familias, o en nuestros pueblos, a nuestros hermanos y hermanas que han tenido que ir a trabajar a Estados Unidos, porque aquí no hay trabajo, o no hay tierra, o no hay buen salario, o no hay prestaciones. Y desde allá, también va a llegar ese grito de rebeldía, esa soledad multiplicada, que convierte el yo, que vemos cada día en el espejo, en un nosotros que no va a alcanzar el país entero para incluirlo y va a desbordar la frontera norte con Estados Unidos.
En la Otra Campaña lo que queremos es escuchar esa su historia y tomarla en cuenta. Es Otra Campaña porque no se trata aquí de prometer, porque no venimos a prometerles nada. Lo que venimos a hacerles es una propuesta: les proponemos trabajar juntos, luchar juntos por transformar este país. Como hace 100 años, cuando empezó la Revolución mexicana, como hace 200, cuando se estaba preparando la guerra de Independencia, como hace 500 o 450 años, cuando empezamos a enfrentar las invasiones de otras naciones.
Esa palabra es la que queremos escuchar y empezar a conocer su historia, y a cambio de esta propuesta que les hacemos, de que hablen, les pedimos que escuchen a otros como ustedes. Y que de ese conocimiento mutuo, empiece primero por el respeto. Porque a aquellos que escuchamos con atención y que conocemos, es lo que vamos a respetar. Luego vamos a empezar a sentir en nuestro corazón que no estamos solos. Que somos fuertes, que somos grandes, pero que estamos separados.
Y así como allá arriba se unen para explotarnos, para humillarnos, para despojarnos de nuestra tierra, para aplicar el racismo en todo momento y en todo lugar en contra de nuestros pueblos indios, para perseguir y arrinconar a las mujeres, convertir en delincuentes a los jóvenes, en mercancía a los niños, y en desperdicio a los ancianos. Así como están ellos unidos allá arriba, nosotros estamos pensando que qué tal que nos unimos todos los que estamos abajo. Y qué tal que en este país lo que empieza a contar es lo que dice la gente de abajo. A la que nadie mira, de la que nadie sabe el nombre, de la que sólo se sabe que es número en una encuesta a favor de un candidato, de la que sólo importa si tiene —ahora, en este año— una credencial de elector y dónde la va a usar o si se le puede comprar, o si la quiere vender.
Estos hombres y mujeres que me están escuchando y como muchos miles que hemos escuchado en Chiapas, en Quintana Roo, en Yucatán, en Campeche, en Tabasco, en Veracruz, en Oaxaca y ahora tenemos el honor de estar en estas tierras de Altepexi y ahí entrar a la digna y heroica tierra poblana. Nosotros no les estamos invitando a hacer un homenaje a los héroes que estas tierras han parido. Conocemos esa historia y también ustedes. Y no me refiero sólo a los héroes y heroínas que iluminaron la historia pasada de este país, también la historia reciente. Luchadores y luchadoras sociales que han dado la vida, o su libertad, a cambio de gente como nosotros.
Nosotros los estamos invitando compañeros y compañeras a que esa voz se organiza, que esas demandas se organizan y se coordinan, y levantamos en todo el país un Programa Nacional de Lucha. Ya no más lo que los políticos quieren que hagamos. Ya no más que nos impongan sus decisiones. Ya no más que usen los programas gubernamentales para chantajearnos o para comprarnos como si fuéramos animales. Ahora, tomar en cuenta lo que dice la gente y luchar porque eso se cumpla Pero ya no luchar solos, ni en la maquiladora, ni en el campo, ni en la montaña, ni en la escuela, ni en la casa, ni en la calle. Sino todos juntos levantar eso que llamamos el Programa Nacional de Lucha. Un programa hecho y escrito con la palabra, con la voz de todos nosotros.
Y al final, que pase lo que tiene que pasar, compañeros y compañeras, el país por fin encuentre la paz de cambiar, que es la única forma que va a encontrar la paz. Que se levante todo, desde abajo, que es como se levantan las cosas. Que todo se sacuda, que los que están allá arriba, viviendo de nuestra sangre y de nuestro trabajo, caigan y caigan a donde deben caer: a la cárcel.
Y entonces, sobre ese nuevo país que levantemos juntos, hacer un nuevo acuerdo, una nueva ley, una nueva Constitución. Una Constitución donde la tierra sea de quien la trabaja. Y no sólo eso, sino que haya apoyos al campo. Y no sólo eso, sino que haya buen precio para los productos del campo. Una Constitución, una ley que reconozca al fin los derechos y la cultura indígena. Que ya no se permita más que alguien se avergüence del color, de la palabra, del idioma, de la cultura, de la forma de vestir o de relacionarse con la tierra o con nuestros antepasados. Y que nadie más pueda despreciar a un indígena o a una indígena sin ser castigado como se merece.
Un país con una ley que reconozca el derecho a los jóvenes y a las jóvenas a serlo sin que esto sea un delito. Un país con una ley que garantice que los niños sean niños hasta que dejen de serlo, y no como ahora, que se convierten en adultos por fuerza del trabajo o de la explotación apenas cuando empiezan a levantar unos palmos de la tierra. Un país que reconozca a la gente de edad, a los ancianos y ancianas, por todo el trabajo, por toda la vida que dieron por este país y no les de limosnas, sino les agradezca efectivamente, con mejores condiciones de vida, la vida —exactamente— que dejaron en estas tierra para todos nosotros. Un país donde la mujer ves reconocidos sus derechos y cumplidos, incluso en la casa, en la familia, en la escuela, en la calle, en el trabajo, en las oportunidades para estudiar y para trabajar, en el derecho de todos y todas —en este caso— de ser mejores.
Un país donde los trabajadores tengan un trabajo digno. Donde sea una alegría trabajar y un orgullo, algo que nos hace mejor, Y no como ahora, que es una pena que tenemos que arrastrar día a día, sin siquiera tener la certeza si a la mañana siguiente todavía vamos a tener empleo. Sin siquiera tener la certeza de que a la mañana siguiente, el sueldo va a alcanzar para pagar lo poco que tenemos. Un país donde la riqueza sea de quien la genera, de quien la produce: los trabajadores del campo y de la ciudad. Ese país que vamos a construir juntos, desde abajo, necesita un nuevo acuerdo, una nueva ley, una nueva Constitución.
Entonces, compañeros y compañeras, nosotros no venimos a invitarlos a que se alcen en armas, ni a que se tapen el rostro, ni a que se organicen ilegalmente, Nosotros venimos a invitarlos a un movimiento civil y pacífico, nacional, pero no para que Marcos agarre cargo, o cualquiera que de los que andan con nosotros o de sus propios líderes. No para elegir un gobierno, sino para elegir y construir un país. Para hacer un gran levantamiento nacional, de frontera a frontera; de costa a costa; de norte a sur; de oriente a poniente, que cambie este país totalmente. Y que queden resueltos los problemas que quedaron pendientes en la guerra de Independencia, que quedaron pendientes en las guerras de resistencia contra Francia y contra Estados Unidos, y que quedaron pendientes en la Revolución mexicana.
Que ya no estemos solos a la hora de luchar, que convirtamos las lágrimas de coraje y de rabia en un puño que primero se convierta en un abrazo y en una mano que se hace compañera con otros hombres y mujeres, niños y ancianos, indígenas, no indígenas, trabajadores del campo y de la ciudad. Y luego se convierta en una gran sacudida que tire a los de arriba, a todos, que no quede ni uno. Y que en este país queden los que de por sí lo hacemos ser país, los de abajo, la gente humilde y sencilla.
A eso les venimos a invitar. No es fácil, no los venimos a engañar. No venimos a prometerles láminas, ni despensas, ni camisetas con un color. No les venimos a regalar promesas. Les venimos a proponer que se unan con nosotros, con este movimiento que va a transformar el país más radicalmente que hace 100 años, más profundamente que hace 100 años, y más definitivamente que hace 100 años. Y cuando ese día llegue, habrá que recordar este día en que estamos aquí en las sierras de Puebla y recordar que entonces elegimos si nos íbamos a quedar a que alguien nos contara lo que fue este nuevo levantamiento, esta nueva rebelión que cambió ahora sí el país, o lo vamos a contar nosotros, como parte de ese movimiento.
No les pedimos que se vayan a ninguna parte compañeros y compañeras. Les pedimos que ahí donde están: en su casa, en su trabajo, en el campo, en la montaña, en la escuela, en la calle, en el comercio… Donde cada quien vive y trabaja, que ahí se organice, que ahí nos cuente de su lucha. Y que ahí junte su lucha con otras luchas. Con todo lo que traemos de los siete estados que hemos recorrido, con los otros que nos faltan, hasta que recorramos todo el país y podamos dar la cuenta y decir: “esto somos, esto queremos y esto vamos a hacer”.
Hasta ahora, les podemos decir claramente y sin mentirles que ya somos miles en toda la República mexicana. Y en cada estado que pasamos, en Chiapas, en Quintana Roo, en Yucatán, en Campeche, en Tabasco, en Veracruz y en Oaxaca, crecimos más. Y ahora hay más hombres, mujeres, niños y ancianos que están en nuestra lucha.
Nosotros venimos a invitarlos a que con el nombre de ustedes, su nombre personal, su apellido, su historia, su dolor, su rebeldía, le pongan a la Otra Campaña el nombre de Puebla. El nombre de la sierra, el nombre de Altepexi, su nombre como pueblo indígena, como mujer, como anciano, como adulto, como hombre, como niño o como niña. Eso es lo que venimos a proponerles compañeros y compañeras. No tenemos dinero para pagar anuncios en la televisión, en la radio, en los periódicos. Pero aunque lo tuviéramos no lo íbamos a gastar en eso. Porque nuestra campaña es otra, no estamos vendiendo un producto comercial: un jabón, o un calzón. Lo que estamos proponiendo es un nuevo país y estamos proponiendo que nos unamos para luchar por él.
Por eso compañeros y compañeras, les pedimos que lo piensen en su corazón y que llegue el día en que se decidan y entren con nosotros. No van a dejar de ser lo que son, no van a perder su identidad, ni su organización, ni sus convicciones. Simple y sencillamente, van a dejar de estar solos. Esa es la palabra que les queríamos traer compañeros y compañeras. Les damos gracias por habernos escuchado y los invitamos mañana, ya como compañeros y compañeras de lucha, para empezar los trabajos de esta forma de hacer política que decimos. Donde cada quien dice su palabra y todos escuchamos y nos conocemos. Gracias compañeros, gracias compañeras.
Altepexi, Puebla, 12 de febrero de 2006
A este compañero hay que cuidarlo —ya lo dijo él y aunque no lo hubiera dicho—, de esa amenaza de atentado que recibió. Tenemos que cuidarlo, porque él representa mucho aquí en el Valle de Tehuacán y —a lo mejor él no lo sabe— también representa mucho en la lucha que estamos levantando en todo el país. Y no vamos a esperarnos a que pase algo para luego protestar, sino que inmediatamente ahora, con la amenaza que recibe ya y con los antecedentes que ha explicado de la golpiza y la prisión, pues no vamos a esperar a que le pase algo para elevar nuestra voz.
Y advertir, de una vez, al gobierno estatal, al gobierno federal y a los poderosos del Valle de Tehuacán y de México que éste compañero —así como la gente toda, ustedes del Valle de Tehuacán— ya no está solo, ya estamos todos en la Otra Campaña, en un movimiento nacional. Y todo ese movimiento nacional está con este compañero. Les pedimos que lo cuiden, nosotros a la distancia, conforme vamos avanzando, también estaremos pendientes de él. Pero nos vamos un poco con confianza porque hemos escuchado de todos ustedes, o de la gran mayoría, palabras de cariño y admiración para este compañero.
Como eso, como él y como todos ustedes es lo que queremos levantar y unir en esta que es la Otra Campaña. De las historias que escuchamos, hay que entender una cosa. Tal vez ir del final hacia el inicio; y del final es cuando compramos una mercancía, cuando compramos un producto: un pantalón, por ejemplo, o una chamarra, o un kilo de azúcar.
Entonces, vamos a la tienda, o al mercado, o al centro comercial que ya vimos en los anuncios en la calle, o en la televisión, o en las revistas, o en el periódico, pues que ponen un modelo al que le queda muy bien ese pantalón. Si es mujer, pues ponen a una chamaca así delgada o muy untuosa, o un hombre así muy atractivo pues, como dicen las mujeres. Entonces, uno va al mercado y ve el pantalón y luego luego se imagina que si se lo pone pues va a quedar igual ¿no? Puede que tenga que sumir la panza, o a ver cómo le hace para que el che pantalón… —a veces hay que echarle manteca o algo para que puede pasar pues—.
Y entonces vemos el pantalón que ahí está, esa mercancía, vemos el precio —no se en cuánto andarán los pantalones, porque los que yo traigo me los hacen allá las compañeras y los compañeros en los talleres zapatistas— no sé si costarán 300 o 400 pesos, según la marca. Y vemos que está de determinado color, vamos y pagamos. Y en el momento en que tenemos el pantalón no vemos lo que pasó para que ese pantalón o esa chamarra —o como explicaba el compañero que hace el corte de caña— o ese kilo de azúcar llegara ahí.
Y, a lo mejor, lo que se necesita es que cada vez que enfrentamos algo preguntemos sobre la historia que lo hizo posible. Y, entonces, en este pantalón o en esta chamarra vamos a la historia de las maquiladoras. Pero en el pantalón no está escrita la historia de explotación que nos contaron las compañeras y compañeros hace rato. No están las jornadas laborales —esa historia ya la conocimos, hace 100 años así eran las jornadas laborales— de 12, 14 y hasta 16 horas, como nos explicaron. No está la humillación que reciben de parte de los jefes de línea, o de los gerentes, o de los capataces, como se llamaban hace 100 años. No está ahí el dolor, la humillación que reciben, la explotación de la que son producto después de una jornada laboral muy grande y luego que reciben apenas una pequeña cantidad de dinero.
Y ahí está la trampa del sistema, decimos nosotros, que esa pieza del rompecabezas que, así como las que escuchamos hace rato allá en la Casa de la Cultura y que Martín armó muy bien, está la pieza que es la mercancía y no está acomodado cómo fue que llegó ahí. Y esa es una trampa del capitalismo, decimos nosotros, del sistema en el que estamos. Que aparecen las cosas y los productos y no aparece quién las produjo, quién las creó, quién las hizo. Y qué fue lo que sufrió para hacerlo.
Y, sobre todo, eso que pagamos por ese pantalón, por esa chamarra, ¿para quién va? Y si empezamos a preguntar eso vemos que ese dinero no va para quien produjo esa mercancía. No va para la compañera maquiladora o el compañero maquilador que cosió ese pantalón, que lo pintó, que lo arregló y le puso la etiqueta para que pudiera llegar a la tienda donde nosotros lo estamos comprando.
Resulta que esa cantidad de dinero que estamos pagando se la está quedando el dueño de esa empresa. Y, a lo mejor, el dueño de esa empresa —si le rascamos— pues resulta que es uno de los grandes políticos, o el pariente de uno de los grandes políticos o, en el Valle de Tehuacán, tiene el apellido Gil —como escuchamos varias veces—, que son varias generaciones de explotadores. Y, a lo mejor, si le rascamos a esos nombres, descubrimos que detrás de ellos hay grandes empresas de otros países: de Norteamérica fundamentalmente.
Y entonces resulta que en esa mercancía, en ese pantalón o en esa chamarra, está escrita una historia que fue tapada a la hora que pintaron el pantalón para que fuera azul mezclilla y, con los residuos —lo que sobró de esa pintura—, fueron y contaminaron el agua del Valle de Tehuacán. Y a la hora de contaminar esa agua afectan a los pueblos, a las comunidades que dependían de esos manantiales. Y también los pasó a perjudicar que, a la hora de perder el agua y perder la tierra, tuvieron que emigrar a Estados Unidos y están buscando trabajo allá: a lo mejor de empleados, a lo mejor de cocineros, a lo mejor de trabajadores del campo. Y van caminando por una de las grandes ciudades de Estados Unidos y ven en los aparadores ese pantalón y esa chamarra que está ahí con una marca norteamericana, que está ahí con un precio en dólares y que ellos saben que fue producido aquí por sus mismos familiares, aquí en Tehuacán.
Pero esa historia no se sabe, compañeros y compañeras, no se sabe. En un solo pantalón, en una sola chamarra, en un kilo de azúcar, no se ve el sufrimiento de los trabajadores para poner ese producto ahí. Y, sobre todo, no se ve la explotación. No se ve quién se queda con la riqueza que produce esa mercancía.
Y entonces, es donde los compañeros y compañeras de las maquiladoras, los maestros, los pueblos indios que estaban ahí hace rato se preguntaban: “bueno, ¿qué pasa si dejamos ahí la tela, dejamos los cierres, los botones, el hilo para costurar, las máquinas, el caserón donde está la maquila y nosotros nos vamos?”. Si va a poder el capataz, el patrón, el dueño, el señor Gil o quien lo respalda, si va a poder hacer que esas cosas se junten y salga un pantalón, que luce un artista o luce un señor que sale en televisión.
Ellos mismos se responden: No. No, ahí lo que se necesita es la fuerza de trabajo. La capacidad de un hombre o de una mujer que sabe cómo juntar las piezas y producir un pantalón de calidad. Porque escuchamos también de las compañeras maquiladoras que a ellas se les exige cantidad y calidad. No les importa si están enfermas, no les importa si tienen problemas familiares, no les importa si batallan para llegar al trabajo —como explicaban que viven retirado y tienen que agarrar transportes— y que si llegan tarde, pues van para afuera. Entonces, se necesita todo eso para juntar y poder hacer el pantalón.
Entonces, ellos mismos se preguntan: ¿y qué pasa si el que se va es el patrón? ¿si se va el jefe de línea? ¿si se va el gerente? ¿los trabajadores y las trabajadoras pueden hacer el pantalón? Y se responden: “sí”. Entonces, aquí hay un elemento que es el que trabaja, el que hace el pantalón, que hace la chamarra, o el que hace el azúcar en el caso de la caña.
Pero hay uno que no trabaja y es ése el que se queda con la riqueza.
Entonces, así como Martín nos explicó “aquí en el Valle de Tehuacán y en Puebla está así y así y estos son los nombres” y explicó bien cómo está la familia o las familias que son las responsables del despojo de las tierras en la Sierra Negra, de la contaminación de las aguas, de la privatización de la tierra y del agua, de los recursos naturales. Los responsables de la represión, de los despidos de los trabajadores, de los bajos salarios, de cómo está organizada la maquila para extorsionar y sobre explotar, decían ellos, a los trabajadores y a las trabajadoras —y vemos que son los mismos nombres—, nosotros nos preguntamos, en todo el país, ¿quién es el responsable de esto?
¿Quién es el responsable de que el trabajo no sea pagado con justicia? ¿Por qué la persona que trabaja 16 horas está pobre y por qué el que no trabaja está rico? Entonces, nosotros decimos, si podemos conseguir que nuestro país, que la gente de abajo humilde y sencilla se empiece a preguntar sobre por qué son las cosas, va a empezar a encontrar a gente como nosotros. A gente humilde y sencilla que es la que pone esos productos que usamos y que no es la responsable del precio: es la responsable del trabajo; de la riqueza que ese producto tiene, que nos sirve un tiempo como pantalón o como chamarra, o sirve para endulzar el café, o el agua, lo que estemos tomando con azúcar.
Entonces, es cuando se necesita que la voz del que trabaja, la voz del que hace ese producto, se escuche y cuente la historia. Hagan de cuenta que compran un pantalón y, en lugar de estar pintado como está, viene ahí la historia: “yo, Pedro Pérez… yo, Juana Martínez… hice este pantalón tal día y me costó tanto trabajo hacerlo, y me pagan tanto”. Imagínense que cada mercancía que compramos llevara la historia de explotación, de sufrimiento y de humillación del trabajador.
Entonces, cada mercancía, cada prenda de vestir, cada kilo de azúcar, cada cosa de las que consumimos se convertiría así como en un agitador, que estuviera diciéndole a la gente en todo momento: “este país no vive en la justicia”, “en este país no están cabales las cosas”. “No está cabal”, decimos nosotros allá en Chiapas, quiere decir que no está como debe de ser. Porque como debiera de ser es que aquel que trabaja debería vivir bien y aquel que no trabaja debería vivir mal.
Y ¿qué pasaría si en ese pantalón viene escrito —en un papel en la bolsa, a la hora en que uno se lo está poniendo y se lo está acomodando encuentra un papel— donde viene la historia de los trabajadores despedidos de esa planta maquiladora, de esa empresa de cortes que tiene muchos nombres que nosotros escuchamos aquí? Y entonces, otro, en otro lado y que está comprando ese pantalón —supongamos un joven en la ciudad de México, de la UNAM—, compra ese pantalón, mete el boleto del metro y se encuentra con que hay un papel, y conoce la historia de Altepexi.
Y dice: ahí hay un hombre, una mujer, que tiene mi misma edad —porque son jóvenes todos los que pasaron, hombres y mujeres—, tiene mi misma edad y le está pasando esto. Y el patrón que lo explota se apellida así, y el político que respalda a ese patrón se llama así y este compañero o compañera que hizo este pantalón me está diciendo: “esto soy, aquí está lo que hago. Tú, ¿qué piensas o qué haces?”.
Entonces hagan de cuenta que en lugar de que encontremos ese papel en el pantalón, encontramos un movimiento que hace esto. Y que los jóvenes del Distrito Federal, pero también los jóvenes indígenas zapatistas que están en la montaña —mis compañeros y compañeras guerrilleros y guerrilleras— escuchan la voz de ustedes, la que escuchamos hace un momento, la que ustedes mismos dijeron. Y se enteran de cómo está la explotación en el Valle de Tehuacán, de cómo está el despojo de tierras y la contaminación en la Sierra Negra.
Y empiezan a responderse a la pregunta que sale en las historias de cada uno, y la respuesta es: sí, sí somos compañeros; sí tenemos el mismo responsable de nuestro sufrimiento. Eso es lo que quiere hacer la Otra Campaña, compañeros y compañeras. Y aquí no importa si aquí hay 100, 200, o hay 3 mil compañeros.
Lo que importa es que esas historias se digan y se hablen. Porque una cosa es leer un libro sobre cómo está la situación de las maquiladoras y otra muy diferente es que un trabajador o una trabajadora, despedida de esa empresa por exigir sus derechos —y además derechos que ya están en la Constitución, no estaba pidiendo una revolución ni la toma del poder—; lo que estaba pidiendo es que le pagaran cabal, lo que es una jornada de trabajo. Pues, en lugar de ver el libro —como explicó el compañero ese que nos criticaba por ver telenovelas—, en lugar de leer el libro: abrir el oído al otro compañero. Conocer su historia y aprender a decir ese “nosotros” que también se dijo. Aprender a decir que somos compañeros de lucha.
De eso se trata esto en esta primera etapa: de decir nuestra historia, de decir nuestra palabra. De poner, no en el producto que hacemos, la historia de explotación pero también de rabia e indignación que tenemos, pero sí en el oído de otro, en el corazón de otro. Para decirle: “aquí estoy yo, esto soy, conóceme, ésta es mi dignidad”. Que también se habló mucho aquí de esa palabra.
Y la dignidad para nosotros los zapatistas es decir: “esto soy yo y demando que me respeten, y reconozco que tú eres lo que eres y también te respeto”. Y, entonces, sigue esta parte de “echemos trato, compañero, compañera”. “Echemos trato, porque tu misma situación la tengo yo, aunque allá en Chiapas”. Porque así como escuchamos la historia de dolor y de rabia de la compañera de la Mixteca, que nos explicaba: “a nosotros nos separaron, una parte estamos en Puebla, otros estamos en Veracruz, otros en Oaxaca, pero somos los mismos y estamos arañando la tierra para sacarle algo. Y nos da rabia y coraje pero la tenemos que vencer; tenemos que convencer a esa tierra que nos dé el fruto que necesitamos”, así como tenemos que convencer a este país que tenemos un lugar en él y así como tenemos que convencer al país que ya estamos hartos —hasta la madre, ya basta—, hastiados de un sistema que nos está jodiendo a cada quien de forma diferente.
Entonces, tal vez volvamos a enfrentar —como les decía ayer— la soledad de nuestra mesa, de nuestra casa, de nuestro trabajo, de nuestra calle, de nuestro campo, de nuestra montaña, de nuestra comunidad, pero ya de otra forma: sabiendo que esa soledad está empezando a desmoronarse —como se desmoronan las cosas de por sí— para ya no volver a encumbrarse, que es desde abajo.
Entonces, nosotros, cuando les decíamos “aquí en la Otra Campaña no se trata de venir a venderles promesas”, por muy baratas y si nadie las quiere comprar las regalan —aunque luego se haga la cuenta y resulta que salen muy caras, como están saliendo caras las campañas electorales—. Alguien en Oaxaca hacía la cuenta y dice: “bueno, si todo lo que se están gastando en las campañas electorales los partidos políticos, se invirtiera en una zona de Oaxaca, la más pobre, se levantaba inmediatamente: habría escuelas, hospitales, mejoraría la vivienda, el trabajo de la tierra.
Entonces resulta que todo ese dinero que debería estar usándose para lo que debe de ser, que es para las mejoras de las condiciones de vida de la población, se está usando para que los políticos hagan propaganda.
Y de que va a costar trabajo esto que vamos a estar haciendo, pues, es la verdad compañeros. Y ayer hablábamos de que teníamos que arañar la historia porque no teníamos otra cosa, para poner nuestro nombre en ella, más que nuestras propias manos, la dignidad, y la fuerza y el coraje de nuestro corazón. Para que ya no apareciera en la historia, como importante, la participación de la familia Aquiles Serdán en la revolución mexicana, sino para poner en esa historia la que estamos haciendo hoy, aquí en Altepexi, nuestros nombres; el nombre de nuestras organizaciones en el movimiento que sí cambió fundamentalmente —o sea, desde abajo y a la izquierda— la historia de este país y esta situación de explotación.
Y, a lo mejor, va a llegar el día en que otra vez vamos a enfrentar ese pantalón de mezclilla o esa chamarra de mezclilla y va a venir ya la historia ahí, no sólo de la explotación, va a venir la historia de la rebelión que empezó en febrero del 2006 en Altepexi. Y, junto con todo lo que se levantó en el resto del país, iluminó lo que se llama ahora México y le empezó a dar la lección de amor más hermosa que han tenido en estos suelos, desde que fueron creados. La de quien lucha, junto con otros, por que todos tengan justicia, democracia y libertad.
Eso es lo que plantea la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, compañeros. Plantea la pregunta a cada quien: ¿quién eres? Y entonces que cada quien contesta: “esto soy, éste es mi dolor, ésta es mi lucha, ésta es mi rabia, y esto es lo que quiero”. Y, entonces, pregunta: ¿y cómo le vas a hacer? Y la misma Sexta Declaración le contesta: “¡únete!”. Únete con nosotros, siendo lo que eres: siendo indígena, siendo joven, siendo trabajador, siendo mujer, siendo estudiante, siendo maestro. Únete en todo el país con otras historias. Y vamos a explicarnos todos qué es lo que está pasando.
Y a la hora que nos empezamos a explicar esto —así como nos explicó Martín hace rato— empezamos a descubrir que hay un sistema, el sistema capitalista: hay quien tiene las cosas y hay quien las hace producir. Y el que tiene las cosas es el que se queda con el dinero y el que hace que produzcan, ese no tiene más que lo necesario para vivir y, a veces, ni eso.
Porque en la reunión de hace rato escuchamos a una compañera de una comunidad que dice: “pues yo oigo que aquí piden mejores salarios o condiciones laborales, y nosotros ni siquiera trabajo tenemos para poder demandar un mejor salario”. Y nos platicaba cómo se dedican a coser balones de fútbol y les pagan 10 pesos por cada balón. No sé a cuánto cueste en el mercado, pero debe andar a más de 100 pesos —yo creo— un balón de fútbol. Diez veces más de lo que le pagan a esa compañera por coser el balón. ¿Y si sale mal? Le cobran 30 o 40 pesos por haber hecho mal el trabajo de coser el balón. Entonces dice: “¿y nosotros qué? nosotros todavía estamos más abandonados que ustedes” —les decía a los demás compañeros de las maquiladoras—.
Y en otras partes de la República, en Chiapas, en Campeche, en Quintana Roo, en Yucatán, en Tabasco, en Veracruz y, ahora poco, en Oaxaca, escuchamos también muchas historias como esa; de gente que decía “nosotros estamos más peor”, que quiere decir: estamos más desesperados. Y al mismo tiempo que lo están diciendo, ellos están diciendo ya hay un cambio, porque antes no tenía a quien decirlo y no tenía quien me escuchara. Y no tenía, sobre todo, quien me respondiera sin mentiras, sin promesas falsas, sin esperanzas vagas.
Y encontró en la Otra Campaña esto: vamos a luchar juntos por que eso ya no pase nunca más. Por que nunca más alguien se tenga que parar —una mujer de edad mediana con un hijo en brazos— y decir: “nosotros no tenemos nada, ni siquiera tenemos algo por qué quejarnos”. Que no vuelva a pasar eso en este país. Así como decimos que no vuelva a pasar que alguien es despreciado por su lengua, por su cultura, como es el caso de los pueblos indios. Que nadie pueda ser perseguido y encarcelado por elevar la voz o por enseñarle a otro a defender sus derechos, como los compañeros del Centro de Derechos Humanos y Laborales aquí del Valle de Tehuacán. Que nadie vuelva a ser despedido de su trabajo porque tiene un problema de salud, o un problema familiar. Que nadie pueda ser obligado a trabajar más de la jornada laboral.
Por que si hubo una revolución y grandes movimientos obreros por la jornada laboral de ocho horas, por qué tanto tiempo después, otra vez, nos encontramos con historias de jornadas laborales de más de doce horas. Y sí —como dicen los compañeros—, si la ley te dice que eso está prohibido, no sirve compañeros y compañeras más que para limpiarse la cola después de ir al baño. Y eso es lo que hacen los ricos con las leyes que supuestamente debían protegernos. Y ahora no les basta. Ahora lo que quieren hacer es otras leyes para que ya ni siquiera esas se puedan usar. Para que ya no haya centros de derechos humanos o consejeros que nos digan hay que luchar por esta ley, porque ya no va a existir.
Así como hace más de doce años, cuando estaba Salinas de Gortari, quitó la ley de la Reforma Agraria y quitó el derecho a la tierra y ya no se podía pedir tierra. Así, al rato, se quitan completamente las leyes laborales. Y ya alguien —uno de los maestros— nos había advertido: van a cambiar toda la ley laboral. Para que ya no haya derecho a huelga, ya no haya derecho a sindicatos. Y, entonces, los compañeros y compañeras maquiladoras van a pararse como esa compañera y van a decir: “ya ni siquiera podemos pelear por un sindicato independiente, porque ya no hay sindicatos”. Ni siquiera podemos pelear por que nos hagan un contrato que no sea temporal, sino por tiempo indefinido y poder adquirir derechos laborales, y tener derecho al Seguro Social, porque ya no hay contratos. Hay puros acuerdos verbales. Y según cuánto produces es cuánto te voy a dar.
Y como nos dicen —en las historias que nos contaron— que cada vez que llegaban a reclamar les decían: “no hay y hazle como quieras”. Nosotros en la Otra Campaña les decimos que ya hay una respuesta para cuando nos digan “hazle como quieras”: entonces, nosotros contestamos: como queremos es una rebelión nacional. Y que tú el patrón, tú el capataz, tú el político, tú la ley que estás respaldando esta situación, se vayan. Y que se abran las puertas de la cárcel, pero no para que entre Martín. Para que salgan todos los que están presos y entre el señor Gil, y entre el señor… y entren todos los que se llaman como ellos, haciendo estas cosas. Todos los que allá arriba están construyendo su bienestar sobre el dolor, las lágrimas, el coraje y la rabia de todos nosotros.
Si alguien pregunta ¿qué es lo que quiere la Otra Campaña? Es eso, compañeros y compañeras. Cambiar el país totalmente, radicalmente, desde abajo y a la izquierda, por eso decimos. Nosotros queremos agradecerles porque en este poco tiempo que llevamos aquí en Altepexi —y feliz la tierra que los parió a todos ustedes, digna— nos enseñaron muchas cosas, que no hemos aprendido en tantos años que llevamos en la montaña ya.
Y cuando regresemos a hablar con nuestros compañeros y compañeras —que allá nuestros jefes son las comunidades indígenas zapatistas— les vamos a contar su historia, la historia de dolor sí, pero también la historia de rabia. Y ellos, nuestros compañeros y compañeras, van a sentir grande su corazón porque van a saber que acá, en el Valle de Tehuacán, tienen compañeros y compañeras. Que hablan otra lengua, que a lo mejor tienen otro color, que tienen otra historia, pero tienen la misma rabia e indignación y, sobre todo —como se repitió aquí—, la misma decisión de cambiar todo esto.
La historia va a echarse a andar de nuevo, compañeros y compañeras. Y, ahí, tenemos que elegir: si nos toca leerla o nos toca escribirla. En la Otra Campaña nos toca escribirla. Y ahí que vea cada quien si le toca leerla o que otro se la cuente, o enterarse de lo que pasó en los poemas, en los corridos o en los libros.
Seguimos pensando que nuestro trabajo en esto de la Otra Campaña, en este movimiento de rebelión nacional, es como hacen los compañeros jóvenes grafiteros sobre las paredes —aquí en este pueblo y en otros pueblos que hemos visto a lo largo de nuestro recorrido—: no se trata de pintar un letrero, se trata de sacarle a la pared lo que tiene callado, lo que no quiere decir; de hacerla que hable y grite. Y ahora que hemos venido caminando hasta acá, vimos algunos que es como un grito y que está ahí pintado en la pared y que nos está diciendo: “esto soy, no quiero que las cosas sigan así”. Cada grafiti nos está diciendo “ya basta”, “ya no más, hagamos algo”.
Y, de una u otra forma, esta primera parte de la Otra Campaña, esta primera parte del gran levantamiento nacional que estamos haciendo, es eso: estamos arañando en el suelo de este país y dejando marcado con nuestras uñas, con nuestras manos, con nuestra rabia, con nuestro corazón, un ¡YA BASTA! mucho más grande que el del primero de enero del 94. Más heroico, más firme y más decidido.
Así, en eso estamos, compañeros y compañeras. Les agradecemos nuevamente la lección que nos dieron hoy. Esperamos que vamos a ser buenos alumnos de ustedes. Y ahora en diciembre que regresemos otra vez, ya para estar más tiempo con ustedes, podamos decirles que hicimos bien la tarea. Porque la tarea que tenemos ahora es llevar su palabra —la que escuchamos aquí—, su historia —la que nos contaron—, a que la conozcan todos los compañeros y compañeras en todo México. Gracias compañeros, gracias compañeras.
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Hola, me llamo Estela, y soy de los EEUU. Soy nacida aqui; pero mi mama es nacida en Mexico. En buscado una maquiladora, para manufactura unas ropas para mi negocio, encontre las cosas que pasa en Mexico. Mi vida lo dedico ha Dios, y me duele mi corazon que estas cosas estan pasado. Como puedo ayudar. Quiero extendir una fuerza de los EEUU para cambiar esto. Si necesito habrir una maquiladora con trabajos buenos, mas dinero, y con supervisores americanas, que no amenacen de la jente. Hai mucho trabajo y yo so una persona nomas. Pero quiero ayudar. Hermanos y hermanas, que Dios este con ustedes.
Comentario de Estela Patricia Valencia — julio 22, 2006 @ 11:28 am
Hola HERMOSA GENTE DE EZLN Y PARA TI SUB-COMANDANTE MARCOS.
Soy originario de San Francisco Altepexi, mi nombre es Juan Carlos Perez.
Soy uno mas de indocumentados radicados aqui enU. S.
Quiero darles las gracias de todo el trabajo que estan haciendo; NO PIENSEN QUE NO SON ESCUCHADOS.
Yo y algunos de mis companeros estamos repartiendo la imformacion que nos estas haciendo.
Conosco bien que es pobresa en Altepexi, para que se den una informacion mas aparte de la explotacion, no hay trabajo para todos, en cada familia hay uno o mas sin trabajo.
Por estas razones estamos aqui, conosco muy bien a mi gente querida de Altepexi, y aqui en La Vegas, Orange, Santa Ana, Los Angeles y New York.
«NO SE DETENGAN DE ESTA LUCHA, HERMOSA GENTE DE EZLN Y SUB-COMANDANTE MARCOS, NOSOTROS ESTAMOS CON USTEDES CREEMOS QUE LO VAN A LOGRAR PARA UN M E X I C O LIMPIO…
Comentario de JUAN CARLOS PEREZ — septiembre 14, 2007 @ 1:20 pm
hola a todo el EZLN ¿SABEN?
ME SORPRENDI AL NAVEGAR POR INTERNET Y ME DI CEUNTA Q HABIA UN ESPACIO
DONDE SE TIENE UN INFORME AMPLIO DE LA VISITA QUE TUVIRERON A MI COMUNIDAD DE ALTEPEXI, SOY ORIGINARIA DE ALTEPEXI, Y ME DA MUCHISIMO GUSTO QUE LO HAYAN VISITADO, QUE LASTIMA Q NO PUDIERON VISITAR OTROS
LUGARES MAS CERCANOS A ELLA, SON LUGARES MUY PARECIDOS CON GENTE MUCHO MUY MARGINADA POR LA POBREZA, Y LO QUE ES PEOR QUE AUN ASI LOS GOBERANTES SIGUEN PERMITIENDO ESAS BARBARIDADES. NO TUVE LA OPORTUNIDAD DE VERLOS A TODOS USTEDES PERO APOYO A SUS IDEALES, OJALA NO SE DEN POR VENCIDOS, TIENEN A MUCHA GENTE QUE LOS APOYA SOBRE TODO LAS PERSONAS QUE SON DE PONBLACIONES MUY MARGINADAS Y QUE TENEMOS QUE
LUCHAR CONTRA TODO PARA LOGRAR UNA PROFESION Y TRABAJO DIGNPO. SIGAN ADELANTE, SUS IDEALES LOS LLEVARÈ CON MIS COMPAÑEROS DE CENTRO DE TRABAJO YO TRABAJO EN UNA ESCUELA PRIMARIA EN LA SIERRA NEGRA Y VEO LA
FALTA DE IGUALDAD PARA TODOS.
Comentario de xochitl — octubre 27, 2007 @ 1:12 pm
hola me da mucho gusto que esten dia a dia con la lucha interminable con el gobierno de nuestro pais ojala llegue el momento de en verdad decir basta hace falta con valor para realizar esta lucha, el miedo y la opresion se apoderan de cada uno de los mexicanos por eso querido comandante Marcos te felicito deseando cumplas tu cometido tarde o temprano
Comentario de heidi — julio 12, 2008 @ 10:32 pm