Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México.
MAMÁ PIEDRA
A los familiares de los desaparecidos políticos.
«Sueño con claustros de mármol
donde en silencio divino
los héroes de pie, reposan;
¡De noche, a la luz del alma,
hablo con ellos: de noche!
Están en fila: paseo
entre las filas: las manos
de piedra les beso: abren
los ojos de piedra: tiemblan
las barbas de piedra: empuñan
la espada de piedra: lloran:
¡vibra la espada en la vaina!
Mudo, les beso la mano»
José Martí
Con mano de piedra cae abril sobre el México de abajo. Sol y sombras se prodigan en el día y la luna sortea, de noche, un camino minado de estrellas. Este país camina ahora el desconcierto, ese desfiladero a uno de cuyos lados amenaza el barranco del olvido y la desmemoria. En el otro flanco, la memoria se hace montaña y piedra.
La madrugada deshoja luces extraviadas cuando, en una ciudad cualquiera, en una casa cualquiera, en un cuarto cualquiera, frente a una máquina de escribir cualquiera, una madre (el corazón de flor de piedra la esperanza) escribe una carta. Curiosa, la madrugada se asoma por encima del hombro y logra apenas robar algunas líneas: «… y ya te imaginarás el dolor que me acongoja…», «…para nosotras las madres que hemos vivido como con un puñal clavado en medio del pecho durante tanto tiempo…» La luna apenas infla sus carrillos, el viento duerme.
Lejos vuela la madrugada, a la montaña llega y, con la lánguida ayuda de la luz de una vela, deja caer sobre la mesita su cálido aliento y su pesada carga. La luna es apenas un globo desinflado y una brisa de mar acaricia los ojos que leen: «Es un problema que debería conmover a todos, pero que desgraciadamente, muchos echan al olvido». La sombra acerca la cazuela de la pipa a la vela y da fuego al tabaco y a las palabras que ya toman las manos y, ahora, dibujan:
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No conocía Jesús Piedra Ibarra, ni a César Germán Yáñez Muñoz. No personalmente. Por otras fotos los reconozco ahora en el cartel, frente mío, que luce un «¡EUREKA»! en su parte superior. En el centro un grupo de hombres y mujeres portan una larga manta que reza «PRESENTACIÓN DE LOS DESAPARECIDOS POLÍTICOS» y se puebla de fotos de hombres y mujeres, todos jóvenes, todos mexicanos. Entre las imágenes señalo con un lapicero, tenuemente, la de Jesús Piedra Ibarra y la de César Germán Yáñez Muñoz.
Reviso los rostros de quienes sostienen la manta: mujeres en su mayoría, y se les adivina en el rostro que son madres siempre. ¿Son? ¿Siempre? Son, y los son siempre, a no dudarlo. El cartel puede ser de hace 25, de hace 15, de hace 5 años, de este mismo día. Nada me lo dice, a no ser la firmeza de esas miradas, su empecinamiento, su esperanza.
La «Brigada Blanca», grupo paramilitar con el que el gobierno operaba la guerra sucia contra la guerrilla mexicana de los años 70’s y 80’s secuestró a Jesús Piedra Ibarra el 18 de abril de 1975, hace 25 años. Desde entonces nada se ha sabido de él. El Ejército Federal Mexicano detuvo a César Germán Yañez Muñoz en febrero-marzo de 1974, hace 26 años. Desde entonces nada se ha sabido de él. Hace 30, hace 20, hace 10, hace 5 años, ahora mismo en México se «desaparece» a opositores políticos.
No conocía Jesús Piedra Ibarra, ni a César Germán Yáñez Muñoz, ni a ninguno de los hombres y mujeres desaparecidos políticos. O si, si los conocí. Andaban otro rostro y vestían cuerpos distintos, pero era su misma mirada. Los conocí en las calles y en las montañas. Los vi levantar los puños, las banderas, las armas. Los vi diciendo «¡NO!», gritando «¡NO!» hasta quedarse sin voz en la garganta, pero no en el pecho. Los vi. Los conocí, Fueron entonces cómplices, compañeros, hermanos, fueron nosotros. Los conocí. Los conozco. Son otros sus pies y sus brazos, pero sus pasos son los mismos, sus abrazos son los mismos. Los conozco. Nos conozco. Son los nuestros esos rostros. Basta tomar un plumín negro y pintarles un pasamontañas a esos rostros de hombres y mujeres.
Jesús Piedra Ibarra, César Germán Yáñez Muñoz. Conocía sus madres. Conocía la Rosa, madre de César Germán, y, tiempo después, a la Rosario, Madre de Jesús. Conocía Rosa y a Rosario, madres de luchadores las dos, luchadoras las dos, buscadoras las dos. Hace años la Rosa hizo como que se moría y se fue a buscar a César Germán bajo tierra. La Rosario sigue arriba buscando a Jesús. Mamás de piedra, la Rosa y la Rosario buscan por encima y por debajo de las piedras. Buscan a un desaparecido, a dos, a tres, a decenas, a cientos…
Si, son cientos los desaparecidos políticos en México. ¿Qué culpa cargaron éstos y otros hombres y mujeres que no merecieron de sus enemigos, ya no digamos la vida y la libertad, tampoco la cárcel o la tumba? En veces es sólo una foto lo que de material queda de ellos y ellas. Pero en las manos de piedra de las madres, esa foto se hace bandera. Y las banderas, se hacen para ondear en los cielos. Y en los cielos los levantan los hombres y mujeres que saben que la memoria no es una fecha que señala el inicio de una ausencia, sino que es un árbol que, plantado en el ayer, se levanta al mañana.
¿De qué material se puede hacer el homenaje a los héroes anónimos que no tienen más rincón que la memoria de quienes comparten su sangre y sus ideales? De piedra, pero no de cualquier piedra. Si acaso, de la piedra de memoria que fueron y son sus madres. Porque hay madres que son piedra, piedra de trinchera, de fortaleza, de casa, de muro que sostiene la palabra «JUSTICIA» en su pecho.
Las madres de los desaparecidos políticos son de piedra. ¿Qué pueden temer estas doñas que tanto han enfrentado, que tanto han luchado? No a la ausencia, porque con ella cargan desde hace muchos años. No al dolor, porque con él viven todos y cada uno de los días. No al cansancio porque han recorrido una y otra vez todos los caminos. No, a lo único que temen las doñas es al silencio con el que se viste el olvido, a la desmemoria, a la amnesia que suele manchar a la historia.
Contra ese temor, las doñas no tienen sino el arma de la memoria. Pero, ¿Dónde se guarda la memoria cuando un frenético cinismo reina en el mundo de la política? ¿Dónde se refugian los pedacitos de historia que ahora aparentan ser sólo fotos, y que fueron hombres y mujeres con rostros, nombres, ideales? ¿Por qué la izquierda de ahora parece tan abrumada por el presente y olvida a sus ausentes? ¿Cuántos de estos caídos en la larga noche de la guerra sucia en México no son sino escalones en el ascenso de la izquierda como alternativa política? ¿Cuántos de los que estamos no les debemos mucho a los que no están?.
¿Se acabó? ¿Terminó ya la pesadilla que se llamó «Brigada Blanca»? ¿Cómo se llama ahora el organismo gubernamental encargado de desaparecer a quienes se oponen al sistema? México, ¿Se hizo mejor con las desapariciones políticas que lo hicieron «moderno»? ¿Se puede hablar de justicia mientras existan desaparecidos políticos?
Quienes son parientes (por sangre, por ideas, por ambas) de los desaparecidos políticos, ¿tienen hoy compañía en su angustia, en su dolor, en las ausencias? ¿Dónde están las manos y los hombros para ellos? ¿Dónde el oído para su rebeldía? ¿Qué diccionario incorpora su empecinada búsqueda que destierra para siempre las palabras «irremediable», «irrecuperable», «imposible», «olvido», «resignación, «conformismo», «rendición? Los desaparecidos políticos, ¿dónde están sus verdugos?
Quienes los desaparecieron se asoman a la vieja y arrumbada casa de la política actual en México, ven que nadie voltea hacia atrás, que ningún ojo se asoma siquiera al baúl olvidado de quienes han luchado para que no haya más un abajo a donde dejar caer la mirada. Los verdugos se felicitan entonces, han tenido éxito, levantan sus copas y brindan con sangre por la muerte de la memoria.
Éste país se llama México y transcurre el año 2,000. El siglo y el milenio se terminan y sigue la creencia de que el silencio hace que las cosas desaparezcan: si no hablamos de presos y desaparecidos políticos entonces se borrarán de nuestro presente y de nuestro pasado.
Pero no es así. Con el silencio no sólo no se esfumaron de nuestra historia, sino que, es seguro, volverá a repetirse la pesadilla y otras madres se harán de piedra, y recorrerán todos los rincones, arriba y abajo, diciendo, gritando, exigiendo justicia.
Los verdugos celebran su impunidad (y su impunidad no es sólo que no tengan castigo, también lo es el que los desaparecidos sigan desaparecidos), pero también el silencio.
Sin embargo, no todos olvidan.
Porque más abajo, donde las raíces de la Patria se alimentan de ríos subterráneos, la derrota de los ejecutores se gesta.
De piedra son las imágenes que la memoria levanta en este corazón de abajo, y algo de piedra tienen esos hombres y mujeres que, apenas rozando la dura piel de la historia, se levantan y hablan. Y algo de piedra tiene también esa modesta escuela que, en medio de la Realidad zapatista, luce como bandera un nombre: «Escuela Jesús Piedra Ibarra».
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La sombra arruga las hojas escritas y les da fuego con la misma luz con la que vuelve a encender la pipa. Toma otra hoja limpia y, con lacónica ternura, escribe:
«18 de abril del 2000.
Mamá Piedra:
No sé los demás, pero nosotros no olvidamos.
Con cariño.
Sus hijas e hijos zapatistas.
P.D.- Saludos a todas las doñas»
Abajo sigue la madrugada su caluroso abrazo, mientras la mar se arregla las brisas del cabello. Arriba la luna, trunca, nos recuerda que nada estará completo si falta la memoria. Y «memoria» es como acá llamamos a la justicia.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, Abril del 2,000.
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