Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México.
Carta 6.c.
Febrero del 2000.
A: Don Pablo González Casanova
De: Subcomandante Insurgente Marcos
«Yo, que tengo una juventud llena de voces,
de relámpagos, de arterias vivas,
que acostado en mis músculos, atento a cómo corre
y llora mi sangre,
a cómo se agolpan mis angustias
como mares amargos
o como espesas losas de desvelo,
oigo que se juntan todos los gritos
cual un bosque de estrechos corazones apretados;
oigo lo que decimos todavía hoy,
todo lo que diremos aún,
de punta sobre nuestros graves latidos,
por boca de los árboles, por boca de la tierra».
José Revueltas. Canto irrevocable.
Don Pablo: Todos y todas lo saludamos. No sólo por su valiente actitud de días recientes, pero también por ella. La firme distancia que usted ha marcado frente a la actitud violenta y autoritaria de quienes están al frente del gobierno y de la UNAM vale mucho, sobre todo en estos tiempos en los que la congruencia es un sarcasmo y la dignidad un malentendido.
Sepa usted que nos llena de orgullo el haber estado cerca suyo. Su hoy no es más que la confirmación de lo que ha sido su vida. Aun antes del tiempo en que se desempeñó como miembro de la Comisión Nacional de Intermediación, sus palabras nos ayudaron a entender este dolor que llamamos «México». Ya en la Conai, al lado de esos grandes hombres y mujeres que la formaban, su compromiso en la búsqueda de una solución pacífica, justa y digna a la guerra era firme y de tiempo completo. Por ahí he leído que el ex secretario de Gobernación y hoy candidato oficial a la Presidencia, Francisco Labastida Ochoa, se quejó de que la Conai estaba «cargada» a uno de los lados. Si los «lados» eran la guerra y la paz, es obvio que quienes formaron la Conai estaban «cargados» al lado de la paz. Tanto el obispo Samuel Ruiz García, como doña Concepción Calvillo, viuda de Nava, los poetas Oscar Oliva y Juan Bañuelos, y usted, se afanaron por lograr la paz en el sureste mexicano de la única forma en que es posible lograrla: con respeto, con justicia, con dignidad, con verdad. Es claro que el señor Labastida, de llegar al poder, seguirá los pasos sangrientos de Zedillo y la guerra contra los indígenas no hará sino alargarse y volverse más cruenta. Para lograrlo, Labastida habrá de enfrentarse a muchos mexicanos que, como usted, están «cargados» hacia el lado de las soluciones pacíficas y en contra del uso de la violencia.
Su explícita y contundente condena al uso de la violencia para enfrentar las demandas del movimiento estudiantil de la UNAM, no es más que la consecuencia lógica de quien es lo que es de tiempo completo. Estamos seguros de que su ejemplo será seguido por otros y otras intelectuales que, con sus propios modos y formas, le harán saber al que usa la violencia como argumento de gobierno que no lo hará impunemente; y a los estudiantes que hoy se encuentran en la cárcel o perseguidos, que quien sufre una injusticia ya no está solo. Unos y otros habrán de escuchar las voces y los pasos que, «por boca de los árboles, por boca de la tierra», decimos y diremos: libertad y diálogo.
Hoy en día, a pesar de los medios electrónicos de comunicación, una ola de indignación popular se levanta para exigir la libertad de los universitarios prisioneros y la reanudación del diálogo. Encabezado por los valientes padres de familia, este movimiento incorpora a lo mejor de las organizaciones sociales, de los partidos políticos de izquierda, de artistas e intelectuales, de religiosos y religiosas, de gente, de universitarios. Su objetivo común, lo que los une, es la exigencia de justicia. Y ésta, la justicia, no puede verse cumplida mientras uno solo de los universitarios permanezca tras las rejas. Lo mejor de la izquierda partidaria no sólo lo ha entendido a cabalidad, sino que es uno de los principales impulsores.
A contracorriente de este sentimiento que se traduce en movilización, los medios electrónicos de comunicación se engolosinan con los recursos que les destinan los partidos políticos para publicidad de las campañas, y creen que tienen la autoridad moral y la legitimidad para convertirse, simultáneamente, en fiscal, juez, jurado y verdugo de todo aquello que no tenga tiempo pagado en su programación. Usted lo padeció en carne propia, Don Pablo, y lo padecen en oídos y vista propios millones de mexicanos. En el portal del siglo XXI, la televisión aplaude la doble imagen del México «democrático» actual: una universidad llena de militares y una cárcel llena de estudiantes (la intensidad de la vida democrática de un país se mide por la cantidad de spots publicitarios, no por el número de presos políticos). En el país de la televisión, la Carta Magna no es la Constitución, sino la cartelera de programación (que facturen la cacofonía en horario triple A) y no hay consejeros del IFE más efectivos que las direcciones de noticieros.
Como quiera, fuera del horario de telenovelas, la gente (ésa que no cuenta si no tiene un asesor de publicidad y otro de mercadotecnia) se movió para protestar, así como usted Don Pablo, contra la represión. Según pudimos leer en la prensa escrita, la marcha del 9 de febrero pasado fue la más grande de los últimos tiempos. El clamor era uno: libertad para los presos políticos. Hace 6 años, en 1994 y un 12 de enero, hubo una gran movilización similar. Como hoy lo es con motivo del movimiento universitario y ayer lo fue con el alzamiento zapatista, la gente toma las calles para hacerse oír.
Entonces, en aquel enero de sangre y pólvora, nosotros tuvimos que decidir cómo debíamos «leer» esa gran movilización. Pudimos haberla «leído» como una manifestación en apoyo a nuestra guerra, como un aval al camino de lucha armada que habíamos elegido; o pudimos haberla leído como una movilización que apoyaba no nuestro método (la guerra), pero sí nuestras demandas, y que se manifestaba contra la represión gubernamental.
Nosotros estábamos aislados, replegándonos a las montañas, cargando a nuestros muertos y heridos, preparando el combate siguiente. Así, lejos, muy lejos, y en esas condiciones, tuvimos que escoger. Y escogimos «leer» que esa gente que salió a las calles estaba contra la injusticia, contra el autoritarismo, contra el racismo, contra la guerra, que estaba por el diálogo, por la paz, por la justicia, por la solución pacífica de nuestras demandas. Eso leímos y eso marcó nuestro andar posterior.
Hoy el movimiento estudiantil universitario (y el CGH) enfrentan una situación parecida. Quienes lo forman pueden «leer» la movilización del 9 de febrero como una manifestación de apoyo a la huelga, o como una exigencia de justicia (liberando a los presos) y de diálogo. No es lo mismo.
Con la «lectura» que escoja, el movimiento estudiantil universitario habrá de decidir sus pasos siguientes. Escogerán y lo harán bien. No están aislados y tienen la inteligencia y los recursos para lograr una lectura correcta.
¿Nosotros? Como siempre Don Pablo: a todos y todas los y las que forman el movimiento estudiantil universitario, a sus padres y madres, a sus maestros, a quienes los apoyan y están cerca de ellos, los queremos, los admiramos, van a ganar.
Por todo esto es que hoy, Don Pablo, lo saludamos a usted. A usted y a todos y todas los que, como usted, han manifestado su repudio a la entrada de los militares disfrazados de policías («paramilitares» en sentido estricto) al campus universitario.
Sabemos que su voz y su paso también se unirán a los de todos los que demandamos lo que es urgente y necesario: la liberación de todos los universitarios presos.
Vale. Salud y que nunca renunciemos a la esperanza.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, febrero de 2000.
P.D. Por ahí leí que los estudiantes presos están pidiendo que les manden libros. Mándeles ése que se llama La democracia en México. Vale tanto hoy como ayer, y es de esos libros que producen dolores fértiles.
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