Chiapas: la guerra
IV. Chiapas-UNAM: El delito de ser «otro»
Carta 5.4
A: Los padres y madres de los 98 estudiantes de la UNAM que fueron tomados presos por la policía del DF que «defendió con gallardía», el sábado 11 de diciembre de 1999, la embajada de Estados Unidos en México.
Señoras y señores:
Les escribo a nombre de todos los hombres, mujeres, niños y ancianos del EZLN ahora que ya sabemos que todos sus hijos e hijas han sido puestos en libertad. Aunque estemos tan lejos y no tengamos ningún parentesco sanguíneo con ninguno de sus hijos, acá también estuvimos angustiados y preocupados y hasta estábamos pensando enviarles una pequeña aportación económica para completar la fianza que exigían las autoridades.
Además de la angustia y la preocupación, también compartimos con ustedes la indignación por el trato de «delincuentes» que, en los medios electrónicos de comunicación, recibieron sus hijos.
Los felicitamos a ustedes por la liberación de sus hijos e hijas. ¿Saben ustedes? Nosotros más que conocer a sus hijos e hijas, conocemos la causa por la que luchan: la educación gratuita. Nosotros entendemos que esa lucha que llevan adelante estudiantes como sus hijos, y otros que no son sus hijos, es por nosotros y por muchos mexicanos que, es seguro, ni siquiera conocen a sus hijos de vista, ya no se diga por nombre y apellido.
Estos 98 muchachos y muchachas, estudiantes todos y todas, fueron tomados presos, además de golpeados, insultados y humillados, por luchar por una causa justa y, además, por saber escuchar. Sé que a algunos los soltaron por ser menores de 18 años y a otros los declararon formalmente presos y tuvieron que salir bajo fianza, que para las autoridades son delincuentes. Como tales fueron tratados por la juez que, en una resolución ridícula hasta en su redacción, los equipara a quienes roban, asaltan y violan. Pero nosotros, así como ustedes y muchos mexicanos y mexicanas, sabemos que sus hijos no son delincuentes, sino luchadores sociales.
Pero resulta que hoy, en este país, ser un luchador social es un delito que se persigue y se castiga. ¿Los narcotraficantes? No, ésos están de acuerdo con las autoridades, así que no los pueden perseguir y castigar sus propios socios. ¿Los banqueros? Menos, ésos además ponen a las autoridades pagándoles sus campañas. ¿Los secuestradores? Tampoco, ésos están de acuerdo con la policía.
También nosotros, los zapatistas, somos delincuentes. Yo sé que eso no es un consuelo para ustedes, pero déjenme explicarles por qué somos delincuentes. Nosotros tenemos un expediente tan abultado que hace falta una sala entera de archivos. Se nos acusa de ser transgresores de la ley, incluso se nos acusa de transgredir la ley de gravedad. Y es que nosotros dijimos «¡Ya basta!» y nos alzamos en armas para hacernos oír y para que nos respetaran y tomaran en cuenta y, sobre todo, nos alzamos para que todos los mexicanos y mexicanas tengamos democracia, libertad y justicia.
Los estudiantes de la UNAM también dijeron «¡Ya basta!», pero no se alzaron en armas, sino que por métodos civiles se movilizaron, estallaron una huelga y demandaron educación gratuita para gente que ni conocen. Porque el aumento en las cuotas de la UNAM no les iba a afectar a ellos en particular, pero sí a muchos otros. Así que por eso, pensando en los demás, los estudiantes iniciaron este su movimiento que nosotros conocemos acá como «movimientos estudiantil universitario» pero a saber cómo lo llamen los mismos estudiantes.
Claro que ustedes pensarán: «Ustedes (o sea nosotros, los zapatistas) se alzaron en armas, de por sí es delito andar con armas, y estos muchachos no tenían armas». Y tienen razón. Pero a nosotros no nos declararon delincuentes por alzarnos en armas, no. Nos acusan de delincuentes porque somos indígenas, es decir, somos «otros». No tenemos lugar en el proyecto económico que lleva adelante el grupo Salinas-Zedillo, estamos en contra de la globalización, del neoliberalismo. Y esto es un delito hoy en este país. También nos señalaron como delincuentes porque escuchamos. Sí, escuchamos la mentira en que se estaba convirtiendo este país y dijimos «¡No!», y cuando nos exigieron que nos rindiéramos dijimos «¡No!», y cuando nos quisieron engañar dijimos «¡No!», y cuando nos quisieron olvidar dijimos «¡No!», y cuando nos quisieron dejar solos dijimos «¡No!». Así es, por ser «otros», por escuchar y decir «¡No!», por eso somos delincuentes los zapatistas.
A sus hijos e hijas no los declararon delincuentes por los vidrios rotos de la embajada norteamericana. No sólo porque la embajada no presentó querella en contra de ellos, también porque el embajador, el señor Davison o algo así, tendrá que responder ante el Congreso de su país por malversación de fondos, ya que es ridículo que le hayan vendido unos cristales de 40 mil pesos cada uno (o sea casi 4 mil dólares) que se rompen con una pedrada. Tampoco los declararon delincuentes por los vidrios rotos en los comercios y en los autos, porque ésos fueron destruidos por agentes de la misma policía (que, según reporta el periódico La Jornada en su edición del 12 de diciembre, estaban saludándose con los policías y granaderos que, se supone, estaban poniendo «orden en la vía pública». Textualmente: «Los que estaban rompiendo los vidrios de los coches y de los restaurantes, más tarde los vimos en la glorieta del Metro Insurgentes platicando amigablemente con un nutrido grupo de policías y granaderos» (La Jornada, 12 dic. 1999).
Entonces, ¿por qué los declararon delincuentes? Por ser «otros». Sí, según las crónicas de ese día, cuando la marcha ya se dispersaba (o sea, cuando el video del gobierno «se corta») los granaderos «cargaron» contra todo lo que pareciera joven o estudiante, es decir, contra todos los «otros». Veamos el periódico:
Además de golpear y llevarse detenido a un darketo, la policía arremetió contra gente que no tenía nada que ver en el asunto: «Armando, niño de la calle: Se echaron a correr los estudiantes, yo me detuve para ver cómo golpeaban a uno de esos estudiantes, y corrí junto con ellos, y al intentar subirme a un camión urbano, un policía me jaló de la camisa y el cabrón me tiró al suelo y me pegó en un brazo. Después de que me pegó, me levanté y le pegué en el casco, pero ya no pude hacer nada» (La Jornada, 12 de diciembre de 1999). Y luego «patrullaron» cazando estudiantes. Otro testimonio: «Luis, ENEP Aragón: En nuestro camino al Metro, cuando hablábamos por un teléfono público a la universidad, una patrulla se estacionó frente a nosotros y a gritos utilizó su radio en el que avisaba a sus compañeros que había más cabrones estudiantes en el área y que necesitaba unas patrullas para llevarnos». ¿Cómo sabían estos «brillantes» patrulleros quiénes eran estudiantes de la UNAM y quiénes no? ¿Los estudiantes cargaban a la vista de todos sus credenciales, su boleta o copia de su inscripción? Además, como es público, ninguno de los 98 detenidos es responsable de haber arrojado nada más que tomates y globos con pintura (¿o los vidrios se rompen con tomates? Sólo que sea por lo caros que están).
No conozco a las personas que ahora menciono, pero imagino que son o parecen jóvenes: «No corrieron mejor suerte los fotógrafos Juan José Castillo, del Colectivo Perfil Urbano, y Rosaura Pozos, de La Jornada, A ésta se le trató de arrebatar una cámara y en el jaloneo fue derribada por un uniformado. Castillo recibió un golpe en la cara, lo que le provocó desviación del tabique nasal y una herida profunda en la nariz, propinado por un precavido agente cuyo chaleco antibalas ocultaba la placa con su nombre» (Jorge Cisneros Morales, en La Jornada, 12 de diciembre de 1999).
Además, en el escándalo por los detenidos, se olvida que los granaderos hicieron gala de su gorilismo en las detenciones. En el mismo reportaje de La Jornada se dice: «Al ser perseguidos, hombres y mujeres intentaron escapar hacia la Zona Rosa por la calle de Amberes, pero los jóvenes que pasaban cerca de los granaderos fueron golpeados con los escudos de acrílico, además de recibir patadas y puñetazos de los uniformados». ¿Los golpes con escudo de acrílico, las patadas y los puñetazos están incluidos en las atribuciones de las autoridades del DF para, como se dijo, «poner orden en la vía pública para evitar desmanes»? (La Jornada, 14 de diciembre 1999, página 44)
Y ya que estoy de preguntón: ¿qué pasó con los granaderos que golpearon a Alejandra y Argel Pineda el 14 de octubre de este año? ¿No se dijo que se iba a hacer justicia? ¿No quedaron libres porque se comprobó que estaban «cumpliendo con su deber»? ¿Por qué sigue el silencio cómplice? Y no crean que es por mala leche que hago estas preguntas. Es que, cuando leía las noticias, encontré una foto en la página 42 (La Jornada, 12 de diciembre de 1999) también, como la del periódico del 15 de octubre, de Rosaura Pozos, y entonces recordé que la carta que le mandé a aquella foto con un montón de preguntas no tuvo respuesta. O sí, la respuesta es esta foto de la página 42, donde un granadero golpea a una estudiante mientras lo cubren tres de sus compañeros. Pero bueno, eso es un asunto entre nosotros y la señora foto aquella.
El caso es que la «autoridad» se fue contra los jóvenes que encontraba a su paso y no contra los que rompieron los seguros cristales de la embajada norteamericana. Por eso digo que a sus hijos e hijas, que tuvieron la desgracia de ser detenidos por los granaderos (además de ser golpeados y humillados), los declaran delincuentes por ser «otros».
Pero además son «otros» peligrosos, porque son de los «otros» que escuchan y dicen «¡No!». Porque esa manifestación se realizó en apoyo a las movilizaciones que hubo en Seattle, Estados Unidos, en contra de la globalización económica, y en apoyo a un periodista norteamericano de color, condenado a muerte, que se llama Mumia Abu Jamal. Y si los estudiantes escucharon los gritos que, desde Seattle, dieron la vuelta al mundo, y escucharon los clamores internacionales exigiendo la libertad para el señor Abu Jamal, pues es un delito. De por sí los estudiantes ya son delincuentes porque dijeron «¡No!» a la privatización de la UNAM.
Así que les escribo para felicitarlos por la libertad de sus hijos e hijas, pero también para decirles que no se apenen por lo que pasó. Ellas y ellos son considerados delincuentes sólo porque luchan por otros. En la historia de este país, hay muchas y muchos que, cuando luchan, son considerados delincuentes. Pero ya después se les reconoce su lucha y obtienen el reconocimiento de los de abajo. Claro, si es que no terminan de jefes de gobierno.
Saben, nosotros supimos que ustedes, los papás y las mamás de estos muchachos y muchachas, estuvieron siempre pendientes de ellos mientras estuvieron presos. Sabemos además que los apoyan en su lucha y que no son pocos los de ustedes que ayudan en las guardias, en las brigadas y en las movilizaciones. Por eso les escribimos a ustedes. A los estudiantes y estudiantas que luchan en este movimiento ya les hemos dicho antes que los admiramos, que los queremos y que van a ganar. Ahora les digo a ustedes, padres y madres de familia, que también a ustedes los admiramos y los queremos y que también van a ganar.
Es todo, señoras y señores. Díganle por favor a sus hijas e hijos que esperamos algún día tener el honor de poder llamarlos «hermanos y hermanas». No sólo porque sería muy grande para nosotros que hombres y mujeres como ellas y ellos nos consideren sus hermanos. Sobre todo porque así tendremos a padres y madres como ustedes. Yo sé que no debe ser muy agradable tener hijos e hijas delincuentes, pero el mundo es redondo y da vueltas y la historia de este país está llena de delincuentes que han luchado por hacerlo libre, justo y democrático.
Vale. Salud y, aunque no nos acepten de hijastros, como quiera reciban nuestro respeto y admiración.
Desde las montañas del Sureste Mexicano
Subcomandante Insurgente Marcos
México, diciembre de 1999
P.D.- Un favor: les suplico que si alguna de sus hijas o hijos llega a jefe de gobierno les recuerden lo que pasó. Digo, para que no vayan a olvidar el pasado…
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