La «H» tiene la palabra
(y, como es muda, la cede a la Huelga)
Para Cosme Damián Sastre Sánchez,
Zapatista, 25 años de edad, asesinado
por la policía de Tijuana, B. C., el 2 de octubre de 1999.
En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.
Miguel Hernández.
Avanza la madrugada con la misma inquieta prisa de la lluvia cayendo sobre las montañas del Sureste Mexicano. Sí, ahora llueve sobre el llover que de por sí se llueve en el otoño indígena. Lluvia sobre lluvia, hasta la vista se ciega y no hay ni noche arriba, ni nubes, ni árboles, ni sombras. Todo lluvia. Y el agua caída se busca modo para hacerse a un lado y darle espacio a la que viene bajando, y así son decenas de arroyitos y riachuelos hendiendo potreros y caminos reales. Lastima la lluvia a la montaña, le hace muchas y rápidas cuchilladas y, sembrando un cementerio de humedades, le zurce heridas por toda la cara.
Allá abajo una luz parpadea en un costado de la loma. Se adivina que debe estar pasándosela mal la sombra perseguida, porque a ratos se apaga y a ratos se ilumina la champita. Será la vela que titubea. Si tanto no lloviera, bien podría competir con las luciérnagas. ¡Ssshh! Ahora amaina la tormenta. Veamos de acercarnos, arremangando pantalones y naguas. Apúrese porque si no nos empapamos. Ya está.
Pegada a una vela la sombra hace por leer el periódico. El cuartito luce los estragos de la lluvia; un arroyo en toda forma atraviesa la champa de lado a lado y un nylon viejo trata de proteger lo que en la mesa como quiera se humedece. El viento, que mojado no se duerme, sopla también acá dentro y levanta el negro plástico que cubre la mesa. Cuatro carpetas se ven extendidas y en ellas se lee: «Carta 4», «Carta 5», «Carta 6», «Carta 7». Hay un libro con pasta azul celeste. Sobre la imagen del cráneo y las tibias cruzadas se lee: «Historia General de los Robos y Asesinatos de los más Famosos Piratas. Daniel Defoe». Otro libro, «Historia Militar de México, 1325-1810. Teniente Coronel Daniel Rodríguez Santos». Algunos lapiceros, una bolsa de tabaco y un altero así de grande de periódicos. Todo está perlado de gotitas de lluvia.
¡Cuidado!, que ya la sombra deja de leer. Se adivina que duda. Un profundo suspiro. Despacio enciende la rota pipa, hace a un lado las cuatro húmedas carpetas, se acerca una hoja de papel y, a la pobre luz de la vela, reiterando el dos, escribe…
Carta 3 bis
«(…) el hombre sólo cabe en la utopía. Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán
aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido».
Ernesto Sábato.
Para: Carlos Monsiváis
Sigue pendiente el dilema del «tú» o el «usted» (aventar un volado con este lodo significa no sólo no resolver la cuestión, además se pierde la moneda), así que seguirá el oscilante ir de uno al otro. Quiero aprovechar esta carta para usted, para también responder a las cartas y artículos de los doctores Alfredo López Austin, Luis Villoro, Adolfo Sánchez Vázquez y Octavio Rodríguez Araujo. Sólo evito responderle a Adolfo Gilly, pues desde el 4 de agosto no hablamos con funcionarios del gobierno de la Ciudad de México (lo que es una lástima porque sus artículos sobre la UNAM son realmente buenos, ricos y pertinentes). Espero que me disculpen tú y los doctores por el retraso en la respuesta. Hube de esperar a ver si alguien más decía algo (o se «adhería» a lo dicho por otros) y, además, no son pocos los caminos que están cortados por las lluvias que acá nos duelen.
Bien. Le escribo a usted no sólo porque, en cronología, fue el primero en responder a la «carta 3». También porque en tu texto planteas algunas cosas sobre las que, creo, vale la pena profundizar. Entonces quisiera que en esta carta me permitiera usted responder primero a los doctores en lo general, y luego abundar en algunos filos de su escrito. ¿Sale? Bueno, interpreto tu silencio como una aceptación, así que vale:
Bueno, primero es necesario ratificar que la posición sobre el movimiento estudiantil en la UNAM no es del Subcomandante Marcos, es la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Si los textos aparecen con mi firma no es porque reflejen un punto de vista personal (que lo tengo), sino para «certificar» que es la posición de los zapatistas respecto de algo. En el caso de la UNAM podría aparecer que es sólo mi punto de vista, dado mi cargo de presidente vitalicio de SEXZU (Sociedad de Ex Alumnos Zapatistas de la UNAM, lo de «vitalicio» es porque las reelecciones siempre son un enfado, si no que le pregunten a Hernández Juárez que ya va para la séptima con los telefonistas), pero es la posición de todos nosotros, los compañeros y compañeras zapatistas. Para que no hubiera duda de ello la carta 3 incorpora 3 cartas de compañeros bases de apoyo que se explican por sí mismas (y que, por cierto, ninguno de ustedes menciona).
Esta es, en resumen, la posición del EZLN frente al movimiento de los estudiantes de la UNAM. Su causa es justa, tienen razón, los apoyamos, los admiramos, los queremos, van a ganar. Además, son el síntoma de «algo» de lo que nosotros también somos síntoma: la crisis política o del quehacer político (pero ya hablaré de esto más adelante).
Algo más, el EZLN no hizo comentario alguno sobre la propuesta de los eméritos hasta ahora, después de que ya ha sido rechazada hasta cuatro veces por las asambleas y el CGH. Pero ya definimos nuestra posición, cosa necesaria por lo que se verá más adelante.
Después de tu escrito del 28 de septiembre de 1999 en La Jornada (sobre el que volveré más adelante), siguieron la carta de los doctores Villoro y López Austin (29 sep.), la adhesión del Güilly, y sendos artículos de los doctores Rodríguez Araujo (30 sep.) y Sánchez Vázquez (1 oct.). Hubo también una columna de Granados Chapa en el periódico «Reforma» (30 sep.) que, por lo que dice, respondo en la «carta 3 bis bis» (anexa).
Yo pregunté por qué, teniendo a la mano la experiencia de San Andrés, no le habían dicho a los estudiantes que el gobierno y rectoría no iban a cumplir. También pregunté si era ético sostener la propuesta de «los 8» después del discurso de Zedillo. A estas dos preguntas responden los 4 doctores (vos también, pero ya dije que lo dejo para más adelante).
Bien, primero algunas precisiones. Dicen Villoro y López Austin: «En tu carta haces alusión a un emérito que ha dado clases de ética y escrito algunos libros sobre el tema. Llamémosle por su nombre y dimensiones: Adolfo Sánchez Vázquez, distinguido profesor de filosofía, internacionalmente reconocido, y con una larga vida de absoluta rectitud e inquebrantable espíritu de lucha por las causas justas». No es así, yo puse «cuando menos 2» y no uno. El otro que ha escrito libros de ética es el doctor Luis Villoro de quien se puede decir lo mismo que se dice sobre Sánchez Vázquez, tengo aquí a la mano el libro del Fondo de Cultura Económica titulado «El Poder y el Valor. Fundamentos de una Etica Política», de Luis Villoro. Ergo, son cuando menos dos los eméritos que han escrito libros sobre el tema.
El mismo día que el Güilly se adhiere a la carta de Villoro y López Austin, aparece un texto del doctor Octavio Rodríguez Araujo llamado: «La extraña lógica de Marcos sobre la UNAM». El doctor Rodríguez se pregunta: «¿Qué el EZLN no sabía, cuando aceptó el diálogo con el gobierno, que éste no cumple frecuentemente con sus compromisos? Si alguien le hubiera dicho al EZLN que el gobierno no cumpliría sus compromisos no hubiera aceptado el diálogo y la firma de los Acuerdos de San Andrés».
La respuesta es: No, no sólo no sabíamos, sino que estábamos firmemente convencidos que la sociedad civil nacional e internacional iban a generar una presión tal que obligaría al gobierno a cumplir sus compromisos. Y voy a insistir en esto porque sigue latente el problema de una ética política. Si nosotros no hubiéramos pensado que la vía del diálogo era factible, además de deseable, no nos hubiéramos sentado a dialogar con el gobierno. Porque eso es lo que está en cuestión en un diálogo entre partes enfrentadas: llegar a acuerdos, a compromisos, y cumplirlos.
Nosotros no podemos seguir la ruta que nos ofrecen (nunca amablemente, siempre a golpes, pero aunque fueran amables no lo haríamos) de decir una cosa y pensar o hacer otra.
Si el gobierno se sentó en la mesa del diálogo sabiendo que no iba a cumplir, tratando de ganar tiempo para operar el aniquilamiento violento (al mismo tiempo que presentaba una imagen maquillada para consumo internacional), nosotros no. Nosotros no nos sentamos a dialogar para ganar tiempo, nos sentamos para buscar y encontrar una salida política a la guerra. Lo hicimos porque «leímos» las movilizaciones de la gente en 94 y en estos ya 6 años de guerra. Lo hicimos porque la gente nos pidió insistir en la vía del diálogo y nosotros nos comprometimos a seguirla. Nosotros tenemos palabra (tal vez es lo único que tenemos realmente nuestro) y la cumplimos.
Por eso dialogamos, porque nos comprometimos al diálogo con la sociedad civil y a abrir espacios de participación política nuevos y nueva. La guerra es el espacio más excluyente que la humanidad ha creado, tan excluyente que te aniquila. Desde entonces, teniendo armas y parque suficientes, nos defendemos del ejército con puños, piedras y palos. ¿Por qué? Porque gente como los doctores Rodríguez, Villoro, López Austin, Sánchez Vázquez, y muchos otros y otras que no son doctores pero son gente, nos pidieron que siguiéramos la ruta del diálogo, de la política. Y nos dijeron que se movilizarían en sus medios y con sus fuerzas para que esa ruta fuera factible, además de deseable. Y nosotros dijimos que sí y hemos cumplido. Y gente como ustedes y que no es como ustedes también han cumplido. Aquí el único que no ha cumplido es el gobierno, y esto, creo, hay que decirlo una y otra vez en todas partes y a toda hora. No sé si conocen ustedes a un señor que se llama Javier Sicilia. Yo no tengo el gusto, pero escribe a veces en «Proceso» y en una revista que se llama «Ixtus». Siempre sus textos, aunque no sean sobre Chiapas o sobre los indígenas o sobre los zapatistas, terminan con: «Y además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés». ¿Por qué? ¿Piensa él que sus palabras van a conmover al gobierno y obligarlo a cumplir? No sé, yo creo que lo hace porque es su forma de cumplir la parte que le toca. Y así como él hay muchos miles en México y en el mundo cumpliendo su parte. ¿Por qué no lo haríamos nosotros, aunque esto implique sumar muertos y presos a la larga lista que ya cargamos?
Y esto es lo que preguntamos en la carta 3, ¿por qué no le dijeron a los estudiantes que el gobierno no cumple? Y no responden. A cambio, vienen largos párrafos hablando de lo indignados y dolidos que están por la carta 3 (y por el rechazo de los estudiantes a su propuesta), de lo mal que están los que no están de acuerdo con ustedes, de lo deseable del diálogo, de la necesidad de flexibilizar las posiciones en la negociación.
Por cierto, ahora me entero de que el comité de huelga de Políticas está muuuy molesto conmigo por la carta 3 y me acusan de favorecer a los «moderados». ¿Qué tal? ¡Por fin una coincidencia entre los eméritos y la «ultra»! Y, como viene siendo costumbre, obra de los zapatistas, que se especializan en unir a los diferentes (aunque en este caso se unen en contra del Sup, ni modos, así es el abarrote).
Pero bien, sobre todo esto de las críticas es de notar la clasificación en la que todos ustedes coinciden: lo que en ustedes es «crítica de nivel», en el «otro» es «descalificación», lo que en ustedes es «madurez», en el «otro» es «irresponsabilidad»; lo que en ustedes es «notable racionalidad», en el «otro» es «delirio».
El doctor Sánchez Vázquez dice sobre la propuesta de «los 8»: «Públicamente nadie la ha rechazado, con excepción de alguno que otro académico delirante, que también los hay».
¿Ven? Para ustedes el «otro» no existe o es «delirante». A pesar de que públicamente el CGH y la mayoría de las asambleas estudiantiles rechazaron la propuesta, el doctor dice »nadie», y las posiciones de muchos académicos que no están de acuerdo con ella (pero no tienen los recursos de rectoría para pagar decenas de desplegados apoyando «la propuesta de los 8 eméritos») se reducen a «alguno que otro académico delirante». Va más allá, el doctor Sánchez Vázquez escribe: «La propuesta de ‘los ocho’ quedaba pues como la única viable si se descartaba el uso de la fuerza pública, implicado en todos los suspiros por restablecer la legalidad». El viejo argumento de «yo o el infierno, escoged». Sin embargo, más adelante el doctor dirá que no hay que considerar la propuesta como la única o tomarla como ultimátum.
De acuerdo en que los doctores tienen el legítimo derecho de presentar sus razones y argumentos para su posición en el conflicto de la UNAM, incluso tienen derecho a autodenominarse «la única salida viable». Hasta pudiera decirse que también tienen derecho a condenar a todo aquel mortal que ose criticar su posición (por su parte, el doctor Rodríguez se permite afirmar que soy un irresponsable y lo son todos los que no coincidan con él de acuerdo, me han dicho cosas peores, pero no podrá afirmar que soy un inconsecuente, espero que él pueda decir lo mismo). Ya se ve que son lo mismo que dicen criticar (y tratan inútilmente de exorcizar, porque la realidad no deja de pasar regularmente la factura para usar un término tan a la moda por la mercadotecnia política). Con esas ideas y planteamientos, se han desatado muchas de las campañas «antisépticas» en las que «lo bueno, lo racional y lo normal» elimina todo lo que no entiende (que, es preciso recordarlo, suele ser una grande porción de lo que acontece).
Bueno, el caso es que su propuesta no pasa, los estudiantes la rechazan, no pocos académicos la ven como un refrito de la propuesta de rectoría, y ha habido por ella un enorme entusiasmo en las esferas gubernamentales.
Los cuatro doctores insisten en que están por la vía del diálogo y la negociación. Y, como antes, vuelven sus baterías hacia los estudiantes del movimiento, el CGH, y los «delirantes», «irresponsables» y «descalificadores» encapuchados que osen tener una posición distinta a la de ellos. Pero, con todo, algo tenemos nosotros que decir sobre diálogo y negociación. Y lo haremos.
No es la negociación lo fundamental en un diálogo, ni el ceder mucho o poco. Ustedes desvían el problema a la hora que señalan que el CGH debe aceptar la negociación, flexibilizar, abandonar él «todo o nada» (en algún lado he oído yo esto antes) y los etcéteras en los que abundan. El problema es que ese diálogo va a llegar a uno o varios acuerdos (si no, ¿para qué se dialoga?) y se deben cumplir.
Enfrascados en la frágil ruta de buscar «salidas» al conflicto, se olvida que lo que se necesitan son «soluciones» y se enfoca todo en el asunto de los puntos a negociar (ceder, imponer en política). Dice el doctor Sánchez Vázquez: «No se estaba, por consiguiente, en la posición irreductible del «todo o nada» en que se situaba, lamentablemente, el CGH al considerar innegociable su pliego petitorio».
El «todo o nada»… Las 6 demandas del pliego petitorio son perfectamente atendibles, razonables y coherentes. No piden la renuncia del Ejecutivo o la del rector, no demandan el cambio de rumbo económico, no exigen el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, ni la entrega incondicional de palacio nacional. ¿Dónde está el «todo» del CGH? Cualquier cosa que demanden será su «todo». Cualquier intento de mantenerse firmes en sus demandas será intolerancia, intransigencia, necedad del «todo o nada».
¿Por qué? Porque son estudiantes y su papel debe ser sólo estudiar, y no andar haciendo huelgas, enseñando la barriga, los senos o las nalgas con los colores rojo y negro, haciendo marchas, mítines, y todo eso que hacen y que tanto escandaliza a las buenas conciencias. Su único presente debe ser el estudio, aunque el futuro les prometa el desempleo, la hipocresía, el cinismo y el escepticismo, y no deben demandar educación gratuita y democratización de los institutos de estudios superiores aunque sea justo y legítimo hacerlo.
«Todo o nada». Veamos: Si los estudiantes bajan de 6 a 4 puntos su pliego de demandas, no les van a solucionar nada. Si lo bajan de 4 a 2 tampoco. Si sólo dejan un punto del pliego, tampoco. Si levantan la huelga sin más, tampoco. Si levantan la huelga y además le piden perdón al rector, tampoco. El poder no va a descansar hasta que esos estudiantes que hoy lo desafían y retan, sean parte de él. No los van a dejar en paz hasta que los conviertan en uno más de ellos. Hasta entonces dejarán de perseguirlos, de calumniarlos, de hostigarlos. Este es el «todo o nada» que busca el Poder, sea con el nombre de gobierno, sea con el de rectoría.
En este conflicto de la UNAM, los únicos que han dejado claro que están dispuestos a dialogar («diálogo directo, público y resolutivo», dicen una y otra vez) son los estudiantes a través de su cabeza, el Consejo General de Huelga. Tanto lo han dicho, tantas muestras han dado de disposición, y tan claro lo han expresado que, creo, es ya el séptimo y más importante punto de su pliego de demandas: diálogo. Y con «diálogo» están diciendo «solución».
Dicen unos y otros doctores que la propuesta era independiente de cualquier grupo interno o externo de la UNAM, pero el doctor Villoro, en sus declaraciones a la prensa para «explicar» la propuesta, dijo que había que esperar a que los «moderados» tuvieran el control del CGH para que el proyecto pasara. Así, la iniciativa de los 8 eméritos dejó de ser » a los estudiantes» y entró al juego de fuerzas políticas al interior del movimiento y, por lo tanto, se vio sujeta a las reglas de ese juego. Y perdió. Y no porque los zapatistas la hayamos «descalificado» o hayamos sido «erróneos» e «injustos» con sus promotores. Perdió porque es una propuesta de salida al conflicto, y los estudiantes buscan una solución a sus demandas. «Salida» y «Solución» no son la misma cosa. Si además de esto, anotan ustedes la cargada que rectoría desató para «sumarse» al plan de los ocho (las decenas de desplegados con el logotipo de la UNAM, con el que rectoría encabeza sus pronunciamientos, ni siquiera tuvieron el cuidado de cambiar la redacción de su «adherencia»), el «madruguete» de las corrientes estudiantiles y académicas afines al PRD, y la soberbia con la que se han conducido ustedes en el debate, tal vez alcancen a entender por qué su propuesta fue rechazada por los estudiantes.
Ciertamente su iniciativa no proviene de rectoría (conozco la historia de las reuniones previas a su redacción, en el CUC, entre ustedes y representantes de la Coalición, la Coordinadora y el CEM), pero de que se la apropió, pues sí; y de que el movimiento estudiantil no la aceptó, pues no. Esto significa que no estaba tan «en medio» como se decía o esperaba.
Resumiendo: el EZLN tiene derecho a opinar sobre un asunto de interés nacional como es el actual conflicto de la UNAM. El EZLN opina, después de que ha sido rechazada por una de las partes, sobre la propuesta de los 8 eméritos y señala su crítica y desacuerdo. El EZLN ha tomado partido, desde el inicio del conflicto, de lado del movimiento estudiantil universitario. Lo hemos hecho simple y sencillamente porque de su lado está la razón y la justicia. Pensamos que el movimiento ha sido claro en sus demandas, ninguna de las cuales nos parece desproporcionada, delirante, irresponsable, descalificadora, o equivalente. El movimiento, a través del CGH, en ningún momento se ha pronunciado en contra del diálogo (en cambio rectoría sí y en repetidas ocasiones) y ya ha flexibilizado su posición. No es al movimiento estudiantil al que hay que convencer de que debe dialogar y negociar (mucho menos con base en una propuesta que se les ha querido imponer por todos los medios, que van desde la amenaza de la represión, hasta el escarnio y la burla, pasando por el continuo y blando blandir de los títulos académicos), sino a rectoría (con la que no se ha sido tan enérgico en las exigencias, como sí se ha sido en las presiones a los estudiantes). (Y ya que están en la «onda» de nombrar las cosas y las personas por su nombre, ninguno hace referencia a la represión que el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas ejerció contra los estudiantes el día 4 de agosto de 1999. Ignoro si este silencio significa que piensan que los huelguistas merecían un escarmiento, o no se le da importancia al hecho o es ánimo protector o qué. Ustedes sabrán…)
Poco o nada se ha dicho o argumentado en contra de las demandas de los estudiantes. Por qué no debatir en ese terreno? ¿Son justos o no esos 6 puntos del pliego? ¿Merecen una solución o no? ¿Merecen los estudiantes en huelga ser tratados con respeto o para ellos sólo hay burlas, desprecios, humillaciones, amenazas y autoritarismo?
De acuerdo en que las razones y argumentos son las que deben ponerse en juego. Les propongo entonces debatir sobre los 6 puntos del pliego del CGH. ¿O debemos pensar que, cuando se acaban los argumentos, la «ultra» saca los puños, el gobierno las armas, y los intelectuales el currículum vitae?
Don Monsi:
Perdona el atrevimiento de, en una carta que es para tí, responder también a otros, pero, después de todo, se trata de un debate. Ahora permítame tocar algunos puntos de su escrito de usted. Supongamos (soy el «sup» por «supuesto») que agrupo tu escrito en tres partes. En uno usted expone sus razones y argumentos para levantar la huelga; en otro criticas mi crítica a la propuesta de los eméritos; y en otro abre la puerta o la ventana por las que se pudiera tratar de entender lo que pasa en la UNAM.
En lo que se refiere a las razones y argumentos, se puede decir exactamente lo contrario, a saber:
La huelga sí daña al señor Zedillo. A diferencia del asunto FOBAPROA el conflicto en la UNAM sí sacó a los protagonistas (de ambos lados) a la calle, y el asunto ha exhibido al señor Zedillo como algo muy alejado de un «jefe de Estado».
La distancia que se acentúa no es entre el CGH y la opinión pública, sino entre el CGH y los líderes de opinión, y las limitaciones argumentativas y falta de urgencia se han lucido más del lado de rectoría (sin embargo, los líderes de opinión no han sido ni tan distantes ni tan enérgicos con rectoría como sí lo han sido con el CGH). Como explicaré más adelante, la distancia que también se está acentuando es entre los líderes de opinión y la opinión pública.
Sobre la desesperación de los padres de familia con hijos en la UNAM, lo de que las empresas ya no quieren contratar a egresados de esa casa de estudios, y el que las universidades «patito» hacen su agosto (este argumento no es de usted, pero lo pongo de una vez), se repite lo que dicen los medios de comunicación y los «líderes» de opinión, y se podría demostrar lo contrario (los padres de familia que hacen guardias en la huelga, las empresas no contratan a egresados de la UNAM… y de ninguna universidad porque el desempleo es una realidad independientemente del «alma mater» de origen, la inmensa mayoría de los estudiantes de la UNAM siguen ahí) sin que falten razones para cada lado.
Mención aparte merece lo que señala usted de que son muchas las cosas que ya ha conseguido el movimiento y haces una rápida descripción de esos logros. Estoy de acuerdo contigo, sólo que el problema no es si son muchos o pocos los logros, sino si son o no suficientes. Y eso les tocará decirlo a los estudiantes del movimiento.
Sobre el punto de mi crítica a la propuesta de los eméritos, usted discrepa y da sus razones. Sale y ni modos. Pero insistes en que la UNAM no es Chiapas y, como dices a veces, esto es cierto sí y no. Es cierto que no hay militarización (todavía) en la UNAM, ni Acteal, ni paramilitares. Pero no es cierto que lo que ahí ocurre sea algo muy distinto a lo que acá (Chiapas) ocurre. Y es aquí donde creo que vienen puntos en los que se puede profundizar más. Antes escribí que la UNAM y Chiapas eran el síntoma de «algo», la crisis política o la crisis del quehacer político en México (y en el mundo, pero ése es otro tema).
Odio decir que se los dije, pero se los dije. Cuando advertimos que la clase política se estaba separando de los ciudadanos, dijimos que la sociedad no iba a perdonar e iban a surgir movimientos cada vez más alejados de la política tradicional, y cada vez más críticos frente a ella. Para enfrentar la crisis que sacude la columna del sistema político mexicano, el sistema de partido de Estado, y a quien arrastra consigo, la clase política, han optado por construirse un mundo virtual propio, elaborado en la asepsia del laboratorio de la informática moderna, sobre el cual «ensayar» los escenarios posibles y sus acciones frente a ellos. Pero lo que empezó como ejercicio teórico, se convirtió en práctica frecuente y, luego, en costumbre. De ahí a constituirse en una forma de hacer política, el proceso fue rápido. En este mundo virtual existe sólo la clase política como variable y el resto, incluyendo los ciudadanos, son índices porcentuales perfectamente previsibles y, por tanto, manejables. Ergo, la política moderna llega a su máximo sueño: un mundo con puros políticos puros, sin movimientos sociales y ciudadanos, sin imprevistos, sin sobresaltos. Un mundo perfectamente sujeto a las reglas de la clase política. Maravilloso, a no ser por un pequeño problema: la realidad.
Si Chiapas fue el síntoma de que el quehacer de la clase política estaba «olvidando algo», el movimiento estudiantil universitario viene a decirnos que nada se aprendió de Chiapas. Claro, a diferencia de los zapatistas (que están recluidos en las montañas del sureste mexicano), los estudiantes están en las calles de la principal y más grande ciudad del país, la Ciudad de México (lo que no sé es si esto sea una ventaja o una desventaja). Que la crisis de la clase política alcance a arrastrar a la izquierda «parlamentaria» (como la llaman algunos) no es de extrañar. En el mundo entero, la izquierda institucional parece arrastrada en la moda de ser agradable… a la derecha. No, no sólo los partidos políticos tradicionales de izquierda han sido arrastrados en esa crisis, también la izquierda «extra-parlamentaria».
Quiero decir, siguiendo con el ejemplo de la UNAM, que las organizaciones políticas «radicales» (para evitar propositivamente el término de «ultras») también padecen esta mezcla de escepticismo, desconfianza y rechazo de la mayoría de los estudiantes activos del movimiento. No sólo eso, a esta banda (y uso el término en el muy digno de los chavos banda) poco o nada le importan los títulos académicos, los premios y los prestigios que se blanden en lugar de argumentos. Es más, tampoco los impresionan los cargos militares, por muy revolucionarios que sean. Así que si los eméritos arguyen serlo, los estudiantes alegan que Burgoa y Carrancá también son eméritos. Ergo, lo emérito no vacuna contra la desconfianza y el recelo. Y créeme que lo de «Subcomandante» los tiene sin cuidado, usan el «sup» como apelativo o dejan el «Marcos» a secas y así me quedo (fino el albur ¿no?).
Bueno, no hay que agüitarse raza, el problema no es que la clase política esté en crisis, quiero decir no sólo. También resulta que la clase política ha arrastrado a los líderes de opinión en su crisis. Esa distancia o alejamiento respecto a la realidad que sufren los políticos, también la padecen los intelectuales sociales o los líderes de opinión pública. Ahora hablan para sí mismos o para sus iguales, se comentan entre sí, se argumentan y contra argumento, se convencen y se desilusionan. Se acabó el pesado fardo de tener que entender las cosas (algo cada vez más difícil) y, además, explicarlas (ya casi imposible). No, ahora se trata de decir, no, de dictar cómo deben ser las cosas. Si el editorial no corresponde a la realidad, peor para la realidad (ya sé que es lugar común, pero sirve para explicarme). Un editorialista (no, no voy a decir su nombre porque no es emérito) me comentó que el número de lectores de periódicos y revistas ha disminuido. Le pregunté si el número de lectores o el número de personas que compran periódicos y revistas, me respondió que los dos (también me dijo cuáles periódicos vendían más ejemplares, y tampoco voy a decir los nombres porque me caen encima los y las directores y directoras, y por ahora tengo bastante con los doctores). La baja en el «raiting» (¿así se escribe?) de los medios electrónicos también es apreciable. O sea que alguien que ayer te leía, veía o escuchaba, ya no te lee, ni te ve ni te escucha más. Claro que queda el consuelo de que sea por la crisis económica, pero ¿y si no? Doble contra sencillo a que, a raíz de la huelga de la UNAM y de las precampañas y campañas presidenciales, baja más el número de lectores, televidentes y radioescuchas. ¿También le echamos la culpa a los estudiantes y a los zapatistas? (bueno, a los zapatistas no pero a Marcos, sí, porque con ese número de cuartillas a cualquiera se le quitan las ganas de leer). Y, sin embargo, crece el número de publicaciones, programas «noticiosos», de «análisis» y etcétera. ¿Por qué? Bueno, porque los líderes de opinión necesitan muchos medios para dirigirse… a sí mismos.
Lo que quiero decirte o decirle es que, detrás del movimiento estudiantil universitario, no está la perversa maquinación de una «ultra» rápida de puños y lenta de argumentos. No, lo que está detrás es la crisis de una política que no ve en la gente algo que no sea un número (para el voto) o un activista por reclutar. ¿Qué mejor síntoma de esto que la explicación que daba un intelectual perredista del avance de las posiciones «moderadas» en asambleas y CGH? Decía él (palabras más palabras menos): «los moderados se han dedicado a convencer a los adolescentes púberes e imberbes que habían sido engañados por los ultras». ¿Qué tal? Por supuesto que en la siguiente asamblea se revirtió el citado avance. ¿Qué pueden esperar si desprecian así a la gente? ¿Cómo pueden pensar que van a escuchar sus argumentos si en el principio sólo tuvieron boca para hacer escarnio, burla, desprecio y calumnia?
No, maestro, yo creo que el problema no es la falta de autoridad moral de la izquierda en la Universidad. Es algo más, creo que es en la juventud, o en amplios sectores de ella. Y más aún, me atrevería a decir que es en el grueso de la sociedad. Este hastío y hartazgo de la política no son gratuitos, son algo cultivado por la desidia y el desapego de una clase, la política, que cree que está formada por una generación de elegidos que «sí entienden».
Chiapas fue un síntoma, la UNAM es otro. Vendrán más. Y los movimientos y efervescencias serán cada vez más y más radicales (o «ultras», para usar el término de moda en la clase política y líderes de opinión), y, ojo, cada vez más difícil tender puentes de diálogo con ellos. De esto no tenemos la culpa los zapatistas, tampoco los estudiantes del movimiento universitario. Unos y otros estamos diciendo «aquí estamos, no se olviden». A unos y a otros se nos responde con el silencio, con la burla, con el desprecio, con el olvido. Odio decir que se los dije, pero sí, se los dije. Mientras la clase política y líderes de opinión que la acompañan sigan en su mundo virtual, la realidad pasará regularmente a cobrar la cuenta del olvido. Sólo que cada vez será más alta, más brutal y más catastrófica.
Sale pues. Será bienvenida la continuación de esta «polémica». Si me tardo en responder no es por hacerles desaire, es porque a veces (no muy seguido, es cierto) debemos atender otros asuntos. Finalmente, si así lo deciden, pueden archivar esta carta 3 bis en la «H» de «hablar», de «herida», de «historia», de «hombre», de «huelga», y de «herrores» (ya sé que errores va sin «h», pero es para remarcar el error y no dejar que la «h» sólo quede para el «herido» comité de huelga de políticas).
Vale. Salud y lo que hay que lamentar es que este movimiento tenga tan pocos dispuestos a tratar de entenderlo y demasiados prestos a juzgarlo.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México. Octubre 8 de 1999, día del guerrillero heroico (ése sí), Ernesto Che Guevara.
P.D. Para El Tonto. ¡A la bio, a la bao, a la bim-bom-ba, los estudiantes en concreto, los estudiantes en concreto, ra, ra, ra! ¿Ya entendí un poco de algo?
c.c.p. Doctores Alfredo López Austin, Octavio Rodríguez Araujo, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Villoro.
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