La historia del principio y del fin
Ya se tenía un buen rato que el ayer se ponía viejo y solo en un rincón del mundo. Ya tenía rato que los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros, se habían quedado dormidos. Mucho se habían cansado de bailarse o de hacerse caminos y preguntas. Por eso se habían quedado dormidos los dioses primeros. Ya se habían hablado con los hombres y mujeres verdaderos, y ya se habían llegado al acuerdo entre todos que había que seguirse caminando. Porque caminando es como el mundo se vivía, así es como dijeron los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros.
-¿Hasta cuándo seguiremos caminando? -se preguntaron los hombres y mujeres de maíz.
-¿Cuándo nos empezamos pues? -se respondieron los hombres y mujeres verdaderos porque así habían aprendido de los dioses primeros, que a una pregunta siempre se contesta con otra pregunta.
De la tierra nacieron
Pero los dioses primeros se despertaron luego. Porque los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, no se pueden quedar dormidos cuando escuchan una pregunta y entonces se despertaron y se pusieron a tocar la marimba y una canción se hicieron con las preguntas y bailaban y cantaban: »¿Hasta cuándo seguiremos caminando? ¿Cuándo nos empezamos pues?» Y ahí se estarían todavía, bailando y cantando, si no es porque los hombres y mujeres verdaderos se pusieron bravos y les dijeron que ya estuvo bueno de tanta bailadera y cantadera y que querían las respuestas a sus preguntas y ya entonces se pusieron serios los dioses primeros y se dijeron:
-Tienen pregunta los hombres y mujeres que de maíz hicimos. No muy sabedores nos salieron estos hombres y mujeres. Buscan la respuesta fuera, sin darse cuenta de que ya la tienen detrás y delante de ellos. No muy sabedores son estos hombres y mujeres, como elote tierno son -dijeron los dioses primeros y dale que empiezan a bailarse y a cantarse de nuevo y otra vez que se ponen embravecidos los hombres y mujeres verdaderos y que ya estuvo bueno de burlarse y que cómo está eso de que la respuesta la tienen delante y detrás de ellos y los dioses primeros les dicen que en la espalda y en la mirada están las respuestas y los hombres y mujeres de maíz se miran entre ellos y todos saben que no entienden nada, pero callados se quedan y los dioses más grandes les dicen:
-En la espalda se empezaron los hombres y mujeres de maíz porque acostados se nacieron y, como son de maíz, de la tierra se nacieron. En la espalda se empezaron a caminar. Su espalda siempre queda detrás de su paso o de su estarse quietos. Su espalda es el principio, el ayer de su paso.
Y los hombres y mujeres verdaderos no muy entendieron esto pero como el comienzo ya había comenzado y el ayer ya había pasado, pues no se preocuparon de eso y entonces repitieron:
-¿Hasta cuándo seguiremos caminando -Eso es más fácil de saber -dijeron los dioses que nacieron el mundo-. Cuando su mirar pueda mirar su espalda. Sólo basta que caminen en círculo, hasta darle la vuelta a su paso y se alcancen a sí mismos. Cuando caminen bastante y alcancen a mirar su espalda, aunque sea de lejos, entonces ya acabaron, hermanitos y hermanitas -dijeron los dioses primeros cuando ya se empezaban a dormirse.
Y muy contentos se pusieron los hombres y mujeres verdaderos porque ya sabían que sólo tenían que caminar en círculo hasta que alcanzaran a ver su espalda. Y un buen rato se pasaron así, caminando para alcanzar su espalda y ya después se detuvieron un rato a pensar por qué no acababan de caminarse y se dijeron:
-Mucho cuesta esto de alcanzar el principio para llegar al final. No se acaba esto de caminar y mucho dolor sale de pensar cuándo llegaremos al principio para terminar nuestro paso-. Y unos y unas se desanimaron y ahí nomás se quedaron sentados, enojados porque el camino hacia el principio para llegar al final no se acababa.
Despedida del Viejo Antonio
Pero otros y otras se siguieron caminando con muchas ganas y dejaron de pensar de cuándo van a llegar al principio para alcanzar el final y mejor se pusieron a pensar en el camino que se iban caminando y, como era en círculo, en cada vuelta querían hacerlo mejor y cada vuelta que daban, pues mejor les salía el paso, y entonces se estaban contentos y mucho contento les daba eso de caminarse y un buen rato estuvieron caminando y, sin dejar de caminarse, se dijeron:
-Está alegre este camino que somos, caminamos para hacerlo más bueno el camino. Somos el camino para que otros se caminen de un lado a otro. Para todos hay principio y fin en su camino, para el camino no, para nosotros no. Para todos todo, nada para nosotros. Somos el camino pues, tenemos que seguirnos.
Y para que no se olvidaran, un círculo se dibujaron en la tierra y andando en círculo todo el mundo se caminaban y caminan los hombres y mujeres verdaderos. No terminan ni acaban en su lucha por hacer mejor el camino, por hacerse mejores. Por eso después los hombres se creyeron que el mundo es redondo, pero qué va a ser, esta bola que es el mundo no es más que la lucha y el camino de los hombres y mujeres verdaderos, caminando siempre, queriendo siempre que el camino les salga mejor de los pasos que caminan. Caminando siempre no se tienen ni principio ni fin en su caminadera. Ni cansarse pueden los hombres y mujeres verdaderos. Siempre quieren alcanzarse a sí mismos, sorprenderse por detrás para encontrar el principio y así llegar al final de su camino. Pero no lo van a encontrar, lo saben y no les importa ya. Lo único que les importa es ser un buen camino que trata siempre de ser mejor…
Se calla el Viejo Antonio, pero la lluvia no. Yo le iba a preguntar que cuándo se va a acabar esta lluvia, pero parece que el ambiente no está para preguntas sobre principios y finales. Me despido del Viejo Antonio.
Salgo a la lluvia y a la noche, aunque ni las pilas nuevas de mi focador (lámpara) puedan diferenciar una de otra. El ruido de mis botas en el lodo me impide escuchar las palabras de despedida del Viejo Antonio:
-No te canses preguntando cuándo acabará tu camino. Ahí, donde el mañana y el ayer se unen, ahí acabará…
Me costó mucho trabajo empezar a caminar, sabía que me iba a resbalar en el lodo ahí adelante, pero, aun sabiéndolo, tenía que caminar esa caída. Esa y otras que seguirían después. Porque caminar es también tropezarse y caer. Y esto no me lo enseñó el Viejo Antonio, me lo enseñó la montaña y créanme que el examen no fue nada fácil.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, septiembre de 1999.
No hay comentarios todavía.
RSS para comentarios de este artículo.