Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
México.
10 de mayo de 1999.
¡Madrugada!
Hermanos y hermanas:
Es mayo y la madruga anuncia calores y rubores. Pero no es este mayo ni esta madrugada, no. O sí, es este mayo y esta madrugada, pero 10 años atrás. La luz del fogón pinta sombras y luces en las paredes de la champa del viejo Antonio. Lleva rato que el viejo Antonio se está en silencio, viendo nomás a la doña Juanita que se mira las manos. Estoy a un lado, sentado frente a un pocillo de café. Hace rato que llegué. Vine a traerle al viejo Antonio una piel de venado, a ver si sabía y podía curtirla. El viejo Antonio había mirado apenas la piel, seguía mirando a la doña Juanita mirándose las manos. Algo esperaban. Quiero decir, algo esperaba el viejo Antonio de tanto mirar a la doña Juanita y algo esperaba la doña Juanita de tanto mirarse las manos. Yo mordisqueaba la pipa y esperaba también, pero de todos los que estábamos ahí era el único que no sabía que esperaba. De pronto la doña Juanita suspiró hondo y levantó cara y mirada hacia el viejo Antonio diciendo: «Viene a tiempo el agua». «Viene», dijo el viejo Antonio y hasta entonces sacó su doblador y empezó a forjarse un cigarrillo. Ya sabía lo que eso significaba, así que rápido cargue la pipa, la encendí, y me acomodé para escuchar y guardar, tal y como ahora se las cuento
La historia del calendario
Cuentan los más viejos de los viejos de nuestros pueblos, que en los tiempos primeros el tiempo se andaba así nomás, todo desordenado y dando tropezones como bolo en fiesta de la Santa Cruz. Los hombres y mujeres mucho perdían y se perdían porque el tiempo no se caminaba parejo, sino que en veces se apresuraba y en veces se caminaba lento, arrastrándose apenas como viejito renco, y en veces el sol era grande piel que todo lo forraba, y en veces pura agua nomás, agua arriba, agua abajo y agua en medio, porque antes no se llovía sólo de abajo para arriba, sino que llovía también para los lados y en veces hasta de abajo para arriba se llovía. O sea que todo era un relajo y acaso se podía sembrar, cazar o arreglarle a las champas el techo de zacatón o las paredes de varilla y lodo.
Y los dioses todo lo miraban y miraban, porque estos dioses, que eran los más primeros, los que nacieron el mundo, nomás se la pasaban paseando y agarrando macabiles en el río y chupando caña y en veces también ayudaban a desgranar el maíz para las tortillas. Así que todo lo miraban estos dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros. Y se pensaron, pero no rápido se pensaron, sino que tardaron porque no muy ligero eran estos dioses, así que pasó un buen rato en que sólo miraron al tiempo pasar dando tumbos por la tierra y ya después que así dilataron pues entonces sí se pensaron.
Ya después de que se pensaron, porque también se tardaron un rato pensando, los dioses la llamaron a la Mamá que le llamaron Ixmucané, y ahí nomás le dijeron:
»Oí pues Mamá Ixmucané, este tiempo que se camina por la tierra no se anda bien y nomás se la pasa brincando y corriendo y arrastrando y a veces para adelante y a veces para atrás y así pues de plano no se puede sembrar, y ya mirás que tampoco se puede cosechar a gusto y ahí están tristeando los hombres y mujeres y ya mucho batallamos para encontrar al macabil y no está la caña donde la dejamos y nosotros pues te decimos, no sabemos qué pensás, Mamá Ixmucané, pero como que no está bueno que el tiempo se ande así nomás, sin nadie ni nada que lo oriente cuándo y por dónde se tiene qué caminar y con qué paso. Así pensamos, Mamá Ixmucané, no sabemos qué nos vas a decir vos con este problema que te decimos».
La Mamá Ixmucané se suspiró durante un buen rato y entonces ya dijo:
»No está bien que el tiempo ande así nomás como burro sin mecate, haciendo sus destrozos y mucho estropeando a todas estas buenas gentes».
Sí, pues, no está bien dijeron los dioses.
Y se esperaron un rato porque sabían bien que no había terminado de hablar la Mamá Ixmucané, sino que apenas empezaba. Por eso, desde entonces, las mamás apenas empiezan a hablarnos cuando parece que ya terminaron.
Otro rato se estuvo suspirando la Mamá Ixmucané y entonces siguió hablando:
»Allá arriba, en el cielo, está pues la cuenta que debe seguir el tiempo y el tiempo sí hace caso si alguien le está leyendo y diciendo qué sigue y cómo y cuándo y dónde».
Sí está y sí hace caso dijeron los dioses.
Más se suspira la Mamá Ixmucané y por fin dice:
»Estoy dispuesta a leerle al tiempo la cuenta para que aprenda a andarse derecho, pero ya no tengo buenos mis ojos y acaso puedo mirar al cielo, no puedo».
No puede dijeron los dioses.
Viera que puedo dijo la Mamá Ixmucané. Pa luego lo enderezo al tiempo, pero ahí está que no puedo mirar y leer el cielo, porque no tengo buenos mis ojos.
Mmmh dijeron los dioses.
Mmmh dijo la Mamá Ixmucané.
Así tardaron, nomás diciendo «mmmh» los unos y la otra, hasta que por fin los dioses se pensaron otra vez y dijeron:
Mirá vos, Mamá Ixmucané, no sé qué pensás pero nosotros pensamos que está bueno si te traemos el cielo pacá abajo y pues ya cerquita bien que lo podés mirar y leer y enderezarle el paso al tiempo.
Y la Mamá Ixmucané se suspiró fuerte cuando dijo:
»¿Caso tengo dónde ponerlo al cielo? No, no, no. ¿No mirás que está chiquita mi champa? No, no, no».
No, no, no dijeron los dioses.
Y otro buen rato se quedaron con sus «mmmh», «mmmh». Ya luego se pensaron los dioses otra vez y dijeron:
Mirá vos, Mamá Ixmucané, no sé qué pensás, pero nosotros pensamos que está bueno si lo copiamos lo que está escrito en el cielo y lo traemos y vos lo copias y ya lo podés leer y así enderezás el paso del tiempo.
Ta bueno dijo la Mamá Ixmucané.
Y subieron los dioses y se copiaron en un cuaderno la cuenta que contaba el cielo y se bajaron otra vez y fueron con el cuaderno a ver a la Mamá Ixmucané y le dijeron:
Mirá vos, Mamá Ixmucané, aquí está pues la cuenta que cuenta el cielo, aquí la apuntamos en este cuaderno pero no va a durar, así que tenés que copiarlo en otro lado donde dure todo el tiempo la cuenta que endereza el camino del tiempo.
Sí, sí, sí dijo la Mamá Ixmucané. En mis manos la copia la cuenta y yo le enderezo el paso al tiempo para que derecho se camine y no se ande como viejito bolo.
Y en la palma y el dorso de las manos de la Mamá Ixmucané los dioses escribieron la cuenta que en el cielo cuenta para enderezar el camino del tiempo, y por eso las mamás sabedoras muchas rayas se llevan en las manos y en ellas leen el calendario y cuidan así que el tiempo se camine derecho y no se olvide la cosecha que la historia siembra en la memoria.
Se calla el viejo Antonio y la doña Juanita repite, viéndose las manos, «viene el agua a tiempo».
Esto que les cuento fue hace 10 años, una madrugada de mayo. Hoy, en esta madrugada del 10 de mayo, queremos saludar a un grupo de personas que estuvieron con nosotros en este encuentro, y que han estado con nosotros aun cuando no estaban. Estoy hablando de las madres de presos y desaparecidos políticos a quienes nosotros, sus hijos nuevos, felicitamos por este 10 de mayo. Con ellas vuelve Mamá Ixmucané a darnos memoria digna y a recordarnos la cuenta para cosechar el mañana que la historia siembra.
Salud, pues, a estas madres sabedoras, salud a estas mujeres que nos aseguran que siempre habrá alguien que no pierda la memoria.
Hermanos y hermanas:
Queremos darles a todos y a todas ustedes las gracias por haber venido hasta acá a encontrarse con nosotros.
Durante estos días hemos podido reconstruir el rompecabezas que es la Consulta por el Reconocimiento de los Derechos de los Pueblos Indios y por el Fin de la Guerra de Exterminio.
Con todas las piezas que ustedes han traído y con las que ya teníamos nosotros, tenemos ya todos, ustedes y nosotros, una idea aproximada de la figura que tiene este movimiento que, hace falta repetirlo, no ha terminado.
Pero ya ven que, detrás del rompecabezas de la consulta, hemos encontrado otras piezas que nos ayudan a imaginar otra figura, una más grande y poderosa, aunque sigue oculta, aunque sigue pendiente la solución del enigma.
Cuenta el libro sagrado del Popol Vuh que los más antiguos dioses hubieron de resistir los ataques y engaños de los grandes señores que gobernaban gentes y suelos. Después de un intento de engaño, los dioses enviaron tres regalos a los grandes señores para que éstos conocieran de la fuerza y poder de los dioses. Eran los tres regalos tres hermosas pieles bellamente pintadas. Una tenía pintado un poderoso tigre, la otra un águila gallarda y en la tercera eran muchas las pinturas de abejorros y avispas. Los grandes señores se alegraron de esos regalos y dieron en comprobar si era grande el poder de los dioses a los que querían sojuzgar, y pusieron entonces, con temor, la piel con el tigre pintado y vieron que nada pasaba y hermosa en verdad era la piel con el tigre pintado. Mucho se alegró el corazón de los señores cuando vieron que el tigre pintado nada les hacía y se pensaron que no es grande el poder de los dioses que querían sojuzgar, y entonces pusieron sobre su cuerpo la segunda piel, la del águila pintada, y vieron que ningún daño les hacía el águila y mucho lucía la piel del águila y más contento se puso su corazón y ya se alegraba de que pronto podrían sojuzgar a esos dioses que no eran poderosos porque sus pieles pintadas ningún daño hacían. Ya sin temor alguno, los señores pusieron la piel tercera, la que se adornaba con miles de avispas y abejorros de muchos y variados colores. Y sucedió que en ese momento tuvieron vida los abejorros y las avispas y duro atacaron a los grandes señores y mucho era el dolor que las picaduras les causaban y se rindieron los grandes señores ante la sabiduría y el poderío de los dioses.
Con lo acordado en ese segundo encuentro podremos, eso esperamos todos, ir terminando de pintar la gran piel que este país necesita.
Vale. Salud y buen viaje.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, mayo de 1999.
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