Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México
I. La economía, la tragedia
«¡Ya no son palabras sino realidades: la tierra se agita, convulsa, y en lo profundo de sus mugientes entrañas se desata el trueno, zigzaguean los rayos en el cielo; un huracán levanta torbellinos de polvo; soplan furibundos todos los vientos en feroz combate y el cielo y el mar se confunden en su lucha; ¡ved qué tormenta suscita Zeus para espantarme!».
Prometeo Encadenado. Esquilo. Las Siete Tragedias.
Las bombas
Existen en la guerra conceptos y realidades que reflejan y encuentran un espejo en la política y la economía de una sociedad. Como en la guerra el objetivo es la destrucción del contrincante, la ciencia y la técnica trabajan en la producción de máquinas de destrucción, de las bayonetas a los misiles intercontinentales, pasando por granadas, ametralladoras, blindados, aeronaves, barcos de guerra, sistemas de vigilancia electrónica, etcétera. La producción de maquinaria destructiva incorpora cada vez adelantos más sofisticados. La teoría militar llama a estas máquinas de destrucción con el pretencioso nombre de «ingenios militares».
Dicen los manuales del ejército norteamericano que los ingenios militares deben cumplir con su misión destructora de acuerdo con el terreno en el que se emplean. Y se precian de haber encontrado una bomba adecuada para terrenos irregulares, con colinas y hondonadas que permiten la existencia de «puntos ciegos», es decir, aquellos que no son alcanzados por el efecto destructivo de las bombas «ordinarias». La bomba en cuestión no se conforma con explotar al tocar tierra o en el aire, a determinada altura, y destruir un área específica. Esta bomba cae, explota, destruye y arroja otras bombas que a su vez, caen, explotan, destruyen y arrojan otras bombas, y así sucesivamente hasta que la «carga» se agota. El efecto es descrito como el de «una bomba que rebota». Su efecto destructor es realmente terrible y es más extenso e intenso que el de las bombas «normales».
En los manuales de política económica neoliberal, y en las catástrofes que produce en la realidad de los países, se puede encontrar el equivalente de la «bomba que rebota»: la bomba financiera.
El hombre y la mujer comunes y ordinarios, es decir, todos aquellos que no aparecen en las listas de Forbes, son las víctimas más asiduas de estas «bombas financieras».
Gracias a la globalización económica, los problemas financieros en Rusia y en el sudeste asiático «rebotan» en cuestión de segundos (ventajas de la superautopistas de la comunicación) y destruyen economías en Europa y América Latina. Por obra y gracia de la modernidad, si en la Bolsa de Valores de Tokio tienen dolor de muelas, en Brasil agonizan; en la economía mexicana hay que operar de urgencia.
En las últimas semanas y en medio de un profundo bombardeo financiero, millones de mexicanos y mexicanas hemos recibido un curso intensivo de economía neoliberal y se nos ha explicado que los aumentos en la gasolina y en los impuestos, el crecimiento de los precios, la baja de nuestros salarios, los cierres de empresas, la pérdida del empleo, la devaluación del peso frente al dólar, la reducción de la calidad y cantidad en los servicios públicos en educación, vivienda, comunicación, alimentación, seguridad… se deben, no a la fragilidad de la economía mexicana, sino a la de la ¡rusa!
También hemos sido convenientemente tranquilizados por ese avanzado, inteligente y cómico conductor de nuestro país: el señor Zedillo nos ha dicho que no tenemos de qué preocuparnos porque él va a «blindar» nuestra economía para resistir las crisis «externas».
El problema está en que los miembros del gabinete económico piensan que «blindaje» es lo que el avestruz hace para esconderse, y ahora le proponen al Congreso de la Unión que apruebe heroico Plan de Ingresos y Egresos para 1999, que consiste -en resumidas cuentas y cuentos- en que la mayoría de los mexicanos, es decir, los más pobres, «blindarán» con sus cuerpos a los más ricos, es decir, la minoría de los mexicanos (el gobierno incluido).
Aquel que prometió «bienestar para la familia» ahora nos regaña y advierte, con tono severo, que los próximos dos años serán de austeridad, que es el nombre con el que el gobierno llama a la pobreza.
Lo que no nos dicen ni Zedillo, ni Gurría, ni el sudoroso Ortiz es que vienen más «bombas que rebotarán». Y que su programa de austeridad será tan efectivo frente a las crisis internacionales como lo sería un paraguas para protegerse de la furia de Mitch. Y no nos lo dicen porque allá arriba el calendario ya marca el año 2000.
Pero el problema no es financiero, es decir, no sólo financiero. Es un problema de modelo económico, de una forma de producción y apropiación de la riqueza.
Este modo es el llamado neoliberal y empezó a implantarse en nuestro país desde el gobierno de Miguel de la Madrid, llegó a la borrachera con Carlos Salinas de Gortari y está en la cruda con Ernesto Zedillo. «A partir de 1983, la estrategia económica neoliberal -sustentada en la ideología ortodoxa que atribuye al Estado la causa de los males económicos- se orientó a restaurar el papel del mercado como mecanismo casi exclusivo de asignación óptima de recursos, maximizador de la producción y del empleo, corrector automático de eventuales desajustes económicos, y garante de la inversión productiva y el desarrollo económico, transfiriendo a los agentes privados y al mercado, gradual pero de manera sostenida, las funciones económicas anteriormente asignadas al Estado» (José Luis Calva. «Tres lustros del neoliberalismo económico» en El Universal, 13 de noviembre de 1998).
De la Madrid-Salinas-Zedillo, todos ellos prometieron bonanza económica, todos ellos nos han traído catástrofes.
Si observamos el comportamiento de nuestra economía en los últimos 15 años veremos que la caída de los índices económicos nacionales es constante.
Es como si el reloj de la economía mexicana corriera hacia atrás y cada nueva administración se esforzara por superar a su antecesora en cuanto a retraso y atrofia.
«El producto interno bruto por habitante creció con una tasa promedio anual de 3.1% entre 1934 y 1982; la inversión fija bruta per cápita se expandió con una tasa promedio anual de 5.4% entre 1940 y 1982, y el poder adquisitivo de los salarios mínimos se incrementó 54% entre 1934 y 1982. Bajo el modelo neoliberal -basado en la apertura comercial unilateral y abrupta, y en la reducción de la participación del Estado en el desarrollo económico- el PIB per cápita se contrajo a una tasa promedio de 0.4% anual; la inversión fija bruta per cápita decreció a una tasa promedio de 1% anual, y los salarios mínimos perdieron 66.4% de su poder adquisitivo, es decir, se deterioraron a la tercera parte de los vigentes en 1982» (Idem).
Desde que la banda de Zedillo llegó a la cumbre del poder político, el bombardeado al pueblo mexicano no ha tenido ni una sola tregua: los «errores de diciembre» de 1994 proyectaron su sombra sobre los años 95, 96 y 97. En 1998 el «error» tomó otros nombres: efecto vodka y efecto dragón.
Nada está mejor, todo está peor que el año anterior. El «hoy» que ofertan gobierno y medios fingen «recuperaciones»: «la bolsa subió respecto a la semana pasada», «el peso se recupera frente al dólar», dicen locutores convertidos en economistas expertos.
Pero en las mesas de millones de hogares mexicanos cada vez hay menos cosas y de peor calidad. El desempleo es una realidad presente o por venir, los precios superan a los salarios con holgura, cada vez más empresas pequeñas y medianas quiebran, desaparecen o son absorbidas (ver el cuadro).
Frente a esto, en el corral de avestruces que es el gabinete económico idearon un plan de rescate. Pero no para rescatar a los más pobres, a los pobres, a los no tan pobres, o a los más o menos.
No, el plan era para salvar ¡a los ricos!
Fobaproa se llama ahora este plan, pero no lo pierda de vista, porque puede cambiar de nombre, pero no de objetivo. Para rescatar a los ricos y brindarlos frente a las crisis «externas», el supremo propone que todos los mexicanos y mexicanas, sus hijos y su descendencia posterior paguen el Fobaproa.
Pero esto es sólo el aperitivo de una pesadilla en acción y destrucción. Todo el modelo económico está operando para minar la economía nacional. Mientras Zedillo nos hace el favor de ponerle al país un blindaje externo, al interior siguen rechazando y destruyendo las bombas que tienen nombre: Fobaproa, proyecto de Ley de Ingresos y Egresos de la Federación, aumentos en la gasolina que rebotan en aumentos a precios de productos básicos, impuestos que explotan y rebotan en los precios de todas las empresas medianas y pequeñas, quebradas y vendidas a precio de mayoreo.
El problema no es externo, el capital extranjero ya está incrustado dentro de la economía nacional. El capital financiero internacional es el verdadero regulador de las políticas económicas y las políticas políticas nacionales.
En México se sigue produciendo riqueza, pero ésta se va al exterior, entre otras formas, vía pago del servicio de la deuda, pago de regalías y el pago de intereses a los inversionistas extranjeros en la Bolsa Mexicana de Valores. En esta manda, el capital especulativo, que va a la caza del dinero fácil y rápido, busca el mayor rendimiento, no mayor producción.
Además, la apertura del mercado nacional a la inversión extranjera ha destruido la planta productiva nacional. La pequeña y mediana empresa nacional están por desaparecer y sólo los grandes de la industria han podido resistir, aunque cada vez tienen menos recursos y ánimos. Resultado: mayor desempleo, subempleo y el apogeo de la economía «informal».
Como siga adelante este modelo económico nada quedará en pie que se pueda llamar «economía mexicana». Ni los indígenas, ni los obreros, ni los campesinos, ni los empleados, ni los maestros, ni los empresarios podrán tener expectativas de mejorar. Nuevas «bombas» están por estallar, y una de ellas podrá ser la definitiva: el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) prepara.
Este AMI es un acuerdo internacional que dará a los inversores extranjeros derechos totales para penetrar todos los sectores económicos de las naciones, traer y llevar fondos económicos, y recibir mejor trato que las empresas nacionales. El AMI dará a los inversores extranjeros el derecho de establecer empresas y poseer 10 por ciento de las acciones, sin contraer ningún compromiso con la economía nacional en la que invierten.
¿Qué podrán las empresas nacionales frente a los colosos financieros, industriales y comerciales, sin una política económica que proteja al inversionista mexicano? ¿Cuántos desempleados traerá? ¿Qué sectores estratégicos para la soberanía nacional pasarán a manos extranjeras? ¿Qué cultura podrá sobrevivir a esta ofensiva?
Así que nadie se llame a engaño. Si este modelo económico continúa, la nación mexicana pronto presentará un panorama semejante al de Hiroshima el 7 de agosto de 1945.
¿Cuánto durará esta guerra de destrucción? ¿Qué quedará en pie después de que termine? Las dudas son superadas por una realidad vertiginosa. Cada día nos espera una nueva sorpresa económica sacada de la chistera del aprendiz de brujo que dice que despacha en Los Pinos. Anote usted sorpresas por venir: privatización total de Petróleos Mexicanos, de la Comisión Federal de Electricidad, del Instituto Mexicano del Seguro Social, trasmutación del peso en dólar, adelgazamiento hasta la inanición del gasto social.
Los «costos políticos» y sociales que tan poco parecen importarle a Zedillo serán mucho muy altos. No sólo el PRI y sus aliados permanentes o coyunturales habrán de pagar las consecuencias, el descontento unirá a sectores tradicionalmente enfrentados, la delincuencia irá en aumento, el desempleo y la desesperación serán promesa y realidad para millones de jóvenes. En suma, lo que se viene es un incendio en los terrenos de …
II. La política, la comedia
«Pues gobernar al pueblo no es de hombres bien instruidos, ni de buenas costumbres… ¡se quiere un ignorante, se quiere un malvado! Por eso no desprecies lo que te brindan los dioses en sus oráculos»
Los Caballeros. Aristófanes. Las once comedias
Los bomberos
Los tecnócratas -esa especie cibernética, mezcla de mediocridad humana, sapiencia matemática y torpeza política- están ahora en el poder político. Y planean seguir ahí hasta terminar su labor. Con el neoliberalismo como arma y escudo cumplen su deber en la gran y santa cruzada de la globalización económica.
Sin embargo, el modelo neoliberal encuentra problemas y resistencias para actuar. Uno de esos problemas lo constituyen las viejas estructuras políticas y jurídicas. La resistencia de éstas a «modernizarse», es decir, a adaptarse al modelo neoliberal, se explica porque esta modernización implica la desaparición de toda una clase política y de toda una cultura de relaciones políticas. Los viejos políticos se resisten a desaparecer, por lo tanto luchan contra los nuevos políticos. Los cambios en las «reglas» de las relaciones políticas chocan con las viejas relaciones, por lo tanto se cruzan señales y lecturas.
¿Resultado? Una crisis política sin precedentes, una crisis de Estado.
Pero la crisis de Estado actual no es sólo la crisis de la clase política que gobierna, también abarca a todos los actores políticos y sociales, es decir, a toda la nación mexicana. Organizaciones sociales y políticas de todo el espectro ideológico, partidos políticos, organizaciones no gubernamentales, iglesias, ejércitos, medios de comunicación, gobiernos, aparatos de seguridad, organismos empresariales, centrales sindicales… todo está siendo sacudido por una crisis de intensidad variable.
Las consecuencias están por verse, pero hay que señalar que buena parte de esta crisis se debe a la emergencia de la sociedad civil. El individuo no organizado es ya más activo y más crítico de lo que sucede cotidianamente. El todo que debiera ser aceptado y acatado calladamente es ahora puesto en cuestión, analizado, interrogado y sancionado por la «gente». Cualquier actor político», es decir, «público» no puede ya evitar verse cuestionado, juzgado, por la «gente».
El factor «gente» no existe en la ciencia política moderna y no es tomado en cuenta por ningún politólogo serio y respetado. Pero como nosotros no somos politólogos ni serios ni respetados, nosotros sí tomamos en cuenta a la gente. Pero ya hablaremos de esto en otra ocasión.
En lo que se refiere a la crisis de la clase política mexicana, digamos lo siguiente: el modelo neoliberal exige la aparición de una nueva clase política, una vieja clase política reconstruida. Ya no se trata de gobernar un país, sino de administrar su destrucción. Y para administrar no importan los credos ni los colores, importan los resultados.
La globalización es bastante tolerante en términos políticos. Al capital financiero no le preocupa el signo político-ideológico que encabece el gobierno de una nación. Lo que le importa es que ese gobierno no se oponga al modelo económico. En consecuencia, las puertas del poder político se empiezan a abrir en todo el mundo a todas las posiciones políticas como efecto de la globalización. El poder económico -el poder por excelencia- concede ahora que el poder político sea disputado por más fuerzas, incluso por aquellas que antes tenían vedado ese terreno.
Pero mientras las clases políticas se renuevan, el neoliberalismo sigue adelante en su operación de destrucción/reconstrucción de naciones, reparte bombas financieras como si fueran caramelos en «jalogüín», y provoca incendios sociales regionales que dejarían apenado a Nerón.
En la Europa del «euro», la llamada tercera vía ofrece un nuevo maquillaje para ocultar la sangre y el lodo globalizados. El neoliberalismo «con rostro humano» asume en la socialdemocracia una nueva administración política de la crueldad económica. El rebote llega a Latinoamérica y a México. El centro político se convierte en obscuro objeto del deseo de fuerzas políticas que van de un extremo a otro. Y es aquí donde la clase política, la mexicana en particular, produce y ofrece sus bomberos.
De todas las corrientes políticas, de derecha, centro e izquierda, aparecen bomberos dispuestos a apagar el fuego previsible del descontento popular. Pero los programas económicos están desdibujados en sus plataformas políticas o de plano son una calca del que llevan adelante los tecnócratas.
El relevo de los tecnócratas se antoja deseable y posible, pero hay que congraciarse con el que tiene el poder real y ofrecerle garantías de que lo fundamental no sufrirá ningún cambio trascendental.
Para preparar ese relevo, la clase política mexicana ha decidido adelantar el calendario y decretar que el 2000 ya está aquí. No sólo eso, además pretenden que todos corramos detrás de ellos, en un tiempo que no es el nuestro, que no sigue nuestra lógica, que no entendemos, que nos imponen. Esta frenética adoración por el calendario político es renovada por la recurrente aparición de candidatos y precandidatos a la ya vacía silla presidencial.
Pero deje usted de desesperar si piensa que de ellos vendrá un programa económico alternativo que evite el mañana de destrucción que promete el neoliberalismo. Si los temas económicos son tocados por la clase política es sólo para señalar algunos «excesos» que, ¡por supuesto!, el declarante sabrá evitar si llega al poder.
Los bomberos políticos no la tienen fácil. Además de las resistencias de la vieja clase política a verse desplazada -que pueden llegar a niveles sangrientos, como lo demostraron los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu-, los nepolíticos se enfrentaron al escepticismo de la población y a una voraz globalización que digiere sus bocados nacionales, aun antes de tomarlos entre sus fauces. Pero eso no arredrará a los «salvadores del país». Los dinosaurios y tecnócratas se debaten en medio del lodo y la sangre del sistema político agónico, y la globalización parece dispuesta y lista a mudar de rostro ideológico y signo político. Después de todo se trata de llegar al poder, no importa que los hombres de Estado no tengan ni la vocación ni los tamaños. La política moderna permite amplios espacios a los ignorantes y malvados, no los persigue ni los hace a un lado, los elige jefes y les entrega destinos nacionales.
Expertos en la improvisación, la ignorancia, el patetismo y la imbecilidad, los tecnócratas han demostrado que cualquiera puede «gobernar» y han dejado el país listo para el réquiem neoliberal o para ser «rescatado» con spots publicitarios. En el México de hoy sobran bomberos dispuestos, hasta los hay con botas de vaquero.
Pero no son bomberos lo que este país necesita, entre otras cosas porque pretenden apagar el fuego con gasolina, pero también porque el incendio nacional requiere medidas más audaces que las de tratar de contener el estallido social o de «limar los filos del neoliberalismo».
La solución (que sí la hay) no estará allá arriba, en la planta alta donde tiene sus laboratorios de alquimia la clase política mexicana. No, la solución está más abajo. Allá donde se ven algunas pequeñas luces que parpadean, ahí donde habita…
III. La sociedad civil, la profecía
«De esta manera se perfeccionó la obra, cuando la ejecutaron después de pensar y meditar sobre su feliz terminación».
Popol Vuh
La bombillas
No sólo en las viejas clases políticas encuentra resistencias el modelo neoliberal. Nacen y crecen, cada vez con más promiscuidad, luchas de sectores sociales más variados y numerosos que antaño.
Si el «viejo» sistema político mexicano ofrecía ayer al capital bajos salarios y «paz social», hoy la segunda está hecha pedazos. El levantamiento indígena zapatista, la aparición del EPR y, posteriormente, el ERPI, más un movimiento obrero en resistencia combativa contra las reformas al artículo 123, una sociedad civil luchando por democracia ciudadana, artistas e intelectuales tocados por la crisis en todos los sentidos, jóvenes inconformes y rebeldes, mujeres insumisas, pensionados y jubilados levantado el derecho a la dignidad, homosexuales y lesbianas saliendo de los closets e invadiendo todos los ámbitos sociales, organizaciones políticas opositoras e independientes, cada vez más opositoras y cada vez más independientes, organizaciones sociales que no postergan todo al «triunfo», sino que van ya construyendo su alternativa de sociedad; todos estos y otros se inconforman y organizan su inconformidad por el modelo económico que padecemos.
Como bombillas diminutas en el árbol social, aquí y allá se encienden luchas, experiencias e historias que tal vez sólo alcanzan a iluminar terrenos locales, pero que en conjunto hacen brillar la esperanza de otro país posible, necesario, imprescindible.
Estas luces dispersas, intermitentes, pálidas aún, empiezan a proliferar en el todo social. De colores diversos, bajo formas diferentes, con distintas banderas, los movimientos sociales y ciudadanos empiezan a empujar el surgimiento de otra manera de hacer política. Se saben espejos unos de otros y los destellos se alimentan entre sí. Por allá despunta una asamblea indígena, más acá una reunión sindical, del otro lado una reunión ciudadana, de este una organización de colonos, de repente, en cualquier lado, aparecen unas agujetas color de rosa, en todas partes y con inevitable constancia surgen y resurgen jóvenes y mujeres.
¿Qué energía alimenta estas luces? ¿Con qué fuerza pretenden desafiar el monopolio del opaco verde dólar y contraponen eso que parece un arco iris? ¿Por qué se empeñan en alumbrarse en los oscuros sótanos y laberintos de este país? ¿Por qué no se deslumbran con la profusa iluminación mercantil de las grandes pasarelas de la clase política mexicana? ¿Por qué se aplauden entre sí? ¿Por qué se gritan vivas y apoyos? ¿Olvidaron que son perdedores? ¿Recordaron que pueden dejar de serlo? ¿Cómo pueden sonreír en medio de tanto dolor y angustia? ¿Por qué tantos brazos tendidos para proteger y abrazar a esa sangre morena irreverente y pasada de moda?
Allá arriba se hacen éstas y otras preguntas. No tienen respuestas. No las quieren. Creen que no las necesitan.
Por descubrir aún el complicado alambrado que le da energía a esta luz multiplicada, la clase política prescinde de la existencia de tan tenue y dispersa luminosidad por ahora, y se dedica a aliñar ropajes, afilar dagas, aceitar pistolas marca Taurus calibre .38 y afinar voces. Ya vendrá la hora de acordarse de que existe la gente y de acudir a ella para comprar votos.
Pero a estas bombillas rebeldes poco parece importarles el desprecio con el que son tratadas por los de arriba, y buscan y se buscan entre historias de ayer y de hoy. Y se encuentran.
En ese ignorado juego de luces y espejos del México de abajo se dibujan propuestas y se apuestan vidas por algo mejor para todos.
Ahí, entre todas, una luz pequeña semejando una estrella roja de cinco puntas pone y propone estaciones e intensidades.
Así dice eso que llaman neozapatismo:
Uno. Los tiempos y los vientos políticos que marcan y empujan la posibilidad de otro México, más justo, más libre y más democrático, es decir, mejor, no nacen ni corren en los pasillos de arriba. Ni los calendarios ni los vientos del poder son nuestros.
Dos. Nuestro viento inmediato sopla la lucha en contra del modelo económico neoliberal, por el tránsito a la democracia, y por saldar las cuentas pendientes con la historia nacional.
Tres. Nuestra hora habla el tiempo de la lucha en contra del modelo económico neoliberal. No sólo porque su esencia es injusta, también y sobre todo porque su objetivo es la destrucción de México como nación soberana e independiente. La lucha contra el neoliberalismo es una cuestión de sobrevivencia para el país.
Cuatro. Nuestro viento empuja la barca de las luchas por la democracia directa y por la democracia representativa. El problema fundamental no es quién será el candidato a la presidencia en el 2000, sino cómo acabar con el presidencialismo y con todo lo que, en conjunto, se llama sistema de partido de Estado. La participación directa de los gobernados en los asuntos que les conciernen (es decir, en todos), y el obligar a los representantes elegidos a «mandar obedeciendo» son camino y estación en el tránsito a la democracia.
Cinco. Nuestro calendario marca el tiempo de reconocer que estamos formados por diferentes y que los diferentes tienen derechos. Uno de ellos es el derecho a ser junto a otros sin dejar de ser diferentes. Los derechos de los pueblos indios deben ser reconocidos. No sólo porque es de justicia hacerlo, también porque nada estará completo si una parte es olvidada.
Seis. Es necesaria una nueva forma de hacer política. Aquella que incorpora a cada vez más actores, que reconoce su diferencia y su peso, y que sabe incorporar esas diferencias. Y pesos para hacer una historia común, que no otra cosa es una nación. Preguntar a los todos, consultarlos sobre lo que hay qué hacer, sobre el cómo hacerlo, cuándo hacerlo y para qué hacerlo, es una parte importante de este nuevo quehacer político. Hablar y hacer sentir el peso de su palabra es el reto de la sociedad civil mexicana. Construir el mecanismo para hacerse oír y la balanza en la cual hacer valer su peso es construir el reflector que concentre la luz hoy dispersa y la dirija hacia donde debe dirigirse, es decir, al mañana.
Siete. De arriba sólo vendrán guerras y catástrofes. De abajo nacerá la paz con democracia, libertad, justicia y dignidad, y es así como nosotros nombramos el mundo que para todos queremos.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, noviembre de 1998.
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