Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
México
4 de Noviembre de 1998
A la prensa nacional e internacional
Damas y caballeros:
Van comunicado y carta para la Cocopa. Los militares, ese recurrente obstáculo al proceso de paz, la democracia y la justicia en México en los últimos 30 años, vuelven a su vieja táctica de implementar operativos nuevos para luego ‘‘negociar» su suspensión temporal. Ahora imponen más patrullajes y se declaran dispuestos a ‘‘dar muestras de distensión» suspendiendo lo que antes no existía. La marrullería que aprendieron con los norteamericanos (¿olvidan Vietnam?) se complementa con la franca disputa entre El Croquetas Albores y el Rabasa por ver quién declara más estupideces.
Todo se vale para que siga la guerra en las montañas del sureste mexicano, todo con tal de seguir cobrando el sobresueldo de 130 por ciento que reciben los militares por perseguir, hostigar y amenazar indígenas (por matarlos no cobran, lo hacen gratis).
Mientras, el hombre del »no cash» prepara banquetes para Chirac y maletas para el Japón. No cabe duda que hay señales ominosas. El asesinato de nacionales y la persecución de extranjeros obra en la cuenta del actual gobierno, así que ‘‘cuando a Pinochet veas juzgar, pon tus cuentas bancarias a lavar». En México Labastida se frota las manos: fracasado en Chiapas y en seguridad pública, ve en el Fobaproa el trampolín para lanzarse al 2000 (¿alguien le podría avisar que la piscina no tiene agua?), Orive instruye a su pupilo en la Cocopa, Gurría practica frente al espejo. ¿Y Ortiz? Pues suda, ¿qué otra cosa podría hacer? Todos callan la verdad: subirán los impuestos, bajarán los índices de crecimiento económico, subirán los precios, bajarán los salarios, subirá el número de desempleados y bajará el de ricos (pero serán más ricos). En fin, el país ‘‘está en calma». ¿O no?
Vale. Salud y un abrazo que se llegue hasta Nicaragua, El Salvador y Honduras. No cabe duda de que la muerte está enamorada de la pobreza.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, noviembre de 1998.
P.D. Disfrazada de graffiti zapatista:
Mortalmente muerta morirá la muerte. De muerte la mataremos, de vida.
P.D. Que cuenta un cuento de Día de Muertos: Es costumbre de nuestros pueblos, el poner una ofrenda por los muertos en las fiestas del 31 de octubre a la madrugada del 2 de noviembre de cada año. Además de flores y adornos hechos con papel de china, en medio de dos veladoras, se colocan algunos alimentos de los que más gustaban al difunto y, si es que fumaba, algo de tabaco. Algunos dicen que esa ofrenda es para recordarle al muerto que raíces tiene todavía en la vida, que en otros camina, que en otros se sigue. Otros dicen que esa ofrenda es por si el muerto viene y anda necesitado de alimento y descanso, porque aquello que quería no lo ha logrado y camina todavía el difunto buscando. La búsqueda puede durar mucho tiempo, pero el muerto no se apena porque sabe que cada año puede volver con los suyos para agarrar fuerzas y reponer ánimos y seguir así su camino.
Para recordarle que tiene aún raíces de este lado y que en nosotros camina y se sigue, y para que reponga fuerzas y esperanzas en su búsqueda, es que cada año los zapatistas le ponemos una ofrenda a Pedro (caído en combate en 1974, levantado de nuevo, de nuevo caído combatiendo en 1994, de nuevo levantado, luchando siempre). En la madrugada de cada 2 de noviembre, miles de ofrendas en otras tantas casas indígenas brillan para Pedro.
Cada año de los últimos cuatro, don Jacinto se ofrecía a velar la ofrenda que por y para Pedro ponemos en el Cuartel General del EZLN. Cada año, al llegar la mañana del 2 de noviembre, los alimentos y el tabaco que poníamos en la mesita para tal efecto, desaparecían. Temprano encontrábamos a don Jacinto saliendo del cuartito de la ofrenda, lo saludábamos y él respondía con un ‘‘llegó el finado, comió y bebió, y fumó el tabaco». Todos sabíamos que era don Jacinto el que se había comido el platito con pan y las dos naranjas, que se había bebido el café sin azúcar al que Pedro profesaba culto, y que se había fumado la cajetilla de cigarros (24 colillas quedaban esparcidas). Todos sabíamos. Ya no.
Don Jacinto murió hace unas semanas, después de ser golpeado brutalmente en uno de los ataques del ‘‘Estado de Derecho» en contra de los municipios autónomos indígenas. Don Jacinto no murió, me dice su hijo, lo mataron. Y me aclara que no es lo mismo morirse de muerte muerta que de muerte matada.
Cada año desde 1994, la ofrenda de Pedro amanecía vacía la madrugada del 2 de noviembre. Todos sabíamos que don Jacinto había dado cuenta de ella durante la velada. Todos sabíamos. Ya no. El día 31 de octubre de 1998, pusimos la ofrenda como de costumbre, pero ahora con la pena extra de saber que don Jacinto ya no estaría para velar y dar cuenta del pan, las naranjas, el café y el tabaco, como todos sabíamos. La mañana de este 2 de noviembre fuimos a limpiar la ofrenda y encontramos el plato del pan vacío, las cáscaras de las naranjas, el pocillo de café con asientos, y las colillas en el suelo. Es curioso, las cáscaras y las colillas estaban a ambos lados de la mesa, en partes iguales: 12 colillas de un lado y 12 del otro, la cáscara de una naranja en un lado y la otra en el otro. Nos miramos todos y callamos, sólo la Mar dijo: ‘‘el año que entra hay que poner doble».
Todos sabíamos que la ofrenda de Pedro amanecía vacía porque don Jacinto daba cuenta de ella. Todos sabíamos. Ya no.
Todo esto ocurrió al amanecer del mes de noviembre de 1998, en el año decimoquinto de la rebeldía armada y quinto de la guerra contra el olvido, en las montañas del sureste mexicano, rincón digno de la Patria, en la América que llaman ‘‘Latina», en el planeta tercero del sistema solar, justo cuando en la maltrecha rueda de la historia está por apagarse un siglo al que algunos llaman ‘‘Veinte», de todo lo cual doy fe y asiento que escrito quede en la memoria colectiva, que es otra manera de nombrar el mañana.
P.D. Para el febrero que se esconde en noviembre: Ahora somos más y más fuertes. Llegaron todos los muertos nuestros. Así son de por sí nuestros muertos: grandes nos hacen. Grandes a nosotros, tan pequeños…
El Sup pidiendo su calaverita.
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