Tres mesas para la cena de fin de siglo
Subcomandante Insurgente Marcos
«Mariana, ¿qué es el hombre sin libertad?
¿Sin esa luz armoniosa y fija que se siente por
dentro?
¿Cómo podría quererte no siendo libre, dime?
¿Cómo darte este firme corazón si no es mío?
No temas; ya he burlado a Pedrosa en el campo,
Y así pienso seguir hasta vencer contigo,
que me ofreces tu amor y tu casa y tus dedos.»
Federico García Lorca.
(Llave Quinta.)
La luna es una pastilla mal cortada, arrojada encima de la mesa que la madrugada pone sobre las montañas del sureste mexicano (abajo el río semeja una serpentina plateada, olvidada y rota después de una fiesta).
Apenas unas cuantas estrellas clavan sus punzadas de sal azul en el nocturno mantel que febrero, sucio de nubes y vientos, tiende para cubrir las sombras de cerros y cañadas.
Esta es la mesa para los arrojados de la modernidad. Una larga y oscura sombra, herida de luz por alfileres de cabeza erizada. Una sombra, mesa de sombras, cuyo acceso es selectivo a la inversa: todos los que pueden evitarla lo hacen. Acuden a ella solamente aquellos quienes sólo tienen la memoria por alimento y la dignidad por cuchara y tenedor.
Puestas frente al resplandor de esta luna, las sombras no se disipan o disimulan. Esta luz define más las oscuridades, acentúa negros, propone grises y desvela los pocos blancos que la montaña tiene. El conjunto, en efecto, semeja una mesa.
Una gran y solitaria mesa.
La atribulada mesa de los de abajo.
Pero no es de esta mesa oscura de la que hablaré al principio.
Será al final, al final de este fin de siglo, y ella y sus comensales hablarán por sí mismos.
Pero ahora empezaré hablando de otra mesa. Bueno, más bien de una foto de otra mesa…
¿El lugar? México.
¿El tiempo? Poco después del principio de 1998, y poco antes del fin del siglo XX.
LA MESA DE ARRIBA:
La foto fija del horror y la decadencia.
«Despertarán los no despiertos, los que están sin despertar todavía en este tiempo de siete días de reinado efímero, de reinado pasajero, de siete soles de reinado. El aspecto de sus hombres será de Holil Och, Zarigüeyas-ratones, pero inútilmente gobernarán disfrazados con piel de jaguar…»
El libro de los libros del Chilam Balam.
Mi-otro-yo me cuenta que no estuvo presente, sólo consiguió una foto fija. Una foto a todo color. Una foto que revela un doble mensaje: la imagen oculta del Poder en México, y el futuro de resquebrajamiento que esa imagen anuncia.
Bajo la luz de una vela recién encendida, y mientras la mar navega un sueño inquieto, miro la foto. Debo confesar que la vista me estremece, así que no me culpe el lector de que no pueda evitar trasmitirle esta sensación. Trataré de ser objetivo y describir lo que veo en la imagen impresa. Si algún desvarío se me escapa, atribúyalo usted a la débil luz que me ayuda (y a la que hay que hacerle «casita» para que no perezca) y al permanente problema de poner una imagen visual en palabras.
La foto está tomada en el plano que los enterados llaman de «long shot» y trata de dejar claro que el fotógrafo observa desde fuera de la escena, como si tuviera asco de ser parte del objetivo frente a la lente. El fotógrafo ha confiado que el que observe la foto repare en el detalle de que los personajes fotografiados no se saben mirados (y fijados, digo yo) por la cámara. Hay en todos ese aire de despreocupación que sólo da el saberse sin testigos. Pero entonces, ¿cómo creer que el fotógrafo no estuvo presente como parte del evento fotografiado?
Mi-otro-yo interviene para explicarme que una corriente teórica del trabajo gráfico supone que la imagen es un modo de «ir al lugar representado visualmente». Así las cosas, el fotógrafo-videoasta-cineasta-pintor-caricaturista-etcétera se concibe sólo como el que pone el vehículo para el viaje visual.
«Ni siquiera se ofrece como chofer», dice con seriedad mi-otro-yo, «puesto que el que `viaja’ puede `conducir’ como mejor le plazca. Así que el productor de la imagen se concibe a sí mismo como ajeno al hecho representado, no importa qué tan cerca se encuentre. Lo que ocurre es que tu ignorancia enciclopédica incluye el desconocimiento del trabajo gráfico, por eso nos encabronamos los fotógrafos con el rollo aquel que escribiste para no sé qué cosa de un evento fotográfico en internet».
Mi-otro-yo calla para que yo aprecie el cómo se incluyó en los productores gráficos. Se va llevándose mi bolsa de tabaco.
No he escuchado antes esa teoría (de hecho sospecho que la acaba de inventar mi-otro-yo), pero aún así, la «libertad» para el uso de la imagen tiene sus limitantes y siempre hay sólo algunas «lecturas» posibles y no otras.
Pero este asunto no es el que atañe a esta foto fija, así que seguiré describiendo lo que veo, es decir (y siguiendo a mi-otro-yo), proponiendo una lectura de esta imagen.
En primer lugar hay que señalar que la escena es de una comida. Una gran mesa (con lo que imagino son alimentos, varios comensales y algunos sirvientes), ocupa el centro de la imagen. Hay algo de niebla en el ambiente, pero se distingue perfectamente en la pared de enfrente (es decir, en la que está frente al fotógrafo), un reloj que marca las 11 horas y 45 minutos. ¿De la mañana o de la noche? Nada hay que nos permita resolver este enigma, pero supongamos («leamos») que son las 11 horas 45 minutos de la noche. «Cuarto para las doce», me sorprendo diciendo. Sí, son cuarto para las doce de la noche. Así que se trata de una cena. Además del reloj, se distingue un gran ventanal con las cortinas corridas. Fuera de eso nada. Una sola pared como fondo, de color gris, con un reloj marcando las 11 horas 45 minutos de la noche y una ventana con las cortinas corridas. Bueno, eso nos permite pasar a describir la mesa. Parece de forma oval y se adivina grande (hasta 7 comensales están sentados frente a ella). Las sillas son de espaldar alto, con complicados garigoleos en el remate.
Los comensales son siete (¿ya lo había dicho?) y por una afortunada coincidencia («oportunidad» dirá el fotógrafo) todos son visibles. Los 2 que estarían de espaldas al «lector» de la foto se encuentran viendo hacia uno y otro lado. Así que sus rostros, aunque de perfil, son perfectamente visibles. Frente a ellos (y frente al lector) están sentados otros 3. En las puntas más agudas del óvalo se encuentran otros dos. Total: siete.
Es de imaginar que algo de música anima esta cena, y que algún trovador entona los versos esos, de Quevedo y Villegas, que dicen:
«Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.»
¿Qué? Sí, tiene usted razón. Nada hay en la foto que nos diga que hay música, que un trovador está presente y que en sus labios los satíricos versos de Quevedo y Villegas se convierten en oración y salmo. Pero ya que el lector ha aceptado (puesto que lee este escrito y, por tanto, se hace cómplice) la «conducción» del narrador en esta «lectura» de la foto, entonces debe ceder a los caprichos de este «chofer» que ahora se empeña en añadirle a la imagen lo que no es evidente pero, sin embargo, está ahí, en lo que la foto calla, en lo no mostrado.
Sigamos con la descripción de la imagen central. Un gran mantel púrpura cubre la mesa de los siete comensales. En realidad, se podría decir que la mesa de mantel púrpura convoca a estas 7 representaciones del bestiario del Poder en México. Sí, son siete las bestias que aquí se fijan, en esta foto de fin de siglo, y que representan el horror y decadencia del sistema político mexicano.
En una de las cabeceras está la Hidra. Un monstruo con 7 cabezas. Quiero decir, aparte de las de las 7 bestias convocadas. La Hidra pareciera no necesitar de los otros, ni para comer, ni para platicar, ni para pelear (que es lo que parece mostrar la foto). Sí, la Hidra pelea consigo misma, las 7 cabezas del largos cuellos, poderosos colmillos y lenguas bífidas discuten y se muerden entre sí…
Una Hidra, cuyas cabezas se muerden unas a las otras, pareced una imagen pequeña para definir en todo su tamaño la situación actual del sistema de partido de Estado en México. Este sistema que fue capaz de cohesionar una Nación durante décadas, hoy se encuentra roto y enfrentado entre sí. Como en un desordenado rompecabezas, no sólo no se distinguen las posiciones y fuerzas, tampoco las conducciones y los rumbos. El sistema político, el compactador, el conductor, el punto de convergencia de los elementos fundamentales del Estado Mexicano durante casi un siglo, hoy se encuentra diluido como tal y sólo alcanza a mostrar la crisis interna que lo acomete.
El sistema político mexicano se encuentra en una guerra con tres elementos de combate: el que le presenta el proceso de globalización neoliberal, el que se desarrolla a su interior donde se enfrentan los «viejos» y los «nuevos» políticos, y el de la lucha contra la sociedad.
La homogeneización de la economía mundial corre paralela a las tendencias de fragmentación y pulverización de la antigua clase política mexicana, de la formación de «nuevos» políticos, y de sujetamiento (bajo normas mundiales -es decir, norteamericanas- de estandarización social y cultural) de la sociedad mexicana.
Presa de la frenética y eficaz labor de zapa que la lógica (económica, política, cultural y social) de la globalización impone, el Estado Mexicano amenaza con desintegrarse con la misma celeridad con la que se fragmenta el poder del «viejo» sistema político mexicano: el Sistema de Partido de Estado.
Para hacer frente a la «nueva política» demandada por la «nueva economía» mundial, el sistema político mexicano debe rehacerse, reconstruirse de acuerdo a la lógica dominante, es decir, la de los mercados. No son «políticos» los que necesita el modelo neoliberal, sino «administradores». Ahora más que nunca la economía se enseñorea de todos y cada uno de los aspectos de la vida nacional, marcadamente de la política, pero también del Crimen Organizado.
A su lado, viéndola fijamente, está la Medusa del Crimen Organizado. Sí, la imagen muestra una cabeza con serpientes en lugar de cabellos, una cara de sexo indefinido y no unos ojos, sino un brillo de ojos de color verde dólar. ¿Qué? ¿Qué por qué digo que es el crimen organizado? Bueno, si se observa con atención, en cada cabello-serpiente se lee el nombre de un crimen: narcotráfico; trata de blancas; mercado negro de divisas, de mercancías, de órganos, y de seres humanos; armamentismo; etnocidio; contaminación y destrucción del medio ambiente; y otros nombres que no son legibles. ¡Ah! ¡Ponga atención al punto debajo de la mesa, entre la Hidra y la Medusa! Sí, se están tomando de la mano.
Así que ahí están la Hidra y la Medusa. Juntas presiden esta mesa caótica y desordenada. La mesa de arriba…
Los que las acompañan parecen personajes de diversos tamaños. Cada una de las pequeñas bestias lleva en su pecho un pequeño letrero que la define. Hay un «Político», un «Pensador», un «Banquero», un «Clérigo», y un «Militar». Estas dos últimas son las que se encuentran en el primer plano, de perfil frente al fotógrafo.
Así las cosas, la «vieja» clase política debe no sólo ser desplazada por los «nuevos» políticos (estos tecnócratas que a cada problema político y social responden con un índice macroeconómico), sino que es preciso liquidarla totalmente. Este proceso de «eliminación del adversario» semeja mucho al de «eliminación del competidor» en el capitalismo salvaje, pero en la clase política mexicana -que creció y se mantuvo siempre muy ligada al crimen organizado- llega a niveles sangrientos.
El sistema político mexicano está dispuesto a todo para hacerse eco y fiel intérprete del proyecto neoliberal. Está empeñado en deshacerse del Partido Revolucionario Institucional como partido de Estado, y en su remplazo tiende su cadavérica mano a los otros partidos buscando un nuevo rostro. Las siglas ya no importan, se puede conducir (es decir, «administrar») el modelo neoliberal sin que molesten logotipos, iniciales y colores.
Pero deshacerse del PRI no es cosa fácil. Además de desdibujarlo en su perfil ideológico y derechizarlo en su programa, el sistema político mexicano opera contra el PRI «otros» medios: las cesiones vergonzantes, la «exportación» de candidatos, y la eliminación física (Colosio, Ruiz Massieu, y ¿who is the next, Mister Ernest?).
El México moderno de los neoliberales no sólo no necesita del PRI para llevar adelante su proyecto de no-Nación, sino que lo ven como un estorbo molesto, de mal gusto y con un despreciable olor a rancio, viejo y oxidado.
La bestia marcada con el letrero «Político» semeja una masa informe, de impecables saco y corbata, que podría cambiar de forma, tamaño y color. Su cara, sorprendentemente parecida a la de una zarigüeya, sólo acierta a sonreír y apenas come. Parece muy ocupada, en estar pendiente de todos los actos y gestos de las dos figuras principales. Su figura indefinida sugiere más una propensión a la permuta constante que a la vaguedad firme. Quiero decir que esta pequeña bestia parece dispuesta a acomodarse en figura y color según convenga.
Así las cosas, los «neo kids» de la modernidad conducen una guerra. No sólo contra una sociedad emergente y contra los restos de Nación, también contra la clase política que los encumbró y les entregó el Poder. El mejor analista del sistema político mexicano moderno -injustamente señalado como novelista, dramaturgo y poeta-, el escritor británico William Shakespeare, lo advierte así: «es regla que la modestia sea la escalera que utiliza la joven ambición, y que hacia ella vuelva la mirada el que busca ascender; mas una vez alcanzado el último peldaño, entonces a la escalera vuelve las espaldas, y mira hacia las nubes despreciando los bajos escalones por los que subió». (Bruto en «Julio César». Traducción: Ma. Enriqueta González Padilla.)
La lucha al interior del Poder en México es a muerte (y no en sentido figurado). Una parte (la antigua) lucha por sobrevivir, la otra (la tecnócrata) por suplantar. El resultado es una fragmentación de la clase política mexicana que día a día cambia. Como en los viejos caleidoscopios, los pedazos sangrantes del sistema político permutan sus combinaciones pero bajo una constante: la división y el enfrentamiento.
Para los reacios a la «modernización» del sistema político mexicano hay varias opciones: la tumba (Colosio y Ruiz Massieu), la cárcel (Dante Delgado), el secuestro (Gutiérrez Barrios), el exilio «voluntario» (Silva Herzog), la lapidación pública (Camacho Solís), el sacrificio político en cesiones concertadas (Ramón Aguirre, Ortiz Arana, etcétera), el repliegue al feudo de provincia (Bartlett).
Los principales escándalos políticos de los últimos 12 años son monopolio exclusivo del Partido Revolucionario Institucional. Escisiones, magnicidios, ligas como cadenas con el narcotráfico, fraudes, cárcel, cráneos enterrados, desenterrados, vueltos a enterrar y de nuevo desenterrados, amnesia histórica, nuevas escisiones, ¿más magnicidios? En fin, todo eso que algunos llaman «crisis política».
La bestia nombrada «Pensador» semeja una combinación de cara arratonada (con lentes, of course) y cuerpo de paquidermo. En la escena aparece leyendo con aparente formalidad y frente a un micrófono adornado con un logotipo indescifrable de una televisora, un gran legajo de papel.
La crisis del sistema político mexicano no es la crisis de la Nación. Los políticos e intelectuales del sistema quieren presentar esa crisis como «la crisis del país». De ahí sus histéricos llamados a la prudencia, a los cambios «pausados», a no «desestabilizar», a «estarse quietos». El sistema político suplica «!ayúdenme¡». Y hay quien acude al llamado. Para estos políticos- intelectuales-clérigos-banqueros-militares dispuestos a socorrer al sistema en su caída, el politólogo Shakespeare advierte en boca de Antonio: «Es que yo he vivido más años que tú, Octavio, y aunque depositamos algunos honores en este hombre para aligerarnos de varias cargas calumniosas, los llevará sólo como el asno lleva el oro, jadeando, y sudando a causa del trabajo, jalado o arreado, según le señalemos el camino; y una vez que haya transportado nuestro tesoro adonde nos convenga, entonces le quitaremos la carga de encima y lo echaremos fuera, como burro suelto a mover las orejas y a pastar en la parcela pública.» (Ibid.)
«Banquero» es el letrero para una bestia con cuerpo de serpiente y cara de cerdo cebado. En la foto acurruca entre sus brazos una serpiente, mientras le ofrece una cucharada de monedas.
Lo que se está desfondando, lo que se rompe por todos lados, es un proyecto de país. El que pretende imponerse desde que la nueva fase del dominio del dinero, el neoliberalismo, trabaja en homogeneizar («globalizar», se dice en términos modernos) patrones de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales. En México, desde el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, esta crisis corre también al interior de la clase política gobernante.
Pero los «nuevos políticos» mexicanos han demostrado que no saben cómo hacerlo. Como en un circo de varias pistas (y salpicando de sangre a los espectadores), el nuevo modelo «global» presenta diversas facetas de una misma tragedia: la destrucción del Estado Nacional.
Pero lejos de la rutina de pantomima de viejos payasos, el número circense que se ofrece al respetable público rezuma lodo y sangre. La nota política, como suelen llamar los reporteros a la que se origina en los actores políticos, disputa escándalo y terror a la nota roja. Los «expertos» en análisis políticos ahora deben tener conocimientos de criminalística… y de demonología.
«Clérigo», se lee en la figura con cuerpo de gárgola y cabeza de dragón. Viste de púrpura y levanta su mano, bendiciendo a la pareja que preside la mesa.
Incapaz de homogeneizar y dirigir, el Poder político en México busca apoyarse en otras instituciones aunque, como en el caso de la Iglesia, ese apoyo lo acerque a las puertas del infierno y no sea gratis. Si la alta jerarquía de la iglesia católica ofrece su «desinteresado» brazo para acompañar el maltrecho andar del sistema político mexicano no lo hace apostando a la continuidad, sino que busca tener un buen lugar para observar (y aprovechar) cuando todo se derrumbe.
La bestia llamada «Militar» tiene cuerpo de armadillo con patas hendidas y rostro de hiena, permanece con la cabeza gacha, la mirada fija en sus pezuñas ensangrentadas. Al verlo la Hidra declama:
«Octavio.- Bien puedes hacer lo que te venga en gana; pero es un soldado valiente y con experiencia.
Antonio.- También lo es mi caballo, Octavio, por lo cual le destino una abundante ración de forraje. Es una criatura a la que enseño a combatir, a dar la vuelta, a detenerse o a correr en línea recta, rigiendo siempre con mi inteligencia los movimientos de su cuerpo. Y hasta cierto punto Lépido no es otra cosa. Necesita ser enseñado, amaestrado y dirigido; es un sujeto desprovisto de ideas propias, que se alimenta de artificios, curiosidades e imitaciones, los cuales, ya desgastados y vulgarizados por otros, comienzan para él a ser la moda. No te refieras a él sino como un instrumento.» «Julio César». William Shakespeare. Traducción Ma. Enriqueta González Padilla.
Por otro lado, el sistema de partido de Estado trata de «administrar» sus pugnas internas y se reparte cotos y ganancias (en realidad olvida que también se reparte costos y rebeldías). Mientras la «nueva» clase política trata de mantenerse en la cúspide nacional copando los puestos claves, es decir, los de decisiones económicas; los «viejos» políticos se repliegan a las regiones.
«Frente a purgas nacionales, resistencias regionales», es el conjuro con el que la antigua clase política pretende anular la maldición de la «modernidad», es decir, el desalojo que padece por la globalización, por el encumbramiento de los tecnócratas, y por el ascenso de las luchas populares. ¿Casos ejemplares? El Tabasco de Madrazo y la Puebla de Bartlett.
Tres son las luchas nacionales que hoy son patentes: la que se libra para rechazar un modelo económico que no es más que una «muerte lenta»; la que se juega en el DF por la posibilidad de otro México con mayor participación social, y la que demanda la solución a las exigencias indígenas y la paz en Chiapas. La más regional de las luchas es la más nacional: Chiapas. Los «4 municipios en conflicto» o «las demandas de unas 150 personas» (según Labastida Ochoa) siguen estremeciendo una y otra vez a todo el territorio nacional y a todo el espectro social.
La antes improbable lucha nacional contra el Poder nacional se torna, ahora, posible. Para librarla, el Poder no se resiste de frente, sino que cambia su terreno y desdibuja el panorama nacional para irse a recomponer en los espacios regionales. Las luchas nacionales no tienen enfrente ya a una clase política, topan (sin amortiguador alguno) con el ejército y los medios de comunicación electrónica. No hay interlocutor gubernamental para demandas o diálogos nacionales.
La mar («De talla muy apuesta e de gesto amorosa / locana, doñeguil, plazentera, fermosa, / cortés e mesurada, falaguera, donosa, / graciosa e donable, amor en toda cosa» -«El libro del Buen Amor», Arcipreste de Hita. Llave Séptima), se asoma a la foto por encima de mi hombro y dice: «Es un collage. Las figuras se pueden recortar de cualquier periódico nacional de los últimos días. No importa si es de la sección política, de la nota roja o de la sección financiera».
Al gobierno tecnócrata sólo le preocupan los índices macroeconómicos y su imagen internacional. Puede prescindir (y de hecho lo hace) de la sociedad que supone gobernar, y dedicarse completamente a servir al «nuevo elector»: el capital financiero. Mientras casi la mitad de los mexicanos redujo su nivel de vida en 1997 respecto a 1996, 40% lo mantuvo igual y sólo el 13% lo mejoró, mientras la Tasa de Ingresos Inferiores al Mínimo y Desocupación crece paulatinamente (1994- 11.3%, 1996-17.2%, 1997-16.3%). Mientras crecen los empleos con salarios inferiores al mínimo y sólo en la industria maquiladora; en fin, mientras el país se desmorona a sus pies, Ernesto Zedillo declara en Davos, Suiza, sin sonrojarse siquiera: «El desafío que enfrentamos no es la recuperación, esa ya es un hecho, incluso es cosa del pasado». (Datos económicos de José Luis Calva, en «El Universal» 6-11-98).
Por lo tanto, no se trata de frenar la crisis nacional y buscarle salidas políticas, sino el objetivo es deshacerse de la antigua clase política e impermeabilizar los mercados para inmunizarlos a las crisis y volverlos operativos -es decir, productivos-, independientemente de los vaivenes políticos.
¿Un collage? Vale. Así que aquí tiene usted las siete bestias del horror del Poder en México. En torno a una gran mesa presiden la Hidra del sistema de partido de Estado y la Medusa del Crimen Organizado, y departen con ellas el político-zarigüeya, el intelectual-ratón, el banquero-serpiente, el clérigo-demonio, y el militar-hiena.
Si los «viejos» políticos trataban de «gobernar» el país, los «nuevos» políticos sólo se dedican a «administrar» la destrucción de la Nación. Durante años, De la Madrid-Salinas-Zedillo no han gobernado México. Se dedicaron y dedican a construir un «domo» impenetrable en torno al mercado financiero. Un «domo» que resista el terremoto de 1985, la insurrección cardenista de 1988, el alzamiento zapatista de 1994, la traición zedillista de 1995, la aparición del EPR en 1996, la escandalosa derrota del PRI de julio y la masacre de Acteal de diciembre en 1997. No importa que la Nación entera se desmorone, el verdadero desvelo de Zedillo y sus muchachitos es la estabilidad de la bolsa de valores.
Juntas participan en esta mesa de cuatro para las doce, en esta cena de fin de siglo.
¿Los alimentos? Dudo que pueda llamarlos así, pero sobre la mesa se ven siete copas rebosantes de un líquido rojo, en torno a una gran botella con la etiqueta que reza «Acteal. Cosecha 1997» perfectamente visible. Sí, la sangre de Acteal es para este moderno bestiario el aperitivo del plato fuerte por venir: la destrucción de la Nación mexicana…
Pero si los tecnócratas pueden mentir, olvidar y hacerse impermeables (por ejemplo) al lodo y la sangre que promovieron en Acteal, no pueden controlar (por ejemplo) los vaivenes de Asia. Así que, para Zedillo y su banda, la Bolsa de Tokio está más cerca de Palacio Nacional que el Zócalo de la Ciudad de México. Con la mente concentrada en los flujos financieros internacionales, poco le queda al gobierno para hacer frente a la Nación: sólo la fuerza armada y la simulación.
Para cumplir su programa de gobierno (que no es otro que esperar que los problemas sean biodegradables en la memoria popular), Zedillo ensaya números de entretenimiento a manera de «equipos de gobierno» y dibuja su «nueva» clase política en torno a mediocres a su imagen y semejanza (Liébano Sáenz, José Angel Gurría y Juan Ramón de la Fuente); rehace sus ligas y compromisos con Acción Nacional; mezcla todo con un secretario de gobernación que no es más que la punta de la cereza de un cóctel político.
Pero los problemas no sólo no se resuelven, sino que se potencian. Al «destapar» a su nuevo delfín (el secretario de salud y doctor de cabecera de la primera dama, Juan Ramón de la Fuente) en la pasarela en que el sistema político ha convertido a Chiapas, Zedillo ha agregado otra competencia a las ya desatadas con miras al 2000.
La recomposición de su relación con el PAN tiene el problema de que ahora hay tantos partidos de Acción Nacional como precandidatos a la presidencia de la república. Con el cóctel molotv que Labastida tiene en Gobernación, el supremo parece dar un giro decisivo en su política de medios: ya no simulará que no tiene una maldita idea de cómo y a dónde conducir el país, ahora lo mostrará abiertamente.
Las antiguas alianzas están rotas, no hay ya «equipos de gobierno». La licuadora de la crisis mezcla y tritura cócteles increíbles: salinistas vergonzantes y profesos, arrepentidos de la izquierda, derechistas broncos, cadáveres vivientes del viejo sistema, mediocres reciclados, disidentes coptados, tecnócratas fraudulentos, diarreicos de la mentira, y sordos y ensordecedores demagogos.
Pero el caos nacional no es tal en los feudos regional. El México de ayer se actualiza en provincia. Ineficaz e ineficiente, el «señor presidente» ni siquiera es tomado en serio por sus correligionarios. Para éstos, aquél no es sino un paréntesis molesto, un espectáculo soso de medio tiempo, un comercial de mal gusto que anuncia un producto inexistente: el México de la bonanza macroeconómica. Las pugnas internas en el PRI no provocan un desbarajuste del sistema político, más bien son el resultado de ese desorden.
Aquí está la foto fija de la última cena del Poder. La traición y el deshonor en la palabra es el común denominador de sus comensales. Decrépita y caduca, está imagen se nos vende diariamente como lo más moderno y nuevo.
La «nueva clase política» no es nueva, ni es clase, ni es política. Es la mejor muestra de que el sistema político mexicano no se imaginó siquiera que pudiera tener término, por eso no preparó su relevo y ahora improvisa, con premura y torpeza, «equipos» que no tienen en común más que el ansia de Poder y riquezas.
El sistema político mexicano pretende celebrar no su fin y el del siglo, sino el nacimiento del nuevo milenio y su renacimiento.
No es un final el que pretende fijar esta foto, es una repetición. No es el fin de la pesadilla, sino su repetición eterna. Para lograrlo debe alimentarse de sangre, de la vida de los que esperan sentarse en…
LA MESA DE ABAJO:
La foto por hacer.
«Felices serán los hombres del mundo y prosperarán los pueblos de toda la tierra; se acabarán los Osos Meleros, Cabcoh, Las Zorras. Ch’amacob, las Comadrejas que chupan la sangre del vasallo. No habrá gobernantes mezquinos, no habrá gobierno mezquino; no habrá ya lambiscones de príncipes ni habrá quien pida sustitutos. Esta es la carga, lo que manifiesta este 12 Ahahu Katún… Justas y obedecidas serán las órdenes de los Señores legítimos para alegría del mundo.»
El libro de los libros de Chilam Balam.
La mesa de abajo permanece desordenada y desatendida. Son pocos todavía los que acuden a ella para alimentarse y encontrarse. Los posibles comensales están regados en otros lados, en la Sociedad Civil, en las Organizaciones No Gubernamentales, en las Organizaciones Políticas y Político-Militares, en los Partidos Políticos, en las Iglesias, en los Medios de Comunicación, incluso en el Ejército. Por ahora cada cual está buscando saciar su propia hambre. Su colectividad está, aún, sólo en la desesperación. Son, somos, una esperanza fragmentada, un arcoiris de luz por hacerse todavía. Tal vez no somos «nuevos» actores políticos en la moderna escena nacional, tal vez somos los mismos actores de siempre, los que siempre deben callar mientras los «importantes» declaman sus parlamentos y reciben flores, aplausos y chiflidos. En la nueva escena que queremos hacer realidad, la soberanía nacional se mantiene y triunfa.
Tal vez somos los mismos de siempre, pero siempre otros, nuevos, mejores.
La mesa de abajo permanece todavía sin llenarse. Dicen que para sentarse a ella sólo se requiere dignidad y… ¡¿un periscopio?!
Vale. Salud y… ¿qué? ¿Falta una mesa para que sean tres? ¡Ah sí! La tercera fue y es la primera, Una mesa para enamorar a la mar. (Llave Segunda).
Desde (la mesa tres de) las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, Febrero de 1998.
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