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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Oct231996

«El caracol del fin y el principio» y «La historia de la persona viva y la persona muerta» 

Ejército Nacional Zapatista de Liberación Nacional. México, 23 de octubre de 1996

A: La sociedad civil nacional e internacional

De: Sup Marcos

Señora:

Sí, nosotros otra vez. Pero no se angustie usted. No todavía. Ahora le escribimos para agradecerle la perturbadora alegría que llevó a la comandante Ramona, y con ella a todos nosotros, al centro del Poder en México. Algunas imágenes hemos visto de lo que pasó esos días en que todo el sistema político mexicano tembló por el paso de nuestra arma más poderosa. Y también supimos del Congreso Nacional Indígena. Y de ese su franco llamado a la lucha que se resume en la subversiva bandera de «Nunca más un México sin nosotros». Sí, ese «nosotros» es una invitación difícil de resistir. Bueno, creo que lo que sigue es: «Nunca más un mundo sin nosotros» ¿No? Sí, claro, todo salió bien. Sí, tiene usted razón, fue como una fiesta. Claro que a más de uno se le habrá arruinado el almuerzo, pero ya sabe usted que esas cosas pasan.

¿Sabe usted? Algo muy raro ocurre en este país. Cuando usted no da muestras de vida y se encierra en problemas que cree individuales, el Poder sonríe y todo lo deja para después, pero en el momento en que usted se empeña en hablar y en salir a la calle y en bailar, al supremo gobierno le entran unas ganas urgentes de dialogar y dar muestras de querer resolver los problemas. No, no sé por qué ocurra esto, pero qué bueno es cuando usted sale y baila esa tonadita que va así… ¿cómo era la tonadita? ¡esa mera!

Bueno, también le escribo para decirle que nosotros seguimos en el diálogo y hoy (le escribo estas líneas en la madrugada) terminamos este primer encuentro que llaman «tripartito» porque uno debe partirse en tres para no perder de vista lo local, lo nacional y lo galáctico. Y hablando de galaxias, ya me regreso a la ceiba. No, no es que tema que el Heriberto haya terminado con los dulces en mi ausencia, o que la Eva haga seminarios de feminismo con esa película de Pedro Infante que se llama Qué te ha dado esa mujer. No señora, a mí no me ha dado nada, así se llama la película. Tampoco me vuelvo a lo alto de la ceiba porque quiera evitar los balonazos del Olivio o las preguntas de la Yeniperr, y créame que son igual de temibles los unos y las otras. No, resulta que… bueno… sabe usted… en fin… es que… ¿no ha escuchado usted eso de que de las lunas la de octubre es más etcétera? ¿Sí? Bueno, pues resulta que la otra madrugada me le escapé al cinturón de seguridad y… No… Deveras que no, lo único que agarré fue un resfriado que, cada vez que estornudo, olvídese usted de la sacudida del 1o. de enero. Bueno, el caso es que me escapé porque, cuando estoy aquí me tienen encerrado dentro de cuatro paredes blancas donde no vienen a verme mis amigos ni de vez en vez, ni de dos en dos, ni de seis a siete. Me salí y, antes de que me atraparan los de seguridad, alcancé a ver una luna que me recordó otra luna, hace dos años…

Y en esa madrugada, como en ésta, era la luna un solitario pecho desvaneciéndose en la nocturna mano del deseo. Pero en esta madrugada releo la última carta de Durito y, debo advertirle, Durito tiene una marcada tendencia por los tratados filosóficos, así que, con la carta, viene lo que a continuación sigue y que se explica por sí sólo desde el título porque se llama…

*

«El caracol del fin y el principio»

(El neoliberalismo y la arquitectura o La ética de la búsqueda contra la ética de la destrucción)

Hay en la selva Lacandona, en el suroriental estado mexicano de Chiapas, un poblado desierto y rodeado de puestos militares fuertemente armados. El nombre de este pueblo abandonado fue Guadalupe Tepeyac. Sus habitantes, indígenas tojolabales, fueron expulsados por el Ejército gubernamental mexicano en febrero de 1995, cuando las tropas federales pretendían asesinar a la dirección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Pero no es del doloroso exilio de estos indígenas, que pagan su rebeldía viviendo en las montañas, de lo que quería hablarles. Yo quería hablarles de una obra arquitectónica que nació, a orillas del entonces viviente Guadalupe Tepeyac, en julio y agosto de 1994. Analfabetas en su mayoría y con una escolaridad de 3o. grado de primaria en el más «preparado» de ellos, los arquitectos tojolabales levantaron, en 28 días, una construcción capaz de recibir a 10 mil asistentes a lo que los zapatistas llamaron la «Convención Nacional Democrática». En honor a la historia mexicana, los zapatistas llamaron al lugar del encuentro Aguascalientes. El espacio de la gigantesca reunión tenía un auditorio para 10 mil asistentes sentados, un presidium para 100, una biblioteca, una sala de cómputo, cocinas, casas de hospedaje, estacionamiento. Incluso, dicen, tenía un «área para atentados».

En fin, todo esto es más bien anecdótico y se puede conocer por otros medios (hay libros, reportajes, fotos, videos y películas de aquella época). Ahora lo que interesa es hablar de un detalle que pasó desapercibido para todos los asistentes al Aguascalientes de Guadalupe Tepeyac en ese año de 1994 (Aguascalientes fue destruido en febrero de 1995). El detalle al que me refiero era tan grande que, por lo mismo, no podía ser advertido a simple vista. Es de este gigantesco e inadvertido detalle del que trata este escrito.

Resulta que el auditorio y el presidium estaban en medio de un gran caracol de ida y vuelta, sin fin ni principio. Permítame explicarle, no se desespere usted. Los indígenas zapatistas habían levantado un auditorio más o menos convencional: una especie de escenario que semejaba la quilla de un barco, una parte plana al frente, con sillas, y una tribuna con bancas de madera (aprovechando la ladera de una colina). En fin, nada extraordinario. Si acaso algo llamaba la atención era que las bancas estaban montadas sobre horcones y amarradas con bejucos. No había ningún metal en esa tribuna.

Puestos a resolver la construcción de las casas de hospedaje, la biblioteca y otras instalaciones, los jefes indígenas tojolabales de la insurrección zapatista, ahora arquitectos improvisados, empezaron a levantar casas en un aparente desorden que, eso creyó el Sup entonces, se limitaba a salpicar los alrededores del gigantesco auditorio. No fue hasta que, haciendo cuentas de la capacidad de albergue de cada construcción, el Sup se dio cuenta de que una de las casas estaba «chueca», es decir, tenía una especie de quiebre incomprensible en uno de sus extremos. No le puso mayor atención. Fue el comandante Tacho, tojolabal, quien le preguntó:

–¿Qué te parece el caracol?

–¿Cuál caracol? –le respondió el Sup, siguiendo con la tradición zapatista de respuestas que son preguntas, el eterno juego de la interrogante frente al espejo.

–Pues el que rodea al auditorio –le respondió el comandante Tacho como si dijera: «hay luz en el día». El Sup se le quedó mirando y Tacho entendió que el Sup no entendía lo que él entendía, así que lo llevó hasta la casa «chueca» y le señaló al techo donde los travesaños hacían un caprichoso quiebre.

–Aquí es donde da curva el caracol –le dijo.

Seguramente el Sup puso cara de «¿Y?» (igual que usted la estará poniendo ahora), por eso el comandante Tacho se apresuró a hacerle un dibujo en el lodo, con una varita. El dibujo de Tacho representaba la ubicación de las casas que rodeaban el auditorio y sí, gracias a ese quiebre de la casa «chueca», el conjunto semejaba un caracol. El Sup asintió en silencio después de ver el dibujo. El comandante Tacho se fue a ver lo de la lona que serviría para cubrir el auditorio en caso de que lloviera.

El Sup se quedó parado, frente a la casa «chueca», pensando en que la casa «chueca» no estaba «chueca». Simplemente era el curvado quiebre que el caracol necesitaba para dibujarse. En eso estaba, cuando un periodista se le acercó y le preguntó, buscando un respuesta de profundo contenido político, que qué significaba para los zapatistas el Aguascalientes.

–Un caracol –le respondió lacónico el Sup.

–¿Un caracol? –preguntó y se le quedó viendo como si no hubiera entendido su pregunta.

–Sí –le dijo. Y, señalándole el punto de quiebre de la casa «chueca», el Sup se retiró.

Sí, estoy de acuerdo con usted. El caracol en torno al Aguascalientes sólo podía haber sido advertido desde la altura. Es más, sólo a partir de determinada altura.

Quiero decir que había que volar muy alto para descubrir el caracol zapatista que se dibujaba en estas tierras pobres y rebeldes. En uno de sus extremos estaba la biblioteca y en el otro la antigua «casa de seguridad». La historia de esta «casa de seguridad» es muy semejante a la del EZLN en las comunidades indígenas mayas. Esa casita la hicieron alejada del pueblo, para que nadie los viera, los primeros tojolabales que se incorporaron al EZLN. En ella hacían sus reuniones, estudiaban y juntaban las tortillas y el frijol que mandaban a las montañas, a donde estaban los insurgentes.

Bien. Ahí estaba el caracol maya. La espiral sin inicio ni final. ¿Dónde empieza y dónde termina un caracol? ¿En su extremo interno o en el externo? ¿Un caracol entra o sale?

El caracol de los jefes mayas rebeldes comenzaba y terminaba en la «casa de seguridad», pero también comenzaba y terminaba en la biblioteca. El lugar del encuentro, del diálogo, de la transición, de la búsqueda, eso era el caracol de Aguascalientes.

¿De qué cultura «arquitectónica» sacaron los indígenas zapatistas su idea del caracol? Lo ignoro, pero ciertamente el caracol, esa espiral, invita lo mismo a entrar que a salir y, en verdad, no me atrevería a decir cuál es, en un caracol, la parte que lo inicia y cuál la parte que lo termina.

Meses después, en octubre de ese mismo año de 1994, un pequeño grupo de la sociedad civil se llegó hasta el Aguascalientes para terminar la instalación de la luz en la biblioteca. Se despidieron después de unos días de trabajar. Esa madrugada, particularmente fría y nebulosa, la luna era una promesa para reposar la mejilla y el deseo, y un cello desangraba algunas notas a medianoche y media neblina. Parecía una película. El Sup observaba desde un rincón, protegido por las sombras y el pasamontañas. Una película. ¿El final o el principio de una película? Después de que ese grupo partió, ya nadie regresó al Aguascalientes hasta en la fiesta de fin de año. Después desaparecieron de nuevo. El 10 de febrero de 1995, tropas aerotransportadas del Ejército federal tomaron Guadalupe Tepeyac. Cuando el Ejército del gobierno entró en Aguascalientes, lo primero que hizo fue destruir la biblioteca y la casa de seguridad, el principio y el fin del caracol. Después fue destruyendo lo demás.

Por alguna extraña razón, el punto de quiebre de la casa «chueca» permaneció en pie varios meses después. Según se cuenta, sólo se cayó hasta que, en diciembre de ese año 1995, otros Aguascalientes nacieron en las montañas del sureste mexicano…

Todo lo anterior demuestra que la ética del Poder es la misma que la de la destrucción, y la ética del caracol es la misma que la de la búsqueda. Y esto es muy importante para la arquitectura y para entender el neoliberalismo. ¿O no?

*

Así termina la ponencia de Durito que, como usted podrá apreciar, es sólo para especialistas…

¿Qué a qué viene todo esto de escarabajos, caracoles y lunas arreboladas? Bueno, la verdad es que hace diez años y en otra madrugada de octubre, el Viejo Antonio me explicó que el caracol sirve para verse dentro y saltar hacia arriba, pero eso se lo contaré en otra ocasión. Ahora le digo de la ponencia de Durito porque él es muy escrupuloso en eso de que, dice, «la humanidad debe beneficiarse de mis grandes conocimientos».

Sí, tiene usted razón. Yo también pienso que, para ser un escarabajo, es bastante pedante, pero él dice que los andantes caballeros no son pedantes, sino que, simplemente, son sabedores de lo fuerte de su brazo y lo grande de su talento, cuando de azotar malandrines y burlar bellacos se trata.

Bueno, señora, ya me despido. Esperamos que no se vaya usted a olvidar de que por acá andamos todavía nosotros. Bueno, cuando menos esperamos que no se olvide usted muy seguido.

Vale. Salud y la pregunta que queda pendiente es: Si uno está dentro del caracol, ¿hacia dónde debe caminar? ¿Hacia adentro o hacia afuera?

Desde las montañas del Sureste Mexicano

Subcomandante insurgente Marcos

México, octubre de 1996

P.D. QUE CUMPLE SU LABOR EDITORIAL.- ¡Ah! Me olvidaba. En la carta de Durito viene un cuento que, se supone, debo agregar a su libro Cuentos para una soledad desvelada, en la sección llamada «Cuentos para decidirse». Aquí le va, pues. El cuento se llama:

 

«La historia de la persona viva y la persona muerta».

Había una vez una persona viva y una persona muerta.

Y entonces la persona muerta le dijo a la persona viva:

Ay, qué envidia tú, tan inquieta-.

Y entonces la persona viva le dijo a la persona muerta:

Ay, qué envidia tú, tan tranquila-.

Y en eso estaban, o sea que envidiándose, cuando pasó, a todo galope, un bayo caballo bayo.

Fin del cuento y moraleja: Reitero que toda opción terminante es una trampa. Es preciso encontrar al bayo caballo bayo.

Don Durito de La Lacandona.

(para cartas de admiración, solicitud de entrevistas, claveles y firmas de apoyo para la «Sociedad Escarabajil AntiBototas», favor de dirigirse a «Hojita de Huapac #69, Montañas del Sureste Mexicano (al ladito de donde vive el Sup)». Ojo para llamadas telefónicas: si la contestadora automática no responde, no preocuparse. Es que no tengo.)

Vale de nuez. Salud y, ya que estamos en las trampas de las opciones terminantes, todos estarán de acuerdo conmigo en que, puestos a escoger entre el irse o el quedarse, siempre será mejor… venirse.

El Sup agripado y, como es evidente, con algo de fiebre.

 

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