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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Jun301996

Inauguración del Foro para la Reforma del Estado. La historia del principio y del fin

30 de junio de 1996

Por mi voz habla la voz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Junio se deja caer sobre la montaña con el acuoso disfraz de la lluvia. Una luna, con impermeable oscuro, guarda su tez de las salpicaduras del lodoso dolor de la realidad indígena. Una carta, garabateada con tinta azul, transmite el cansado desvelo que la muerte, un poco ajena y un poco propia, conduce la cacofónica mano del hermano que escribe para que el corazón lea:

Historias de un almanaque, de Bertolt Brecht. Una edición cuya portada es una hoja de calendario que dice «miércoles 19». Adentro, en una de las «Historias del señor Keuner», dice de «la fatiga de los mejores»:

«-¿En qué trabaja usted? -pregunta al señor K. El señor K respondió:

«-Me está costando una fatiga enorme preparar mi próximo error.»

Tiembla el doble corazón que lee, tiembla el corazón que escribe, tiembla la muerte dudando si debe llegarse ya o debe seguir con su exasperante rondín. Vida y muerte parpadean, se guiñan los ojos y los espacios, se siguen la una con la otra, sigue el vuelo sin definirse de la moneda, el águila o sol definitivo, el sol o sol imposible, el águila o águilas impensando. Unas gotas emborronan de azul las hojas, se llueve adentro como ayer afuera. Ayer, diez años ayer, ciento veinte meses ayer, tres mil seiscientos cincuenta días ayer. Ayer…

Ayer, la lluvia se metía por todos lados. La champa del viejo Antonio parece una sombra inútil en la tormenta con que junio reanimaba el maíz que ya se apagaba en la dura tierra de un mayo demasiado largo. Yo no sabía si estaba dentro o fuera de la champa, me mojaba igual que si no hubiera techo. Traté de resguardar el arma de la lluvia por no hacer inútil la limpieza de la mañana, y no por el temor de que no funcionara luego. Un relámpago interno, el chispazo del viejo Antonio encendiendo su cigarrillo, me recordó que, a pesar de las goteras de techo y gorra, estaba dentro de la troje del viejo Antonio. Más por el reflejo que por ganas de fumar, traté de encender la pipa, pero un goterón arruinó el tabaco que empezaba a humear en la cazuela. El viejo Antonio me consoló de la mejor forma en que se le ocurrió, y lo que se le ocurrió fue contarme

La historia del principio y del fin

«Ya se tenía un buen rato que el ayer se ponía viejo y solo en un rincón del mundo. Ya tenía rato que los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros, se habían quedado dormidos. Mucho se habían cansado de bailarse o de hacerse caminos y preguntas. Por eso se habían quedado dormidos los dioses primeros. Ya se habían hablado con los hombres y mujeres verdaderos y ya se habían llegado al acuerdo entre todos que había que seguirse caminando. Porque caminando es como el mundo se vivía, así es como dijeron los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros.

«-¿Hasta cuándo seguiremos caminando? -se preguntaron los hombres y mujeres de maíz.

«-¿Cuándo nos empezamos pues? -se respondieron los hombres y mujeres verdaderos porque así habían aprendido de los dioses primeros, que a una pregunta siempre se contesta con otra pregunta.

«Pero los dioses primeros se despertaron luego. Porque los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, no se pueden quedar dormidos cuando escuchan una pregunta y entonces se despertaron y se pusieron a tocar la marimba y una canción se hicieron con las preguntas y bailaban y cantaban: «¿Hasta cuándo seguiremos caminando? ¿Cuándo nos empezamos pues?» Y ahí se estarían todavía, bailando y cantando, si no es porque los hombres y mujeres verdaderos se pusieron bravos y les dijeron que ya estuvo bueno de tanta bailadera y cantadera y que querían las respuestas a sus preguntas y ya entonces se pusieron serios los dioses primeros y se dijeron:

«-Tienen pregunta los hombres y mujeres que de maíz hicimos. No muy sabedores nos salieron estos hombres y mujeres. Buscan la respuesta fuera, sin darse cuenta de que ya la tienen detrás y delante de ellos. No muy sabedores son estos hombres y mujeres, como elote tierno son -dijeron los dioses primeros y dale que empiezan a bailarse y a cantarse de nuevo y otra vez que se ponen embravecidos los hombres y mujeres verdaderos y que ya estuvo bueno de burlarse y que cómo está eso de que la respuesta la tienen delante y detrás de ellos y los dioses primeros les dicen que en la espalda y en la mirada están las respuestas y los hombres y mujeres de maíz se miran entre ellos y todos saben que no entienden nada pero callados se quedan y los dioses más grandes les dicen:

«-En la espalda se empezaron los hombres y mujeres de maíz porque acostados se nacieron y como son de maíz de la tierra se nacieron. En la espalda se empezaron a caminar. Su espalda siempre queda detrás de su paso o de su estarse quietos. Su espalda es el principio, el ayer de su paso.

«Y los hombres y mujeres verdaderos no muy entendieron esto pero como el comienzo ya había comenzado y el ayer ya había pasado, pues no se preocuparon de eso y entonces repitieron:

«- ¿Hasta cuándo seguiremos caminando?

-Eso es más fácil de saber -dijeron los dioses que nacieron el mundo. Cuando su mirar pueda mirar su espalda. Sólo basta que caminen en círculo, hasta darle la vuelta a su paso y se alcancen a sí mismos. Cuando caminen bastante y alcancen a mirar su espalda, aunque sea de lejos, entonces ya acabaron, hermanitos y hermanitas -dijeron los dioses primeros cuando ya se empezaban a dormirse.

«Y muy contentos se pusieron los hombres y mujeres verdaderos porque ya sabían que sólo tenían que caminar en círculo hasta que alcanzaran a ver su espalda. Y un buen rato se pasaron así, caminando para alcanzar su espalda y ya después se detuvieron un rato a pensar por qué no acababan de caminarse y se dijeron:

«-Mucho cuesta esto de alcanzar el principio para llegar al final. No se acaba esto de caminar y mucho dolor sale de pensar cuándo llegaremos al principio para terminar nuestro paso -y unos y unas se desanimaron y ahí nomás se quedaron sentados, enojados porque el camino hacia el principio para llegar al final no se acababa.

«Pero otros y otras se siguieron caminando con muchas ganas y dejaron de pensar de cuándo van a llegar al principio para alcanzar el final y mejor se pusieron a pensar en el camino que se iban caminando y, como era en círculo, en cada vuelta querían hacerlo mejor y cada vuelta que daban pues mejor les salía el paso y entonces se estaban contentos y mucho contento les daba eso de caminarse y un buen rato estuvieron caminando y, sin dejar de caminarse, se dijeron:

«-Está alegre este camino que somos, caminamos para hacerlo más bueno el camino. Somos el camino para que otros se caminen de un lado a otro. Para todos hay principio y fin en su camino, para el camino no, para nosotros no. Para todos todo, nada para nosotros. Somos el camino pues, tenemos que seguirnos.

«Y para que no se olvidaran, un círculo se dibujaron en la tierra y andando en círculo todo el mundo se caminaban y caminan los hombres y mujeres verdaderos. No terminan ni acaban en su lucha por hacer mejor el camino, por hacerse mejores. Por eso después los hombres se creyeron que el mundo es redondo, pero qué va a ser, esta bola que es el mundo no es más que la lucha y el camino de los hombres y mujeres verdaderos, caminando siempre, queriendo siempre que el camino les salga mejor de los pasos que caminan. Caminando siempre y no se tienen ni principio ni fin en su caminadera. Ni cansarse pueden los hombres y mujeres verdaderos. Siempre quieren alcanzarse a sí mismos, sorprenderse por detrás para encontrar el principio y así llegar al final de su camino. Pero no lo van a encontrar, lo saben y no les importa ya. Lo único que les importa es ser un buen camino que trata siempre de ser mejor…»

Se calla el viejo Antonio pero la lluvia no. Yo le iba a preguntar que cuándo se va a acabar esta lluvia, pero parece que el ambiente no está para preguntas sobre principios y finales. Me despido del viejo Antonio.

Salgo a la lluvia y a la noche, aunque ni las pilas nuevas ni mi focador puedan diferenciar una de otra. El ruido de mis botas en el lodo me impide escuchar las palabras de despedida del viejo Antonio:

– No te canses preguntando cuándo acabará tu camino. Ahí donde el mañana y el ayer se unen, ahí acabará…

Me costó mucho trabajo empezar a caminar, sabía que me iba a resbalar en el lodo ahí adelante, pero, aun sabiéndolo, tenía que caminar esa caída. Ésa y otras que seguirían después. Porque caminar es también tropezarse y caer. Y esto no me lo enseñó el viejo Antonio, me lo enseñó la montaña y créanme que el examen no fue nada fácil.

Esto que les cuento fue ayer. Llovía como otro ayer, como un ayer más acá del ayer del viejo Antonio. Ayer…

Ayer, 2 de enero de 1994. Madrugada. Las tropas insurgentes que tomaron por asalto la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, en el suroriental estado mexicano de Chiapas, inician su retirada después de retener por veinticuatro horas la antigua capital chiapaneca. Su imagen y palabra recorren ya el mundo con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En la salida de la ciudad, por la carretera que comunica con Tuxtla Gutiérrez, me reúno con el oficial encargado de resguardar esa posición. Le comunico la orden de repliegue y le indico el punto de reunión para que su unidad reciba instrucciones. El Capitán Insurgente de Infantería Pegro (ojo: Pegro, y no Pedro), sangre morena, indígena y chol, toma nota y me convida algo de la comida que algunos civiles le han regalado para celebrar el año nuevo. Mientras comemos discutimos la posibilidad de volar con dinamita la gran construcción que, sin terminar todavía, anuncia el Teatro de la Ciudad. Rodeada por cinturones indígenas donde la muerte y la humillación gobernaban, la soberbia de la ciudad había optado por enganchar su futuro a la mentira primermundista que tenía en Los Pinos a su gran alquimista. Incapaz de ocultar la miseria sobre la que crecía su poderío, el poder pretendía dirigir la mirada de todos a un futuro que, ignorándola, asesinaba la sangre morena que lo alimentaba. La región más pobre del más pobre de los estados mexicanos, los Altos de Chiapas, recibía como respuesta a sus demandas de mejores condiciones de vida el desprecio arquitectónico de un proyecto cultural que la excluía desde el momento en el que el mañana salinista no tenía lugar alguno para los indígenas. Pensamos dinamitar ese espacio de exclusión que el poder pretendía concluir. Sin embargo, mientras observábamos la sombra grotesca de varillas y concreto, el Capitán Insurgente Pegro se encendió un cigarrillo para aliviarse la helada y la angustia que nos mojaban los uniformes y las armas.

-¿Lo volamos? -pregunté mientras encendía mi pipa, un poco por acompañar a Pegro y un mucho para distraerme del peso que imponía el desafío que habíamos iniciado horas antes.

Pegro quedó viendo un buen rato el edificio, las maquinarias que lo rodeaban, las casas-bodegas que estaban a sus costados. Sus pensamientos duraron tanto como el cigarro que fumaba, es decir, una eternidad. Pero la eternidad, como cualquier cigarrillo, tiene un final, y al terminar ambos, Pegro se dio media vuelta y me dijo:

– No lo volamos. No para destruir nos alzamos. Queremos algo bueno y tenemos el derecho y la razón. Que quede. Tal vez algún día a ese edificio puedan entrar los indígenas como seres humanos y no como un ladrillo más.

Empezamos a guardar los cartuchos de dinamita, la mecha y los estopines. Entonces le dije:

– Tienes razón. Qué tal que un día hasta los zapatistas vamos a poder entrar a él.

– ¿Vivos? No lo creo -dice Pegro mientras camina delante mío rumbo a su posición-. Pero no importa tanto, el chiste es que puedan entrar los que son como nosotros. Merecemos un lugar junto a todos. No tenemos que destruir para ocupar el lugar al que tenemos derecho.

Yo me detengo. El ya no voltea cuando me dice:

– Bueno Sup, nos vemos luego -y agrega con el optimismo propio de los zapatistas- … si es que nos vemos.

La niebla es ya una húmeda piedra sobre la ciudad, todo lo oculta y sólo se adivinan algunos perfiles por entre la porosidad blanca.

El día de hoy, 30 de junio de 1996, treinta meses después de la madrugada en que el EZLN definió su propuesta de mundo nuevo, novecientos doce días después del ¡Ya basta! que fue y es espejo para millones de personas en todo el mundo, los zapatistas regresamos a la ciudad que nos prometió la muerte y el olvido. Novecientos doce días después de exigir a tiros un lugar en el mundo, los indígenas entran al Teatro de la Ciudad y no son ladrillo, cemento y sangre. Novecientos doce días después de decidirse por la vida y contra la muerte, los zapatistas entramos, vivos, al Teatro de la Ciudad de San Cristóbal de Las Casas, lugar donde todavía reina la soberbia, tierra donde merece ya anidar la esperanza.

Novecientos doce días después aquí estamos. Y, como hace dos años y medio, hoy venimos a hablar, a reiterar que exigimos, que demandamos, que merecemos democracia, libertad y justicia.

Treinta meses después, novecientos doce días después, ¿quién se atreve a decir que en este país existen ya la democracia, la libertad y la justicia? ¿Quién puede decir que es suficiente, que debemos detenernos, que podemos descansar y volver el corazón y el rostro a los muertos que nos nacieron?

Ayer, en la madrugada de 1994, en México se vivía la mentira de una bonanza económica que ahora sólo es un referente lejano para medir lo hondo de la caída. Una supuesta estabilidad política, sostenida sobre el poderío militar y monetario, nos regaló las elecciones más ilegítimas de la historia moderna de este país. Un señor, de nombre Carlos y de apellidos Salinas de Gortari, se autobsequiaba con el título del hombre del año y se reclamaba eterno acreedor de la gratitud de todos los mexicanos. El profetizado «choque de trenes» no ocurriría, simple y sencillamente porque en el sistema político mexicano no hay más andén que el del poder.

Ayer, en la madrugada de 1994, en México los indígenas eran piezas de baja cotización en las cacerías que, por diversión, organizaban regularmente gobernadores y caciques, caciques gobernadores y gobernadores caciques. En las tierras chiapanecas del Sureste mexicano gobernaba una persona que no había sido electa por los habitantes de estas tierras.

Ayer, en la madrugada de 1994, la llamada «sociedad civil» sufría el desprecio de los políticos en todo tiempo que no fuera la víspera de un proceso electoral. Las grandes decisiones sobre los destinos de la nación eran tomadas por un selecto grupo de políticos que, tal vez, algún día se tomarían la molestia de comunicar a los ciudadanos el rumbo que habían ya decidido y pactado.

Ayer, en la madrugada de 1994, preguntábamos:

¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados? […] ¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos? […] ¿De ser mexicanos todos? ¿De ser mayoritariamente indígenas? ¿De llamar al pueblo mexicano todo a luchar, de todas las formas posibles, por lo que les pertenece? ¿De luchar por libertad, democracia y justicia? ¿De no seguir los patrones de las guerrillas anteriores? ¿De no rendirnos? ¿De no vendernos? ¿De no traicionarnos?

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que, durante años y años, se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por dejar de tenerle miedo? ¿Los que nos llenaron las bolsas y el alma de declaraciones y promesas? ¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte «natural», es decir, de sarampión, tosferina, dengue, cólera, tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares? ;Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el ¡Ya basta! que devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a los muertos de siempre, nuestros muertos, que regresaran a morir otra vez pero ahora para vivir? ¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarnos? ¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua? ¿Los que nos tratan como extranjeros en nuestra propia tierra y nos piden papeles y obediencia a una ley cuya existencia y justeza ignoramos? ¿Los que nos torturaron, apresaron, asesinaron y desaparecieron por el grave «delito» de querer un pedazo de tierra, no un pedazo grande, no un pedazo chico, sólo un pedazo al que se le pudiera sacar algo para completar el estómago?

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?

¿El presidente de la república? ¿Los secretarios de estado? ¿Los senadores? ¿Los diputados? ¿Los gobernadores? ¿Los presidentes municipales? ¿Los policías? ¿El ejército federal? ¿Los grandes señores de la banca, la industria, el comercio y la tierra? ¿Los partidos políticos? ¿Los intelectuales? ¿Galio y Nexos? ¿Los medios de comunicación? ¿Los estudiantes? ¿Los maestros? ¿Los colonos? ¿Los obreros? ¿Los campesinos? ¿Los indígenas? ¿Los muertos de muerte inútil?

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?

Ayer, en la madrugada de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional luchaba por democracia, libertad y justicia.

Hoy, en 1996 y dos años después, en México se vive la mentira de una supuesta reactivación económica que sólo sirve para medir lo hondo de la caída. La supuesta estabilidad política es tal que los rumores sobre una posible renuncia del titular del poder Ejecutivo federal sólo sirven para medir el grado de ociosidad de la clase política. La posible renuncia del presidente no preocupa a nadie, y no preocupa por la sencilla razón de que nadie se daría cuenta el día que ocurriera. Así de estable es el rumbo de México. Un señor, de nombre Carlos y de apellidos Salinas de Gortari, ha concedido en compartir su prestigio con su familia y, por tercer periodo consecutivo, gana el galardón del más famoso. Nuestra gratitud se multiplica porque su caricatura hecha muñeco alivia el desempleo en las calles de México, y porque las noticias de sus perversidades suplen, en las mesas mexicanas, la falta de alimentos suficientes. En el semidesierto andén de la política mexicana, la pelea es, hoy, por subirse al único tren. El que tiene por destino el abismo.

Hoy, en 1996 y dos años después, en México los indígenas son piezas de baja cotización en las cacerías que, por diversión, organizan regularmente gobernadores y caciques, caciques gobernadores y gobernadores caciques. En las tierras chiapanecas del Sureste mexicano gobierna una persona que no ha sido electa por los habitantes de estas tierras.

Hoy, en 1996 y dos años después, en México la llamada «sociedad civil» sufre el desprecio de los políticos en todo tiempo que no sea la víspera de un proceso electoral. Las grandes decisiones sobre los destinos de la nación son tomadas por un selecto grupo de políticos que, tal vez, algún día se tomarán la molestia de comunicarnos a los ciudadanos el rumbo que ya han decidido y pactado.

Hoy, en 1996 y dos años después, seguimos preguntando:

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?

Hoy, en 1996 y dos años después, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional sigue luchando por democracia, libertad y justicia.

Ayer y hoy, el sistema político se empeña en mantenerse cerrado y excluyente. Sus dirigentes practican la «valiente» política del avestruz, confiando cada vez más al poder militar el control de una sociedad que merecería espacios de participación política en lugar de tanques de guerra y helicópteros artillados. Policías y militares se encuentran a sí mismos, no resguardando la seguridad o la soberanía nacionales, sino tratando de contener la rebelión de la gigantesca cadena de esclavos que nuestros gobernantes ofertaron al dinero sin patria ni ley. En la casa de los espejos que la complicidad criminal crea en los círculos del poder, las instituciones de la república legalizan el poder del narcotráfico y la corrupción en las gubernaturas del Occidente y el Sureste. Uno de los pocos y mejores servicios que han hecho los medios de comunicación a la conciencia nacional, el testimonio audiovisual de una matanza, se estrella, junto a la indignación de millones, contra la protección que el compadrazgo prodiga en las ensangrentadas tierras sureñas. Miles de nacionales deben abandonar sus hogares y marchar al frente de batalla en la Unión Americana en una guerra a la que llegan indefensos. La policía fronteriza y los paramilitares gringos ponen la pólvora, los mexicanos la sangre. Mientras, la otrora digna y valiente política exterior mexicana libra sus mejores batallas persiguiendo extranjeros en el Sureste mexicano y limpiando el servicio exterior del pánico y la esquizofrenia que provocan en Los Pinos. Un modelo económico que aumenta la criminalidad hasta la ciencia ficción, el que se nos ha impuesto a fuerza de amenazas, cárcel y muerte, obliga a aumentar el poder del aparato represivo y ridiculiza el Estado de derecho al reducirlo a darle marco jurídico a la muerte y a la persecución. Economía y política estatales hacen posible el caldo de cultivo para la criminalidad y el desgobierno, y también para el surgimiento de organizaciones políticas armadas. Olvidando que su modelo económico y su sistema político constituyen la gran fábrica de disidencias armadas y clandestinas, el Estado mexicano apuesta a oponerles a estas disidencias fuerzas militares y policiacas. El remedio no surte efecto y sólo aumenta el rencor social. Más saludable, política y económicamente hablando, sería modificar radicalmente el sistema político y económico que genera multimillonarios por un lado y guerrilleros por el otro. Un sistema político abierto, con igualdad de oportunidades para los actores políticos y los que no lo son, equilibrado y racional, sería más barato que los modernos programas de computación que el gobierno mexicano compra a los militares chilenos olvidando que, después de décadas de represión computarizada, con el país en ruina económica y con una profunda herida producida por el golpe, hoy los exportadores de software guerrerista tuvieron que rendirse a la evidencia de que un país sólo progresa y es gobernable cuando tiene un sistema político abierto e incluyente.

¿Cuántas apariciones de grupos guerrilleros son necesarias y en qué lugares, para que sociedad y Estado reconozcan que hay estados de la federación que se manejan como haciendas porfirianas? ¿Cuánta inestabilidad política y económica es necesaria para recordar que la cerrazón política del poder representado en Porfirio Díaz generó la guerra más cruenta que han tenido los mexicanos en su historia? ¿Cuántos muertos, cuánta destrucción, cuánta cárcel, cuánta impotencia, cuántos magnicidios, cuántos criminales refugiados en Irlanda o Manhattan, cuánta inseguridad económica, cuántos gobernadores narcotraficantes, cuánto país destruido? ¿Cuánto es necesario para reconocer que algo no funciona, que algo se pudre, que algo se muere definitivamente en el sistema político mexicano?

¿De qué país estamos hablando? ¿Dónde se gestó este México que nos avergüenza y oprime? ¿Qué república es ésta que ni siquiera resignación ofrece a quienes la habitan? ¿Tan sólo la desesperanza y la impotencia de ser «reprobados» si se señala el fracaso económico, o la descalificación de ser «profetas del desastre», merecemos los que queremos vivir?

¿De dónde viene la violencia? ¿Quién la promueve y alienta? ¿En dónde vive el culto a la muerte y a la destrucción? El sistema político mexicano, el gran sacerdote y feligrés de la religión de la muerte, por fin democratizó algo. Asesina lo mismo indígenas, que candidatos presidenciales o dirigentes partidarios. Los principales productos de exportación no son el petróleo, la madera o el café, ahora exportamos corrupción, drogas y dinero lavado en sangre. El fanático de la muerte recrea una y otra vez sus potencialidades: matar para seguir matando. El que mata a una persona es un homicida. El que mata a varios es un genocida. ¿Cómo se le llama al que mata a una nación?

El sistema político mexicano lo llama «Estado de derecho».

Y en cuanto algo nuevo empieza a surgir, algo como la esperanza que da el buscar algo nuevo y bueno, no como soldados, no como terroristas, como ciudadanos sí, entonces el poder revisa sus decretos, colecciona violencias y arremete contra todos. Persigue a los rebeldes, a los que parecen rebeldes, a los que pueden ser rebeldes, a los que pudieran pensar alguna vez ser rebeldes, en fin, a todos. El poder, el gran provocador de la violencia, grita su histeria y saca sus jueces, sus leyes, sus policías, sus ejércitos, su muerte. ¿Qué esperanza da el poder para los ciudadanos comunes y corrientes? ¿La de convertirse en delincuentes comunes y corrientes?

La esperanza de cambio nos la tenemos que dar nosotros mismos, a pesar del poder y, no pocas veces, a pesar de nosotros mismos. Tenemos el derecho a darnos la oportunidad de hablar y escuchar, de dialogar. El camino que ellos, los de arriba, nos ofrecen, nos imponen, no es el único. En todo caso tenemos todos el derecho de explorar para ver si hay otro México posible, uno que sea un poco menos cínico, un poco menos criminal, un poco menos cruel, un poco más mejor.

Muchos hablan, pero uno manda. Hay muchas mesas, pero para unos pocos: los que tienen un partido político y los que sería un problema matar… todavía. ¿Y los demás? ¿Cuántos mexicanos están incluidos en los cuatro partidos políticos con registro y en el EZLN? Cinco organizaciones en todo México tienen derecho a opinar sobre la reforma del Estado de un país con noventa millones de mexicanos. Claro, falta que ese derecho a opinar se traduzca en un cambio real. Pero si así fuera, ¿y los demás mexicanos? ¿Y las demás organizaciones? ¿Por qué no una mesa para muchos? Si el poder no está dispuesto a sentarse en esa mesa, ¿por qué no hacerla entre los muchos? Tal vez sean muchas las diferencias que hay entre los muchos, pero, ¿no podemos buscar lo que nos hace iguales sin perder lo que nos hace diferentes? ¿Es difícil? ¿Más difícil que vivir la muerte de los todos que somos? No parece ser muy difícil hablar. ¿Será imposible tratar de escuchar?

Nosotros hemos tratado de aprender a escuchar en estos treinta meses. Por eso hemos dicho claramente que estamos dispuestos a seguir la lucha por la vía política. Como hace dos años y medio, esta vía está cerrada para la mayoría de los mexicanos. No estamos llamando a optar por la vía violenta. Estamos llamando a abrir otra vía política. Si el poder cierra la vía política, abramos otra entre nosotros. Intentemos abrir una vía política inédita, una que prescinda del poder como referente, juez o jurado calificador. Una vía política que voltee el corazón, la mirada y las aspiraciones hacia la sociedad. Puede ser que el México que trata de monopolizar el poder no sea el único México posible. Una vía política con muchas fuerzas que no sólo sean políticas. Fuerzas sociales y fuerzas políticas volteando hacia lo que las forma y sustenta.

Hoy, nosotros, los zapatistas, hemos dado ya los primeros pasos para transformarnos en una fuerza política. Hemos definido ya, en nuestra Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, el perfil de la fuerza en la que nos queremos convertir. Hemos invitado a muchos mexicanos y mexicanas a tratar de construir, junto con nosotros, esta nueva fuerza política.

Sorprendentemente, esta iniciativa del EZLN provocó el terror entre las fuerzas de todo el raquítico espectro político en México. Negándonos a seguir siendo un mito, un símbolo cómodo o un objeto de solidaridad o caridad a larga distancia, hemos ofendido a quienes prefieren vernos acorralados en las montañas del Sureste mexicano, como un comodín en la manga del poder para su eterna partida de póker frente al espejo o como una interlocución que da prestigio o poder en la respectiva parcela. Hemos decidido salir, caminar los caminos de México y probar a ver si encontramos a otros como nosotros.

La solución al «conflicto», nombre que el gobierno da a la guerra contra los indígenas mexicanos, requiere voluntad, inteligencia o imaginación. Voluntad, inteligencia e imaginación para llegar a una solución política, justa y digna, ha mostrado el EZLN en estos novecientos doce días. ¿Puede decir lo mismo el gobierno?

Nosotros nos alzamos por democracia, libertad y justicia. Tenemos voluntad de llegar a ellas por vías políticas. Estamos dispuestos a todo por alcanzarlas, estamos dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno? ¿Hasta cuándo? ¿Cuál es la fecha límite para lograr la paz justa y digna? ¿Cuál es el calendario al que hay que ajustarse para lograr que se respete el derecho a luchar por ser mejores? ¿Son la soberbia de sus negociadores y sus planes de escalar puestos públicos los parámetros para decidir la paz o la guerra? Nosotros estamos dispuestos a dar todo por un país mejor, ¿cuánto está dispuesto a dar el gobierno por alcanzar la misma meta?

Hoy, en 1996 y dos años después, estamos aquí en un foro sobre la reforma del Estado, pero, ¿quién puede ignorar que una reforma del Estado mexicano debe plantearse con profundidad las demandas de democracia, libertad y justicia? Éste es, pues, un foro sobre la democracia, la libertad y la justicia.

Pero llegar a él no ha sido fácil. No venimos a este foro como ciudadanos normales. Al venir acá nos hemos despedido de los nuestros como si la muerte fuera algo más que un cálculo en las probabilidades de una estancia. Hemos dejado listas las sucesiones de mando, las indicaciones para lo previsto, el raquítico testamento de hombres y mujeres cuya única riqueza es la esperanza que muestran sus ocultos rostros, algunos recuerdos dispersos y tareas siempre pendientes. Los que tienen familia se han despedido no como alguien que va de viaje, sino como aquellos que saben que el no volver es algo más que un oscuro temor. La sombra de la traición, la certeza de una amenaza reiterada en todas partes, la prisión o la muerte como pago, éste es el destino probable de los delegados.

Tal vez por esto alguien ha tenido la idea de llamar a esto «Foro Especial». El foro al que convocan los condenados, los perseguidos, los recordados para buscar destinatario del golpe, los olvidados cuando de reconocimiento se trata.

Éste es el Foro Especial para la Reforma el Estado convocado por un grupo de mexicanos que mudan continuamente en su identidad. Un día son un «grupo de monolingües», otro día son «transgresores de la ley», otro día suben a la categoría de «inconformes», luego son «terroristas» y «delincuentes», después «ciudadanos que pueden participar en el diálogo nacional para la reforma del Estado», hoy somos «especiales», y así, cambiando según el inestable rumbo político de un poder que no está dispuesto ni siquiera a compartir la conducción de un país que se dirige a la destrucción.

Con sangre nos hemos ganado el derecho a ser tomados en cuenta. Dolor y muerte ha sido el costo para tener un derecho que debiera ser de cualquier ciudadano común y corriente.

Éste pretende ser un foro, un lugar de encuentro de ideas y de propuestas sobre la democracia, la libertad y la justicia en México. Un lugar de encuentro de ideas y de propuestas y no un foro donde sólo se intercambien o presenten teorías de lo que debe ser o es la reforma del Estado, la transición a la democracia, la libertad y la justicia como derechos demandados e insatisfechos.

No queremos que éste sea un foro más, un lugar que no tenga ningún resultado más allá del de un encuentro con buenas propuestas teóricas pero ningún impacto político. Un foro así sería un foro sin otro interlocutor que el mismo foro, una teoría política que se dirige hacia sí misma, un espejo pues. El democrático convenciendo a democráticos, el progresista reconociéndose progresista. La idea en la cómoda asepsia de la cátedra. La teoría que se oferta al mejor postor y acaba por malbaratarse ante la falta de clientes. No decimos que esto sea despreciable o estéril, pero sí que es insuficiente, es poco para lo que los zapatistas estamos pensando como nuestro futuro, es poco para el país. en el que queremos incluir nuestro futuro.

No queremos un foro que tenga como único destinatario al gobierno, es decir un foro que se plantee como único horizonte el de la mesa gubernamental o el Congreso. Y esto es así no sólo porque dentro del caos gubernamental es muy difícil reconocer a un interlocutor o a alguien con quien tratar de llegar a acuerdos sólidos, es así porque la crisis política actual no puede resolverse sólo en la esfera gubernamental y en el ámbito de los partidos políticos. Con esto queremos decir que también ahí se resuelve, pero la solución requiere más actores, nuevos sujetos, como dicen ahora, y con esto nos referimos a las organizaciones sociales, las organizaciones políticas no partidarias o sin registro, y gente sin partido, la sociedad civil pues. Sería un error pensar que el foro tiene como horizonte límite la mesa de San Andrés, pero tampoco es únicamente el Congreso de la Unión. Está dentro de sus expectativas, pero debe ir más allá.

Tampoco queremos un lugar que sólo sirva para que personalidades y líderes de organizaciones políticas de todo el espectro hagan declaraciones o buenas intenciones. No queremos que el foro sólo sea una especie de desplegado multimedia, donde dirigentes y personalidades se manifiesten por una cosa u otra.

Nosotros esperamos que el foro sea un poco de todo lo anterior y algo más, y este «algo más» es lo más importante. Es decir, queremos un foro en el que se presenten buenas propuestas teóricas sobre la transición a la democracia, un foro que pueda tener resultados concretos para San Andrés y para el Congreso, un foro para que se encuentren todos aquellos esfuerzos que se encaminan a la construcción de un amplio frente opositor, un foro que sea todo esto y algo más. Y el «algo más» es un foro cuyo principal interlocutor sea la sociedad. Decimos «interlocutor» y no «destinatario», un interlocutor es alguien de quien se espera respuesta y no sólo que reciba el mensaje.

Y nosotros esperamos que este foro sea un medio de diálogo con la sociedad civil, algo que vaya dirigido a sus oídos, a su cabeza y al corazón, algo que vaya en contra de la apatía y el escepticismo que reinan entre la mayoría de los ciudadanos. Nosotros esperamos de todos los que asistimos un compromiso. No el compromiso de suscribir una u otra posición ideológica. Sólo el compromiso de difundir lo que aquí se hable, lo que se discuta, lo que se acuerde y lo que no se acuerde. Difundirlo en sus lugares, en sus trabajos, con sus gentes. Extender la mesa de diálogo nacional que hoy intentamos a todo el país, a todos los sectores sociales, a todos los niveles. Abrir la discusión a todo el territorio. Construir la gran mesa de diálogo nacional que queremos, que necesitamos, que merecemos.

A esto hemos venido a este foro que, desde su voluntad incluyente y su ánimo de búsqueda nueva, rebasa con mucho el limitado nombre de Foro Especial para la Reforma del Estado.

Hemos venido a hablar y a escuchar. Hemos venido a ratificar nuestra voluntad de intentar una solución política. Hemos venido para recordar lo que somos, lo que fuimos y lo que queremos ser.

Hoy, treinta meses después de aquel primero de enero de 1994, venimos a hablar de democracia, libertad y justicia. Estas tres demandas fueron y son la columna vertebral del zapatismo.

Treinta meses después, novecientos doce días después y seguimos en lo mismo…

¿Hasta cuándo seguirán los zapatistas? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo nos vamos a cansar de lanzar iniciativas de paz con democracia, libertad y justicia?

¿Hasta cuándo nos vamos a cansar de luchar?

¿Hasta cuándo vamos a seguir resistiendo el proceso digestivo que el poder opera sobre todo el espectro político?

¿Hasta cuándo vamos a dejar de provocarle trastornos estomacales al poder?

¿Hasta cuándo vamos a dejarnos de levantar la esperanza como bandera, la dignidad como guía, el amor como arma y la alegría como futuro?

Y finalmente, ¿hasta cuándo vamos los zapatistas a dejar de ser zapatistas?

Contra lo que pueda pensarse, nuestra respuesta no es hasta la muerte o la victoria. Tiene plazo y meta perfectamente definidos: seguiremos luchando por democracia, libertad y justicia, seguiremos siendo zapatistas hasta ese momento que ya se adivina allá a lo lejos: el punto donde se unen los rieles de la vida, de la lucha, del sueño que encontró en las montañas del Sureste mexicano el ropaje fértil que hoy comparten miles en todo México, en América, en el mundo. Democracia, libertad, justicia. Nosotros estamos dispuestos a llegar hasta el final. Bienvenidos todos aquellos que tengan el mismo anhelo e idéntica terquedad.

Seguiremos luchando porque, como el señor K, como el viejo Antonio, como el hermano, creemos que hasta para cometer errores hay que trabajar duro y mirar siempre hacia el mañana. Ni para equivocarnos debemos detenernos. Sólo basta entender que, en la lucha, el principio y el fin son una trampa si se buscan separados.

Ésta es nuestra idea. Algunos la llaman necedad. Nosotros la nombramos esperanza…

Vale. Salud hermanos. Bienvenidos a lo que no tiene inicio, a lo que no termina nunca. Bienvenidos todos a la eterna lucha por ser mejores…

¡Democracia!

¡Libertad!

¡Justicia!

Desde las montañas del Sureste mexicano

Por el CCRI-CG del EZLN,

Subcomandante Insurgente Marcos

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