En La Realidad, en el Encuentro continental americano por la humanidad y contra el neoliberalismo, el viejo Antonio descubrió que todos los que se subieron al barco, son los mismos que habían sido excluidos, siempre, de todos los barcos.
Y por eso se subieron, contó Antonio al subcomandante Marcos, porque esos hombres y mujeres, jóvenes, algunos presos, la mayoría indígenas, «ya no quieren obedecer órdenes, sino participar, ser capitanes y marineros» y hacer avanzar ese barco hacia un futuro más grande, con seriedad y alegría, encontrándose los hombres.
Pero eso sí, alertó el viejo Antonio entre cigarro y cigarro, serán muchas las sombras, y costará mucho trabajo encontrar el sol de media noche, «ese que reúne a su alrededor la palabra y el deseo… por eso quiero decirles que no se vayan, que si se quedan también verán a la luna hacerse tambor y al viento golpetearle el deseo. Y verán que los grillos no son más que estrellas remolonas que protestan continuamente por haber caído, que las luciérnagas pintan caireles y que la luz se puede adivinar aun en los rincones más obscuros de la noche».
P.D. Que confiesa, vergonzante, lo que se debió haber dicho en la clausura y no se hizo porque esas cosas deben ser muuuuy serias. Quisiéramos decirles la verdad, que no queremos que se vayan, que mejor se queden para siempre en La Realidad. Así podrán darse cuenta de cómo, cuando la luna es apenas una pestañita de luz en la noche, esa ceiba que está allá a mi izquierda se arremanga las naguas y, siempre con el copete bien en alto, se pone a bailar un zapateado en medio de este prado y entonces yo me anudo bien el paliacate al cuello y, juntos, nos ponemos a girar y cualquiera diría que estamos borrachos pero no, es sólo esta luna que puede tocarnos nervios que no nos conocemos. Y verán que, en las noches más oscuras, vienen aquí a encontrarse los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros. Y hablan su palabra aquí los dioses primeros y cuentan maravillas y bajezas, y cuentan sus alegrías y sus penas, porque los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros, tienen sus lágrimas y sus risas, y a veces se desesperan de ya no encontrar el modo para hablarles a los hombres y mujeres y dicen que dicen que todavía tienen muchas qué decir y se caminan la noche para buscarlo al viejo Antonio y le hablan al oído la palabra verdadera y el viejo Antonio, muerto y todo, como quiera se lía un cigarrillo de tabaco y doblador y se pone a fumar y en las nubes de tabaco escribe las historias que los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros, le dictan para que busque el modo que las conozcan los hombres y mujeres de maíz, los verdaderos, y yo digo que por eso fuma tanto el viejo Antonio, fuma para que no se le olviden las historias que le dicen los dioses y también se camina la noche el viejo Antonio y en ella me busca para platicar o nomás para que le preste un fósforo para encender un cigarrillo y anoche me encontró y le encendí el fósforo y la llamita le iluminó el rostro cuando se acercó a encender el cigarro y yo le vi los ojos y me vi dentro de sus ojos y en ellos yo no estaba solo, estaba yo sentado con el viejo Antonio, igual que aquella noche de abril hace 10 años, cuando la presión en el pecho me ahogaba y como quiera estábamos ahí los dos fumando, viendo la fogata y nuestros pies, porque más allá no se veía nada, y yo creo que de tanto mirarnos los pies por entre el humo de fogata, cigarro y pipa, el viejo Antonio se acordó de algo y ahí nomás me contó…
La historia de los caminos y los caminadores
«En el antes no había después. El tiempo se estaba así quietecito, ansina como se está ahorita la noche. En el antes estaban los dioses más grandes, los que nacieron el mundo, los primeros. Sentados se estaban los dioses y no se tenían para dónde caminarse porque en el antes no había después y entonces pues no se movían porque no podían decirse que antes estuvieron en un lado y después en otro. Así estaban los dioses en el antes, y empezaba a llegar en su pensamiento que era necesario inventar el después porque si no muy triste se iba a estar el mundo siempre parado en el antes y nunca llegando al después. Y entonces uno de los siete dioses le dijo a los otros, o sea que se dijo a sí mismo que tenían que encontrar el modo de llegar al después y no estarse siempre en el antes y entonces los dioses se pusieron de acuerdo y dijeron que sí, que es muy buena la idea de encontrar el después y entonces se pusieron a bailar de contento pero no muy se podía bailar porque nomás se estaban en un mismo lugar o sea en el antes y entonces, así bailando como se estaban en el mismo lugar, se empezaron a chocar unos con otros y en su bailadera unos se aventaron para un lado y otros para otro y entonces el antes se hizo un poquito más ancho y con siete rayitas y una estrellita parecía el antes porque todavía estaba muy chiquito y entonces los dioses se dieron cuenta de que ya habían inventado el después porque antes estaban todos apelotonados en un lugar y ahora, o sea después, ya estaban un poquito más separados, y muy contentos se pusieron los dioses y se dieron a la bailadera porque de por sí así eran estos dioses que puro bailar querían y sólo buscaban pretexto para darle a la marimba y a las caderas, y entonces se dieron cuenta de que el después se quedaba muy chiquito porque ya no se avanzaban y el antes ahí nomás estaba bien cerquita y entonces se pusieron muy serios y acordaron encontrarse de nuevo en el antes para analizar bien la situación y sacar un buen acuerdo de cómo agrandar el después y no quedarse tan cerquita del antes, y entonces se encontraron los dioses en una como reunión preparatoria y ahí se pensaron cómo habían llegado a las siete rayitas que hasta una estrellita dibujaban y entonces se recordaron que fue cuando se pusieron a bailar juntos que se chocaron y se aventaron para un lado y para otro y que eso fue en el antes, pero que en el después ya habían quedado separados y entonces cuando se bailaban ya no se chocaban y entonces no se aventaban para uno y otro lado. Y entonces los dioses se pusieron muy contentos otra vez y dale de nuevo con la bailadera y otra vez se chocan y otra vez quedan en el después y entonces quedan separados y entonces se ponen serios otra vez y otra vez se encuentran en el antes y un buen rato se pasaron así, entre el antes y el después, entre el ponerse serios y darse a la bailadera, y ahí estuvieran todavía, en un antes y un después muy chiquito, si no es porque llegó una buena idea en su cabeza de ellos y sacaron el acuerdo de acompañarse todos en el después que le tocaba a cada uno y ahí hacían otro baile y otra empujadera y salían siete rayitas más en una de las siete rayitas primeras, y luego iban al después del otro y hacían lo mismo y así hicieron siete veces y entonces se encontraron de nuevo en el antes y vieron que el después ya estaba un poco más retirado del antes pero todavía era muy chiquito y ya tenían siete veces siete rayitas y vieron que era bueno pero no bastaba y que el antes y el después tenían que estarse bien retirados unos de otros y que había que repetir la bailadera ahora en el después del antes que era después del antes primero y vieron que estaba muy complicado ese trabajo y todavía tenían que hacer el mundo, porque éstos eran los dioses más grandes, los que nacieron el mundo, los primeros, y entonces sacaron el acuerdo de crear a unos que se encargaran del trabajo de bailar y ponerse serios y encontrarse y separarse para ir abriendo el antes y el después y entonces dijeron que tenían que ponerle nombre a las rayitas que salían después de cada seriedad y bailadera y le pusieron «caminos» a esas rayitas y a los que se iban a encargar del trabajo les pusieron «caminadores» y les explicaron cuál era su trabajo y que no era fácil porque cada rato tenían que regresar al antes para poder ir más lejos en el después y que tenían que aprender a bailar y a ponerse serios y tenían que aprender a encontrarse y ya después se fueron a dormir los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros, porque muy cansados se habían quedado de tanto bailar y ponerse serios y ya mandaron a los caminadores a hacer caminos y los dioses se quedaron dormidos dibujando estrellitas de caminos que se hacían estrellitas, y así fue como se crearon los caminos y los caminadores y fue un invento producto de la seriedad y la alegría de los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros…
«Se calla el viejo Antonio. Yo dejo de mirarme los pies y alzo la vista y me doy cuenta de que la madrugada ya insinúa al amanecer y que el viejo Antonio ya no está, que eso fue antes y que ahora es un después y que hay que hacerlo más grande, con seriedad y alegría, encontrándonos, volviendo al antes cada tanto… pero en el después la noche siguió cerrada como puerta negra y eran muchas las sombras y costaba mucho trabajo encontrar el sol de medianoche, ése que reúne a su alrededor la palabra y el deseo, y yo me acuerdo que quería decirles que no se vayan, que si se quedan también verán a la luna hacerse tambor y al viento golpetearle el deseo. Y verán que los grillos no son más que estrellas remolonas que protestan continuamente por haber caído, que las luciérnagas pintan caireles y que la luz se puede adivinar aún en los rincones más oscuros de la noche.
Y podrían darse cuenta de que, cuando la luna es velamen pardo, esta estructura, que de día semeja un auditorio hecho de madera corcho y huax, guarumbo, chacalté, pino, hormiguillo y canalté, de noche se convierte en un poderoso navío y todo es un trasiego de hombres y grandes cajas, incógnitos los unos y las otras. Y hay un olor a sal y a agua y todo es como la humedad de la preferencia de cada quien y el viento parece como que dice «¡vamos!» y de pronto parece que este barco nunca va a zarpar porque hay gente arriba y abajo y alguien se da cuenta de que los que se van a quedar están arriba y los marineros están abajo comiendo caramelos y agitando sus pañuelos diciendo adiós con una sonrisa melancólica, y los que están arriba están más bien aterrorizados porque se dan cuenta de que ellos se prepararon para comer caramelos en el puerto y para agitar con una sonrisa melancólica el pañuelo mientras veían alejarse el barco y no para escuchar las órdenes tronantes de ese capitán de fiero e incompleto rostro, grandes la nariz y la espalda, pata de palo y un relampagueante garfio en la siniestra. Y el bravo capitán está ordenando levar anclas y correr el velamen y «¡a toda máquina!» dice su ronca voz y nadie sabe qué hacer y alguien se atreve a preguntar «¿A poco tiene máquina esta cáscara de nuez?» y en la nuez de la garganta del desdichado se clava el garfio del capitán y ya nadie quiere hacerse el ingenioso y miran al capitán con miedo y con reproche y el capitán sólo ve la mitad, porque es tuerto, y a veces ve la mitad del miedo y a veces ve la mitad del reproche y como quiera se da cuenta de que no es cierto eso de que unos son marineros y otros despedidores y en verdad todos son marineros y todos son despedidores, lo que pasa es que no acaban de decidirse y el capitán tiene todo menos tiempo y además el capitán está bastante contrariado porque ha descubierto que la mayoría de la tripulación está formada por mujeres y el capitán es capitán y pirata pero no es suicida, así que con discreción corrige el letrero que decía «No se admiten mujeres» y tacha el «no» y queda un innecesario «se admiten mujeres», igual ocurre con los homosexuales y lesbianas, con los jóvenes, con los presos, con los indígenas, con los todos excluidos de todos los barcos, y el capitán hace una mueca que le deforma todavía más el deformado rostro y en cubierta hay miedo y reproche y tal vez sólo ella sepa que la mueca es una sonrisa, o tal vez no, tal vez tampoco ella lo sepa, pero el caso es que el capitán se sonríe porque hay barco y hay mar y el tabaco provee las nubes necesarias en este caso y la tripulación está perfectamente disciplinada, o sea que cada quien hace lo que quiere y nadie hace caso de las órdenes y todos están de acuerdo en que se subieron a este barco porque ya no quieren obedecer órdenes sino participar, ser capitanes y marineros y barco y mar y nubes y todo, y por supuesto esto hace que el barco no acabe de zarpar nunca o así parecía porque de pronto una brisa de esas que nadie sabe ni cómo ni por dónde lo saca del puerto y lo lleva a altamar y, con tanta rebeldía a bordo, el barquito no endereza para ningún lado sino que se queda dando vueltas como tiovivo de feria de pueblo y los grandes políticos se carcajean desde sus grandes atalayas porque ese barco pirata que ven no va a ninguna parte y sus tesoros y soberbias están a salvo de esos marineros que lo primero que han hecho al embarcarse es acercarse a la borda y arrojar una cantidad discreta del almuerzo que se habían empacado en el estómago, y resulta que los marineros están felices de que el barquito vaya de un lado a otro sin llegar a ninguna parte y el capitán no dice nada, pero se le adivina contento porque él siempre había querido tener un tiovivo con caballitos, cisnes, barquitos y, claro, una calesita para ella, y ya piensa en ponerle foquitos de colores y música y una taquilla donde alguien no venda boletos sino que regale helados de nuez, caramelos y bolsas para el mareo, y más allá habrá un puesto de algodón de azúcar que, por supuesto, no tendrá algodón de azúcar, sino nubes y plumines de colores para que cada quien pinte su nube del color que le venga en gana y seguro que desde arriba el barco se verá como un arcoiris hecho pelotas y el capitán ya se está imaginando una toma aérea porque el capitán lo que siempre ha querido es tripular un avión pero se cayó y tuvo que convertir en barco su aeroplano y él dice que se cayó no porque su avioncito fuera de papel sino porque allá arriba se estaba uno bastante solo y él en realidad lo que quiere es ser astronauta y hacer un encuentro interplanetario por la universalidad y en contra de algo y quiere hacer el encuentro en Marte y en verdad lo que quiere el capitán es poder decirle a ella «vamos a-marte» y el capitán sabe que ese chiste es de primaria pero a ella le va a arrancar una sonrisa como la de ahorita y de pronto al capitán le avisan que «¡hombre al agua!» y el capitán se sorprende pero no de que alguien se haya caído al mar sino de que le hayan avisado porque el desorden en cubierta es padre pero incapaz de coordinar nada y como quiera el capitán ordena que le avienten un salvavidas al naúfrago y por supuesto que nadie avienta nada de salvavidas y no por indisciplina, sino porque nadie se cayó al agua sino que un gracioso fue al baño y lo avisó de esa forma, y el capitán como quiera mira por si no hay tiburones cerca y no hay, pero saca su caña de pescar y lanza el hilo a donde hay que aventarlo o sea arriba y ahí queda el capitán esperando pescar un tesoro, una sirena o una estrella como esa que está allá arriba, ¿ya la vieron?, sí, esa que antes y después termina, continúa, comienza…
Vale. Salud y tened cuidado con aquellos arrecifes que llevan al camino del poder. Del navegar no importa el puerto al que uno vaya, sino esta sensación de hacer todo de nuevo…
El Sup levando anclas y tomando una pastilla para el mareo…
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