21 de marzo de 1996
A la prensa nacional e internacional:
Damas y caballeros:
Sí, comunicado. Además quería recordarles que, desde hace un año exactamente, les mandé preguntar quién era el autor de «Hay días en que la primavera nos invade por la herida más pequeña…», y es fecha que no me responden. Y, mientras ustedes están atareados con los helicópteros y gobernadores que se caen, y haciendo apuestas para ver si le voy a responder a Paz, la primera ratifica eso que escribió el Galeano y que dice, creo, «No era dolor, pero dolía. No era la muerte, pero mataba». Allá ustedes si no me hacen caso, pero es mi deber advertirles que no hay ni analgésico ni ataúd para esa pena.
Vale. Salud y que «siempre» sea sinónimo de «nuevo».
Desde las montañas del Sureste mexicano
Subcomandante Insurgente Marcos
P.D. que reitera su medianía poética. Iba yo a escribir que… «la luna era diente de leche en la boca nocturna de la selva, una pañoleta de plata ondeando sola, una diadema de luz para esa cabellera negra y manchada de estrellas». Iba yo a escribir que… «una nube, como trapo sucio, la arrojó de la noche». Iba yo a escribir cualquier cosa de éstas, pero me acordé que seguro que ya lo vieron en el cine y entonces sólo voy a escribir: «Luna en cuarto creciente, humedad relativa de tantos milibares, nublados parciales y vientos moderados de sur a norte…»
Estaba yo remendándome las botas y el corazón cuando llega Durito y me dice que ya tiene lista su colaboración para El Chamuco.
– ¿Y eso? -le pregunté sin siquiera voltear a mirarlo para no distraerme, porque cuando uno tiene una aguja en las manos, es como cuando uno tiene un suspiro en la piel, es decir, puede lastimar.
– ¿Cómo que «y eso»? ¿Ignoras que ahora me dedico a la caricatura artística? Además, ¿de qué te quejas? ¿Acaso no tú mismo le dijiste a ese caricaturista que se llama Wolinski que el mundo sería mejor si lo gobernaran los caricaturistas?
– No sólo lo dije, sino que lo ratifico. Aquí en México es preferible ser gobernado por un caricaturista y no por una caricatura.
– En eso tienes razón, y más a mi favor.
– Pero -lo interrumpo- una cosa es ser gobernado por un caricaturista y otra muy diferente es ser gobernado por un escarabajo caricaturista. Digamos que, como decía mi abuela, ¡sólo eso nos faltaba!
– A ti lo que te falta es cerebro y buen humor -dice Durito ofendido, pero no lo suficiente como para retirarse y dejarme terminar el último (por ahora) remiendo. Yo guardo silencio y pongo muuuucha atención en las puntadas finales.
Durito no se rinde (en fin, un escarabajo zapatista) y arremete:
– Eso de que tienes buen humor es un mito falto de ingenio. Con razón dicen que ya estás en tu atardecer… -dice Durito con un filo bastante mellado.
– Será «estamos en nuestro atardecer», porque te recuerdo que estamos juntos en esto. Si subimos, subimos juntos, y si bajamos, bajamos juntos -respondo mientras hago el último amarre (por ahora).
– Ya, ya, sólo falta que digas «hasta que la muerte nos separe». Además, te recuerdo que los intelectuales están reiterando sus críticas a tu cursilería, así que abstente de cualquier mención o posdata sobre la primavera y esas reiteraciones que se te ocurren cada marzo de dos años a la fecha -dice Durito mientras se acomoda en su escritorio.
– ¿Es eso un intento de censura? -digo mientras me pongo de pie y golpeo el suelo con la bota, por ver si quedó bien y para recordarle a Durito que la guerra, es decir, la pesadilla de las botas, no ha terminado. Durito ni se da por aludido, extiende un largo pergamino sobre su escritorio y lo mira por entre el humo de su pipa. Después de un rato me dice:
– ¡Ah, mi pálido y ojeroso escudero! ¡No entiendes nada! No es una cuestión de censura sino de buen gusto. Entiende que no te debes confundir: la pared que separa lo cursi de lo sublime es más delgada que la tela de esa araña que tienes en la gorra -la araña, en efecto, había ya tejido una hamaca irreverente entre las descoloridas pero respetables estrellas de mi gorra. La toleré un rato, pero cuando quiso extender sus dominios hasta mi nariz dije mi ¡Ya basta! y, con un estornudo sublime, la mandé a volar. Durito ríe.
Y, además de leer a los intelectuales, ¿cómo voy a saber cuándo escribo cursilerías y cuándo cosas sublimes? -pregunto mientras reitero estornudos.
– Es muuuy sencillo. Cuando tú escribes, escribes cursilerías. Y cuando yo escribo, escribo cosas sublimes. Si tú escribes «amor» lo acompañas de un banderín del Irapuato. Y si yo, el grande y sublime Don Durito de La Lacandona, escribo «amor», lo acompaño de un relámpago de esos que anuncian tempestades y naufragios. Es elemental, está en todos los tratados de estética -dice Durito mientras garabatea en el pergamino.
Yo estornudo como respuesta y escondo el papelito donde había escrito: «No es para marcar el inicio de la hendida luna de las caderas o para prometer el trigo que anuncia el vientre, no para hincharse luego de la vida que vendrá. Vuestra cintura existe sólo por y para mi abrazo…»
Arriba la lluvia ronronea…
P.D. que cumple lo prometido. Durito le mandó una caricatura al Naranjo y otra al Monsiváis. ¿Y el pergamino? Yo me lo encontré poco después. En él se leían las…
Instrucciones preliminares, provisionales, prescindibles, previsibles, preconcebidas y prematuras para resolver el acertijo de «Durito y el espejo»:
Primero. Tome usted las páginas de La Jornada Semanal, en donde apareció ese anárquico delirio que el Sup disfrazó de carta a Carlos Monsiváis, y extiéndalas en el suelo cuidando que las cuatro esquinas se orienten a los cuatro puntos cardinales, según las siguientes indicaciones: la esquina superior derecha apuntando al Sur; la esquina inferior izquierda apuntando al Norte; la esquina superior izquierda apuntando al Oriente; la esquina inferior derecha apuntando al Occidente.
Segundo. Quítese usted los zapatos (si es que la crisis no se los ha quitado ya) y, descalzo, párese justo en medio y encima del periódico extendido.
Tercero. Ahora baile usted, silbando, ese tango que dice «Cuesta abajo en mi rodada, las ilusiones pasadas etcétera». (No, no importa si usted tiene mala voz. Estamos resolviendo un acertijo, no haciendo una audición para interpretar a conocido expresidente.)
Cuarto. Hecho lo anterior, y si el periódico no se ha roto, haga usted un barquito de papel o un avioncito del mismo material.
Quinto. Si usted hizo un barquito de papel, entonces tome una pastilla para el mareo y embárquese por la humedad de su preferencia.
Sexto. Si usted hizo un avioncito de papel, entonces cierre los ojos para evitar el vértigo y cuélguese de ese olor que suele tener la humedad de su preferencia.
Séptimo. Ahora encienda usted su computadora y póngase a jugar el juego que más le guste (nota: si no tiene computadora, puede suplirla con un ábaco). Sí, ya sé que así no resolverá el acertijo, pero en cambio se va a divertir un buen rato.
Bueno, eso es todo por ahora. No olviden mandar sus soluciones a nuestra dirección para correspondencia intergaláctica: Hojita de Huapac n. 69, montañas del Sureste mexicano, Chiapas, México.
Nota de última hora. Debido al tumulto de protestas que recibimos por la perspectiva de tener que escuchar las «genialidades» del exseñor Del Valle, hemos cambiado el premio al que resuelva el acertijo. Así que ahora la recompensa es un vale para un refresco y una torta (para que el señor Zedillo ya no lo repruebe a usted en economía), mismo que podrá hacer efectivo cuando el PAN, el PRI y el PRD logren ser partidos de «centro» y usted, mi estimado lector y candidato permanente a presentar examen extraordinario, se dé cuenta de que le tocó estar en el extremo… de abajo.
¿Quién diría que el 97 se está decidiendo en la primavera del 96? Caprichos del calendario, creo.
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