A la sociedad civil nacional e internacional
Ejército Zapatista de Liberación Nacional
A: La Sociedad Civil Nacional e Internacional
Hermanos:
Les escribo en nombre de mis compañeros zapatistas. Les escribo para que, juntos, recordemos que tenemos memoria, para recordar que debemos recordar…
Hace un año, tal vez alguno lo recuerde, los funcionarios gubernamentales (incluido el así llamado presidente de la república) se atropellaban para hacer declaraciones en contra de los «malosos» de esa época (o sea, los zapatistas), los jefes militares se atropellaban para hacer declaraciones de sus «contundentes» victorias militares (como la destrucción de bibliotecas, hospitales y salas de baile), y nosotros nos atropellábamos en el repliegue a las montañas que habíamos ensayado ya en 1989. Entre tanto tráfico y atropellado, hubo un «actor», (así le dicen ahora al que acciona) sin nombre preciso ni rostro definido. ¿Un «transgresor» del ezetaelene? No, algo más, algo mejor. Se trató de un personaje que ahora recibe el desprecio de los grandes políticos y de los «intelectuales» (ésos que antes se atropellaban para rendir honores a Carlos Salinas de Gortari y ahora se atropellan para pedir que la opinión pública no proceda a los «linchamientos políticos y morales» de sus ilustres ex mandatarios… y de sus no tan ilustres «intelectuales»). El personaje al que le escatiman existencia y eficacia, el personaje que molesta e incomoda porque no hay esquema que lo ubique (que es una forma sutil de decir: «que lo coopte»), ni definición que le acomode. El personaje más protagonista de este fin de siglo en este país cuyos gobernantes se empeñen en desaparecer: la señora sociedad civil. Y ya están encima de mí Durito y mi otro yo (el primero encima de mi hombro derecho y el segundo entrando por encima de mi hombro izquierdo) criticándome por lo de «señora» sociedad civil…
No te adornes de feminista dice mi otro yo.
Tu machismo es del dominio público.
Durito no cuestiona el femenino sino las minúsculas.
Habéis de saber, mi narizón escudero, que los andantes caballeros nunca se refieren a fémina alguna con tan alto grado de «Señora» si no es con la mayúscula que la presenta y esto es así no sólo porque con las mujeres hay que andarse con tiento (sobre todo si son de armas tomar), sino porque el supremo oficio de la caballería andante no tiene más alto anhelo que el de hacer de toda doncella una Señora. Así que enmendad esa letra y remendaos la conciencia que la señora, si en verdad es Señora, sabrá perdonar…
Durito continúa leyendo una novela policíaca que le mandó, para que le dé su opinión, Manuel Vázquez Montalbán. Sea pues. Como buen escudero me atengo a lo dicho por Durito y espero un juicio benevolente para lo dicho por mi otro yo. ¿En qué estábamos?… ¡ Ah, sí! En que la Señora Sociedad Civil (Durito se asoma de nuevo y me dice que basta con la mayúscula en la «s» de «señora» y que no hay que exagerar), bueno, en que la Señora sociedad civil no se sumó (hace un año) al atropellamiento generalizado. En lugar de guardarse en casa, o cuando menos en la acera, la sociedad civil salió a la calle y organizó la calle (¿hay algún regente o alcalde que se pueda preciar de decir lo mismo?) y la convirtió en arroyo primero, en río después, y, si se descuidan, no tardaban en hacer un mar con todo y sus sirenas (de niebla y de las otras). Con la sociedad civil navegando en sí misma (¿o alguien se adjudica el honor de haberla organizado?, digo, ¿aparte de Muñoz Ledo?), el gobierno dejó de atropellarse en sus declaraciones y volvió a su rutina de contradecirse, los militares dejaron de atropellarse en la destrucción de bibliotecas («porque ya no había», dicen los generales), y los zapatistas dejamos de atropellarnos en el repliegue («porque ya no había pa’donde», dice Camilo). El diálogo regresó, pero ahora por un camino más largo y fatigoso. La «hazaña» de febrero de 1995 (que es la que quiere evitar el señor Limón Rojas cuando dice que Chiapas no saldrá en los libros de texto. «Porque vamos a desaparecer Chiapas», insiste el risueño Del Valle, «y de los zapatistas no van a quedar más que los zapatos, por eso hay que abreviar y ubicar a los que reconocemos como interlocutores en el futuro que les planeamos»), dejó, además de miles de indígenas sin casas y sin tierras, a un montón de civiles presos en las cárceles que, para zapatos y zapatistas, construye el gobierno desde la época de Venustiano Carranza.
Los presuntos zapatistas presos, presos por ser presuntos y por ser zapatistas. Presos los que quieren un país libre, justo y democrático. Libres los corruptos presuntuosos, libres por ser corruptos y por ser presuntuosos. Libres los que vendieron la libertad de una Nación, los que se burlaron de la justicia, los que definieron la democracia como «ésas son mamadas»…
Los presuntos zapatistas presos, tomados presos por soldados mexicanos. Por soldados mexicanos como los que adornan su hoja de servicios con la expulsión de los habitantes de Guadalupe Tepeyac, con la destrucción de Prado, con la demolición de la biblioteca de «Aguascalientes». Por soldados mexicanos como los que gastan su salario en las prostitutas que sus mandos «administran». Por soldados mexicanos como los que no entienden por qué los niños de Guadalupe Tepeyac, cuando se insultan, llaman «soldados» al que los ofende. Por soldados mexicanos como los de las tripulaciones de los tres helicópteros que en enero de 1996 «desaparecieron» sin que se encontraran señales de ellos. Por soldados mexicanos como… Los soldados mexicanos que forman filas en el Ejército federal se encuentran con que los engañaron. Durante años les enseñaron que su deber es defender a la Patria y ahora se encuentran persiguiendo a indígenas (como ellos) en Chiapas, Tabasco, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Hidalgo, Chihuahua, Michoacán, Campeche, Yucatán, Jalisco, Nayarit, y cualquier estado de la federación que sea sospechoso de ser lugar de residencia de mexicanos pobres. Pero, ¿no les dijeron los políticos que se trataba sólo de un grupo de «transgresores de la ley» cuya fuerza se limitaba a cuatro municipios? ¿No les enseñaron que un mi general, Cárdenas de apellido y Lázaro de nombre, devolvió a México lo que le pertenecía? Por las noticias, los soldados mexicanos se enteran de que los pozos petroleros que están tomando en Tabasco no serán para los mexicanos, sino que ya tienen cliente con otra bandera que no es la del águila devorando a una serpiente; por las noticias se enteran de que los montos petrolíferos que son el objetivo de la operación arcoiris en la Selva Lacandona ya tienen destino y que el futuro poseedor habla una lengua extraña a esta historia y a estos suelos; por las noticias se enteran de que el gobierno norteamericano militariza la frontera con México mientras a ellos, a los soldados mexicanos, se les ordena militarizar la frontera de México con México; por las noticias se enteran de que su «jefe supremo», el «señor presidente», recibe el más alto homenaje que Europa rinde a… ¡un vendedor! Los soldados mexicanos se empiezan a preguntar qué hacen persiguiendo mexicanos, dónde quedaron la Patria y su historia, dónde el honor y la vergenza…Pero no estábamos hablando de soldados. Cuando menos no estábamos hablando de soldados con armas de fuego («o de palo», dice Durito, que insiste en que el problema son las botas). Estábamos hablando de la Señora sociedad civil y de cómo, cuando nadie sabía qué hacer (hablo de políticos y militares, de cualquier signo o uniforme), supo qué hacer y, sorpresa!, lo hizo. Pasado el tiempo primero, cuando el olor a pólvora y a sangre era salado como el sudor, y después de aquellas cartas que mandamos a la sociedad civil nacional y a la internacional, alguien me escribió y, entre otras cosas, me preguntó por qué insistíamos tanto en interpelar a la sociedad civil, que era un ente que no existía («para el Poder, todo lo que no se pueda contabilizar, no existe», dice mi otro yo que para los axiomas y el escepticismo se pinta solo, y que éramos ingenuos en esperar de la sociedad civil algo que nunca podrá conseguir la transición a la democracia. Bueno me dije (porque ni siquiera respondí por escrito la carta), nosotros nunca hemos esperado que la sociedad civil consiga la transición a la democracia. Lo que nosotros hemos esperado, y seguimos esperando, es que la sociedad civil consiga algo un poquito más complicado, y tan indefinido como ella misma, un mundo nuevo. La diferencia de antes y ahora, es que ahora queremos participar junto con ella en ese sueño que nos libre de la pesadilla. No pretendemos dirigirla, pero tampoco seguirla. Queremos ir junto a ella, marchar a su lado. ¿Ingenuos irremediables? Puede ser, pero, frente al cinismo «realista», la ingenuidad puede producir, por ejemplo, un primero de enero, y hay que ver el montón de sueños que trajo un primero de enero. Así que no tenemos nada que perder, la Señora sociedad civil y los zapatistas compartimos el desprecio que nos tienen los grandes políticos, compartimos la indefinición en el rostro y el nombre difuso, ¿por qué no compartir un sueño? Créanme que cualquiera que sea el despertar, siempre será mejor, infinitamente mejor, que la pesadilla que hoy padecemos…
Así pues, permítanme saludar desde estas letras a esos hombres y mujeres que son los presos políticos zapatistas, permítanme saludar su empeño y su dignidad. Permítanme saludar a los indígenas chiapanecos, a esos hombres y mujeres que han preferido el ejemplo digno a la rendición cómoda.
Pero, sobre todo, permítanme saludar a la Señora sociedad civil, a los hombres y mujeres que no existen, que no tienen nombre, que sin rostro son. Permítanme agradecerles que existan, que tengan un nombre poco conocido, que lleven un rostro como cualquiera. Permítanme hacerles un regalo, no una promesa ni una intención, una flor sí. Una flor roja. Roja no por la sangre y no por las ideas. Roja porque sí, porque no encontré otra. Roja porque es el color que pinta a la luna cuando se ruboriza, de llena cara, si se mira al espejo de la montaña y ella le devuelve, también, la imagen mejor de sí misma. Una flor roja que, viéndola bien, es también una promesa y una intención…
Vale. Salud y que no le falten nunca ni agua ni esperanza a esa roja flor…
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, febrero de 1996.
P.D. QUE POLEMIZA.- Durito se ha mostrado entusiasmado con lo de la flor roja. El propone un clavel que, además de taurino, se lleva bien con la caballería andante. Mi otro yo es más tradicional y se inclina por las rosas. Yo digo que a esa luna que florece allá arriba, no hay ni rosa ni clavel que la igualen, ni regalo más grande que aquel que, sin poseerlo, tenemos…
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