Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México
Para el evento de fotografía en Internet.
8 de febrero de 1996.
Damas y caballeros:
Por este medio hago constar que en fechas en que se cumple un año de la traición del gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León en contra del EZLN y de la voluntad de paz nueva del pueblo mexicano y de la opinión pública mundial, se apersonaron en la selva Lacandona (se dice territorios rebeldes contra el mal gobierno), 2 personas 2 de nombres Francisco Mata y Eniac Martínez, varones para más señas, que se dicen mexicanos y con el agravante de ser fotógrafos (se dice ladrones cínicos), y amenazaron al respetable con sus armas (se dice cámaras fotográficas), por lo cual fueron detenidos y puestos a disposición de las autoridades competentes.
No quedaron a disposición de nadie que no sea su conciencia (algo maltrecha a según se ve) y declararon lo siguiente: que vienen con la intención de tomar fotos de la vida zapatista para presentarlas en un evento mundial de Internet y que no tienen otro objetivo que el telefoto que para estos menesteres suelen cargar los fotógrafos, que su intención es testimonial y artística, que no recibieron paga alguna de los zapatistas (¡cómo si tuviéramos con qué!) y que no dieron pago ninguno a los zapatistas (lo que significa que, además de fotógrafos, son avaros); que terminado su trabajo en estos dignos suelos planean lanzarse, raudos y veloces, a sus respectivas computadoras y deleitar (eso creen ellos) a los clientes de Internet con sus portentos (ja!).
Tomada la declaración anterior, el Sup (que sorpresivamente asumió el papel de Ministerio Privado Local) los declaró culpables del delito de robo de imágenes, con el agravante de cinismo, pues, dice el Sup, el fotógrafo es un ladrón que escoge lo que se roba (lo que, a estas alturas de la crisis, es un lujo) y no «democratiza» la imagen, es decir, el fotógrafo selecciona las fotos, privilegios que debía otorgarse al fotografiado. Dicho lo anterior, el Sup los condenó a lo que a continuación se explica y detalla, pero antes el Sup quiere hablar de las imágenes (se dice fotografías) que vinieron a tomar estos fotógrafos (se dice culpables) y entonces…Ahora a través de estas fotografías vamos un poco hacia atrás y algo alcanzamos a atisbar en el futuro. Por ellas, por las fotografías, vamos al viejo Guadalupe Tepeyac. Por ellas regresamos al nuevo Guadalupe Tepeyac y, entre unas y otras, vemos las imágenes de una dignidad rebelde, la de los indígenas del Sureste mexicano.
Detrás del pasamontañas, el Sup toma la cámara y la revancha. Durante dos años ha estado del otro lado de la lente, ha sido objeto y objetivo, medio y mensaje. Pero hoy el Sup ha decidido tomar venganza y ha tomado la lente por el otro lado, por el lado de la historia que toman los fotógrafos de la prensa y, a través de ellos, el mundo que mira esas fotos.
Ahora el Sup invita a que sigan sus fotos, a que miren desde este lado del pasamontañas lo que las fotos callan, el viaje que evitan, la distancia que marcan.
Las fotos del Sup intentan un puente. Un puente que no vaya del «lector» de las fotos o del fotógrafo al lugar en que los zapatistas a veces viven, mueren a veces, y siempre luchan. El sup os propone otro puente, otro viaje, otra «lectura» de la imagen. Por eso el Sup ha tomado ahora la cámara desde el lado que le estaba vedado, del lado del fotógrafo, del lado del espectador.
El Sup toma una foto al fotógrafo tomando fotos. El fotógrafo se descubre fotografiado y se adivina incómodo. Inútilmente trata de recomponer su postura y aparecer como un fotógrafo tomando fotos. Pero no, es y sigue siendo un espectador. El momentáneo hecho de ser fotografiado lo lleva a ser actor. Y, como siempre, los actores deben asumir un papel, lo que no es sino una forma elegante de evitar decir que deben tomar partido, asumir un bando, tomar una opción. En las montañas del Sureste mexicano no hay muchas, y si despejamos un poco el alud de declaraciones fantásticas de funcionarios de diversa calaña, veremos que sólo hay dos opciones: guerra o paz. En ambos bandos hay ya actores: Del lado de la guerra están el gobierno y su ejército, ése que con tanques de guerra y cañones ocupa el viejo Guadalupe Tepeyac y «protege» ese hospital al que nadie asiste como no sean prostitutas que «sirven» a la guarnición y los soldados del gobierno que van a curarse de las enfermedades venéreas que vienen incluidas en el «servicio». La guerra del gobierno viene disfrazada de «pacificación». Desde hace más de 500 años para los indígenas mexicanos «pacificación» quiere decir muerte, cárcel, torturas, persecución, humillación, olvido.
Del lado de la paz están los indígenas y una sociedad civil nacional e internacional a la que los grandes «intelectuales» y políticos les niegan existencia y eficacia. Por una paz nueva, justa y digna, estos indígenas mexicanos se alzaron en armas, declararon la guerra al olvido y al sistema que convierte a la desmemoria en su principal capital.
Una paz nueva se asoma por los cañones de los fusiles zapatistas, por los ojos de los niños, las mujeres, los ancianos y los hombres que han construido un nuevo Guadalupe Tepeyac dentro de la montaña. Sonríen estos hombres y mujeres, llevan el dolor y la pena que el gobierno les impuso como pago por la osadía de ser rebeldes, por su anacrónico empeño de ser dignos. Sin embargo, ríen. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que estos ojos, que ahora desafían la complicada ecuación de aperturas, iluminación, velocidad, sensibilidad y oportunidad, desafían también el olvido que la historia les promete como único futuro posible? ¿Por qué estos indígenas enfrentan la cámara fotográfica con la misma alegría y osadía con la que enfrentan la vida que desean y la muerte que les ofrecen? Pruebe usted a preguntar. Cuestione las imágenes. Tómelas de la mano y no se deje vencer por el dulce alejamiento que le ofrecen; deseche la comodidad de la distancia o la suave indiferencia que le da el concentrarse en la calidad del encuadre, el manejo de los claroscuros, la feliz composición. Obligue a estas imágenes a traerlo al Sureste mexicano, a la historia, a la lucha, a este tomar posición, a sumarse a un bando.
Dos bandos: de un lado el olvido, la guerra, la muerte; del otro lado la memoria, la paz, la vida. Las imágenes de los dos Guadalupes Tepeyac, el ocupado por las fuerzas gubernamentales y el que, en el exilio, planta su bandera de dignidad en las montañas del Sureste mexicano, luchan, pelean un espacio, demandan un lugar en las cámaras de estos fotógrafos, buscan un lugar en los ojos que, frente a las pantallas de las computadoras, presencian este evento, y exigen un pedazo en la memoria mundial de un siglo que hizo lo posible por despreciar su historia y que paga, día a día, el alto precio de no tener memoria.
Los indígenas del Sureste mexicano, tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales, zoques, mames, sólo aparecían en las imágenes de los museos, las guías turísticas y las promociones artesanales. El ojo de las cámaras los busca como curiosidad antropológica o detalle colorido de un pasado muy lejano.
El ojo del fusil obligó al ojo de las cámaras a mirarlos de otra forma. Son hoy el ejemplo de resistencia y dignidad que la humanidad había olvidado, que había perdido, que ha vuelto a encontrar.
Los fotógrafos fotografiados no han dejado de estar incómodos en la breve sesión de tomas a la que el Sup los sometió. El gran inquisidor que es el lente de la cámara fue vuelto contra sus operadores. A cada guiño del diafragma la cámara repite la pregunta que ahora viaja por el ciberespacio e invade, como moderno virus, las memorias de máquinas, hombres y mujeres. La pregunta que la historia nos plantea siempre. La pregunta que nos obliga a definirnos y cuya respuesta nos hace humanos:¿De qué lado estás tú? El Sup deja en paz la cámara fotográfica y retoma el fusil. Enciende la pipa y se despide. El humo que deja va ya en el ciberespacio proponiendo, preguntando, cuestionando…
Vale. Salud y ajustad bien el encuadre: el presente es pasado y futuro.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, febrero de 1996.
P.D. que ajusta el enfoque. Si las fotos salen buenas será por mero accidente. Desde que Sup trabajaba como fotógrafo de soft porno, años ha, no ha vuelto a empuñar la cámara. Si salen malas entonces es obvio que se debe a que los modelos son torpes. Es sabido que no es lo mismo fusilar que ser fusilado.
P.D. que prevé problemas de créditos. Los copyrights de las fotos son de quien gusten ustedes. Para mí es claro que los premios de fotografía deberían ser para los fotografiados y no para los fotógrafos.
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