[14 de enero de 1996]
Septiembre-noviembre de 1995
A: Carlos Monsiváis, México, D.F.
De: Subcomandante Insurgente Marcos, Montañas del sureste mexicano, Chiapas, México.
Maestro:
Le (te) mando un saludo y acuso recibo del libro Los rituales del caos. Lo leí de corrido en uno de esos impasse que el supremo llama Diálogos de San Andrés.
Vale. Salud y probad a ver si siguiendo a Alicia lográis encontrar a la Reina Roja y resolver el enigma al que invita la última posdata.
Desde las montañas del Sureste mexicano
Subcomandante Insurgente Marcos
P.D. que recuerda, un poco tarde, el motivo principal de este caos epistolar y se titula primero:
(La política, la odontología y la moral)
«Y en ese instante vi el Apocalipsis cara a cara. Y comprendí que el santo temor al Juicio Final radica en la intuición demoníaca: uno ya no estará para presenciarlo. Y vi de reojo a la Bestia con siete cabezas y diez cuernos, y entre sus cuernos diez diademas, y sobre las cabezas de ella nombre de blasfemia. Y la gente le aplaudía y le tomaba fotos y videos, y grababa sus declaraciones exclusivas mientras, con claridad que había de tornarse bruma dolorosa, llegaba a mí el conocimiento postrero: la pesadilla más atroz es la que nos excluye definitivamente.»
Carlos Monsiváis, Los rituales del caos, p. 250¡
Punto es el gozne de unión entre dos espejos que, enfrentados, se despliegan a los lados, como alas para sobrevolar una era de caos. Una bisagra, eso es el punto.
– Busca en la página 250 -dice Durito, al tiempo que desempaca sus maletas.
Yo busco apuradamente y murmuro:
-Página 250… mmmh… sí, aquí está -digo con satisfacción.
«O la que nos incluye momentáneamente», pienso, mientras Durito insiste en trepar su pequeño piano encima de su todavía más pequeño escritorio, para demostrarme que lo pequeño sostiene a lo grande, en la historia y en la naturaleza. El argumento se cae junto al piano y Durito rueda abajo quedando, después de esta aparatosa operación, con el piano y el escritorio encima de su caparazón. Yo termino de leer esa parte del libro y busco la pipa, el tabaco y a Durito (en ese orden). Durito no tiene intenciones de salir de abajo de la catástrofe que tiene encima, y una pequeña columna de humo anuncia dos cosas: la primera es el lugar donde está mi tabaco, y la segunda que Durito está vivo.
Encender la pipa y los recuerdos es todo uno. Algo del texto me lleva años atrás. Aquélla era una época dulce y simple. Sólo había que preocuparse por la comida. Los libros eran pocos pero buenos, y releer era volver a encontrar nuevos libros dentro de uno. Y esto viene al caso porque Durito me ha traído este libro de regalo, y me ha señalado un texto de la página 250 para decirme algo que ahora quedará pendiente, porque hay cosas más importantes que señalar, por ejemplo que los libros están hechos de hojas y las hojas, sumadas a algunas ramas y raíces, hacen árboles y arbustos. Los árboles, como todo el inundo sabe, sirven para guardar la noche, que de día, es sabido, se encuentra desocupada. Por entre ramas y hojas, la noche reparte sus redondeces de la misma manera en que una mujer reparte sus formas entre abrazos húmedos y jadeos. Los árboles, no obstante esta sensual misión, se dan tiempo para otras cosas. Por ejemplo, suelen alojar a los más variados animales mamíferos, ovíparos, artrópodos, y otras esdrújulas que sólo sirven para demostrar que los niños crecen. A veces, también, los árboles alojan hombres enmascarados. Se trata, a no dudarlo, de delincuentes y transgresores. El rostro embozado y el hecho de alojarse en árboles no dejan lugar a dudas de su carácter de seres perseguidos. Este tipo de hombres conviven con la noche, cuando es de día, en los árboles. Por eso su pasión y empeño por amar a la rama. También, es cierto, en los árboles suelen reposar los escarabajos como…
Durito me interrumpe desde lo más profundo de, ahora me lo aclara, la escultura moderna formada por su piano y su escritorio arriba de su cabeza.
– ¿Tienes encendedor?
– Esa escultura debería llamarse algo así como Caos sobre escarabajo fumador -le digo mientras le aviento un encendedor.
– No me ofenden tus burlas. Sólo reflejan tu ignorancia. Se ve que no has leído a Umberto Eco en eso de la obra abierta. Esta hermosa escultura es la mejor muestra del arte moderno y revolucionario, y de cómo el artista se compromete hasta tal punto con su obra que se convierte en parte de ella.
– ¿Y cómo se llama?
– Ahí está el detalle. El respetable debe ponerle nombre. Por eso es una «obra abierta». Como sabrás, mi querido «Guatson», la «obra abierta» no está terminada sino que se «completa» dentro del proceso de circulación y consumo en el mercado artístico. Elemental. Así el espectador deja de serlo y se convierte en «coautor» de la obra de arte. Zedillo, por ejemplo, puede titular esta obra como Mi programa de gobierno y ponerla en Los Pinos; Salinas de Gortari podría titularla Mi herencia política y económica y tenerla en Almoloya, y los neoliberales la llamarían Nuestra propuesta de un nuevo orden mundial. Y tú, ¿cómo la llamarías? -me pregunta Durito. Yo analizo con ojo crítico y respondo:
– Mmmh… Algo así como Escarabajo sepultado bajo un pianito y un escritorio.
– ¡Bah! Es demasiado descriptivo -reprocha Durito.
Mientras hablamos, los rituales de la noche se cumplen lentamente: el sonido del avión, el humo de la pipa, la soledad, el discreto escándalo de los grillos, el espaciado y luminoso parpadeo de las luciérnagas, la opresión en el pecho y, arriba, las estrellas hechas talco del camino de Santiago.
Tal vez llueva. Los meses pasados han tenido la misma inconstancia de la lluvia; hasta el calendario parece desorientado y no acaba de hallarse entre tanto vaivén de acontecimientos. Durito me pregunta cómo se llama el autor del libro.
– Monsiváis -le respondo.
– ¡Ah, Carlos! -dice Durito con una familiaridad que me sorprende. Le pregunto si lo conoce.
– ¡Por supuesto! La crónica es un género que compartimos… Pero es mejor que sigas escribiendo. Yo tengo mucho quehacer -responde Durito.
Yo me estoy dando tiempo porque, al iniciar esta carta, he recordado súbitamente que sigo sin resolver el dilema del Tú o el Usted con el que debo dirigirme a usted-tú. Durito sostiene firmemente un axioma, pilar de su concepción del mundo: no hay problema lo suficientemente grande como para no darle la vuelta. Así que, con ese corpus filosófico, he decidido, una vez más, dejar pendiente la solución del dilema y seguir con el suave péndulo que nos lleva del Tú al Usted.
Y entonces me decido. Muerdo la pipa con determinación. Pongo mirada de gobernador-del-sureste-dispuesto-a-todo-por-defender-la-voluntad-popular-que-mira-lo-que-son-las-cosas-da-la-casualidad-que-la-voluntad-popular-soy-yo, y emprendo la ruda tarea de escribirte(le).
Mi imagen debe parecer fenomenal, ¡lástima de no tener un testigo! (Durito ya ronca bajo el derrumbe de su demostración), lástima que mandé todos los espejos en el escrito ese que se llamó algo así como Espejos: el México entre las noches del día y el cristal de la luna. ¿Qué? ¿No era así? Bueno, no importa. El caso es que ahora mismo necesito un espejo para checar si mi mirada tiene el brillo delirante del genio que se prepara para abortar su mejor idea. ¿Qué? ¿Un autogol? ¿Por qué? ¿Por lo de «abortar»? ¡Pero no! Estará(s) de acuerdo conmigo en que las mejores ideas son las que nunca se expresan. En el momento en que entran en la cárcel del lenguaje, las ideas se materializan, se hacen letras, palabras, frases, párrafos, páginas… hasta libros si te descuidas y las dejas sueltas. Y ya en ésas, las ideas se vuelven mensurables, se pueden pesar, medir, comparar. Entonces se vuelven bastante aburridas, además de que se tornan independientes y no obedecen órdenes de ningún tipo. Comprendo que a ti (usted) le (te) resulte inverosímil eso de las órdenes incumplidas, pero para un militarote como un servidor es un verdadero dolor de muelas. Las muelas, como todo científico con estudios de posgrado sabe, son unos pedazos de hueso que sirven para dar empleo a los dentistas, para que florezca la industria de las pastas de dientes, y para que exista la profesión de torturador vergonzante: la odontología. La palabra «odontología» es una idea que se hizo lenguaje y se volvió medible y clasificable: tiene once letras, lleva acento en la vocal débil para romper el diptongo, y pesa tanto como la cuenta que hay que pagar después de salir del consultorio…
– Definitivamente -dice Durito.
– ¿Qué? -es lo único que se me ocurre decir ante la súbita interrupción de Durito.
– No hay duda. Esta consulta excluye a los escarabajos -continúa Durito, quien por lo visto no estaba dormido y sigue revisando papeles incluso debajo del caos que lo abruma-. Esta consulta nos excluyó a los escarabajos y eso es una forma de racismo y apartheid. Llevaré mi protesta a los organismos internacionales pertinentes.
Es inútil que trate de darle explicaciones a Durito. El insiste en que faltó la que él llama «la séptima pregunta» y que, palabras más o menos, rezaría:
¿Está usted de acuerdo en que la andante caballería debe agregarse al Registro Nacional de Profesiones?
Yo le explico que mandé posdatas diversas haciendo discretas insinuaciones a la CND y a Alianza Cívica, pero nadie se dio por aludido.
– Es indignante que esa pregunta no aparezca. Es cuestión de estética. ¿A quién se le ocurre hacer una consulta con seis preguntas? Los números pares son antiestéticos. Los impares, en cambio, tienen el encanto de la asimetría. Me extraña que alguien tan asimétrico como vos, mi narizón escudero, no haya reparado antes en ese detalle.
Yo me hago el ofendido y guardo silencio. Un sonido atroz se deja escuchar por el norte. Los relámpagos desgarran la oscura cortina que diluye la distancia entre montañas y cielo.
Durito trata de contentarme y me cuenta algo (no se entiende bien lo que dice desde abajo de la escultura moderna) de que él tenía un consultorio especializado en dedos gordos del pie izquierdo. Yo no dejo de apreciar la suave insinuación de Durito para que me concentre en el tema de esta misiva, que era algo así como «Partidos políticos y ética», o «Política y moral», o «Nueva izquierda, nueva moral y nueva política», o «Todos somos Prigione», o… Ahorita acaba de reventar un rayo que olvídate del Apocalipsis, y Durito me dice que eso me pasa por andarme metiendo con el alto clero, y yo le digo que no me estoy metiendo con el nuncio sino que estoy buscando un título muuuy bueno para este escrito, de forma que hasta algún embajador me lo pueda copiar… ¿Qué tal éste? «La bella mentira y la causa perdida». Durito dice que perdida tengo la razón y que mejor se vuelve a dormir, y que lo despierte cuando llegue la sociedad civil a rescatarlo del derrumbe. Entonces yo me doy cuenta de que ahora tengo todos los elementos necesarios para el escrito: título, personajes (los partidos políticos, el embajador, el nuncio, el espectro político y la sociedad civil), una polémica (aquella de la relación entre moral y política) en la cual meter mis narices, que para eso tengo nariz de sobra. Ahora sólo me falta un tema que justifique las cuartillas, los timbres para el correo, la solicitud a Juan Villoro, de La Jornada Semanal, para ser anfitrión de tan «bella» historia, y el pretexto para retomar el amable intercambio epistolar que iniciamos en vísperas de la Convención hace un año. ¿Lo recuerda(s)?
Mi otro yo se acerca y me dice que si le voy a entrar a la polémica más me vale ser serio, porque con los Maquiavelos y los nuncios no se juega. «Y si no me crees, pregúntale a Castillo Peraza, cuya ética política demostró su eficacia en Yucatán», dice mi otro yo mientras se retira a vigilar los frijoles.
Toda polémica es una pesadilla, no sólo para los polemistas sino, sobre todo, para los lectores. Por eso se me ocurre que no vale la pena, y más cuando recuerdo aquella profecía de cierto intelectual salinista (hoy sin memoria) en diciembre de 1993, que auguraba grandes éxitos para Salinas en 1994, pues tenía «todas las canicas» en la bolsa.
Pero se me ocurre que no puedo permanecer como espectador y que debo tomar partido. Y yo tomo partido, en este caso, por los que no tienen partido, y con Durito hacemos una «ola», y no se crea que es una «ola» despreciable: con tantos pares de manos o pies que tiene Durito hasta parece «ola» de la porra mexicana cuando los penaltis de la Copa América.
Pero Durito debe estar ahora soñando con Brigitte Bardot, porque ha soltado un suspiro que más bien parece lamento postrero, así que no se puede contar con él y más vale concentrarse en la discusión, y en esta discusión lo más importante es la relación entre la moral y la política, o, más mejor, entre la moral y los partidos políticos, o más todavía, entre política y poder.
Sin embargo, hay razonamientos que van más allá, y el problema de la relación entre moral y política es ocultado (o desplazado) por el de la relación entre política y «éxito», y entre política y «eficacia». Maquiavelo resucita en el argumento de que, en política, la moral «superior» es la «eficacia», y la eficacia se mide en cuotas de poder, es decir, en el acceso al poder. De aquí se salta, previo malabarismo de retórica maquiavélica, a definir el cambio democrático como que la oposición política se haga gobierno. El Partido Acción Nacional es el ejemplo, dicen, de este «éxito» político, de esta moral política.
Pero después se rectifica y se matiza: la acumulación de poder, dicen, sirve para contener el antagonismo que las sociedades plurales guardan dentro de sí. ¡El poder se ejerce para defender a la sociedad de sí misma!
Bien, dejemos pendiente este nuevo referente para medir la «eficacia» política, y vayamos al original. No ya para polemizar con quienes miden el «éxito» y la «eficacia» políticos en número de gubernaturas, alcaldías y sillas en el Congreso, sino para retomar ese señalamiento de «éxito» que tantos seguidores tiene en el actual equipo de gobierno, es decir, en el de Carlos Salinas de Gortari.
¿Se define el «éxito» en política en términos de eficacia? ¿Es más exitosa una política en tanto que más eficaz se muestra? En tal caso, Carlos Salinas de Gortari merece un monumento, y no un proceso de investigación por supuesta complicidad en los magnicidios de J. F. Ruiz Massieu y Luis D. Colosio. Su política fue «eficaz» hasta tal punto que mantuvo al país entero viviendo en una realidad virtual que, por supuesto, fue rota por la realidad real. El conocimiento de la realidad se conseguía a través de los medios de comunicación. Un gran «éxito», a no dudarlo. La «eficacia» política y económica de Carlos Salinas de Gortari le mereció el aplauso de Acción Nacional y de intelectuales hoy huérfanos; y no sólo de ellos: grandes empresarios y altos clérigos se quejan ahora de haber sido engañados. Juntos se regocijaron de «tener todas las canicas». Las consecuencias del «éxito» salinista hoy las sufren todos los mexicanos, y no sólo aquellos más empobrecidos.
Después de todo, ¿no es la «eficacia política» en México tan perenne como un sexenio? A veces dura menos. El gobierno de Ernesto Zedillo es una excelente muestra de «éxitos» tan durables como las hojas de un calendario sin fotos.
El otro problema planteado, el de las cuotas de poder, era señalar que la eficacia del cambio democrático está en la alternancia en el poder. La alternancia del poder no es sinónimo de cambio democrático o de su «eficacia», sino de componendas y divorcios en proyecto. Las políticas que sigue Acción Nacional en Baja California, Jalisco y Chihuahua, distan mucho de ser «otra» forma de hacer política, y son lo bastante autoritarias como para pretender normar el largo de las faldas (Guadalajara) y el descubrimiento del cuerpo humano (Monterrey).
La alternancia en el poder es problema aparte y va, tal vez, de rebote a la polémica del maestro Tomás Segovia con el tal Matías Vegoso: «Bueno: el ideal de gobierno bipartidista está ligado a esta postura, tal vez no porque el bipartidismo sea su única manifestación esencial, pero al menos porque es hasta ahora la manifestación concreta más clara de un gobierno no `ideológico’ sino `técnico’. Lo primero que tengo que decir (y tal vez no es lo más importante) es que esa postura da fe, clarísimamente, de una continuación de las ideologías y no en absoluto de su fin. La convicción de que un gobierno `técnico’ es mejor que uno `ideológico’ es a su vez una ideología, o sea una creencia que condiciona y distorsiona la imagen de la realidad, exactamente del mismo modo que la convicción de que la verdad ‘positiva’ es mejor que la verdad ‘metafísica’ es, a su vez, una convicción metafísica».
(Claro que, interrumpo yo, ahora se habla de «tripartidismo», pero el problema permanece.) Sigue Tomás Segovia:
«Del mismo modo, te doy el consejo de amigo de que para defender el neoliberalismo no olvides que es una ideología y nada más que una ideología. ¿No comprendes que ésa es justamente la más astuta insidia de la ideología? Nada hay más ideológico que decir: ‘Los demás son ideológicos; yo soy lúcido’.»
Aquí podría yo aducir en mi favor estos argumentos del maestro Tomás Segovia frente a Matías Vegoso, pero, además de que no cuento con la autorización de Tomás Segovia para hacerlo, esa discusión me lleva a mí a otro problema: la moralidad de la inmoralidad (¿o debo decir «de la amoralidad»?) Mutatis mutandis: la ideología de la no ideología. Y de aquí podríamos saltar al problema del conocimiento y de los intelectuales que producen y distribuyen ese conocimiento.
El proceso seguido por algunos intelectuales es típico: de la crítica frente al poder pasaron a la crítica desde el poder.
Con Salinas demostraron que el conocimiento está para servir al poder. Entonces colaboraron para darle sustento teórico. Su lógica, por más vueltas que daba, llegaba al mismo resultado: el poder no se equivoca al analizar la realidad, y si se equivoca, entonces el problema es de la realidad, no del poder.
Es una verdad dolorosa, es cierto, pero inevitable: el poder ha logrado no sólo aglutinar a su alrededor a un grupo de «brillantes» intelectuales; también ha producido un cuerpo de analistas capaces de teorizar, desde ahora, el futuro endurecimiento del poder (sean del PRI o del PAN las imágenes que presente el espejo del poder).
Maquiavelo es ahora el que encabeza un grupo de intelectuales que buscan darle sustento teórico-ideológico a la represión por venir (en esta línea se inscriben el nieto de Porfirio Díaz y La rebelión de las cañerías). Ése es el aporte fundamental de su élite: ha logrado evolucionar, desde la justificación de un sistema estúpido, hasta la teorización de la imbecilidad por venir. Ni hablar, son el nuevo tipo de intelectuales orgánicos al poder. Son capaces de ver más allá del poder. Ellos representan la imagen de lo que aspira a ser el intelectual orgánico del neoliberalismo. Dejarán escuela…
Me detengo ahora para recargar la pipa y descansar la espalda. Ahora, una bruma gris agrega una nueva cortina al pesado telón de la noche. Hay ruidos debajo de la «obra abierta» de Durito, señal de que no duerme y sigue trabajando. Una pequeña columna de humo se eleva por entre los cajones del escritorio y el teclado del piano. En algún lugar, debajo de ese gran garabato que pretende ser una escultura, Durito lee o escribe.
En la fogata la danza de colores se apaga y, poco a poco, se torna en negro. En la montaña los ruidos y los colores cambian continuamente. Y qué decir del inevitable tornarse en tarde el día, en noche la tarde, en día la noche…
Hay que volver al escrito, y así lo hago. Maquiavelo es revisitado y convertido no en guía, sino en elegante vestidura que cubre de intelectualidad el cinismo. Ahora hay una ética de la «eficacia política», que justifica los medios que sean necesarios para obtener «resultados» (es decir, cuotas de poder). Esta ética política debe tomar distancia de la «ética privada», cuya «eficacia» es de cero pues se mide por la lealtad a los principios.
Otra vez la eficacia y los «resultados», además de que el tema de la moral política se circunscribe a la «ética privada», a la ideología de la «salvación del alma». Frente a los «moralistas», Maquiavelo y sus equivalentes contemporáneos proponen su «ciencia» y su «técnica»: la eficacia. A ella habría que atenerse.
Esta doctrina «no ideológica» tiene seguidores y «practicantes». Quiero decir, además de los intelectuales salinistas y del neopanismo. Con sus especificidades, el embajador despliega, ante el aplauso de los-intelectuales sin memoria, la «doctrina» del cinismo y la «eficacia»:
Si le pego, habla;
si le hablo, me pega
El embajador no se representa a sí mismo, quiero decir que no sólo a sí mismo. Representa una posición política, una manera de hacer política que caracteriza ya a esta indefinición de rumbo que son los once meses primeros del sexenio salinista sin Salinas. El embajador forma parte del neocorpus de «asesores» presidenciales que le recomiendan a Zedillo pegar para hablar. El costo que se paga, dicen, se puede maquillar con un adecuado manejo de los medios de comunicación.
No recuerdo el nombre de la película (tal vez el maestro Barbachano lo recuerda) pero sí que uno de los actores principales era Peter Fonda. El argumento sí lo recuerdo con claridad. Era, más o menos, que un grupo de brillantes estudiantes de Harvard violaban a una muchacha. Ella los acusó en un tribunal y ellos respondieron que era una prostituta. El abogado de ellos los defiende argumentando sus brillantes calificaciones y sus buenas familias. Son absueltos. La muchacha se suicida. Ya adultos, los “júniors” buscan «emociones más fuertes» y se dedican a «cazar» parejas en vacaciones de fin de semana. Lo de «cazar» no es figurado: después de la violación de rigor, los “júniors” sueltan a la pareja para que huya en el campo, y se dedican a cazarla con escopetas.
No recuerdo el final, pero es uno de ésos en los que se impone la justicia, con los que Hollywood trata de resolver en la pantalla lo que en la realidad queda impune.
Ahora, los “júniors” modernos se han encontrado con que tienen un país para jugar. El uno está en Los Pinos y el otro estaba en Bucareli, se aburren del nintendo y prueban a cazar a «los malos» en un juego de guerra real. Dan tiempo a que la presa se escape, y mueven sus «fichas» para acorralar y hacer más interesante el juego. Pero resulta que el país no está para juegos y se moviliza para protestar. Los “júniors” se ven en problemas porque el juego se alarga y no logran atrapar al «malo». Entonces aparece el embajador para sacarlos (?) del apuro: «Todo estaba planeado -nos dice-, los muertos no están muertos, la guerra no es guerra, los desalojados no están desalojados, siempre quisimos hablar y sólo mandamos a decenas de miles de soldados para poder decirle al `malo’ que queremos dialogar». Un argumento patético para un gobierno ídem.
Mientras, la realidad se impone… y los medios masivos de comunicación tratan de imponerse a la realidad. Los olvidos empiezan a poblar el discurso gubernamental: se olvida la caída de la bolsa de valores, la devaluación, las «negociaciones» de San Andrés como aparador para exhibir la verdadera política indigenista del neoliberalismo, la inestabilidad, la desconfianza y el recelo, la ingobernabilidad y la incertidumbre. Olvidan lo principal, según Maquiavelo, que es que no han tenido resultados, no han sido «eficaces».
Olvidan que defienden una causa perdida, y eso lo sabe el embajador, pero lo olvida a la hora de las entrevistas exclusivas. Las últimas declaraciones del gobierno son claras: olvidan la realidad, es decir, olvidan que cada vez son menos los que creen en las bellas mentiras y los dispuestos a apostar a las causas perdidas…
Mientras tanto, los Maquiavelos modernos se quejan de nuestra moralina y recetan que, en la política, no hay buenos y malos, y, por tanto, no se puede resolver el asunto con la calificación de bandos.
Y aquí aciertan, pero sólo en lo que se refiere a que la relación entre ética y política no es un asunto fácil de resolver con la definición de bandos: malos versus buenos. Es decir: «Si el Maquiavelo de la nostalgia intelectual salinista es el malo, entonces nosotros, que no estamos de acuerdo con él, somos buenos». No deja de ser tentador llevar por ahí la polémica, pero creo que cuando usted (tú) señalaste (señaló) que «Si la `eficacia’ a la manera del neoliberalismo ha conducido a las situaciones trágicas del presente, el culto por la pureza doctrinaria, sin ‘resultados tan costosos, tampoco ha ido muy lejos» (Carlos Monsiváis, Proceso n. 966), marcó (marcaste) un nuevo problema sobre el que vale la pena insistir.
Desde la izquierda la alternativa a Maquiavelo no es muy atractiva, es cierto. Pero el problema no es ése, no es el de la «pureza doctrinaria», o no sólo ése. Es también algo más. La complicidad de un espejo que se ofrece como alternativa y simplifica todas sus relaciones políticas (y humanas, pero ése es otro tema) a una inversión. Éste es el fundamento ético de la ciencia «revolucionaria»: el conocimiento «científico» produce una moral inversa a la del capitalismo. Propone que al egoísmo se oponga el desinterés; a la privatización, la colectividad; al individualismo, el ser social.
Pero este conocimiento en espejo, como fundamentalismo moral, no aporta nada nuevo. La inversión de la imagen no es una nueva imagen, sino una imagen invertida. La propuesta política (y moral) alternativa es en espejo: donde es predominante la derecha, ahora lo será la izquierda; donde el blanco, el negro; donde el de arriba, el de abajo; donde la burguesía, el proletariado, y así. Lo mismo, pero invertido. Y esta ética era (o es) la que se grababa (o se graba) en todo el espectro de la izquierda.
De acuerdo. Los modernos Maquiavelos dicen, y dicen bien, que nosotros no ofrecemos algo mejor a lo que ellos ofertan: cinismo y efectividad. Que nosotros los criticamos desde una nueva «moralidad», tan criminal como la suya (bueno, ellos no dicen que la suya sea una moral criminal, sólo dicen que la nuestra lo es), y que pretendemos reducir la política a una lucha entre blancos y negros, olvidando que hay muchos grises. Es verdad, pero no sólo criticamos que la moral del resurrecto Maquiavelo sea cínica y criminal, también señalamos que no es eficaz…
Durito interrumpe de nuevo para recomendarme prudencia en el tema de la moral.
– Tu inmoralidad es ya del dominio público -me dice Durito, tratando de justificar su incalificable falta de no haber traído unos videos que le encargué, de ésos con muchas X, de la capital.
– No es de «esa» moral que estamos hablando. Y ya deja de sermonearme como si fueras alcalde panista -me defiendo.
– Eso jamás. Pero es mi deber reconvenirte por tu averiado gusto cinematográfico. En lugar de esos videos inmorales, aquí te traje algo más edificante. Son las fotos de mi viaje al DF.
Dicho esto, Durito me avienta un sobre. En él hay fotos de diversos tamaños y temas. En una de ellas sale él, Durito, en Chapultepec.
– No pareces muy feliz en esta foto en el zoológico -le digo.
Durito responde desde abajo del escritorio, y me cuenta que esa foto se la tomó después de que lo detuviera un guardia del zoológico. Resulta que el señor confundió a Durito con un rinoceronte enano y se empeñó en regresarlo a la jaula. Durito argumentó en su defensa variaciones diversas sobre botánica, zoología, artrópodos, mamíferos, la caballería andante y no sé qué más, pero terminó en el foso de los rinos. Se escapó como pudo, en el momento en que el vigilante se tomaba su descanso.
Le dio tanto gusto verse libre que decidió tomarse esta foto donde parece rinoceronte blanco. Así de pálido estaba. Por el susto, dice él.
Y luego venían varias fotos con Durito en poses diversas y en situaciones típicamente urbanas.
Por ejemplo venía una foto de Durito entre muchos pies. El me hacía notar que ninguno de los pies calzaba botas, y eso es algo que Durito aplaudía. Yo le recomendé que no se entusiasmara tanto, que en esos días Espinosa no había enseñado sus pezuñas todavía.
A esa foto le seguía otra con mucha gente. Durito me aclara que esa foto la tomó nomás para que no me sintiera tan solo.
La siguiente era con Durito y otro escarabajo. Al fondo se veía lo que parecían las «islas» de Ciudad Universitaria. Le pregunté quién era el otro escarabajo.
– No es un «él», es una «ella» -responde Durito con un prolongado suspiro.
Las fotos se acabaron. Durito quedó en silencio y sólo se escuchaban suspiros provenientes de su escultura. Yo regreso a la indignación de Maquiavelo por nuestra crítica a su eficacia.
¿Significa esta crítica que, frente a esa moral, nosotros ofrecemos una alternativa? ¿Es ésta la blasfemia que aterra a los Maquiavelos adoptados y adaptados? ¿Una nueva moral? ¿Una moral mejor? ¿Más exitosa? ¿Más eficaz? ¿Es lo que ofrecemos? Negativo. Cuando menos en lo que se refiere a nosotros los zapatistas. Nosotros pensamos que es necesario construir una nueva relación política, que esa nueva relación no será producto de una sola fuente (el neozapatismo en este caso), que esa nueva relación producirá efectos en sí misma. Tan nueva que definirá no sólo la nueva política: también a los nuevos políticos. Una nueva forma de definir el ámbito de la política y de los que en ella se desenvuelven.
No voy a insistir mucho en por qué la nueva moral política no puede nacer del neozapatismo; baste decir que nuestro fundamento es, también, lo viejo. Nosotros hemos recurrido al argumento de las armas (por más que J. Castañeda, en aras de rescatar su libro del naufragio editorial, las niegue y diga que de ejército sólo tenemos el nombre), y, con ellas, al argumento de la fuerza. Poco o nada cambia la situación el hecho de que las armas sean pocas o viejas, o de que se hayan usado poco. El hecho es que nosotros estuvimos, y estamos, dispuestos a usarlas. Estamos dispuestos a morir por nuestras ideas, es cierto. Pero también estamos dispuestos a matar. Por eso, de un ejército, «manque» sea revolucionario, heroico y etcétera, no puede surgir una nueva moral política, o, más mejor, una moral política superior a la que nos agobia hoy en día y buena parte de la noche. Ella, la noche, todavía guarda algunas sorpresas y, de eso estoy seguro, se romperán más cabezas tratando de entender que…
– Las cosas no son tan simples -dice Durito-. Puede que no haya traído los videos que querías, y por eso pretendes descargar sobre mis nobles hombros el peso de una culpa mayor que la de este piano y el escritorio. Pero debo decir en mi descargo que, a cambio, traje unas cosas para las zapatistas: pulseras, diademas, aretes, prensapelo… Diez noches seguidas estuve trabajando para conseguir todo eso…
Hablando de noches, la de hoy luce los afilados cuernos de una luna-toro que, nueva, retorna del occidente. Sus nubes ahora están ausentes y, sin muleta alguna que le ayude, la noche torea sola y en silencio. Sus ánimas no se arredran por la tormenta que se anuncia al oriente, y entre sus recursos luce tantos destellos como el traje del mejor torero.
Y en ésas estaba yo, viendo si me lanzaba al quite aunque no hubiera trigo alguno en el tendido, cuando me detuvo la amplia sonrisa que, dibujada entre sus cuernos, me regalaba la luna. Diez veces pedí el indulto, y diez veces las estrellas me demandaron seguir la faena.
Entonces boté el escrito y me dirigí al centro del nocturno ruedo, pidiendo antes a Durito que tocara un pasodoble. Él me dijo que mejor regresara a terminar la carta porque ya llevaba mucho tiempo sin acabarla y él, Durito, no pensaba ayudarme. Ni hablar, la corrida quedó pendiente y volví al escrito y al problema de la moral política. Las mil cabezas que la luz asomaba por entre el muro de la noche se agitaron apenas…
¿En qué me quedé? ¡Ah sí! En nuestra crítica no me estoy refiriendo a que, frente a Maquiavelo, nosotros seamos mejores, más buenos, o superiores. Pero sí decimos que es necesario ser mejores. El problema no está en cuál moral política es mejor o más eficaz, sino en qué es necesario para una nueva moral política.
En todo caso, no será el cinismo matizado de estos intelectuales, ansiosos de un sostén teórico para el caos, el que produzca una moral política mejor o más eficaz. Respecto a los partidos políticos, Maquiavelo opera una complicada balanza de compensaciones: al formalizarse como alternativas de poder, todas sus pequeñeces (secretos, negociaciones, oportunismos, pragmatismos y traiciones) no pesan lo suficiente para alterar el favor que la balanza hace al poder real.
Pero resulta que el carácter de esas «pequeñeces» no tarda en llegar a cobrar su cuota histórica. Y mientras más alta es la posición alcanzada con esas «pequeñas y grandes astucias políticas», más grande es la cuota que la historia exige. Nuevamente, Carlos Salinas de Gortari es el ejemplo que se hace lección histórica (que, por lo visto, nadie de la clase política quiere aprender).
¿Es mejor el mundo que ofrecemos nosotros? Negativo: nosotros no ofrecemos un mundo nuevo. Maquiavelo sí, y dice que no es posible que sea mejor, que nos conformemos con que los grises que pueblan la política mexicana no se hagan tan antagónicos y que se atenúen en nuevos matices de grises, más diluidos, es decir, más grises. No nos parece, y no sólo por la triste perspectiva que ofrece esa mediocridad de «ni chicha ni limoná», sino porque es mentira, no tiene futuro y, tarde o temprano, viene la realidad, con esa necedad que suele asumir la realidad, y empieza a desbaratar los medios tonos y a afilar los grises más neutrales…
– Siete preguntas. Eso será lo correcto -dice Durito que, como es evidente, no suelta el tema de su desacuerdo con la Consulta Nacional. Yo trato de distraerlo y le pregunto por Pegaso. A Durito se le quiebra la voz cuando me responde.
– Lo que ocurrió con Pegaso es parte de esa tragedia cotidiana que se vive y se muere en el DF. Pegaso era una bestia amable e inteligente, pero demasiado paciente para el tráfico de la ciudad de México. Yo lo había camuflado de auto compacto, luego de que se negó a disfrazarse de vagón del Metro por aquello de las patinadas en las lluvias. Las cosas marchaban bien, pero resultó que Pegaso era Pegasa y se enamoró_ de un Ruta 100. La última vez que la vi estaba boteando para el fondo de resistencia. Pero no lo lamento; estoy seguro de que aprenderá cosas buenas ahí. Quedó de escribirme pero no sabrá adónde hacerlo.
Un temblor sacude el cielo. Yo miro de reojo adonde está Durito. Un silencio y una nube de humo rodean la escultura. Yo trato de animar a Durito y le pido que me platique más de su viaje a la capital.
– ¿Qué te puedo decir? Vi lo que se ve en una ciudad grande o pequeña: injusticia y coraje, prepotencia y rebeldía, grandes riquezas en manos de unos cuantos y una miseria que cada día engulle a más personas. Valió la pena presenciarlo. Para muchos, el miedo deja de serlo; para otros se disfraza de prudencia. Algunos dicen que siempre podrá ser peor; para otros la situación nunca será tan desesperada. No hay unanimidad, como no sea en el repudio a todo lo que sea gobierno.
Durito enciende la pipa y continúa:
– Una madrugada estaba yo por dormirme en uno de los pocos árboles de la Alameda. Ya la ciudad era otra, diferente a la que vive de día. Desde lo alto del árbol vi a una patrulla que rondaba con paso lento. Se detuvo frente a una mujer y uno de los ocupantes se bajó del vehículo. Su mirada demoníaca lo delató. Mi intuición no falla: supe al instante lo que iba a ocurrir. La mujer no se movió, y esperó al policía como si ya lo conociera de antes. En silencio, ella le entregó un rollo de billetes y él lo guardó mientras miraba a los lados. Se despidió tratando de pellizcar las mejillas de la mujer, pero ella le apartó la mano con un ademán brusco. El regresó al vehículo. En un instante, la patrulla se alejó…
Durito calla un buen rato. Yo supongo que terminó y ha vuelto a su papeleo, y yo debo volver al mío: en lugar de discutir cuál moral política es mejor o es más «eficaz», podríamos hablar y discutir sobre la necesidad de luchar por la creación de un espacio en el cual pueda nacer una nueva moral política. Y aquí el problema radica en lo siguiente:
Debe la moral política definirse siempre frente al problema del poder Bien, pero no es lo mismo que decir «frente al problema de la toma del podes». Tal vez la nueva moral política se construya en un nuevo espacio que no sea la toma o la retención del poder, sino servirle de contrapeso y oposición que lo contenga y obligue a, por ejemplo, «mandar obedeciendo».
Por supuesto que el «mandar obedeciendo» no está entre los conceptos de la «ciencia política», y es despreciado por la moral de la «eficacia» que rige el actuar político que padecemos. Pero al final, enfrentada al juicio de la historia, la «eficacia» de la moral del cinismo y del «éxito» queda desnuda frente a sí misma. Al enfrentarse a su imagen en el espejo de sus «logros», el temor que inspiró a sus enemigos (que serán siempre los más) se vuelve contra ella misma.
Por el otro lado, del lado de los «puros», el santo se descubre demonio, y la imagen inversa del cinismo descubre que convirtió a la intolerancia en rumbo y religión, en tasa de medida y proyecto político. El puritanismo de Acción Nacional, por ejemplo, es parte de una muestra que no se agota en la derecha mexicana.
Bueno, se acerca el amanecer y, con él, la hora de despedirse. Tal vez no comprendí la polémica a la que invitaba la resurrección de Maquiavelo, y veo ahora que presenté (y que no resolví) más líneas de polémica que la original. Y no creo que sea malo; será, en todo caso, poco «eficaz».
Seguramente la polémica podrá seguir, pero parece poco probable que se pudiera dar cara a cara, puesto que pasamontañas, persecución y cerco… En palabras de Muñoz Ledo: «No creo que [Marcos] sea alguien que vaya a permanecer en el escenario político del país». ¿Algo que ya «pactó» con Chuayfett? ¿Una «desaparición» como las que ordena desde la Secretaría de Gobierno de Chiapas ese otro gran perredista, Eraclio Zepeda?
En el entretanto, el poder nos seguirá prometiendo el Apocalipsis como equivalente al cambio. Él deduce que es mejor evitarlo y conformarnos. Otros aducen, con su silencio, que el Apocalipsis es desde siempre y que el caos no está por venir, sino que es ya una realidad…
Ya no sé cómo terminar y acudo a Durito para que me ayude. El espectáculo de su escultura cegada por los relámpagos de la tormenta es sorprendente. El repentino iluminarse hace que sea más contrastante la sombra que lo cubre. Tal vez por eso no vi a Durito salir de detrás del derrumbe, y por un instante pensé que algo extraordinario había ocurrido. Durito ya fumaba sentado sobre el pianito.
– Pero, ¿cómo saliste de ahí abajo?
– Fue muy sencillo. Nunca estuve abajo. Me hice a un lado cuando el piano empezó a tambalearse. En un instante decidí que no hay obra de arte que merezca estar sobre mi cuerpo. Además, yo soy caballero andante, y para eso se necesita ser un artista del alma y de ésos hay pocos. Bien, ¿qué te acongoja, mi querido «Guatson»?
– No sé cómo terminar esta carta -digo apenado.
– Ese problema es fácil de resolver. Termina como empezaste.
– ¿Como empecé? ¿Con un punto?
– Sí, es elemental, mi querido «Guatson», viene en cualquier libro de lógica matemática.
– ¿De lógica matemática? ¿Y qué tiene que ver la lógica matemática con la moral política?
– Más de lo que piensas. Por ejemplo, en lógica matemática (no confundir con el álgebra) el punto representa una conjunción, una y. El punto es igual a una y. Para decir A y B o A más B, se pone A • B. El punto no es el final, es señal de unión, de algo que se suma. Sólo define, entre punto y punto, un número x de párrafos donde x sea un número que el espejo no altere y lo refleje fielmente -dice Durito, mientras acomoda sus papeles. Al oriente, el sol descobija nubes y se apodera del cielo.
Y así las cosas, termino esta posdata con un punto y, según Durito, no termino sino continúo. Vale pues: y…
P.D. que invita a resolver el enigma que encierra su planteamiento central:
Instrucciones:
Primera. Al otro lado del espejo (y lo que Alicia encontró allí), Lewis Carroll, capítulo II, «El jardín de las flores vivientes».
Segunda. Cada punto y aparte marca el fin de un párrafo.
Tercera. Los signos de puntuación no cuentan.
Cuarta. Caos numérico en la lógica del número en el espejo:
1-111. 14-110. 9-109. 247-107. 11-104. 25-103. 47-97. 37-96. 3-95.14-94. 3-89. 24-87. 22-86. 6-85. 10-84. 48-82. 21-81. 43-79. 55-78. 10-77. 49-76. 83-72. 21-71. 42-64. 6-63. 27-62. 52-61. 63-59. 13-58. 11-57. 3-56. 6-54. 101-53. 141-51. 79-50. 35-49. 32-49. 51-46. 11-45. 88-44. 12-43. 12-42. 31-41. 3-40. 24-39. 15-38. 20-37. 18-37. 17-36. 27-35. 22-33. 111-32. 7-32. 115-31. 20-31. 12-31. 5-31. 68-30. 46-30. 31-30. 12-30. 9-30. 54-29. 45-29. 12-29. 49-28. 20-28. 9-28. 40-27. 15-27. 42-22. 111-21. 91-21. 29-21. 3-21. 34-20. 6-20. 81-19. 66-19. 44-19. 36-19. 18-19. 11-19. 123-18. 90-18. 80-18. 76-18. 65-18. 43-17. 4-17. 51-15. 48-15. 28-15. 16-15. 47-14. 20-14. 8-14. 39-13. 12-13. 55-12. 54-12. 53-12. 18-11. 43-10. 25-10. 41-8. 9-6. 6-4. 1-1.
Quinta. En el espejo, el caos es un reflejo del orden lógico y el orden lógico es un reflejo del caos.
Sexta. A • A = ?
Séptima. Hay siete espejos: el primero es el primero. El segundo y el tercero abren el misterio del caos que se ordena en el cuarto. El cuarto se construye con el quinto y el sexto. El séptimo es el último.
Vale de nuevo. Salud y, como se ve (puesto que árboles, transgresores y odontología), no es tan sencillo.
amar a la rama
Subcomandante Marcos EZLN
Montañas del Sureste mexicano
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