LA HISTORIA DE LOS SUEÑOS
25 de diciembre de 1995
En la asfixiante soledad de los primeros años de la guerrilla zapatista, un peculiar personaje hizo presencia en nuestros campamentos. Un pequeño escarabajo fumador, buen lector y mejor platicador, se dio a la tarea de aliviar las frías madrugadas de un combatiente, el Sup.
De nombre civil «Nabucodonosor», el pequeño escarabajo escogió el nombre de guerra de «Durito» por la fortaleza de su piel. Durito, como todos los niños, tiene la piel dura. Y por lo mismo Durito escogió como interlocutor primero al niño que tenemos dentro y que hemos olvidado junto a la vergüenza.
Una madrugada diez años después, casi al final del repliegue militar al que nos obligó la traición de febrero, Durito nos reencontró y volvió a tocar lo mejor que tiene el ser humano: su capacidad de asombro, su ternura, su aspiración a ser mejores… junto a los otros.
En veces detective, en veces analista político, en veces andante caballero y otras tantas como escribidor de cartas, Durito nos habla ofreciéndonos un espejo de futuro que nos muestra lo que podemos ser, los Cuentos para una noche de asfixia se inician para aliviar el pecho oprimido por lo desconocido. En ellos Durito nos abre una herida en el pecho, una herida que duele y alivia, una herida que lastima pero permite respirar mejor.
Autodenominado caballero andante y con el nuevo apelativo de «Don Durito de La Lacandona», este pequeño escarabajo decide recorrer los caminos del mundo para deshacer entuertos, socorrer doncellas, aliviar al enfermo, apoyar al débil, enseñar al ignorante, humillar al poderoso, levantar al humilde. El más grande caballero andante que en el mundo ha sido, el siempre vivo Don Durito de La Lacandona vive asombrando a las estrellas que lo descubren en las madrugadas selváticas. Las noticias de sus hazañas han dado ya la vuelta al mundo y millones de mujeres suspiran por él, miles de hombres lo nombran con respeto y cientos de miles de niños lo admiran.
Don Durito dé La Lacandona nos describe parte de sus andanzas y pensamientos, nos platica cuentos desconcertantes que tienen mil y una lecturas, que enseñan y que alivian las incontables noches de asfixia en las montañas del Sureste mexicano.
Durito cumple diez años en este mes de diciembre de 1995. Sólo espera los resultados de la Consulta Intergaláctica a la que convocó para saber si nos sigue asombrando con sus portentos o se vuelve a perder en las múltiples veredas que cruzan las montañas del Sureste mexicano.
Hoy, 25 de diciembre de 1995, saludo al más grande y mejor de los practicantes de la andante caballería, Don Durito.
Desde las montañas del Sureste mexicano
Subcomandante Insurgente Marcos
P.D. que enseña a soñar o, lo que es lo mismo, a luchar.
El viejo Antonio afilaba su machete y fumaba en el portal de su champa. Yo dormitaba a su lado, cobijado por el aserrar de los grillos y el cansancio. Así como diez años antes y diez años después del afilado humo del cigarro del viejo Antonio, el cielo era un mar nocturno, tan grande que no se le veía fin ni principio. La luna se insinuó minutos antes. Una nube de luz marcó la punta del cerro que balcón sería para un plateado coqueteo, trampolín para una clara zambullida, plataforma para un nuevo vuelo. Un dorado filo apenas guiñó la cañada que la esperaba. Después fue el cambio del oro a la plata y de ahí al blanco nacarado. Con el velamen hinchado y remendado se lanzó hacia arriba. Navegando pasó la noche. Abajo esperaban el silencio y la nostalgia.
Diciembre, 1975, 1985, 1995. Siempre el mar abriéndose al Oriente. No llovía, pero el frío mojaba las ropas y el inquieto sueño de la duermevela de la asfixia lenta. El viejo Antonio confirmó de reojo que estaba despierto y me preguntó:
– ¿Qué soñaste?
– Nada -le dije mientras buscaba la pipa y el tabaco en la cartuchera.
– Malo entonces. Soñando se sueña y se conoce. Soñando se sabe -replicó el viejo Antonio mientras volvía a la lenta caricia de la lima sobre la lengua laminada de su machete.
– ¿Malo? ¿Por qué? -pregunté encendiendo ya la pipa.
El viejo Antonio detuvo su tallar y, después de comprobar el filo, dejó el machete a un lado. Con sus manos y labios empezó un cigarro y una historia.
La historia de los sueños
– La historia que te voy a contar no me la contó nadie. Bueno, me la contó mi abuelo pero él me advirtió que sólo la entendería cuando la soñara. Así que te cuento la historia que soñé y no la que me contó mi abuelo -el viejo Antonio estira sus piernas y se frota las rodillas cansadas. Suelta una lanzada de humo que opaca el reflejo de la luna en la acerada hoja que reposa sobre sus piernas, y continúa…
«En cada surco de piel que se nace en el rostro de los grandes abuelos se guardan y se viven los dioses nuestros. Es el tiempo de lejos que se llega hasta nosotros. Por el tiempo camina la razón de nuestros antepasados. En los viejos más viejos hablan los grandes dioses, nosotros escuchamos. Cuando las nubes se acuestan sobre la tierra, apenas agarradas con. sus manitas de los cerros, entonces se bajan los dioses primeros a jugar con los hombres y mujeres, cosas verdaderas les enseñan. Poco se muestran los dioses primeros, traen cara de noche y nube. Sueños son que soñamos para ser mejores.
«Por los sueños nos hablan y enseñan los dioses primeros. El hombre que no se sabe soñar muy solo se queda y esconde su ignorancia en el miedo. Para que pudiera hablar, para que pudiera saber y saberse, los primeros dioses enseñaron a los hombres y mujeres de maíz a soñar, y nahuales les dieron para que con ellos caminaran la vida.
«Los nahuales de los hombres y mujeres verdaderos son el jaguar, el águila y el coyote. El jaguar para pelear, el águila para volar los sueños, el coyote para pensar y no hacer caso del engaño del poderoso.
«En el mundo de los dioses primeros, los que formaron el mundo, todo es sueño. Es la tierra que vivimos y morimos un gran espejo del sueño en el que viven los dioses. Viven todos juntos los grandes dioses. Parejos están. No hay quiénes arriba y quién abajo. Es la injusticia que se hace gobierno la que descompone el mundo y pone a unos pocos arriba y a unos muchos abajo. No así en el mundo. El mundo verdadero, el gran espejo del sueño de los dioses primeros, los que nacieron el mundo, es muy grande y todos se caben parejos. No es como el mundo de ahorita que chiquito lo hacen para que los pocos se estén arriba y los muchos se estén abajo. El mundo de ahora no es cabal, no es un buen espejo que refleje el mundo de sueños donde viven los dioses primeros.
«Por eso los dioses regalaron a los hombres de maíz un espejo que se llama dignidad. En él los hombres se ven iguales y se hacen rebeldes si no son iguales. Así empezó la rebeldía de nuestros primeros abuelos, los que hoy se mueren en nosotros para que vivamos.
«El espejo de la dignidad sirve para derrotar a los demonios que reparten la oscuridad. Visto en el espejo, el señor de la oscuridad se ve reflejado como la nada que la forma. Como si fuera nada, en nada se deshace frente al espejo de la dignidad el señor de la oscuridad, el desparejador del mundo.
«Cuatro puntos pusieron los dioses para que el mundo se estuviera acostado. No porque cansado se estuviera, sino para que parejos se caminaran los hombres y mujeres, para que todos cupieran, para que nadie encima de otro se pusiera. Dos puntos pusieron los dioses para volar y estarse en tierra se pudiera. Un punto pusieron los dioses para que los hombres y mujeres verdaderos se estuvieran caminando. Siete son los puntos que dan sentido al mundo y trabajo a los hombres y mujeres verdaderos: el frente y el atrás, el uno y el otro costado, el arriba y el abajo, y el séptimo es el camino que soñamos, el destino de los hombres y mujeres de maíz, los verdaderos.
«Una luna en cada pecho regalaron los dioses a las mujeres madres, para que alimentaran de sueño a los hombres y mujeres nuevos. En ellos viene la historia y la memoria, sin ellos se come la muerte y el olvido. Tiene la tierra, nuestra madre grande, dos pechos para que los hombres y mujeres aprendan a soñar. Aprendiendo a soñar aprenden a hacerse grandes, a hacerse dignos, aprenden a luchar. Por eso cuando los hombres y mujeres verdaderos dicen ‘vamos a soñar’ dicen y se dicen ‘vamos a luchar’.»
Se calló el viejo Antonio. Se calló o dormido me quedé. Sueño que sueño, sueño que sé, sueño que entiendo…
Arriba el seno de la luna regalaba leche en el camino de Santiago. La madrugada era reina y todo estaba por hacer, por soñar, por luchar.
El Sup empacando recuerdos y parque.
No hay comentarios todavía.
RSS para comentarios de este artículo.