12 de octubre de 1995
Al pueblo de México:
A los pueblos y gobiernos del mundo:
Hermanos:
Hoy estamos recordando a nuestros más grandes abuelos, aquellos que iniciaron la larga lucha de resistencia en contra de la soberbia del poder y la violencia del dinero. Ellos, nuestros antepasados, nos enseñaron que un pueblo con vergüenza es un pueblo que no se rinde, que resiste, que es digno. Ellos nos enseñaron a estar orgullosos de nuestro color de piel, de nuestra lengua, de nuestra cultura. Más de 500 años de explotación y persecución no han podido exterminarnos. Hemos resistido desde entonces porque sobre nuestra sangre se hace la historia. La noble nación mexicana descansa sobre nuestros huesos. Si nos destruyen, el país entero se vendría abajo y comenzaría a vagar sin rumbo y sin raíces. Prisionero de las sombras, México negaría su mañana negando su ayer.
Hoy somos parte fundamental de un país cuyos gobernantes tienen vocación extranjera y ven con desprecio y repugnancia nuestro pasado. Para ellos somos un estorbo, una molestia que es preciso eliminar en silencio. Su crueldad reviste ahora la forma de la caridad; busca la muerte caminos menos sonoros, busca la oscuridad cómplice y el silencio que oculta. Ya antes han intentado exterminarnos. Diversas doctrinas, ideas diferentes han sido usadas para cubrir de racionalidad el etnocidio.
Hoy, el torpe manto con el que pretenden cubrir su crimen se llama neoliberalismo y representa muerte y miseria para los originales de estos suelos y para todos aquellos de piel diferente pero corazón indígena que nos llamamos mexicanos.
Hoy, la persecución de los conquistadores a los indígenas rebeldes se repite. En el supremo gobierno viven ahora los modernos invasores de nuestras tierras. Persiguen a esos indígenas que se arropan bajo la bandera de la estrella roja con cinco puntas, la bandera del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Pero no sólo a los zapatistas: a todos los indígenas mexicanos, incluso a aquellos de piel clara, persigue la muerte que decreta el poderoso: nuestros hermanos en Guerrero sufren las arbitrariedades del virrey que sostiene el centro; nuestros hermanos en Tabasco padecen la imposición del dinero sucio del narcotráfico; en Veracruz, Oaxaca, Hidalgo y San Luis Potosí la sangre morena es perseguida por caciques disfrazados de gobernantes; en el norte nuestros hermanos indios pagan con muerte y pobreza el imperio de drogas y crimen que el mal gobierno edificó; en el centro del país y en occidente la brutalidad y el desprecio caminan ocultos en la palabra «progreso».
Sonríe el sirviente del poderoso mientras negocia en el extranjero el precio de la patria. Piensa el soberbio que ha ganado y que ya no hay mexicanos dignos bajo estos cielos. Piensa que la muerte completará lo que el olvido y el silencio han acallado. Ofrecen una nación de sombras, dócil y humillada. Buscan un precio para lo que no se puede comprar: la dignidad mexicana.
La sangre india es parte nutriente de la sangre mexicana. El color de la piel no hace al indígena: lo hace la dignidad y el siempre luchar por ser mejores. Hermanos somos todos los que luchamos, no importa el color de piel o el habla que aprendemos al caminar.
Importa la bandera nacional, la que declara el fundamento indígena de una nación hasta ahora condenada a la desesperanza. Importa el escudo nacional, el que advierte a la serpiente del poder su destino. Importa el suelo que nos sostiene en la historia y evita que caigamos en el olvido de nosotros mismos. Importa el cielo que se recarga sobre nuestros hombros, el cielo que hoy duele pero que aliviará nuestra mirada. Importan los mexicanos y no aquellos que nos venden tocando a la puerta extranjera.
Cuentan los más antiguos abuelos que tuvieron por regalo la palabra y el silencio para darse a conocer y para tocar el corazón del otro. Hablando y escuchando aprenden a caminar los hombres y mujeres verdaderos. Es la palabra la forma de caminarse para adentro. Es la palabra el puente para cruzar al otro. Silencio es lo que ofrece el poderoso a nuestro dolor para hacernos pequeños. Callados como estamos muy solos nos quedamos. Hablando se alivia el dolor. Hablamos y nos acompañamos. El poderoso usa la palabra para imponer su imperio de silencio. Nosotros usamos la palabra para hacernos nuevos. El poderoso usa el silencio para esconder sus crímenes. Nosotros usamos el silencio para escucharnos, para tocarnos, para sabernos.
Ésta es el arma, hermanos. Digamos quedo la palabra. Hablemos la palabra. Gritemos la palabra. Levantemos la palabra y con ella rompamos el silencio de nuestras gentes. Matemos el silencio, vivamos la palabra. Dejemos solo al poderoso en lo que la mentira habla y calla. Juntémonos nosotros en la palabra y en el silencio que liberan.
Hoy, 12 de octubre, hace 503 años que la palabra y el silencio del poderoso empezaron a morir.
Hoy, 12 de octubre, hace 503 años que nuestra palabra y nuestro silencio empezaron a resistir, a luchar, a vivir.
Hoy, 503 años después de haber comenzado, seguimos aquí. Somos más y mejores. Tenemos ya muchos colores y muchas son las lenguas que hablan nuestra palabra.
Hoy no hay vergüenza en nuestro corazón por el color de piel o por el habla.
Hoy decimos que somos indios como si dijéramos que somos gigantes.
Hoy, 503 años después de que la muerte extranjera quiso mandarnos su silencio, resistimos y hablamos.
Hoy, 503 años después, vivimos… ¡Vivan los indígenas mexicanos!
¡Democracia!
¡Libertad!
¡Justicia!
Desde las montañas del Sureste mexicano
CCRI-CG del EZLN
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