Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
México, 25 de agosto de 1995.
A los mexicanos y mexicanas:
Hermanos:
Este día 27 de agosto los mexicanos tenemos la oportunidad de demostrarnos que podemos dialogar entre nosotros sin necesidad de humillar al otro, sin imponerle condiciones indignas. Este día la Consulta Nacional la llama el EZLN, mañana serán otras consultas y otras organizaciones. La consulta es una forma de diálogo. El diálogo es posible entre aquellos que se tratan con respeto, que se reconocen.
Aislado y perseguido, con miles de indígenas como rehenes del ejército de ocupación, reducido a la categoría de grupo de delincuentes, el EZLN volvió a tender un puente de esperanza hacia el pueblo de México y a los pueblos del mundo que reconocen en nuestra lucha la suya propia: la lucha por la democracia, la libertad y la justicia.
Un gran sector del país, ése que lo hace nación y en el que reside originalmente la soberanía, escuchó la palabra zapatista y respondió tomando nuevamente la voz, a pesar del gobierno y de los partidos políticos que ven con recelo todo aquello que les signifique competencia en su miserable pugna por las parcelas del poder.
Algo ha cambiado…
Independiente del zapatismo y no pocas veces superando sus planteamientos, nuevos actores históricos emergieron en la maltrecha vida política de México. El crimen hecho gobierno pretende ignorar a un pueblo dispuesto a no callar más, a no aguantar más a no dejarse más, a no olvidar más. El «ya basta!» se multiplica. La torpeza del grupo de criminales que se esconden detrás del escudo oficial logró romper el cerco que su estupidez había tendido en torno al EZLN. El ridículo golpe a los trabajadores de Ruta 100 puso a la dignidad obrera en las calles de la ciudad; la sordera a los reclamos democráticos del pueblo tabasqueño provocó que el Exodo de la Dignidad del sureste se hermanara con el del centro; el cobarde asesinato de los campesinos guerrerenses, veracruzanos e hidalguenses, tendió un puente de sangre morena hasta los indígenas chiapanecos; la militarización de la capital del país recordó a los capitalinos que tienen derecho a ser ciudadanos; los efectos de un programa económico importado del extranjero hasta en su lenguaje, democratizó la miseria y puso a millones de mexicanos en el mismo nivel que los indígenas del sureste; la complicidad gubernamental con la moderna usura de traje y corbata generó, como respuesta, un amplio movimiento ciudadano, El Barzón, que se resiste a ser despojado de todo lo logrado con su trabajo y esfuerzo; la cultura de la impunidad y el engaño encontró respuesta en mujeres de sectores acomodados que, a su manera, piden cuentas a quien debe darlas: el titular del Ejecutivo federal. En otras partes, grupos de hombres y mujeres mexicanos encuentran lo común que los puede hacer crecer: la dignidad.
A todos estos mexicanos, a ustedes, nos dirigimos para pedirles su opinión y para que hablándonos, nos tiendan la mano como se le tiende a un hermano. Este 27 de agosto confluyen tres grandes esfuerzos ciudadanos: el de la Convención Nacional Democrática en la promoción de la Consulta Nacional, el de Alianza Cívica Nacional en la organización, y el de miles de mexicanos que, sin pertenecer ni a una ni a otra participaron en los preparativos de esta gran fiesta ciudadana. Es la ora de la palabra y la Consulta Nacional es un lugar para hablar y escuchar.
A ustedes, a nuestros hermanos, estamos hablando y escuchando.
Nosotros, los zapatistas, hemos sido grandes porque ustedes nos han dado un lugar en su corazón y nos han montado sobre sus hombros. Sobre ellos pudimos ver más lejos, vimos que no era el pasado el destino que anhelábamos, que las palabras viejas se habían gastado tanto que se habían vuelto dañinas contra el que las empleaba. Pudimos ver más allá de las montañas y de la historia, vimos que el mañana no tiene por qué ser estéril e inútil como él que nos ofrecen los criminales que gobiernan nuestros suelos. Vimos que, por encima de doctrinas políticas y creencias religiosas, los mexicanos podíamos dar sentido al pasado que arrastramos y, sobre él, construir una nueva relación que nos permitiera ser dignos, ser mejores, ser humanos.
Nosotros aspiramos a ser sus iguales, no más grandes pero tampoco más pequeños. Durante siglos hemos sido los infantes de una nación grotesta. Acumuladas riquezas inmensas en un puñado de traidores a la patria, democratizada la pobreza entre los millones de trabajadores y empleados en el campo y la ciudad, los indígenas ni siquiera alcanzan la categoría de ciudadanos, de seres humanos.
Hemos hablado con nuestra historia y ella nos ha dicho que la lucha sirva para crecerse hasta la altura de los mexicanos todos, que no aspiremos a dominar o al poder, pero tampoco a la subordinación y a la esclavitud. Igualdad, dicen nuestros muertos. Igualdad en la democracia, en la justicia, en la libertad. Ya no más el desván de las vergüenzas de un país construido sobre nuestros huesos. Ya no más la desesperanza como patrimonio. Ya no más la vergüenza como herencia para los que nos siguen.
El gobierno termina sus últimos preparativos para una nueva ofensiva militar Espera en la Consulta Nacional un aval político. Ve en la asistencia ciudadana a las urnas de este 27 de agosto un termómetro que le indique si éste es el momento para el golpe traidor, o debe posponerlo para ocasiones más propicias. La guerra siempre ha sido privilegio del poder; para los desposeídos quedaba sólo la resignación, la sumisión, la vida miserable, la muerte indígena. Ya no más. Los mexicanos hemos encontrado en la palabra verdadera el arma que no pueden vencer los grandes ejércitos. Hablando entre nosotros, dialogando, los mexicanos caminamos contra corriente. Frente al crimen, la palabra. Frente a la mentira, la palabra. Frente a la muerte, la palabra.
Hermanos:
No es mucho lo que hemos hecho, es cierto. Nos hemos encontrado con un país nuevo, con un país que no tiene nada que ver con el que dibujan y colorean los discursos gubernamentales y los medios electrónicos. Nos encontramos con un país dispuesto a escuchar a los que nadie escuchó antes, dispuesto a dar vida a quienes siempre murieron en el olvido, dispuesto a hablar a quienes siempre fueron ignorados, dispuesto a incluirnos en el «nosotros» que se cobija bajo la bandera de flancos rojo y verde, de blanco corazón, del águila devorando a una serpiente.
Este país que encontramos el primero de enero de 1994 y que sigue viviendo a pesar del terror con el que quieren someterlo, es un orgullo. Nosotros somos mexicanos, siempre lo hemos sido. Hoy es un honor llamarnos mexicanos. Una de nuestras misiones se ha cumplido: recordamos a la nación cuáles eran sus raíces; la máscara de una prosperidad falsa fue arrancada por manos morenas y pasos antiguos.
No tenemos nada de que avergonzarnos. Somos producto del encuentro de la sabiduría y la resistencia indígena con la rebeldía y la valentía de la generación de la dignidad que alumbró con su sangre la oscura noche de las décadas de los 60, 70 y 80. De este encuentro aprendimos a ser firmes, hemos aprendido a ser mexicanos, a vivir luchando para ser dignos de la patria que nos cobija, y a no escatimarle sacrificio alguno, incluso la muerte para su libertad.
Hemos aprendido a hablar y a escuchar, a caminar sin exclusiones, a respetar los distintos niveles y pensamientos, a no imponer nuestras ideas y a no decretarle obediencia a la historia, pero sobre todo a reconocer y corregir nuestros yerros. Y es de ustedes de quienes hemos aprendido todo esto. Ustedes nos han enseñado que no estamos solos, que nuestra verdad no se puede imponer como verdad absoluta. Que conocer nuestros errores no nos hace más pequeños y que hablar de nuestras fallas no ensucia nuestras palabras. No pocas veces hemos hablado y actuado como si la verdad y la razón no tuvieran otro lugar que el nuestro, como si fuéramos poseedores del camino mejor, como si fuéramos los únicos y los mejores. Hemos herido a gentes buenas, pero no por soberbia. Aprendiendo nos vamos formando y haciendo nuevos.
No somos los mismos de diciembre de 1993. El EZLN no es ya sólo el ejército mayoritariamente indígena que se alzó en armas en contra del supremo gobierno. El EZLN es, ahora y para siempre, una esperanza. Y la esperanza, como el corazón, está del lado izquierdo del pecho.
Somos ya producto de ustedes, de su palabra y de su aliento. Hoy ya no hay más el «ustedes» y el «nosotros». Somos los mismos.
Somos.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Subcomandante insurgente Marcos.
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