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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Jun201995

A Eric Jauffret: Los pueblos indígenas han decidido resistir sin aceptar las limosnas con las que el supremo gobierno pretende comprarlos

Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

México.

20 de junio de 1995.

A: Eric Jauffret.

Francia.

De: Subcomandante insurgente Marcos, CCRI-CG del EZLN.

Montañas del sureste mexicano.

México.

«He visto a Siqueiros enmascarar a los niños y sublevar los muros, a Rivera desatar la enigmática y anónima ternura cómplice…»

Eric Jauffret.

Yo, en cambio, he visto a los nuestros cubrirse el rostro para mostrarse al mundo y quitarse el pasamontañas para esconderse del enemigo. Por ejemplo, en uno de los recientes relevos de tropas gubernamentales, uno de los oficiales se ha despedido de los pobladores. Manda saludos a los zapatistas. Regresará, dice, dentro de cuatro meses. Durante estos cinco meses buscó a los zapatistas y no los encontró. «Se salieron de la montaña y están en los poblados. Así no podemos encontrarlos», dice el oficial explicando, a su modo, que esta es una guerra absurda en donde el enemigo se muestra para ocultarse y se oculta para mostrarse.

También he visto que el Beto (10 años entrado en 11 y medio, cuarto para las doce) ha volteado el mundo de cabeza y, como prueba, me envía un dibujo de plumines desgastados en donde el mar es el cielo y el cielo es el mar. El Beto ya es, para efectos de trabajo en la comunidad, mayor de edad. Carga un tercio de leña y ha puesto en aprietos a una mujer en uno de los campamentos de paz.

­¿Cómo es eso del mar? ­preguntó El Beto y tuvo que enfrentar, como respuesta, una pila de libros llenos de fotos, dibujos y letras.

La explicación se inicia con la aclaración de una duda que, a la maestra improvisada, le parece determinante: ¿se trata de «el» mar o «la» mar? El Beto sólo ha preguntado para saber si en el mar pueden volar los aviones y helicópteros.

­ No, no pueden… ­responde la maestra y ya sigue una complicada explicación sobre densidades, leyes físicas, aerodinámicas, composición química de mucho H2O y otras esdrújulas.

El Beto me manda decir con su tío que ponga entre las demandas del EZLN que el mar se suba al cielo y el cielo se baje al mar. Considera El Beto que de esta forma el mar será más democrático porque todos podrán verlo y él, El Beto, no tendrá que soportar una larga explicación para saber que el mar, como la esperanza, es del género femenino.

Me cuenta también El Beto que tiene un su amigo que se llama Nabor. El padre de Nabor murió el 10 de febrero de 1995 cuando el gobierno envió a sus tropas a recuperar la «soberanía nacional». Herido de muerte, quedó separado de su unidad, que se replegaba para no chocar con los federales. Una espiral de zopilotes señaló, días después, el lugar donde quedó. El Beto ha adoptado al Nabor y le ha enseñado todo lo necesario para sobrevivir en la selva Lacandona. Alumno aventajado, Nabor se presume de que ya besó a una compañera.

­ ¡Mmmh, sabroso! ­dice Nabor mientras se lleva la mano a la boca y simula con los labios un beso.

Nabor está de acuerdo con El Beto en que el cielo debe quedar abajo y el mar arriba. Un helicóptero artillado pasa para confirmarlo. El Beto considera que el cambio no debe ser muy complicado. ¿No son azules los dos? ¿No son grandes los dos? Además, dice Nabor que es más sencillo voltear el mundo que el que nosotros aprendamos a andar de cabeza. Para El Beto y Nabor la felicidad será agacharse para poder mirar el cielo.

¿Ah? Me olvidaba. Nabor tiene tres años y, como se puede apreciar, acá cada año es una década y las clases de «sexo responsable» deberían empezar desde los 2 años de edad…

Pero señor Jauffret, yo no le escribía para contarle del dibujo de El Beto, de su amigo Nabor y de sus planes para invertir el mundo, yo le escribía para agradecerle sus líneas y para contarle un poco de nuestra situación actual.

Los pueblos indígenas que apoyan nuestra justa causa han decidido resistir sin rendirse, sin aceptar las limosnas con las que el supremo gobierno pretende comprarlos. Y lo han decidido porque han hecho suya una palabra que no se entiende con la cabeza, que no se estudia o se aprende de memoria. Es una palabra que se vive con el corazón, una palabra que se siente en el pecho y que hace que hombres y mujeres tengan el orgullo de pertenecer al género humano. Esta palabra es la Dignidad. El respeto a nosotros mismos, a nuestro derecho a ser mejores, o nuestro derecho a luchar por lo que creemos, a nuestro derecho a vivir, y a morir, de acuerdo a nuestros ideales. La Dignidad no se estudia, se vive o se muere, se duele en el pecho y enseña a caminar. La Dignidad es esa patria internacional que, muchas veces, olvidamos.

Nuestros ideales son muy simples y, por lo mismo, muy grandes: queremos, para todos los hombres y mujeres de este país, y del mundo entero, tres cosas que son fundamentales para cualquier ser humano: la democracia, la libertad y la justicia. Pudiera parecer, y a esto se prestan muchos medios de comunicación masiva, que estas tres cosas no significan lo mismo para un indígena del sureste mexicano que para un europeo. Pero se trata de lo mismo: del derecho a tener un buen gobierno, del derecho a pensar y actuar con una libertad que no implique esclavitud de otros, del derecho a dar y recibir lo que es justo.

Por estos tres valores, por la democracia, la libertad y la justicia, nos alzamos en armas el primero de enero de 1994. Por estos tres valores hoy resistimos sin rendirnos. Ambos hechos, la guerra y la resistencia, significan que estos tres valores representan todo para nosotros, significan una causa por la que vale la pena luchar, por la que vale la pena morir… para que valga la pena vivir. Nuestra causa, pensamos nosotros, no es sólo nuestra. Es la de cualquier hombre o mujer honestos de cualquier parte del mundo. Y por eso aspiramos a que nuestra voz sea escuchada en todo el mundo y a que nuestra lucha sea asumida por todos en todo el mundo. Nuestra causa no es la causa de la guerra, no es la causa de la destrucción, no es la causa de la muerte. Nuestra causa es la causa de la paz, pero con justicia; es la causa de la construcción, pero con equidad y razón; es la causa de la vida, pero digna y siempre nueva y mejor.

Hoy, nos encontramos en una situación muy difícil. La guerra viste su terrible traje de hambre y comunidades enteras se hayan en condiciones por abajo de las mínimas de sobrevivencia. Estamos dispuestos a ello no porque nos guste el martirio o el sacrificio estéril. Estamos dispuestos a ello porque sabemos que hermanos y hermanas de todo el mundo sabrán tendernos la mano para ayudarnos a salir triunfantes de una causa que también es la suya.

Como ayer, que nos cubrimos el rostro para mostrar al mundo el rostro verdadero del México del sótano y después de lavar con nuestra sangre el espejo en el que los mexicanos miraron su propia dignidad, hoy mostramos nuestra cara para ocultarnos en la traición y la muerte que caminan en el paso de los que, dicen, gobiernan este país. No estamos peleando con las armas. Pelean nuestro ejemplo y nuestra dignidad.

En las pláticas de paz los delegados gubernamentales han confesado que han estudiado mucho qué es eso de la dignidad y que no han podido entenderlo. Piden a los delegados zapatistas que les expliquen qué es la dignidad. Los zapatistas ríen, después de meses de dolor ríen. Sus risas resuenan y se escapan hasta los altos muros en los que la soberbia esconde su miedo. Siguen riendo los delegados zapatistas cuando el encuentro termina, ríen cuando informan a los demás de lo ocurrido. Todos los que escuchan el informe ríen, la risa recompone los rostros que el hambre y el desengaño han endurecido. Ríen los zapatistas en las montañas del sureste mexicano y el cielo no puede menos que contagiarse de esa risa y se suelta a las carcajadas. Tanto ríe el cielo que se le salen las lágrimas y empieza a llover como si la risa fuera un regalo para la tierra seca…

Con tanta risa lloviendo, ¿quién puede perder? ¿quién merece perder?

Vale, señor Jauffret.

Salud y tened presente eso de «Le monde est bleu comme una orange».

Desde las montañas del Sureste mexicano.

Subcomandante Insurgente Marcos

México, junio de 1995.

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