Entrevista a la Comandanta Trinidad,
San Andrés Sakamch’en, Chiapas, 13 de mayo de 1995.
Juan Antonio Zuñiga y Herman Bellinghausen, enviados, San Andrés Sakamch’en, Chis., 13 de mayo. «El fin de mi venida fue que las mujeres indígenas trabajamos en el campo, vamos a trabajar nuestras huertas, a traer leña. Eso era antes. Ahora no podemos salir a ninguna parte.»
La comandanta Trinidad, o Trini, es la novedad del diálogo. Desde las silenciosas apariciones de Ramona en el diálogo de la catedral no habían participado mujeres en la representación indígena. Bueno, de hecho es la única mujer en la negociación. La parte del gobierno es de hombres, como era la zapatista. Quizás por eso no resultan tan desmesuradas las palabras con que inicia el primer contacto con la prensa: «Yo represento a todas las mujeres mexicanas, indígenas, y de Chiapas. Ojalá que para el otro viaje vengan otras mujeres. Ojalá que de nuestras venidas nos tomen en cuenta».
Discreta y bien plantada, ya dirigió un discurso a la concurrencia de la plaza, en tojolabal. Ya quedó lampareada. El rostro abierto con un paliacate y la cabeza descubierta muestran a una mujer mayor muy morena y con una larga y hermosa cabellera entrecana. Una campesina de manos trabajadas y ojos profundos. Sin eufemismos, tiene la voz de una madre: «Nuestro hijos y nietos están sufriendo y no hay necesidad». Una voz sencilla, de esas que ya no estamos acostumbrados a escuchar.
«Queremos la paz digna y justa. Allí estamos nosotros en las montañas. Dejamos nuestras cosas, no tenemos dinero para comprar otra vez las cosas que perdimos. Las comunidades piden que salga el Ejército, que el gobierno solucione los problemas. En la comunidad la gente dijo que si sale el Ejército (Nacional Mexicano), el Ejército Zapatista estará de acuerdo.»
La comandanta Trinidad también habla de la tierra: «La tierra es para que la cultiven los campesinos. Ahora se perdió el ciclo y no pudimos sembrar. Entre nosotros hay igualdad, todos le entran con fuerza».
«Fuerza» es una palabra que suena mucho en su boca. De su discurso en tojolabal, la palabra castellana, que se repetía, era lo único que pudimos entender la mayoría de los asistentes, incluso los dos mil tzotziles del cordón civil. No hizo falta más.
Pasada la medianoche, la comandanta Trinidad concede una entrevista a varios reporteros. La rodean David, Zebedeo, Guillermo, Domingo, Moisés.
Un reportero la provoca: «¿Y si no encuentran solución a sus demandas?» Trinidad, visiblemente cansada (entre lo que caminó y lo que viajó en ambulancia se le fue el día entero), clava la mirada sobre la mesa donde apoya sus manos y dice con tristeza: «Si no resuelve, qué quiere usted que se haga».
Pero se muestra confiada:
«Pensamos que el gobierno sí quiere resolver. Está hablando, al frente vienen hombres de edades, que tienen conocimiento, están más capacitados en sus palabras, y si vienen es porque quieren arreglar».
La comandanta Trinidad casi no sabe leer ni escribir. «Eso lo saben sólo las jóvenes», pero concede el beneficio de la duda a la delegación del gobierno federal: «Dijeron que sí tienen la intención de dialogar y que están de acuerdo». Su uniforme es un vestido brillante de corte moderno, y viste un suéter color rosa. Sus sandalias son de plástico.
«El pensamiento de las mujeres que están en las montañas es que se salga el Ejército de las montañas», expresa.
Trinidad reitera las penurias, las enfermedades de las familias que no pueden volver a las comunidades: «Nuestros hijos, nuestros nietos». Y cuenta:
«Anteriormente mi mamá o mi abuelita no muy se sabían enfermar y trabajaban más la esposa y el esposo, porque tenían un patrón al que le trabajaban. Unas borcelanitas les daban, todavía las tenemos. Nada les daban dinero. Hasta su jabón se hacían ellos, y para su labor de ellos tenían nomás los domingos.
«Nosotros ya no conocimos patrón. Buscamos un mejoramiento de no tener patrón y encontramos un terreno. De pobres seguimos, aunque tengamos producto. Cuando la traemos a Margaritas lo compran a mal precio, que nuestro café no es bueno, dicen, y como estamos con necesidad lo damos barato.»
Insiste en las demandas femeninas:
«Queremos que las mujeres sean reconocidas. Me decidí a ser zapatista para que se mejoren nuestras comunidades». El diálogo es entrecortado.
«Después del primero de enero no se ha visto que resuelvan ninguno de nuestros puntos. La esperanza para mí es que haya una esperanza de solución, y si el gobierno no cumple, pues no sé lo que va a pasar, no sé», y calla un rato largo, y agrega: «Si el gobierno no saca su Ejército es prueba que quiere pelear. Pero si quiere dialogar, hay una esperanza pues de que va a haber acuerdo».
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