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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Abr151995

DURITO III (El neoliberalismo y el movimiento obrero…) 

Al semanario nacional Proceso.

Al periódico nacional El Financiero.

Al periódico nacional La Jornada.

Al periódico local de S.C.L.C., Chiapas, Tiempo.

15 de abril de 1995.

Señores: va comunicado para la víspera. Acá abril sigue jugando a que se disfraza de marzo, y mayo empieza a aletear en algunas flores extraviadas, con su rojo color, entre tanto verde. Yo no dejo de esperar y desesperar entre tanto grillo. En el entretanto, planeo fundar la sociedad de Pulmones Agobiados Anónimos. Estoy seguro que tendría gran éxito en el Defe. Para cuando ésta llegue, la Semana Santa ya será, de nuevo, semana ordinaria. ¿Cuánto más podrá durar la mentira?

Vale. Salud y una bocanada de este aire fresco que, dicen, se respira en las montañas y que algunos desubicados llaman «esperanza».

Desde las montañas del sureste mexicano.

Subcomandante insurgente Marcos

México, abril de 1995

P.D. QUE SIGUE DESFACIENDO ENTUERTOS DE MADRUGADA Y OFRECE, A UNA LEJANA DONCELLA, UN RAMILLETE DE ROJOS CLAVELES ESCONDIDO EN UN CUENTO QUE SE LLAMA…

DURITO III

(El neoliberalismo y el movimiento obrero…)

La Luna es una almendra pálida. Laminados de plata remoldean árboles y plantas. Grillos afanosos clavetean en los troncos las blancas hojas, tan irregulares como las sombras de la noche de abajo. Ráfagas de viento gris agitan árboles e inquietudes.

Durito se encarama en mis barbas. El estornudo que provoca hace rodar por los suelos al armado caballero. Durito se incorpora con pesadez. A la ya de por sí imponente armadura de su cuerpo, Durito agregó media cáscara de cololté (que es una especie como de avellana silvestre, que se da en la selva Lacandona) en la cabeza y una tapita de frasco de medicina como escudo. Excalibur está envainada y una lanza (que se parece sospechosamente a un clip enderezado) completa el atuendo.

­ ¿Y’ora? ­pregunto mientras trato de ayudar, inútilmente, a Durito con un dedo.

Durito se recompone el cuerpo, es decir, la armadura. Desenvaina Excalibur, carraspea un par de veces y dice con voz engolada:

­ ¡Madrugada, mi maltrecho escudero! ¡Esta es la hora cierta en que la noche arregla sus ropajes para marcharse, y el día afila la espinosa cabellera de Apolo para asomarse al mundo! ¡Es hora de que los caballeros andantes cabalguen buscando aventuras que eleven su prestigio ante los ojos ausentes de la dama que les impide que, siquiera un instante, puedan plegar los párpados buscando olvido o descanso!

Yo bostezo y dejo que los párpados me traigan olvido o descanso. Durito se irrita y alza la voz:

­ ¡Debemos salir a desfacer doncellas, enderezar viudas, socorrer bandidos y encarcelar al desvalido!

­ Ese menú parece programa de gobierno ­le digo con los ojos todavía cerrados.

Durito no parece tener intenciones de irse sin conseguir que me despierte del todo:

­ ¡Alerta, bellaco! ¡Os recuerdo vuestro deber de seguir a vuestro amo por donde desdichas y venturas ande su paso!

Por fin abro los ojos y lo quedo viendo. Durito tiene más la apariencia de un tanque de guerra desvencijado que de un caballero andante. Como quiera, para salir de la duda, le pregunto:

­ ¿Y quién se supone que eres?

­ ¡Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que, a despecho y a pesar de la mesma envidia, y de cuanto mago crió Persia, bracamanes la India, ginesofistas la Etiopía, ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir, si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las armas! ­responde Durito asumiendo su pose, según él, más gallarda.

­ Me suena… me suena… Se parece mucho a… ­empiezo a decir, pero Durito me interrumpe:

­ ¡A callar, insensato plebeyo! Me queréis desprestigiar diciendo que de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha plagio mis parlamentos. Y por cierto, ya que en estos menesteres estamos, debo deciros que os estáis acartonando bastante en vuestras epístolas. ¡Eso de poner citas bibliográficas! Si seguís con ese derrotero iréis a acabar como Galio, que en un solo párrafo cita a seis o siete autores para cubrir de ilustrado su cinismo.

Yo me siento profundamente herido por comentarios tan anexos y cambio de tema:

­ Eso que traes en la cabeza… parece cáscara de cololté.

­ Es un yelmo, ignorante ­dice Durito.

­ ¿Yelmo? Parece una cáscara con agujeros… ­insisto.

­ Cololté. Yelmo. Halo. Ese es el orden, Sancho ­dice Durito mientras se acomoda el yelmo.

­ ¿Sancho? ­titubeo-digo-pregunto-protesto.

­ Bueno, dejaos de necedades y aprestaos a partir, que muchas son las injusticias que ha de remediar mi incansable espada y ya impaciente está su filo por probar el cuello de sindicatos independientes ­al decir esto, Durito blande su espada como regente de una ciudad capital.

­ Creo que has leído mucho periódico últimamente. Ten cuidado, no te vayan a suicidar ­le digo a Durito mientras trato de retrasar lo más posible el momento de levantarme.

Durito abandona por un momento su lenguaje de siglo XVI y me explica, orgulloso, que ya consiguió una su montura. Dice Durito que es veloz como relámpago en agosto, silenciosa como viento en marzo, dócil como lluvia en septiembre, y no recuerdo qué otras maravillas, pero había una por cada mes del año. Yo me muestro incrédulo, así que Durito me anuncia, solemne, que me hará el honor de mostrarme su cabalgadura. Yo asiento, pensando que así podré dormir un poco.

Durito se va y tarda tanto en regresar que, en efecto, me quedo dormido…

Una voz me despierta:

­ ¡Heme aquí!

Es Durito, y monta sobre la lógica razón de su tardanza: ¡una tortuguita!

A un paso que Durito se empeñó en llamar «trote elegante», y que a mí me pareció más bien un paso bastante prudente y dilatado, la tortuga se llegó frente a mí. Montado en su tortuguita («coc», le llaman en tzeltal), Durito voltea a verme y me pregunta:

­ ¿Y cómo me veo?

Yo lo quedo viendo, guardo un silencio respetuoso frente este andante caballero que razones desconocidas trajeron a las soledades de la selva Lacandona. Su imagen es… es… «peculiar».

Durito bautizó a su tortuga, perdón, a su caballo con un nombre que más parece delirio: Pegaso. Para que no haya duda de esto, Durito ha escrito en el caparazón de la tortuga, con letra grande y decidida: «PEGASO. Copy Rights Reserved«. Y, abajito, «Favor de abrocharse los cinturones«. Yo casi no puedo resistir la tentación de hacer una semejanza con el programa de recuperación económica, cuando Durito da vuelta a su montura para que yo pueda ver el otro costado. Pegaso se toma su tiempo, así que lo que Durito anunció como «un vertiginoso giro de su caballo» es, en realidad, una pausada vuelta sobre si misma. Movimiento que la tortuga hace con tanto cuidado que cualquiera diría que no quiere marearse. Después de unos minutos, puedo leer en el flanco izquierdo de Pegaso «Sección de Fumadores» «Prohibido el paso a charros sindicales» «Espacio libre para anuncios. Informes en Durito’s Publishing Company». Yo creo, sin embargo, que no hay ya mucho espacio libre, el anuncio ocupa todo el flanco izquierdo y la retaguardia de Pegaso.

Después de elogiar la visión ultra-mini-micro-empresarial de Durito, única forma de sobrevivir en el naufragio del neoliberalismo y el telecé, le pregunto:

­ ¿Y a dónde os conduce vuestra fortuna?

­ No seáis payaso. Ese lenguaje sólo corresponde a nobles e hidalgos, no a pelafustanes y plebeyos los cuales, a no ser por mi infinita misericordia, seguirían en sus huecas vidas y jamás podrían soñar siquiera en conocer los secretos y maravillas de la andante caballería ­responde Durito mientras trata de refrenar a Pegaso que, por alguna extraña razón, parece impaciente por salir.

A mí me parece que, para ser las dos de la mañana ya he recibido bastantes regaños, así que le digo a Durito:

­ A donde vayas, vas solo. No pienso salir esta noche. Ayer Camilo encontró huellas de tigre y, dice, debe andar cerca.

Creo que he dado en un flanco vulnerable de nuestro valiente caballero, porque la voz le tiembla cuando pregunta:

­ ¿Ti… ti… tigre? ­y agrega después de tragar saliva con audible dificultad:

­ ¿Y qué comen estos tigres?

­ De todo. Guerrilleros, soldados, escarabajos… ¡y tortugas! ­esto último lo digo observando la probable reacción de Pegaso. La tortuguita debe haberse creído lo de que es un caballo, porque no se dio por aludida. Hasta me pareció escucharle algo como un tenue relincho.

­ ¡Bah! Lo decís por asustarme, pero debéis saber que este armado caballero ha derrotado a gigantes disfrazados de molinos de viento, que a su vez se disfrazaban de helicópteros artillados, ha conquistado los reinos más inexpugnables, ha vencido la resistencia de las más recatadas princesas, ha…

Yo interrumpo a Durito. Es evidente que él puede pasarse páginas y páginas hablando y yo soy el que recibe las críticas de los jefes de redacción, sobre todo cuando los comunicados llegan muy tarde en la noche.

­ Bueno, bueno. Pero dime, ¿a dónde vas?

­ Al Distrito Federal! ­dice Durito blandiendo su espada. Parece que el destino del viaje sobresalta a Pegaso, porque da una especie de respingo que, en una tortuga, es como un discreto suspiro.

­ ¿A México? ­pregunto con incredulidad.

­ ¡Seguro! ¿Acaso creéis que porque la Comcopa no los dejó ir a ustedes, eso me va a detener a mí?

­ Yo quise advertirle a Durito que no hablara mal de la Comcopa porque los legisladores son muy susceptibles y luego se enojan en la tribuna, pero Durito siguió:

­ Porque debéis saber que soy andante caballero, pero más mexicano que el fracaso de la economía neoliberal. Tengo, por tanto, derecho a llegarme hasta la llamada «ciudad de los palacios». ¿Para qué quieren palacios en el DF si no es para que un caballero andante como yo, el más famoso, el más gallardo y el más respetado por los hombres, querido de las mujeres y admirado de los niños, los honre con mi pie?

­ Será con las patas, pues te recuerdo que, además de caballero andante y mexicano, eres un escarabajo ­le corrijo.

­ Con mis pies o patas, pero un palacio sin caballero andante que a él se llegue, es como un niño sin un regalo el 30 de abril, como una pipa sin tabaco, como un libro sin letras, como una canción sin música, como un caballero andante sin escudero… ­al llegar a este punto. Durito me mira fijamente y pregunta:

­ ¿Estáis seguro que no queréis seguirme en esta intrigante aventura?

­ Depende ­digo yo, haciéndome el interesante, y agrego­: depende de lo que significa eso de «intrigante aventura».

­ Significa que voy al desfile del Primero de Mayo ­dice Durito como si dijera «voy a la esquina por unos cigarros».

­ ¿Al desfile del primero de mayo? ¡Pero si no va a ser desfile! Fidel Velázquez, que siempre se ha preocupado por la economía de los obreros, dijo que no había dinero para hacer el desfile. Las malas lenguas insinuaron que tiene miedo de que los obreros se salgan del huacal y, en lugar de agradecer al supremo, le den puras mentadas de esas que no les gustan a los caricaturistas. Pero es un infundio, el secretario del Trabajo rápidamente dijo que no era por miedo, que era una decisión «mmmuy respetable» del sector obrero, y…

­ ¡Ya, ya para tu carro alegórico! Yo voy al desfile del primero de mayo porque voy a retar a duelo al tal Fidel Velázquez que, como es de todos sabido, es un ogro feroz que sojuzga a gentes empobrecidas. Lo retaré a pelear en el estadio Azteca, a ver si así mejoran las entradas, porque desde que despidieron a Beenhaker (no me critiquen si no se escribe así, ni siquiera los directivos del «América» lo saben escribir bien, y eso que ellos le hacían los cheques) a las «águilas» no las van a ver ni los zopilotes.

Durito queda un momento callado y mira pensativo a Pegaso, éste debe haberse quedado dormido, porque tiene rato que no se mueve. De pronto, Durito me pregunta:

­ ¿Tú crees que Fidel Velázquez tenga caballo?

Yo dudo un poco:

­ Bueno, es charro… así que es muy probable que tenga un caballo.

­ ¡Magnífico! ­dice Durito, y pica espuelas a Pegaso. Pegaso podrá pensar que es un caballo, pero su cuerpo sigue siendo el de una tortuga y tiene un duro caparazón que lo certifica, así que ni se da por enterada de las vaqueras exhortaciones de Durito para que se ponga en camino.

Después de batallar un poco, Durito descubre que pegándole con el clip, perdón, con la lanza en la nariz, puede hacer que Pegaso se tienda a todo galope. «A todo galope», para este caballo-tortuga, es a unos 10 centímetros por hora, así que se ve que Durito va a tardar en llegar al defe.

­ A ese paso vas a llegar cuando Fidel Velázquez ya esté muerto ­le dije a Durito como despedida.

Jamás lo hubiera dicho. Durito tiró de las riendas y rayó su caballo como cuando Pancho Villa tomó Torreón. Bueno, es una imagen literaria. En realidad lo que hizo Pegaso fue detenerse, lo que, a la velocidad que llevaba, fue casi imperceptible. Contrastando con la calma de Pegaso, Durito está furioso cuando me dice:

­ ¡A tí te pasa lo que le pasó a los asesores del movimiento obrero en las últimas décadas! Le recomendaron paciencia al obrero, se sentaron a esperar a que cayera el charro de su montura y no hicieron nada por tirarlo.

­ Bueno, no todos se han sentado a esperar. Algunos han luchado, y fuerte, por hacer un movimiento obrero verdaderamente independiente… ­digo.

­ A ésos son los que voy a ver. Me voy a unir con ellos para enseñarle a todos que los obreros también tenemos dignidad ­dice Durito que, ahora recuerdo, una vez me contó que fue minero en el estado de Hidalgo y petrolero en Tabasco.

Se va Durito. Tarda unas horas en desaparecer detrás del matorral que está a unos metros de mi techo de plástico. Me levanto y me doy cuenta que mi bota derecha está floja. La alumbro con la lámpara de mano y descubro que… ¡no tiene agujeta! Y hasta entonces recuerdo por qué se me hacían conocidas las riendas de Pegaso. Ahora habrá que esperar a que Durito regrese de México. Busco un bejuco para amarrarme la bota y pienso que olvidé recomendarle a Durito que se diera una vuelta por el restaurante de los azulejos. Me vuelvo a acostar. Ya se amanece…Arriba el cielo se despereza y, con ojos de azul rojizo contempla, asombrado, que México sigue ahí, donde lo dejó ayer. Yo enciendo la pipa, miro los últimos girones de noche desprenderse de los árboles y digo, y me digo, que la lucha es muy larga y que vale la pena…

1 Capítulo XLVII. «Del extraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos».

P.D. QUE, CON CARA DE LUNA LLENA, MIRA HACIA LA SELVA Y SE PREGUNTA…

¿Quién es este hombre que cabalga sobre una sombra escuálida? ¿Por qué no busca alivios? ¿Por qué nuevos dolores anda? ¿Por qué tantos viajes estando quieto? ¿Quién es? ¿A dónde va? ¿Por qué se despide con un silencio tan ruidoso?

P.D. PARA UNA CND QUE NO SE DECIDE ENTRE PELEAR CONTRA EL SISTEMA DE PARTIDO DE ESTADO O CONTRA SI MISMA.

Leí por ahí que, mientras el supremo golpea a uno y otro lado, la CND se golpea entre sí. Sobre eso, y otras cosas, unas líneas:

Como escribe ese poeta que se esconde detrás de un piano y de un mostacho canoso:

México es una flor de jacaranda

que jamás buscó jarrones

Un jabalí que se jacta

de sus jóvenes

Una jabalina al corazón

de la justicia

La equis camuflajeada

de jota.

Y tiene, tal vez, razón el Manuel cuando platica que las reuniones de los «centros colectivos de apoyo ciudadano» parecían reuniones de «alcohólicos anónimos» o «wheight watchers«. Tal vez haya más que aprender de estas reuniones que de las asambleas partidarias.

Después de todo, la CND nació con la idea de la unidad, no de entrar en el mercado del clientelismo partidario. Era y es necesario un plan que incluya a la mayor cantidad y calidad posible de voluntades civiles. La CND tenía (¿tiene?) ese plan. No ser el brazo político del ezetaelene o un nuevo partido o un nuevo elefante blanco de la irregular izquierda mexicana. Ser el espacio de encuentro de las imaginaciones y las propuestas de cambio democrático. Y en esto de las imaginaciones y propuestas, las más frescas, las más audaces, venían (¡vienen!) de la sociedad civil, no de la sociedad política, es decir no de las organizaciones políticas. Su bandera es la nacional, esto es, que está por encima de partidos y ejércitos. De ese espacio de encuentro pueden salir propuestas que imponer, con imaginación, al gobierno, a los partidos, al ezeta, y a sí misma. Ese barco no quiere llegar al puerto del poder, en ese sentido no cumple con la premisas pragmáticas y cínicas de Galio-Maquiavelo, pero sí quiere llegar al puerto de un país sin retorno a la sombra, un país con democracia, libertad y justicia. ¿Hay lastres? ¡Al mar con ellos! ¿Quedarían pocos a bordo? ¡La imaginación suplirá cantidad con calidad! La sociedad civil tiene mucho que aprender de sí misma y poco, muy poco, que aprender de la sociedad política (con todo su espectro de colores, sabores y cinismos). No es un espacio de los anti-partido, pero sí podría serlo de los sin-partido. Esta sociedad civil consigue, en medio de las amenazas de la guerra sucia (aunque no hay, creo, guerra que pueda llamarse limpia), que el ángel de la Independencia baje a rapel de la columna y se ponga a platicar con Juárez, Colón y el joven abuelo Cuauhtémoc, la amable Diana cazando estrellas, y una palmera extraviada y borracha de smog. Esta sociedad civil consigue que sus despropósitos se conviertan en realidades: diálogos civiles en medio de tanques, ametralladoras y cañones; campañas de ayuda humanitaria, en medio de una crisis profunda y un encarecimiento generalizado, dirigidas a socorrer su flanco más empobrecido y vulnerable, el indígena. Si la CND no es un espacio amplio para ésta y otras iniciativas, la informe, pero eficaz, irreverencia de la sociedad civil se va a salir de esa camisa de fuerza. ¿Y entonces? Correcto, construirá sus propios espacios de encuentro. La CND se convertirá en una sigla más, agregada a la ineficacia de las siglas ya existentes. Hay que aprender mucho todavía. Este país tiene mucho que aprender de sí mismo.

P.D. A QUIEN CORRESPONDA EN EL SUPREMO GOBIERNO.

Existe una especie de lentes tallados de forma que tienen muchas caras, como un prisma multifacial. Esta lente está montada en un pequeño visor de madera tallada, como un ocular. Viendo a través de esa lente, la luz se descompone en muchas luces. Al girarlo o moverlo, una nueva composición múltiple se ofrece a la vista. ¿Es la misma luz descompuesta en muchas luces? ¿Son muchas luces unidas en la cárcel de la lente? ¿Es sólo la confirmación de que no hay unicidad ni en lo más aparente? ¿Es la luz una sola o es muchas luces que hay que saber distinguir, reconocer y apreciar? Y, por último, pensando ya en el diminuto ocular, ¿se trata de una luz con muchos marcos o un marco para muchas luces?

Vale de nuevo. Salud y en llegando al infierno sabremos la respuesta.

El Sub con un clavel rojo en la solapa, jugando a que es cristal y espejo.

 

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