Al semanario nacional Proceso:
Al periódico nacional El Financiero:
Al periódico nacional La Jornada:
Al periódico local de SCLC, Chiapas, Tiempo:
24 de marzo de 1995
Señores:
Va comunicado-informe sobre los avances del diálogo epistolar.
Por favor, hagan cuenta de los días que tardan en llegar las cosas acá y los que tardan en salir, no coman ansias.
Acá la primavera se disfraza de otoño y las hojas tienden a uniformarse con color marrón. Por el día con tábanos y por la noche con cocuyos, la selva también muda ropajes y sorpresas.
Vale. Salud y un viento fresco que alivie el fastidio de la desesperanza.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Subcomandante insurgente Marcos.
México, marzo de 1995.
PD que demuestra el grado en que el ezetaelene se ha «impuesto» a los usos y costumbres de las comunidades, y explica cómo «intereses ajenos» a los indígenas campean en las filas de los «neodelincuentes».
Hace unos días, en el pueblo ahora trashumante de «Guadalupe Tepeyac» hubo una discusión. De la ciudad les llegó un regalo. Entre la poca ayuda humanitaria que reciben, los «zapatistas guadalupanos» (como se nombran ellos mismos) encontraron una imagen de la Virgen de Guadalupe. Según me cuentan, la imagen mide unos 30 centímetros, tiene unos cordoncillos dorados y unas veladoras de colores («está bonita», dice el que me cuenta). El conjunto ha generado distintas opiniones: una polémica primero, una discusión después y, finalmente, una asamblea general de este pueblo que, lejos de sus casas, subiendo y bajando lomas, no se rinde, y se llama, con orgullo, «Guadalupe Tepeyac». Los lazos amarillos que adornan la imagen fueron el motivo inicial. «Son pintados», dijo un hombre cuando los miró de lejos. «No, son de oro», dijo una señora. Rápidamente la comunidad empieza a tomar partido por uno y otro bando.
La discusión se lleva a cabo a un lado de la iglesia, en un pradito que lo mismo sirve de parque de juegos que de pista de baile o, como ahora, de salón de debates. Los habitantes del poblado que este día sirve de hospedaje temporal a los guadalupanos, se mantienen al margen. Esto es cosa de los originarios de «Guadalupe Tepeyac» y de nadie más. Hasta los milicianos, que cuidan la seguridad de su gente, se mantienen sin intervenir. Fuman y callan en un rincón de las casas, el arma sobre las piernas y la mochila lista. En algún momento (el que me cuenta todo esto no sabe decirme cómo pasó, platica la misma escena al mismo tiempo, pero desde diversos ángulos), la discusión deriva en si la imagen va a quedar en el pueblo que los aloja o irá junto a los de «Guadalupe Tepeyac» cuando retornen (¿cuándo?) a sus casas. Los bandos se radicalizan y se empieza a insinuar un enfrentamiento entre hombres y mujeres: algunos barones están porque la imagen quede como regalo de agradecimiento para el pueblo que los recibió; las mujeres, que se empiezan a concentrar en número mayor, dicen que la imagen es un regalo y que un regalo no se debe regalar otra vez porque entonces ya no es regalo porque los regalos regalados no se regalan (el que me cuenta dice todo de corrido, yo intuyo que el argumento es más complicado y que el que cuenta se está ahorrando algo que es difícil de entender y más de explicar). Es evidente que algunos están pensando en el peso y el bulto cuando llegue la improbable mudanza, pero las mujeres no ceden. En uno y otro bando surgen razones y oradores espontáneos. El encargado del pueblo se encuentra en un lado del patio, sentado y en silencio, escuchando. En determinado momento se pone de pie y propone que el asunto se resuelva en una asamblea general. En «Guadalupe Tepeyac» hacen asambleas y votaciones hasta para ver cuánto dura un baile, así que la propuesta es aclamada. El acuerdo es unánime, después de todo el regalo es para el pueblo entero y hay todavía hombres rozando milpa y mujeres lavando ropa en el río. La asamblea será en la tardecita, cuando el calor amaine y el fresco acaricie y alivie las pieles morenas de estos hombres y mujeres que fueron la sede, en agosto de 1994 y en enero de 1995, de la voluntad de paz de los zapatistas y que recibieron, en respuesta, decenas de tanques y helicópteros, y miles de soldados que ahora ocupan sus terrenos. (Sí, ya sé que estoy cambiando continuamente el tiempo de los verbos, pero así me cuentan esta historia). Cuando inicia la reunión, el día ya depositó su moneda de sol en la alcancía de las montañas, pero hay claridad todavía como para que las velas y mecheros sean inútiles. En horas previas, cada parte ha hecho labor de convencimiento entre los que no estaban. Después de este «cabildeo» (que en algunas parejas sonó a amenaza), la asamblea repite la discusión de antes: la imagen de la Guadalupana se queda en el pueblo que les dio hospedaje, o la Virgen va donde vayan los pobladores de «Guadalupe Tepeyec». Doña Herminia (o «Ermiña», como dice el que me cuenta) empieza a carraspear. Todos callan de pronto, eso significa que la fundadora de «Guadalupe Tepeyec» y la más anciana de los habitantes va a hablar. Con cien años a cuestas, doña Herminia empieza a hablar lento y quedo. Obliga a una atención especial, por respeto y para poder escuchar lo que habla. Dice la doña que de la ciudad vino otra vez la Virgen de Guadalupe, vino a encontrar a sus hijos y a sus hijas, a los zapatistas guadalupanos, y que como no los encontró, los buscó montaña arriba y llegó hasta sus manos después de mucho andar de un lado para el otro, de abajo a arriba.
Dice la doña que la Virgen estará cansada de tanto subir y bajar lomas, y más con este calor que seca a santos y pecadores, y que un poco de descanso no le hace mal y que, ahora que está junto con ellos, es bueno que la Virgen descanse un rato junto a los suyos. Pero no vino de tan lejos la madre Lupita para aquí quedarse, no anduvo de un lado a otro, buscándonos, para llegar a quedarse en un lugar si los guadalupanos se van para otro. La doña piensa (y aquí todas las mujeres, y alguno que otro varón, asienten con la cabeza y se suman al pensamiento de la doña) que la guadalupana querrá estar con sus hijos y con sus hijas donde quiera que estén, y que su cansancio será menos grande si se cansa junto a los suyos, y que su descanso será más mejor si se descansa junto a su familia, y que la tristeza le dolerá menos si le duele junto a ellos, y que la alegría brillará más si ilumina su estar en grupo. La doña dice que ella piensa (ahora son más los que asienten), que la Virgen querrá ir a donde vayan los de «Guadalupe Tepeyac», que si la guerra los avienta a las montañas, a las montañas irá la Virgen, hecha soldado como ellos, para defender su dignidad morena; que si la paz los lleva de regreso a sus casas, al pueblo irá la Guadalupana para reconstruir lo destruido. «Por eso yo te pregunto, madrecita, si estás de acuerdo en ir pa’ donde vayamos los todos que nos regalaste», pregunta la doña dirigiéndose a la imagen que está al frente de la asamblea. La Virgen no responde, sigue mirando para abajo su morena mirada. Después de un momento de silencio, la doña termina: «Es toda mi palabra, hermanos». El que está dirigiendo la asamblea pregunta si alguien más quiere hablar. Un silencio unánime es la respuesta. «Se va a votar», dice, y toma la votación. Ganan las mujeres. La Virgen de Guadalupe irá a donde vayan los guadalupanos. Después hay baile. Una marimba y la imagen morena presiden el festejo. En algunos círculos se sigue discutiendo si los cordoncillos son de oro o sólo están pintados de amarillo. Una cumbia arranca, por los pies, a los que discuten y los lleva a la, ahora, pista de baile.
De manera que volvieron a ganar las mujeres pregunto.
¡Seguro! dice el que me cuenta. A una mujer no se le contradice nunca, y mucho menos cuando la primavera entibia ya las noches en las montañas del sureste mexicano…
PD que discurre sobre lunático tema y aspira, ingenua, a que le den un lugar en las columnas científicas de los principales diarios y revistas.
Montado sobre una voluta de humo de la pipa, subo hasta el rizo más alto de la ceiba. Es de noche y a la luna le va ganando una pena que oscurece ya un buen cacho de su figura. El sup discurre:»La Luna es un satélite de la Tierra. Es decir que la Luna se pasa la vida dando vueltas alrededor de la Tierra, con el mismo tedio con que un tiovivo gira, vacío, en una feria de pueblo. La Luna no dice nada ante esta condena. Qué va a decir, de todas formas existe la larga e invisible cadena que la ata a la Tierra y le impide salir a dar una vuelta por tantas otras estrellas y planetas. Sin embargo, asegún se puede atestiguar, la luna no es rencorosa. No se le ocurre, por ejemplo, dejarse caer sobre la tierra con el mismo aleteante giro de una moneda que ya viene hacia abajo para dilucidar el misterio primero: ¿cara o cruz? No, la Luna no se deja caer. Eso no quiere decir otra cosa más que la Luna tiene esperanza. Y este hecho es el que, hasta ahora, ha pasado desapercibido para todos los astrónomos, astrofísicos, astrólogos, astronautas, y para los «Astros» de Houston. Hasta ahora, digo, porque yo me he propuesto develar este dato técnico y científico que está llamado a revolucionar toda la ciencia moderna y, sobre todo, el cotidiano y nocturno acercarse de las parejas amorosas. «La Luna tiene esperanza» he dicho, y aquí radica el punto de una ruptura epistemológica y el nacimiento de un nuevo paradigma científico (por cierto, hablando de T. Kuhn o Khum y de Las Revoluciones científicas, una vez le escribí al Gilly una carta donde explicaba la inutilidad científica y policiaca de la especulación sobre quién estaba detrás de la nariz delincuente y el pasamontañas. El tiempo y la patética PGR me dieron la razón (y la orden de arresto). Bien, repitámoslo: «La Luna tiene esperanza». Los simplistas se irán con la finta de preguntar: «¿De qué tiene esperanza la Luna?», pero el problema no tendrá solución si no resolvemos primero la siguiente cuestión: «¿Qué hace posible que la Luna tenga esperanza?». Evidentemente que no es lo mismo, pero la pregunta es tan trascendental como si la refiriéramos a «La Luna tiene sueño», cosa que, of course, es un contrasentido porque, siendo la Luna un animal nocturno, es obvio que padece de insomnio. Un enunciado del tipo «La Luna tiene fiebre» suena sensual y cachondo, y, tal vez, ayude a derretir las resistencias de la otra persona a un contacto más cercano y, por ende, al inevitable contagio, pero nada más. Los pragmáticos desecharán en el acto tal pretensión pues, argumentarán, no hay termómetro capaz de tomar la temperatura ni antipirético pensable para tan espacial calentura.
Un enunciado del tipo «La Luna tiene ganas» es tan equívoco como el de «La Luna tiene esperanza», y lleva a preguntarse «¿De qué tiene ganas la Luna?». By the way, ahorita vengo…
(El sup se acerca a la orilla de la copa de la ceiba con un equilibrio elogiable, y después del característico sonido que denuncia la forma en que los mamíferos desalojan el contenido de la vejiga, regresa con cara de «deber cumplido») «Bien, volvamos a la ciencia, satisfecho ya el prosaico recordatorio del cuerpo respecto a sus flujos y reflujos. ¿En qué estábamos? ¡Ah sí! En la «La Luna tiene ganas». No, ése ya lo habíamos desechado (en más de un sentido). Volvamos a la temeraria afirmación de «La Luna tiene esperanza». Es elemental. ¿Se pueden imaginar a alguien dando vueltas y vueltas alrededor de una misma cosa, viendo siempre el mismo paisaje y repitiendo siempre la misma rutina? ¿Qué? ¿El subprocurador especial en los asesinatos de LDC, JFRM y el cardenal Posadas? ¡Por Dios! Estamos hablando de ciencia, ¡no de historietas! Regresemos. Bien, ¿no es lógico suponer que ese «alguien» estará aburrido y aspira a verse librado de tan circular condena? Sí, ya sé que, referente a la Luna, está esa cadena necia de la «fuerza de gravedad». Pero… ¿por qué entonces no dejarse caer? ¡Dudáis todavía! Bien, no importa… Los genios siempre hemos sido incomprendidos… al principio. Bueno, bueno, sed complacientes (recordad que estamos en primavera), concededme que esto es así, que la Luna está prisionera y, sin embargo, no toma venganza de aquel que la hace prisionera. ¿Quién es el que la hace prisionera? ¡Pues el ser humano! Si no hubieran inventado eso de la «ley de gravedad», hace rato que la Luna andaría retozando por Júpiter o Saturno o más lejos todavía…
Por lo tanto, es indudable que la Luna tiene esperanza, esperanza de verse libre y poder ir a donde le dé su lunática gana. ¿Cuál es una de las principales consecuencias de este hecho? Bien, resulta que si la Luna se escapa, sea porque la necia cadena se rompe o sea porque a su carcelero se le olvida el amarre, los enamorados ya no podrán usarla como referencia para convencer o para negar. ¿Cómo decir aquello de «En la doble luna de tu pecho se rinden manos, besos y miradas», o eso otro de «Con la complicidad de la luna pude descubrir el placer que ocultabas en el vientre», o también lo de «No acerques más tu aliento, pues huirá la Luna, espantada de vernos uno solo»? En fin, son sólo unos ejemplos, pero ya se ve qué de problemas traerá la noche en que la Luna abandone su ruta cotidiana y se vaya así nomás, a cabalgar estrellas…
PD a la PD lunática.
Por otra parte, con la Luna hay que andarse con cuidado. Hace muchos años, un tal Caballero de la Blanca Luna me derrotó en las playas de Barcino y me obligó, ingrato, a guardar armas y ansias guerreras por un buen tiempo. Ahora me he librado, pero ésa ya es otra historia que os contaré… en otras lunas…
PD que, comprensiva, ofrece una alternativa.
Bueno, si no la quieren publicar en la columna científica, cuando menos háganme favor de amarrar esa posdata con un hilito al UNAMSAT-1 y díganle que lo suelte cuando pase por la Luna. A ella le hará bien saber que alguien la entiende…
Vale de nuevo. Salud y que manos y lunas se encuentren.
El sup un poco apurado porque no sabe ahora cómo bajarse de la ceiba. ¿Qué tal descolgarse por ese cairel plateado que gira hasta abajo?…
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