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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Mar141995

El Aguascalientes no fue destruido. El Aguascalientes somos todos. 

Al semanario nacional Proceso:

Al periódico nacional El Financiero:

Al periódico nacional La Jornada:

Al periódico local de S.C.L.C., Chiapas, Tiempo:

A la prensa nacional e internacional:

14 de marzo de 1995

Señores:

Va carta para el verdadero responsable de detener la guerra. Honor a quien honor merece.

Acá aumentan las incursiones de los federales. Imagino que quieren hacerme llegar mensajes de la voluntad gubernamental de resolver el conflicto por vías pacíficas. Sería absurdo pensar que trajeran otras intenciones. ¿Qué tal el nuevo apretón de cinturón? (Para los que todavía tienen cinturón.) ¿A poco para hacer ese programa económico se necesita un posgrado en el extranjero? Estudiando por correspondencia se hubiera hecho algo mejor. Escuché que el gobierno se ve «obligado» a tomar esas medidas para no tener que enfrentar a sus «acreedores» internacionales. Es evidente que el gobierno prefiere enfrentar el descontento popular. ¿Vieron cómo cambia el lenguaje con el sexenio? Los que ayer eran «socios internacionales» ahora son «acreedores extranjeros». Ahora resulta que el «bienestar de la familia» consiste en tomar un poderoso purgante que, dicen, nos hará «más fuertes». ¿Y los obreros? ¿Y los empleados? ¿Y los campesinos? ¿Y las amas de casa? ¿Y los colonos? Está visto, faltan todavía muchos «¡Ya basta!» Por cierto, hablando de sacrificios, los compañeros mandan preguntar que si, como ellos, después de 500 años en huelga de hambre Salinas de Gortari se va a alzar en armas. ¿Alguien puede responder? Yo no puedo, me duele la panza de la risa…

Vale. Salud y recordad que de un «no» también nace el mañana.

Desde las montañas del Sureste Mexicano,

Subcomandante Insurgente Marcos,

México, marzo de 1995.

P. D. que señala obvias desventajas y ventajas de los reportes meteorológicos en medio de un repliegue.

– La noche era toda grillos en esa hora.

­¿Será que va a llover? ­pregunta Camilo tratando de ver el cielo que apenas se intuye por entre las altas ramas.

­ Ni pensarlo ­dice mi otro yo con seguridad.

Al rato…. el gran aguacero.

Apenas sacando el nylon, Camilo repite con sorna:

­ Conque «ni pensarlo» ¿eh? ­mi otro yo calla y se moja, aunque no en ese orden.

El agua me llena la gorra de caracolas y estrellas de mar.

­ ¡Métete, pues! ­me grita mi otro yo desde la protección del techito de plástico.

­ Ni pensarlo ­digo yo mientras espero, paciente, a que en mi pecho quede encallada alguna extraviada sirena…

P.D. que baila, desconcertada, pero baila.

­ Esa noche pasamos por donde se encuentran refugiados los compañeros bases de apoyo de uno de los poblados ocupados por los federales. Es montaña alta y tupida.

Un miliciano en la posta nos da el alto. Después de la contraseña llaman a uno de los encargados. Nos saludamos. Platica él que la salida fue rápida y sin problemas, pero que al subir esta loma batallaron y se tardaron mucho.

­ ¿Hay muchos niños y mujeres? ­pregunto.

­ Sí, pero no por eso tardamos… ­responde Ricardo, que así se llama el encargado del pueblo.

­ ¿Por qué, pues? ­insisto.

­ Es que pesaba mucho la marimba y se iba atorando en los bejucos… ­dice con pena.

­ ¿A poco se trajeron la marimba a la montaña? ­pregunta incrédulo mi otro yo.

­ Pos sí. Ni modo de dejársela a los soldados ­se defiende y responde Ricardo.

­ Claro ­interviene Camilo, como si no le sorprendiera en absoluto.

Yo me rasco la cabeza y me sumo al ambiente de naturalidad ante el hecho. Entonces digo, a manera de reto:

­ A ver, diles que se avienten con «cartas marcadas».

­ ¡Sale! ­dice el compa y se va.

Yo me quedo callado, imaginando la escena de un poblado entero en éxodo y cargando una marimba…

Al rato se escuchan las primeras notas de «Por todas las ofensas que me has hecho…» Mi otro yo no resiste la tentación y, acompañado de unas hojas como pareja, empieza a bailar. Camilo, con dos varitas, simula la batería. Regresa el compañero.

­ Ya está ­dice, y agrega­: Se oye un poco mal porque se perdieron unas teclas en el camino, pero ya están haciendo otras.

Yo espero a que termine el himno, perdón, la canción del Sup, y le digo a Ricardo:

­ Bueno, ya nos vamos.

­ ¿No se van a quedar a la fiesta? ­pregunta con desilusión Ricardo.

­ ¿Fiesta? ¿De qué? ­inquiere Camilo.

­ De que estamos juntos, hay que hacer alegría de estar juntos ­responde el Ricardo.

Yo entiendo y le digo:

­ No podemos. Pero ustedes síganle. Nomás no hagan mucho ruido. Los federales todavía creen que destruyeron Aguascalientes.

Salimos. Entre el monte, unos cocuyos asombrados trazaban sus espirales de luz. Todavía en la loma de enfrente se escuchaban las sonoras maderas. Esa noche, después de 120 horas de no hacerlo, sonreímos. Seguimos caminando, éramos ya más fuertes…

P.D. que, como tímido pañuelo, se ofrece para enjugar lágrimas que un supuesto hundimiento provoca en gente buena.

­ Otra noche de este interminable ir de un lado a otro. De los tres, uno duerme; otro, a la luz de una vela, lee…

­ Aquí dice que el ejército federal destruyó Aguascalientes, que no quedó nada… Parece que hundieron nuestro barco ­dice el otro yo levantando la vista del periódico.

El Sup se ríe.

­ No parece importarte ­dice con reprobación el otro yo.

­ Ven ­dice el Sup.

Camina hacia la parte más alta de la loma. El Sup empieza a sacar cosas de sus bolsillos: una canica de las llamadas «agitas», un cordel, una piedrita, un botón tercero de pantalón, camisas de tabaco, hojitas secas, una navaja oxidada, un lapicero roto y un pedacito de espejo. El Sup lo muestra: al frente es un pedazo de espejo como cualquier pedazo de espejo. El Sup lo pone en el suelo, con la parte opaca viendo al cielo.

­ Veamos qué tenemos en el lado oscuro de la luna ­dice, y sopla un poco de humo de su pipa sobre la superficie oscura…

Sucede una luz incandescente, verde esmeralda. Gira en remolino y se extiende como un gigantesco caracol. Cubre la montaña. De pronto ya no es luz, es agua, es mar… Olas gigantes sacuden la montaña, ahora convertida en arrecife. Un viento fiero barre una playa de corales afilados, de rocas que apenas asoman su punta, como cabezas de monstruos marinos. Es una tormenta, no hay duda. El cielo luce una capota de negro mate y es tan noche la noche, que no se distingue del mar. Sólo la espuma del reventar de las olas contra el arrecife señala diferencia entre las opacidades de arriba y de abajo. Una lucecita, a lo lejos, brilla como una esperanza cintilante. ¿Un barco? ¿Aquí? Veamos…

Sobre cubierta y enganchado el garfio reluciente al timón, el subpirata esconde el ojo único a la áspera caricia del viento. Por ratos trastabilla su pata de palo en el vaivén rudo del navío. El velamen es apenas un fleco bamboleante, un fantasma desgarrado, un blanco grisáceo entre tanto negro. Un relámpago dibuja, por un instante, la silueta de la nave. ¡El Aguascalientes! Una mueca que se pretende sonrisa desdibuja el barbado rostro del capitán, el pirata perseguido. Permanece fijo el timón. Lejos, muy lejos, una claridad anuncia mares tranquilos. ¿El rumbo? La esperanza. El Aguascalientes… pero debe tratarse de una alucinación… La nave fue torpedeada por la flota enemiga hace días… No, no hay duda… Es el Aguascalientes… Un poco maltrecho, es cierto, pero el mismo. La delirante paradoja de la selva zapatista. Ahora se mueven los labios del pirata. Una larga letanía, que no es un rezo sino pagana plegaria, empieza a herir y desgarrar la noche. Retazos de esas feroces e irreverentes cuchilladas al olvido, quedan flotando sobre aire y olas…

«Sucede que me canso de ser hombre…» (1)

«Cuando llegue el día

del último viaje

y esté al partir la nave

que nunca ha de tornar

me encontraréis a bordo,

ligero de equipaje,

casi desnudo,

como los hijos de la mar.» (2)

«Compadre,

¿qué no ve que vengo herido?

­ Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

La sangre rezuma y huele

alrededor de tu faja,

pero yo ya no soy,

ni mi casa es ya mi casa…» (3)

«Son rosas o geranios,

saludos de victoria o puños retadores

son las voces, los brazos, los pies decisivos,

los rostros perfectos

y la táctica en vilo

de quienes hoy te odian

para amarte mañana,

cuando el alba sea alba

y no un chorro de insultos

y no un río de fatigas

y no una puerta falsa para huir

de rodillas» (4)

«El mundo es una slot machine,

Marinero, tú tienes una moneda en el

bolsillo.

Drop a star!» (5)

Sigue musitando el capitán, sigue navegando…

La luz lejana regresa, hecha remolino, caracol que se vuelve sobre sí mismo. Vuelve a llenar la montaña. De tanta luz se borra todo. Se apaga, verde en verde diluido. Con las últimas olas se apaga el sonido. Una última sentencia adorna la esmeralda parpadeante: «La Biblioteca existe ab aeterno» (6)

Como llegó se va. El lado oscuro del espejo es otra vez el lado oscuro del espejo. El Sup lo levanta y lo vuelve a poner en su bolsillo.

­ ¿Lo ves? ­dice y se dice.

­ El Aguascalientes no fue destruido ­dice mirando a occidente. Y agrega:

­ El Aguascalientes somos todos.

Arriba, la luna es una vela henchida y con serias intenciones de verse plena… Un rumor de olas se escucha más abajo…

Vale. Salud y una sonrisa de ésas que suelen asomar detrás de las lágrimas.

El Sup con una estrella prendida del garfio.

  1. Pablo Neruda. Walking around.
  2. Antonio Machado. Autorretrato (?)
  3. Federico García Lorca. Romance sonámbulo.
  4. Efraín Huerta. Declaración de odio.
  5. León Felipe. Drop a star.
  6. Jorge Luis Borges. La biblioteca de Babel.

 

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