Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
México, 12 de marzo de 1995
Al pueblo de México:
A los pueblos del mundo:
Hermanos:
Con viejo dolor y muerte nueva, nuestro corazón les habla para que su corazón de ustedes escuche. Estaba nuestro dolor estando, doliendo estaba. Callando se apagaba nuestra voz. De paz era nuestra voz, pero no de ayer, no de paz vieja que muerte era. De paz era nuestra voz, de paz de mañana. Había quedado atrás, guardado en los días pasados, el fuego que habló por nuestra raza cuando todos eran sordos a la muerte. Otro cauce pedían nuestras lágrimas, perdidas todavía en los arroyos de la montaña. Así hablaban nuestros muertos. Los más viejos aconsejaron entonces mirar adonde el sol camina para preguntar a otros hermanos de raza, de sangre y esperanza, por dónde habría de andar nuestro dolor dolido, nuestro cansado paso. Así hicimos, hermanos. El silencio llegó para apagar el fuego y no hubo soberbia en la palabra de los hombres y mujeres verdaderos para aquellos que, en otras tierras y otras razas, compartieron el dolor y las ganas de un mañana.
Abrimos nuestro corazón, hermanos. Aprendimos a ver y a escuchar a otros hermanos diferentes. Escuchamos su palabra y vimos en su corazón. Y vimos en su paso el mismo anhelo que puso el fuego en nuestras manos, que fragmentó nuestro rostro hasta hacerlo pura mirada, que escondió nuestro nombre y borró nuestro pasado: la lucha por mandar obedeciendo, por dejar libre la palabra y el corazón libre, por dar y recibir lo merecido. La lucha por la democracia, la libertad y la justicia. No más, nunca menos.
Su palabra de estos hermanos, ustedes, nos pidió probar otro camino, dejar pendiente y esperando el fuego que armaba el pecho. Hablar, y que por las palabras caminara el destino. Eran ellos, ustedes, los más. Como nosotros, los siempre olvidados. Los humillados siempre, como nosotros. Los hermanos. Así hicimos. Habló nuestra voz con el poderoso señor. Obedeciendo, mandamos nuestra palabra a la casa grande del dinero. Hablamos y escuchamos. Seguíamos ese camino cuando la traición puso, de nuevo, las armas encima de las palabras. Nuestra voz se apagó de una vez por el ruido de los carros de la guerra. Se desató otra vez el terror en las tierras mexicanas. Aquel que desde la soberbia y el poder nos mira con desprecio, el nombre nos negaba y regalaba la muerte como respuesta a nuestro pensamiento.
No le bastó negarnos el rostro y la vida, quiso humillar nuestro digno paso, pisotear nuestros justos reclamos, quitarle verdad a nuestro canto, hundir en el olvido nuestra bandera. Con la complicidad de los grandes dineros y la vocación extranjera, quiso imponernos condiciones humillantes para hablar siquiera. Dando vueltas hacia atrás la rueda de la historia, quiso obligarnos, por el poder de sus bayonetas, a renegar de nuestra historia. Nuestras mujeres sufrieron el acoso y la humillación de las máquinas de la guerra. Los hijos nuestros crecieron con el rencor y la impotencia entre las manos. Algunos, los que no murieron. En los hombres el odio afilaba el pecho. Los más grandes abuelos volvieron a mirar la tierra y consejo pidieron a los muertos primeros. Hablaron ellos. Los muertos de siempre. Nosotros. Así dijeron:
«No se alzó armada nuestra mano para escuchar, de rodillas, insultos y humillaciones. No se levantó nuestro paso para que, el que es doble en su cara y en su palabra, nos humille llenando de mentiras la esperanza.
«Por justicia se armó nuestra mano y se levantó el paso nuestro. Y es la justicia sólo una promesa falsa de ese a quien el poderoso viste.
«Por libertad se armó nuestra mano y se levantó el paso nuestro. Y es la libertad vendida por un puñado de monedas a la piel extranjera.
«Por democracia se armó nuestra mano y se levantó el paso nuestro. Y la democracia sigue ausente por obra de aquel a quien el cinismo, el crimen y la mentira llevaron al gobierno.
«Todo, hermanos, menos la dignidad de nuevo pisoteada.
«Todo, hermanos, menos la mentira de nuevo en nuestra mesa.
«Todo, hermanos, menos el olvido otra vez en el mañana».
Así hablaron. Esto dijeron los muertos nuestros. Vino la guerra. Vimos entonces venir al hermano con otra ropa. A matar venía. A morir. No quiso nuestra mano enfrentar otra vez al que mandado era a matar y a morir entre los mismos. Por eso se fue nuestro pasado a las montañas, a las cuevas de los anteriores fuimos. Nos acorraló la muerte y persiguió vidas que siempre se apagaban oscuras, sombras de muerte y persiguió vidas que siempre se apagaban oscuras, sombras de la sombra de un país desmemoriado. Vino la muerte a esgrimir otra vez su filo de olvido. A matar la memoria vino. Ya se llenaba de fuego otra vez nuestra mano para vengar el dolor de los nuestros, animales otra vez comiendo tierra, muriendo perseguidos y olvidados.
Ya llamaban otra vez los tambores a la guerra. Ya los hombres y mujeres murciélago preparaban otra vez su vuelo de mortal muerte. Ya venía otra vez la noche del dolor a cubrir la venganza de los hombres y mujeres verdaderos…
Pero vino, de donde el sol camina, otra voz que no era de muerte. Vino grande, con el viento vino. Esperó nuestro corazón dolido y escuchó lo que esa voz hablaba. Que no camine la guerra, decía. Que la muerte esperara. Que no fuera, todavía, espejo al dolor el corazón de los hombres y mujeres verdaderos. Así hicimos. El rencor se guardó en las cuevas y esperó nuestro dolor a que esa voz gritara. Fuerte habló esta voz. ¡Cómo no oírla! Muchos pasos era esa voz. Grande la canción de sus tambores. Sólo el soberbio cerró el corazón. Sin fuego, con nombre y rostro, esa voz levantó otra vez la bandera de la dignidad humana. Para esa voz animales no éramos. Hombres y mujeres de nuevo éramos. De otras tierras caminó esa voz. De lejos. Desde el corazón de otras tierras, desde otras montañas, desde otras esperanzas de la nuestra hermanas. Fuerte se hizo y grande. Es voz. El alivio llegó a nuestro dolor y la espera cosechó esperanza. Semilla fue esa voz en el corazón colectivo que anda en nuestro paso.
Hermanos: Nombre nos da esa voz. No somos ya más los innombrables. Nombre tenemos nosotros, los olvidados. Nuestra bandera puede cobijar ya, sin esconderse, a nuestros muertos y la historia nuestra. Tenemos ya un lugar en el corazón de nuestros hermanos, ustedes, y un rincón pequeño en la historia que realmente cuenta: la que se lucha. Teniendo ya nombre colectivo, descubrimos que la muerte se encoje y nos queda chica. La muerte peor, la del olvido, huye para que la memoria de nuestros muertos nunca más sea enterrada junto a sus huesos. Tenemos ya nombre colectivo y cobijo tiene nuestro dolor. Somos ya más grandes que la muerte.
Tenemos, también, la esperanza de que, así como recibimos nombre, estos hermanos, ustedes, nos den mañana rostro, terminen por apagar el fuego que puebla nuestras manos y, en lugar de pasado, nos den futuro.
Sonríen estas vidas de mañana y muertes de siempre. Suenan los huesos de los hombres de madera en la montaña. Bailan los hombres y mujeres de maíz. Alegre está nuestro corazón, aunque el cuerpo duele. Una luz alumbra a estas sombras que bailan siempre con la muerte, los hombres y mujeres verdaderos, los de siempre.
Nombrados somos.
Ya no moriremos.
Vengan, hermanos, ir nosotros no podemos. Grande es su fuerza de ustedes si una se hace. Vengan, no habrá fuego para recibir su paso ni cerrado estará nuestro corazón para su palabra. Vengan.
Nombre tenemos. Ya no moriremos. Bailemos.
Ya no moriremos. Nombrados somos.
¡Salud, hermanos! ¡Muera la muerte! ¡Viva el EZLN!
¡Democracia!
¡Libertad!
¡Justicia!
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN
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