A «Proceso», «El Financiero», «La Jornada», «Tiempo»; a la prensa nacional e internacional:
11 de Marzo de 1995.
Señores:
Va comunicado que demuestra que el hombre es el único animal que se arriesga dos veces a caer en la misma trampa. Por cierto, sería bueno que le mandaran una copia de la multimencionada ley a los federales. No parecen haberse dado por enterados, porque siguen avanzando. Si seguimos replegándonos vamos a llegar a topar un letrero que diga: «Bienvenidos a la frontera Ecuador-Perú». No es que nos disguste el viaje a Sudamérica, pero eso de estar en medio de tres fuegos no debe ser muy agradable. Nosotros bien. Acá en la selva se puede apreciar, en toda su crudeza, la transformación del hombre en mono (antropólogos, absténganse).
Vale. Salud y un cristal de ésos que sirven para ver el hoy y el mañana.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, marzo de 1995.
P.D. QUE PREGUNTA SOLO POR CURIOSIDAD
¿Cómo se llama el general del Ejército Federal que, antes de retirarse del ejido Prado, ordenó destruir todo lo utilizable en las casas de los indígenas y quemar varias chozas? En Prado se gana, en promedio, N $ 200.00 mensuales por familia, ¿cuánto gana el general por tan «brillante» acción militar? ¿Lo ascenderán de grado por «méritos en campaña»? ¿Sabía el general que una de las casas que ordenó destruir era la casa de la Toñita? ¿Les platicará, este general, a sus hijos y nietos esta «luminosa» página en su hoja de servicios? ¿Cómo se llama el oficial que, días después de haber asaltado y destruido casas en el ejido Champa San Agustín, regresa con dulces y se hace fotografiar cuando se los entrega a los niños? ¿Cómo se llama el oficial que, emulando al protagonista de la novela Pantaleón y Las Visitadoras de M. Vargas Llosa, llevó decenas de prostitutas para «atender» a la guarnición que ocupa Guadalupe Tepeyac? ¿Cuánto cobran las prostitutas? ¿Cuánto gana el general al mando de tan «arriesgado» operativo militar? ¿Cuánto le queda de comisión al «Pantaleón» mexicano? ¿Son las mismas prostitutas para la oficialidad que para la tropa? ¿En todas las guarniciones de la campaña «en defensa de la soberanía nacional» existe este «servicio»? Si el Ejército Federal mexicano está para garantizar la soberanía nacional, ¿por qué no mejor acompañó a Ortiz a Washington, en lugar de estar persiguiendo la dignidad indígena mexicana en Chiapas?
P.D. QUE VUELVE A BLINDARSE EL CORAZON PARA CONTAR LO QUE SIGUE…
El 8 de marzo terminaron de bajar de las montañas los habitantes de Prado. La familia de la Toñita formaba parte del último contingente. Cuando llegan a lo que queda de su casita, la escena de todas las familias de Prado se repite en la familia de la Toñita: los hombres recorren, impotentes y rabiosos, lo poco que ha quedado en pie, las mujeres lloran y mesan sus cabellos, rezan y repiten: «Diosito mío, Diosito mío», mientras levantan las ropas desgarradas, los pocos muebles rotos, el alimento derramado y con estiércol, las imágenes de la Virgen de Guadalupe desgarradas, los Cristos crucificados botados juntos a envolturas de «fast food» del US Army. Esta escena es ya casi una ceremonia en los habitantes de Prado. La han repetido 108 veces en los últimos días, una vez por cada familia. 108 veces la impotencia, la rabia, las lágrimas, los gritos, los «Diosito mío», «Diosito mío»…
Sin embargo, hay algo esta vez que es diferente. Hay una mujer pequeñita que no llora. La Toñita no dijo nada, no lloró, no gritó. Pasó por encima del tiradero y fue hasta un rincón de la casita, como buscando algo. Ahí, en una esquina olvidada, estaba la tacita de té, rota, botada como esperanza deshecha. Esa tacita fue un regalo, alguien la mandó para que, algún día, Toñita-Alicia pudiera tomar el té con el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo. Pero esta vez no es una liebre lo que encuentra en marzo la Toñita. Es su casa destruida por órdenes de aquel que dice defender la soberanía y la legalidad. La Toñita no llora, no grita, no dice nada. Levanta los pedazos de la tacita de té y del platito que le servía de base. La Toñita sale, vuelve a pasar por entre las ropas rotas y sucias en el suelo, por entre el frijol y el maíz regados entre los destrozos, por entre su mamá, sus tías y sus hermanas que lloran, y gritan, y repiten «Diosito mío», «Diosito mío». Afuera, cerca de un guayabo, la Toñita se sienta en la tierra y, con barro y salivita, empieza a pegar los pedazos de la tacita de Té. No llora la Toñita, pero hay un brillo helado y duro en su mirada. Brutalmente, como desde hace 500 años las mujeres indígenas, la Toñita deja de ser niña y se hace mujer. Es 8 de marzo de 1995, día internacional de la mujer, y la Toñita tiene 5 años, entrada en 6. El frío y cortante brillo de su mirada rescata, de la tacita de té rota, destellos que hieren. Cualquiera diría que es el sol el que saca filo al rencor que la traición sembró en estas tierras… Como si rearmara un corazón roto, así reconstruye la Toñita, con barro y saliva, su rota tacita de té. Alguien, lejos, olvida por un momento que es hombre. Las gotas saladas que le caen del rostro no alcanzan a oxidar el pecho de plomo…
P.D. QUE ARRIESGA «LO MAS VALIOSO QUE TENGO» (¿La cuenta en dólares?)
Leí que ya hay una «subcomandante Elisa», un «subcomandante Germán», un «subcomandante Daniel», un «subcomandante Eduardo». Por eso he decidido tomar la siguiente resolución: Le advierto a la PGR que si sigue sacando más «sub’s», me pondré en ayuno total. Exijo, además, que la PGR declare que sólo hay un «sub» («Afortunadamente», dice mi otro yo cuando lee estas líneas), y que me libren de toda culpa en la debilidad del dólar frente al yen japonés y los MARCOS (note usted la reiteración del narcisismo) alemanes. (No me vayan a mandar a Warman, por favor!).
P.D. QUE ACUSA RECIBO DE PROMESAS PRENDIDAS DE UN SONETO Y REVIRA CON…
«When, in disgrace with fortune and mens’ eyes,
I all alone beweep my outcast state,
And trouble deaf heaven with my bootless cries,
And look upon myself and curse my fate,
Wishing me like to one more rich in hope,
Featur’d like him with friends possess’d,
Desiring this man’s art and that man’s scope,
With what I most enjoy contented least;
Yet in these thoughts myself almost despising,
Haply I think on thee, and then my state,
Like to the lark at break of day, arising
From sullen earth, sings hymns at heaven’s gate;
For thy sweet love remember’d such wealth brings
That then I scorn to change my state with kings».
William Shakespeare Soneto XXIX
P.D. QUE PLATICA LO OCURRIDO LOS DIAS 17 Y 18 DE FEBRERO DE 1995, OCTAVO Y NOVENO DIAS DEL REPLIGUE.
«Nos fuimos siguiendo la doble punta de una flecha lunática». «Cuarto creciente, los cuernos al oriente», recordé y me repetí cuando salimos a unos potreros. Hubo que esperar. Arriba un avión militar hacía llover su ronroneo de muerte. Mi otro yo empieza a canturrear: «Y nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres».
Y escondidos al amanecernos empapó la lluvia…» Yo le hago una señal amenazante para que se calle. El se defiende:
Mi vida es una canción de Joaquín Sabina.
No ha de ser una canción de amor, seguro le digo yo, olvidando mi propia prohibición de hablar.
Camilo avisa que el avión ya se fue. Salimos al potrero y seguimos caminando en medio de un zacatal todavía húmedo por la lluvia pasada. Yo avanzaba mirando hacia arriba, buscando en su lado obscuro alguna respuesta a viejas preguntas.
Aguas con el toro alcancé a oír que me advertía Camilo. Pero ya era tarde, cuando bajé la vista después de un recorrido por la Vía Láctea, me topé con los ojos de un semental que, creo, se espantó tanto como yo, porque corrió igual, pero en sentido contrario. Al llegar al cerco, como pude aventé la mochila por encima del alambre de púas.
Me tendí para arrastrarme y pasar por abajo. Lo hice con tan buena suerte que, lo que creí era lodo, era mierda de vaca. Camilo se reía a las carcajadas. A mi otro yo hasta le dio hipo. Los dos sentados y yo haciéndoles señas para que se callaran.
Sssshh, Nos van a oír los soldados! pero nada, ellos risa y risa. Yo corté un tanto de zacate estrella para limpiarme, en lo posible, la mierda en la camisa y el pantalón. Me puse la mochila y seguí caminando. Atrás me siguieron Camilo y mi otro yo. Ya no reían. Al levantarse se dieron cuenta de que sobre mierda se habían sentado. Enamorando vacas con tan seductor olor, terminamos de cruzar un extenso potrero al que atravesaba un riachuelo. Al llegar a la zona boscosa miré el reloj. Las 02:00. «Hora suroriental», diría Tacho. Con suerte y sin lluvia, llegaríamos al pie de la sierra antes del amanecer. Así fue. Entramos por una vieja picada, por entre árboles grandes y espaciados que anunciaban ya la cercanía de la selva. La mera selva, dónde sólo los animales salvajes, los muertos y los guerrilleros viven. No hubo mucha necesidad de lámpara, la luna se desgarraba todavía por entre las ramas, como serpentina blanca, y los grillos se acallaban con nuestro paso sobre las hojas secas. Llegamos a la gran ceiba que marca la puerta de entrada, descansamos un rato y, ya con luz mañanera, avanzamos todavía un par de horas montaña arriba.
La picada se perdía a ratos pero, a pesar de los años transcurridos, yo recordaba el rumbo general. «Al oriente, hasta topar pared», decíamos hace ¿11? años. Descansamos a orillas de un arroyito que, seguro, no duraría en la seca. Dormitamos un rato. Desperté por un grito de mi otro yo. Quité el seguro del arma y apunté a donde se escuchó el gemido. Sí, era mi otro yo agarrándose el pie y quejándose. Me acerqué. Había tratado de quitarse el calcetín como si nada y se había llevado un pedazo de piel.
Cómo eres gey le dije Hay que remojarlo primero.
Era el noveno día con las botas puestas. La tela y la piel, con la humedad y el lodo, se hacen una y quitar la calceta es como despellejarse. Desventajas de dormir con las botas puestas. Le mostré cómo hacer. Metimos los pies en el agua y, poco a poco, fuimos quitanto la tela. Los pies olían a perro muerto y la piel era una masa deforme y blancuzca.
Me espantaste. Cuando te vi agarrándote el pie pensé que te había picado una culebra le reproché.
Mi otro yo ni me pelaba, seguía remojando los pies y cerraba los ojos. Como si la llamara. Camilo empezó a golpear el suelo con una estaca.
¿Y ora? le pregunté.
Culebra dijo Camilo mientras aventaba piedras, palos, botas y todo lo que encontraba a la mano. Por fin un garrotazo en la cabeza.
Nos acercamos temerosos.
Mococh dice Camilo.
Nauyaca digo yo.
Cojeando se acerca mi otro yo. Pone cara de conocedor cuando dice:
Es la famosa Bac Ne’ o Cuatro Narices.
Su picadura es mortal y su veneno es muy venenoso agrega imitando el tono de merolico en feria de pueblo. La pelamos. La culebra se pela como descamisándola. Se le abre la panza como un largo cierre relámpago o «zipper», se vacían las tripas y se despelleja de una sola pieza. Queda la carne blanca y cartilaginosa. Se atraviesa con una vara delgada y se pone al fuego. Sabe como a pescado asado, como a Macabil, ése que pescábamos en el río «Sin Nombre» hace ¿11? años. Comimos eso y un poco de pinole con azúcar que nos habían regalado. Después de un rato de descanso, borramos las huellas y seguimos la marcha. Al igual que hace ¿11? años, la selva nos daba la bienvenida como es ley: lloviendo. La lluvia en la selva es muy otra. Empieza a llover pero los árboles funcionan como un gran paraguas, pocas son las gotas que escapan por entre ramas y hojas. Después, el techo verde empieza a escurrir y entonces sí, a mojarse. Como una gran regadera, sigue escurriendo, lloviendo dentro, aunque arriba ya haya dejado de llover. Con la lluvia en la selva sucede igual que con la guerra: uno sabe cuándo empieza, pero no cuándo termina. En el camino fui reconociendo viejos amigos: el huapac’ con su modesto abrigo de musgo verde, la caprichosa y dura rectitud del cante; el hormiguillo, la caoba, el cedro, el afilado y venenoso defenderse de la chapaya, el abanico del watapil, el desproporcionado gigantismo de las hojas del pij’, que parecen verdes orejas de elefantes, el vertical alzarse al cielo del bayalté, el duro corazón del canolté, la amenaza del chechém o «mala mujer» que, como indica su nombre, produce fiebre muy alta, delirios y fuerte dolor. Arboles y más árboles. Puro marrón y verde llenando los ojos, las manos, las pisadas, el alma nuevamente…
Como hace ¿11? años, cuando llegué la vez primera. Y entonces iba yo subiendo esta pinche loma y pensando que cada paso que daba era el último y diciéndome «un paso más y me muero» y daba un paso y luego otro y no me moría y seguía caminando y sentía que la carga me pesaba 100 kilos y mentira si yo sabía que llevaba sólo 15 kilos y «es que estás muy nuevito», dijeron los compas que me fueron a alcanzar y se reían con complicidad, y yo seguía repitiéndome que ahora sí el siguiente paso sería el último y maldecía la hora en que se me ocurrió hacerme guerrillero y tan bien que estaba de intelectual orgánico y la revolución tiene muchas tareas y todas son importantes y yo por qué me fui a meter en ésta y seguro que en el próximo descanso les digo que hasta aquí nomás y que mejor les ayudo allá en la ciudad y seguía caminando y me seguía cayendo y llegaba al siguiente descanso y no decía nada, parte por la vergüenza y parte porque no podía ni hablar y jalando aire como pescado en un charco que le queda chico y me decía: bueno, al próximo descanso sí les digo, y ocurría lo mismo y así me la llevé las 10 horas de esa primera jornada de camino en la selva y ya atardeciendo dijeron: aquí vamos a quedar, y yo me dejé caer así nomás y me dije «llegué» y me repetí «llegué» y pusimos las hamacas y entonces hicieron fuego y entonces hicieron arroz con azúcar y comimos y comimos y me preguntaron que qué tal había sentido la loma y que cómo me sentía y que si estaba cansado y yo sólo repetía «llegué» y ellos se miraban entre sí y decían que apenas lleva un día y ya se volvió loco.
Al otro día supe que el camino que yo había hecho en 10 horas con 15 kilos de carga ellos lo hacían en cuatro horas y con 20 kilos. Yo no dije nada. «Vámonos», dijeron. Los seguí, y a cada paso que daba me preguntaba: «¿llegué?»Hoy, ¿11? años después, la historia, cansada de andar, se repite. Llegamos. ¿Llegamos? La tarde fue un alivio, una luz como de ese trigo que me alivió muchas madrugadas, bañó el lugar donde decidimos acampar. Comimos después de que Camilo topó Sac Jol («cara de viejo» o «cabeza blanca»). Resulta que eran siete. Le dije a Camilo que no tirara; tal vez estaban corriendo venado y pensaba yo que lo topábamos. Nada, ni «Sac Jol» ni venado. Pusimos los techos y las hamacas. Al rato, ya de noche, llegaron las martruchas a ladrarnos y, después, el woyo o mico de noche. No pude dormir. Me dolía todo, hasta la esperanza…»
P.D. AUTOCRITICA QUE, VERGONZANTE, SE DISFRAZA DE CUENTO PARA MUJERES QUE, EN VECES, SON NIAS, Y PARANIAS QUE, EN VECES, SON MUJERES. Y, COMO LA HISTORIA SE REPITE UNA VEZ COMO COMEDIA Y OTRA COMO TRAGEDIA, EL CUENTO SE LLAMA..
DURITO II
(El neoliberalismo visto desde la Selva Lacandona)
Fue el décimo día, ya con menos presión. Me alejé un poco para poner mi techo e instalarme. Iba yo viendo hacia arriba, buscando un buen par de árboles que no tuvieran gajo encima. Por eso me sorprendí cuando escuché, a mis pies, una voz que gritó:»Hey, cuidado!»
No vi nada al principio, pero me detuve y esperé. Casi inmediatamente se empezó a mover una hojita y, debajo de ella, salió un escarabajo que empezó a reclamar:¿Por qué no se fija dónde pone sus bototas? Estuvo a punto de aplastarme! gritó.
Ese reclamo se me hacía conocido.
¿Durito? aventuré.
Nabucodonosor para usted! No sea igualado! contestó indignado el pequeño escarabajo.
Ya no me cupo duda.
¡Durito! ¿Ya no te acuerdas de mí?
Durito, quiero decir, Nacucodonosor, se me quedó viendo pensativo. Sacó una pequeña pipa de dentro de sus alas, la llenó de tabaco, la encendió y, después de una bocanada grande que le arrancó una tos nada saludable, dijo:
Mmmmh, mmmh.
Y luego repitió:
Mmmh, mmmh.
Yo sabía que eso iba a tardar, así que me senté. Después de varios «mmmh, mmh», Nabucodonosor, o sea Durito, exclamó:
¿Capitán?
Ese mero! dije yo, satisfecho de verme reconocido.
Durito (creo que, después de ser reconocido, podía llamarlo de nuevo así) empezó una serie de movimientos de patitas y a las que, en lenguaje corporal de los escarabajos, viene siendo como una danza de la alegría y que a mí siempre me ha parecido una especie de ataque de epilepsia. Después de repetir varias veces, con énfasis distintos, «¡Capitán!», Durito se detuvo al fin y me lanzó la pregunta que tanto temía:
¿Traes tabaco?
Bueno, yo… alargué la respuesta para darme tiempo a calcular mis reservas.
En eso llegó Camilo y me preguntó:
¿Me llamaste, Sup?
No, nada… Estaba yo cantando y… y no te preocupes, puedes irte respondí con nerviosismo.
Ah, bueno dijo Camilo y se retiró.
¿Sup? preguntó extrañado Durito.
Sí le dije. Ahora soy subcomandante.
¿Y eso es mejor o peor que Capitán? insistió Durito.
Peor le dije y me dije.
Cambié rápidamente de tema y le tendí la bolsa de tabaco diciendo:
Aquí traigo un poco.
Para recibir el tabaco, Durito realizó nuevamente su danza, ahora repitiendo «¡gracias!» una y otra vez.
Pasada la euforia tabacalera, iniciamos la complicada ceremonia del encendido de la pipa. Yo me recosté sobre la mochila y lo quedé viendo al Durito.
Estás igual le dije.
Tú, en cambio, te ves bastante maltrecho me respondió.
Es la vida dije quitándole importancia.
Durito empezó con sus «mmmh, mmh». Al rato me dijo:
¿Y qué te trae por aquí después de tantos años?
Bueno, estuve pensando y, como no tenía nada qué hacer, me dije que por qué no dar una vuelta por los viejos lugares y así saludar a los amigos viejos respondí.
Viejos los cerros y reverdecen! reclamó indignado Durito.
Después siguió otro rato de «mmmh, mmmh» y de sus miradas inquisitivas.
Yo no pude más y le confesé:
La verdad es que nos estamos replegando porque el gobierno lanzó una ofensiva en contra nuestra…
¡Corriste! dijo Durito.
Yo traté de explicarle lo que es un repliegue estratégico, una retirada táctica, y lo que se me ocurrió en ese momento.
Corriste dijo Durito, ahora con un suspiro.
Bueno sí, corrí ¿y qué? dije molesto, más conmigo mismo que con él.
Durito no insistió. Se quedó callado un buen rato. Sólo el humo de las dos pipas tendía su puente. Minutos después dijo:
Parece que hay algo más que te molesta, y no sólo lo de la «retirada estratégica».
«Repliegue», «repliegue estratégico» le corregí.
Durito esperó a que yo continuara:
La verdad es que me molesta que no estábamos preparados. Y no estábamos preparados por mi culpa. Yo creí que el gobierno sí quería el diálogo y entonces había dado la orden de que empezaran las consultas para los delegados. Cuando nos atacaron nosotros estábamos discutiendo las condiciones del diálogo. Nos sorprendieron. Me sorprendieron… dije con pena y coraje.
Durito seguía fumando, esperó a que yo terminara de contarle todo lo ocurrido en los últimos diez días. Cuando terminé, Durito dijo:
Espérame.
Y se metió debajo de una hojita. Al rato salió empujando su pequeño escritorio. Después fue por una sillita, se sentó, sacó unos papeles y los empezó a revisar con aire preocupado.
Mmmh, mmh decía a cada tanto de papeles que leía. Después de un tiempo exclamó:
¡Aquí está!
¿Aquí está qué cosa? pregunté intrigado.
¡No me interrumpas! dijo serio y solemne Durito. Y agregó:
Pon atención. Tu problema es el mismo que tienen muchos. Se refiere a la doctrina económica y social conocida como «neoliberalismo»…
«Lo que me faltaba… ahora clases de economía política», pensé. Parece que Durito escuchó lo que pensaba porque me regañó:
¡Sssht! ¡Esta no es una clase cualquiera! Es la cátedra por excelencia.
A mí me pareció exagerado eso de «la cátedra por excelencia», pero me dispuse a escucharlo. Durito continuó después de unos «mmmh, mmmh».
¡Es un problema metateórico! Sí, ustedes parten de que el «neoliberalismo» es una doctrina. Y por «ustedes» me refiero a los que insisten en esquemas rígidos y cuadrados como su cabeza. Ustedes piensan que el «neoliberalismo» es una doctrina del capitalismo para enfrentar las crisis económicas que el mismo capitalismo atribuye al «populismo». ¿Cierto? Durito no me deja responder.
¡Claro que cierto! Bien, resulta que el «neoliberalismo» no es una teoría para enfrentar o explicar la crisis. ¡Es la crisis misma hecha teoría y doctrina económica! Es decir que el «neoliberalismo» no tiene la mínima coherencia, no tiene planes ni perspectiva histórica. En fin, pura mierda teórica.
Qué raro… Nunca había escuchado o leído esa interpretación dije con sorpresa.
¡Claro! Como que se me acaba de ocurrir en este instante! dice con orgullo Durito.
¿Y eso qué tiene qué ver con nuestra huida, perdón, con nuestro repliegue? pregunté dudando ya de tan novel teoría.
¡Ah! ¡Ah! ¡Elemental, mi querido Watson Sup! No hay planes, no hay perspectivas, sólo i-m-p-r-o-v-i-s-a-c-i-ó-n. El gobierno no tiene constancia: un día somos ricos, otro día somos pobres, un día quiere la paz, otro día quiere la guerra, un día ayuna, otro día se atasca, en fin. ¿Me explico? me inquiere Durito.
Casi… titubeo yo y me rasco la cabeza.
¿Y entonces? pregunto yo al ver que Durito no continúa con su disertación.
Va a explotar. ¡Pum! Como globo que se infla demasiado. Eso no tiene futuro. Vamos a ganar dice Durito mientras guarda sus papeles.
¿Vamos? pregunto con malicia.
¡Claro que «vamos»! Está visto que no van a poder sin mi ayuda. No, no pretendas poner reparos. Necesitan un superasesor. Ya estoy aprendiendo francés, por aquello de la continuidad.
Yo me quedo callado. No sé qué es peor: si descubrir que nos gobierna la improvisación o imaginarme a Durito de supersecretario de gabinete en un improbable gobierno de transición.
Durito arremete:
Te sorprendí, ¿eh? Así que no tengas pena. Mientras no me aplasten con sus bototas siempre podré clarificarles el camino a seguir en el derrotero de la historia que, a pesar de las vicisitudes, habrá de levantar este país, porque unidos… porque unidos… Ahora que me acuerdo no le he escrito a mi vieja Durito suelta la carcajada.
¡Pensé que estabas hablando en serio! finjo enojo y le aviento una ramita. Durito la esquiva y sigue riendo.
Ya en calma, le pregunto:
¿Y de dónde sacaste esas conclusiones de que el neoliberalismo es la crisis hecha doctrina económica?
¡Ah! De este libro que explica el proyecto económico 1988-1994 de Carlos Salinas de Gortari responde y me muestra un librito con el logotipo de Solidaridad.
Pero Salinas ya no es el presidente… parece digo con una duda que me estremece.
Ya lo sé, pero mira quién redactó el plan dice Durito y me señala un nombre. Yo leo:
«Ernesto Zedillo Ponce de León» digo sorprendido y agrego:
¿De modo que no hay ruptura?
Lo que hay es una cueva de ladrones dice, implacable, Durito.
¿Y entonces? pregunto con verdadero interés.
Nada, que el sistema político mexicano es como ese gajo de árbol que cuelga encima de tu cabeza dice Durito y yo brinco y miro hacia arriba y veo que, en efecto, hay un gajo que pende amenazante sobre mi hamaca. Me cambio de lugar mientras Durito sigue hablando:
El sistema político mexicano apenas si está prendido a la realidad con pedazos de ramas muy frágiles. Bastará un buen viento para que se venga abajo. ¡Claro que, al caer, va a pasar a llevar otras ramas y cuidado el que esté bajo su sombra cuando se desplome!
¿Y si no hay viento? pregunto mientras pruebo si la hamaca quedó bien amarrada.
Lo habrá… lo habrá dice Durito y queda pensativo, como mirando al mañana.
Los dos quedamos pensativos. Volvimos a encender las pipas. El día empezaba a marcharse. Durito se quedó mirando mis botas. Temeroso, preguntó:
¿Y cuántos vienen contigo?
Dos más, así que no te preocupes por los pisotones le dije para tranquilizarlo. Durito practica la duda metódica como disciplina, así que siguió con sus «mmmh, mmmh», hasta que soltó:
Pero los que vienen tras de ti, ¿cuántos son?
¡Ah! ¿Esos? Como unos sesenta…
Durito no me dejó terminar:
¡Sesenta! Sesenta pares de bototas encima de mi cabeza! 120 botas de la Sedena buscando la forma de aplastarme! gritó histérico.
Espérame, no me dejaste terminar. No son sesenta dije. Durito nuevamente interrumpió:
¡Ah! Ya sabía yo que no era posible tanta desgracia. ¿Cuántos son, pues? Lacónico, respondí:
Sesenta mil.
¡Sesenta mil! alcanzó a decir Durito antes de atragantarse con el humo de la pipa.
¡Sesenta mil! repitió varias veces entrecruzando con angustia sus manitas y patitas.
¡Sesenta mil! se decía con desesperación.
Yo traté de consolarlo. Le dije que no venían todos juntos, que era una ofensiva con escalones, que estaban entrando por varios lados, que faltaba que nos encontraran, que habíamos borrado los rastros para que no nos siguieran, en fin, le dije todo lo que se me ocurrió.
Al rato Durito se tranquilizó y empezó de nuevo con sus «mmmh, mmmh». Sacó unos papelitos que, según me di cuenta, parecían mapas y empezó a hacerme preguntas sobre la ubicación de las tropas enemigas. Le respondí lo mejor que pude. A cada respuesta Durito hacía marcas y anotaciones en los pequeños mapas. Pasó un buen rato, después del interrogatorio, diciendo «mmmh, mmmh». Pasados unos minutos, y después de complicados cálculos (digo yo, porque usaba todas sus manitas y patitas para hacer las cuentas) suspiró:
Lo dicho: usan «el yunque y el martillo», el «lazo corredizo», la «caza del conejo» y la maniobra vertical. Elemental, viene en el manual de Rangers de la Escuela de las Américas, se dice y me dice. Y agrega:
Pero tenemos una oportunidad de salir bien de ésta.
¿Ah, sí? ¿Y cómo? pregunto con escepticismo.
Con un milagro dice Durito mientras guarda sus papeles y se recuesta.
El silencio se acomodó entre los dos y fuimos dejando que la tarde se llegara por entre las ramas y bejucos. Más tarde, cuando la noche acabó de desprenderse de los árboles y, volando, cubrió el cielo, Durito me preguntó:
¡Capitán… Capitán… Psst! ¿Estás dormido?
No… ¿Qué hay? le respondí.
Durito pregunta con pena, como temiendo lastimar.
¿Y qué piensas hacer?
Yo sigo fumando, miro los rizos plateados de la luna colgados de las ramas. Suelto una voluta de humo y le respondo y me respondo:
Ganar.
P.D. QUE SINTONIZA NOSTALGIA EN EL CUADRANTE
En el radito alguien, a ritmo de blues, desgarra ésa que dice: «All it’s gonna right with a little help of my friends…»
P.D. QUE, AHORA SI, YA SE DESPIDE AGITANDO UN CORAZON COMO PAÑUELO.
Tanta lluvia y ni una gotita para saciar las ansias…
Vale de nuez.
Salud y abusados con esa rama seca que pende sobre sus cabezas y que pretende, ingenua, cobijarlos con su sombra.
El Sup fumando… y esperando.
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