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Palabra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Nov201999

Chiapas: la guerra. V. Guadalupe Tepeyac: La resistencia invisible (Carta 5.5)

Chiapas: La Guerra

V. GUADALUPE TEPEYAC: LA RESISTENCIA INVISIBLE.
Carta 5.5

«Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La virgen cura a los niños
Con salivilla de estrella.»

Federico García Lorca.

Diciembre de 1999.

Para: Javier Sicilia.
México.

Don Javier:

Hago trampa. Quiero decir que cuando le escribo hago trampa. Usted perdonará que haga trampa. Resulta que estaba yo pensando en un destinatario para esta carta que habla de un pedacito de la historia de una comunidad indígena tojolabal, cuando me llegaron los libros y las líneas que usted tuvo a bien enviarme desde hace ya tiempo. Y entonces pensé que por algo habían llegado tan tarde y de tarde sus libros, justo cuando yo buscaba un destinatario para esta historia que no por invisible es menos heroica. Así que hago trampa, pero usted perdonará de seguro porque ahora sabe que sí recibí sus libros y sus amables palabras y, además, recordará (porque estoy seguro que la sabe) la historia de ese poblado que se llama Guadalupe Tepeyac.

Y claro que viene al caso, no sólo por este 12 de diciembre, también por esa extraña (por decir lo más decoroso) polémica entre el alto clero mexicano.

No, no se preocupe usted, no haremos una nueva aportación al debate sobre si existió o no Juan Diego y si se apareció o no la Virgen de Guadalupe en Tepeyac. Sólo quiero platicarle de la otra Guadalupe Tepeyac, la que, invisible, resiste.

Verá usted, en realidad hay dos pueblos llamados Guadalupe Tepeyac: el muerto o «viejo» (como lo llaman quienes en él vivieron), y el nuevo o «en el exilio» (como lo llaman los que hoy lo viven y luchan). Ambos tienen una larga historia de dolor y esperanza, y es sólo una parte de esta historia la que ahora le platico.

En el viejo Guadalupe Tepeyac se celebró en agosto de 1994, aquella gran Convención Nacional Democrática que convocó a más de 6,000 mexicanos. Muchos caminos y reflectores apuntaron entonces a esa comunidad, símbolo del desafío indígena zapatista frente a un régimen empeñado en aniquilar a los primeros pobladores de estas tierras.

Grandes políticos, artistas e intelectuales, y personas con cualquier nombre y cualquier rostro, acudieron en esos meses a la comunidad. Todas ellas, grandes y chicas, conocidas y desconocidas, fueron recibidas con amabilidad y respeto. Incluso, en enero de 1995, el entonces secretario de Gobernación (y hoy brazo derecho del candidato oficial a la presidencia y secretario general del PRI) Esteban Moctezuma Barragán estuvo en ese poblado. Días antes de la traición del 9 de febrero de ese año, aterrizó en un helicóptero. Los habitantes de Guadalupe Tepeyac hicieron un cinturón humano de paz en torno a la aeronave, para garantizar que no sería atacado por los zapatistas. El pago a esa muestra de buena voluntad fue el asalto, con tropas federales de élite y a punta de fusil. Los pobladores se refugiaron entonces en el hospital que, bajo la bandera del Comité Internacional de la Cruz Roja, estaba declarado territorio neutral y, de acuerdo a las leyes internacionales, no podía ingresar ninguna persona armada. A los soldados no les importó y, armados hasta los dientes, entraron al hospital y amenazaron a las mujeres, hombres, niños y ancianos que ahí se encontraban. Los habitantes decidieron entonces salir del pueblo y salieron caminando montaña arriba llevando sólo lo que traían puesto. En el pueblo quedaron todas sus pertenencias, entre ellas, dos imágenes de la Virgen de Guadalupe («bien alegres», cuentan los guadalupanos). A escondidas, metida bajo su camisa, un hombre logró sacar una gran manta con la imagen misma que cubría el cielo raso de la iglesia.

Siguió el andar. Algunas mujeres iban con un avanzado estado de embarazo y una de ellas parió esa misma noche, en medio de la montaña, un varoncito. ¿Su nombre? Lino. Así que Lino nació en la montaña, en medio de una persecución militar, en el exilio. Mientras los soldados lo perseguían para matarlo, Lino nació y nació vivo, como para contradecir a quienes habían decretado su muerte, o más bien para decir que la respuesta zapatista a la traición era la vida, la resistencia a morir, la resistencia a ser vencido, la resistencia a rendirse, la resistencia.

Febrero, marzo, abril y parte de mayo la pasaron los guadalupanos de un lado a otro, comiendo lo poco que podían darles los pueblos zapatistas por los que cruzaban, bebiendo el agua de los arroyos que encontraban a su paso, durmiendo por decenas bajo un mismo techo y perseguidos a su paso por helicópteros y aviones militares. Entre los hombres, mujeres, niños y ancianos, iban también en el éxodo una niña llamada la Eva (gran cinéfila -aunque su repertorio se limita a «Escuela de Vagabundos» con Pedro Infante y Miroslava y «Bambi», y un niño llamado el Heriberto (adicto a los dulces y chocolates y alérgico a las escuelas y maestros). Iba también el Lino, aunque apenas tenía unas horas. Muchos niños y niñas caminaron esos días y esas noches, algunos recuerdan la entrada de los soldados a su pueblo. Otros, los que entonces estaban muy pequeños, sólo recuerdan la angustia de sus madres.

A medio camino, en su accidentado paso por las montañas, el pueblo de Guadalupe Tepeyac recibió una pequeña imagen de la Virgen de Guadalupe, pero esa historia ya la conté y no voy a repetirla. Lo que voy a contarle es lo que ha pasado después.

Después de meses de caminar, estos zapatistas se asentaron en una montaña y fundaron lo que hoy se llama Guadalupe Tepeyac en el exilio. Poco a poco el pueblo fue tomando forma como de por sí toman forma acá los poblados: en torno al templo. Ahí, en medio de un desordenado número de techos de nylon y cartón, un largo galerón la hacía de templo y, en una de las cabeceras, las veladoras arrancaban destellos a la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Desde entonces, el pueblo de Guadalupe Tepeyac resiste. Quienes lo visitaron cuando tuvo los reflectores se han olvidado de él y desde el otro lado del mar, desde Europa, de donde viene alguna ayuda humanitaria para estos indígenas zapatistas. Con trabajo levantaron los guadalupanos su nuevo poblado y con trabajo lo mantienen. Sus habitantes han sido delegados en la marcha de los 1,111 y en la Consulta del 21 de marzo de este año. Son zapatistas. Es más, creo que siempre lo fueron y que, más que nosotros encontrarlos a ellos, fueron ellos quienes nos encontraron a nosotros. Bueno, pero ésa es otra historia.

La que ahora le cuento, don Javier, es que, para este 12 de diciembre de 1999, los guadalupanos planeaban traer las dos imágenes que habían quedado en el templo del ahora Viejo Guadalupe Tepeyac. Fueron y esto pasó:

Me cuentan los habitantes del Guadalupe Tepeyac en el Exilio que fueron al Viejo Guadalupe Tepeyac a tratar de rescatar del viejo templo las dos imágenes de la guadalupana para la celebración del 12 de diciembre. No las encontraron. Bueno si las encontraron, pero destruidas.

Los guadalupanos me lo cuentan con una mezcla de dolor y de rabia. Investigando supieron que fueron los militares quienes destruyeron las dos imágenes. Desde el mes de febrero de 1995, hace ya casi 5 años, que el ejército del gobierno se encuentran ocupando ilegalmente las tierras de estos mexicanos que tienen 3 delitos: son indígenas, son rebeldes y son zapatistas.

Los guadalupanos me cuentan muchos detalles de las dos imágenes de la Virgen, de cómo los dejaron, de cómo las encontraron. Narran con indignación que los militares convirtieron el templo primero en un burdel y luego en un basurero, que los badajos de las dos campanas de bronce que tenía el templo fueron robados, que en la destrucción de las imágenes se ve que los que lo hicieron querían lastimar, lastimar la imagen, lastimar lo que representaba y, sobre todo, lastimar a quienes de ella habían tomado nombre e identidad.

Enojados estaban los guadalupanos, enojados y tristes. Pero, como antes en su éxodo, otra vez les llegó la imagen de la Virgen de Guadalupe y esta vez en dos figuras de yeso con muchos colores (una de ellas hasta tiene un foquito).

  Con una gran fiesta y un baile, (y, claro tamales) celebraron los zapatistas de Guadalupe Tepeyac este 12 de diciembre. Unos días antes hubo bautizo y aprovecharon para bendecir las dos imágenes. Con ellas presidiendo comieron, cantaron y bailaron.

Ahí están los guadalupanos zapatistas, resistiendo aún cuando su resistencia sea invisible para quienes ayer se pasearon por sus callejuelas. Resisten como de por sí resistimos los zapatistas, es decir, sin que nadie nos lleve la cuenta. Sin que nadie, como no sea nosotros mismos, vaya sumando indignación y memoria.

Ahí están los habitantes de Guadalupe Tepeyac en el Exilio, nadie los ve. ¿Nadie? Bueno, don Javier, ¿Recuerda usted la manta con la imagen de la guadalupana que lograron sacar del templo del Viejo Guadalupe Tepeyac? Bueno, pues la pusieron en lo alto de una loma. Muy grande y llena de colores es esa imagen. Pero nadie la ve, quiero decir, nadie aparte de los guadalupanos y de quienes por ahí pasamos a veces, Y es que el nuevo poblado está alejado de la carretera y desde ahí no se alcanza a ver nada. Además, la imagen está mirando hacia arriba, hacia el cielo. Nadie la ve. ¿Nadie? Bueno, si la ven los helicópteros y aviones del ejército que diariamente sobrevuelan el poblado de Guadalupe Tepeyac en el Exilio.

Sí, sólo los aviones y los helicópteros ven la gigantesca imagen de la Virgen de Guadalupe. Como si los habitantes de este pueblo tojolabal quisieran gritarle al gobierno: «¡Aquí estamos! ¡No nos rendimos! ¡Resistimos!».

Así que esta es la historia, la historia de una imagen que sólo la ven los helicópteros y los aviones del gobierno.

¿Cómo? ¿Qué dice usted? ¡Ah sí!, tiene usted razón; la ven los helicópteros y los aviones del gobierno…y, claro, quien esté más arriba de ellos, hasta allá bien alto…

Bueno, don Javier, ya me despido. Gracias por los libros y, sobre todo, gracias por sus palabras.

Vale. Salud y sí, de nuevo tiene usted razón, las cosas las ve quien tiene que verlas.

Desde las montañas del Sureste mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.

México, diciembre de 1999.

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